CLARISSA RÍOS: EL ARTE DE PREPARARSE PARA EL FIN DEL MUNDO
BUDAPEST — texto de Martín de Ambrosio —
LA MISIÓN DE ESTA CIENTÍFICA NACIDA EN PERÚ Y RADICADA EN SUIZA ES PREVENIR DESASTRES QUE PUEDAN TERMINAR CON LA HUMANIDAD; LA LISTA INCLUYE DESDE EL CAMBIO CLIMÁTICO O UN METEORITO A NUEVAS PANDEMIAS, ARMAS BIOLÓGICAS O UNA INTELIGENCIA ARTIFICIAL FUERA DE CONTROL
No hay dificultad peor que prepararse para lo que nunca jamás sucedió. Clarissa Ríos Rojas es oficial de Asuntos Políticos de la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (Unoda), por lo que ahora está sobre todo enfocada en prevenir armas biológicas, pero trabajó en cómo prevenir un desastre, cualquier desastre, que termine con la humanidad. La lista de candidatos es larga y estremece un poco: va desde un meteorito hasta nuevas pandemias con patógenos creados artificialmente, desde erupciones volcánicas intensísimas a consecuencias extremas del cambio climático. Una enumeración como para no dormir bien de noche. Nacida en Huacho, a 150 kilómetros de Lima, y ya doctorada en Australia, Ríos Rojas descubrió que la ciencia habitual, de laboratorios y papers, publicar o morir, no le calzaba. Y descubrió que eso que se llama diplomacia científica, la posibilidad de que los investigadores aprovechen su formación para contribuir a las políticas públicas en uno u otro lado, le gustaba tanto más. Por eso su cambio de rumbo y su participación en el reciente World Science Forum, organizado en esta capital húngara por la Unesco y otras entidades internacionales, con el fin de aumentar esa intervención de los investigadores. En una de las pausas para café, dialogó
antes de volver a su casa en las afueras de Ginebra la nacion entre cerros, lagos y nieve, donde vive con su esposo holandés y dos perros españoles.
–¿Cuáles son esas amenazas existenciales a la humanidad y por qué se las estudia?
–Los riesgos existenciales son definidos como eventos que podrían causar la muerte de gran parte de la humanidad, donde los pocos sobrevivientes no serían capaces de reconstruir la sociedad tal como la conocemos, lo que probablemente llevaría a la extinción. Estos riesgos van más allá de lo catastrófico habitual. Pueden tener un origen natural, como una erupción supervolcánica que libere sulfatos a la atmósfera, bloqueando la luz solar y causando un colapso agrícola global. También pueden ser provocados por la humanidad, como la pérdida masiva de biodiversidad, los efectos extremos del cambio climático, una inteligencia artificial fuera de control o el uso de armas biológicas, en particular si se utiliza ingeniería genética para crear armas biológicas tóxicas y transmisibles. Entre las catástrofes naturales también se incluyen eventos como llamaradas solares masivas o el impacto de meteoritos, similares al escenario planteado en la película No mires arriba (Don’t Look Up). Finalmente, las guerras nucleares también son consideradas posibles desencadenantes de riesgos existenciales.
–¿Cómo se tipificaron?
–Hasta 2021, los riesgos existenciales eran principalmente un tema de discusión académica. Por ejemplo, en la Universidad de Cambridge está el Centro para el Estudio de los Riesgos Existenciales, donde trabajé anteriormente, y en Oxford existía el Future of Humanity Institute (Centro para el Estudio del Futuro de la Humanidad), que cerró recientemente. En los Estados Unidos, el Instituto para el Futuro de la Vida también se enfoca mucho en la inteligencia artificial. Estas conversaciones estaban limitadas a esos entornos. Sin embargo, en 2021, el Secretario General de la ONU presentó el reporte Our Common Agenda (Nuestra Agenda Común), y el tema de los riesgos existenciales comenzó a discutirse en los niveles más altos de políticas públicas. Ese mismo año, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (Undrr) publicó el reporte Un marco para la ciencia mundial en apoyo del desarrollo sostenible basado en los riesgos y la salud planetaria, para integrar el conocimiento científico con el desarrollo sostenible y la salud planetaria, alineado con el marco de Sendai (adoptado en 2015 en esa ciudad japonesa). Desde entonces, estos temas han pasado de ser una preocupación académica a una conversación global. Además, el reciente Pacto por el Futuro, firmado en septiembre de este año, incluye elementos clave relacionados con los riesgos existenciales, consolidando su relevancia en la agenda.
–¿Qué probabilidades se le adjudican a cada riesgo existencial? Por ejemplo, el meteorito que mató a los dinosaurios pasó una vez hace 65 millones de años.
–No se pueden hacer predicciones exactas porque, para muchos riesgos existenciales, no existen datos históricos de eventos pasados documentados. En lugar de hacer pronósticos tradicionales, se utiliza la prospectiva, que emplea métodos como la creación de escenarios futuros, análisis de tendencias y el juicio experto. Estos enfoques permiten a los expertos estimar posibles marcos temporales y condiciones en las que podrían ocurrir estos eventos. Aunque no ofrecen certezas, son herramientas valiosas para anticiparse y prepararse de manera más efectiva ante lo inesperado.
–¿Cuál es para vos el que tiene más chances de suceder, o al que hay que prestarle más atención?
–Para muchos, el cambio climático y sus consecuencias extremas representan uno de los mayores riesgos existenciales. Algunos académicos consideran que, aunque podría diezmar a gran parte de la población, no necesariamente sería un riesgo existencial para la humanidad. Por otro lado, hay quienes se centran más en los riesgos derivados de la biotecnología o de una inteligencia artificial fuera de control. Esto ha llevado a debates sobre la necesidad de generar políticas públicas para regularlas. Dentro de estas áreas, las opiniones están divididas: algunos priorizan los riesgos biotecnológicos, mientras que otros ven la IA como la mayor amenaza potencial.
–Qué difícil prevenirse para un acontecimiento tan radicalmente singular.
–En el caso de amenazas como el impacto de un meteorito, las agencias espaciales, como la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), han desarrollado sistemas para detectarlos y explorar posibles medidas de mitigación. Por ejemplo, la misión DART de la NASA, que impactó en el asteroide Dimorphos en 2022, demostrando que es posible desviar su trayectoria en ciertos casos. La ESA, por su parte, lanzó la misión Hera en 2024 para estudiar en detalle el impacto de DART y mejorar las estrategias de defensa planetaria. Estos esfuerzos muestran un compromiso ante esta clase de riesgos. En cuanto a la IA, la Unión Europea ha introducido regulaciones como el Reglamento de Inteligencia Artificial (AI Act), que busca garantizar el desarrollo y uso seguro de estas tecnologías. No obstante, surge la pregunta de si estas leyes están diseñadas con una perspectiva a corto o largo plazo. Este es un desafío común, ya que las políticas públicas suelen ser reactivas, y frecuentemente se destina menos financiamiento a enfoques preventivos. Como sucede con la salud pública, donde la prevención históricamente ha recibido menos atención y recursos.
–¿Está contemplada una nueva pandemia de origen natural que diezme a la humanidad?
–Sí. Los expertos han señalado durante años el riesgo de una pandemia de origen natural con el potencial de causar un impacto devastador en la humanidad. El desafío principal no es la falta de conocimiento, sino la implementación de políticas preventivas y la actualización constante de los planes de respuesta. Con frecuencia, estos planes existen, pero no se aplican de manera efectiva, lo que aumenta la vulnerabilidad.
–¿Cómo es el día a día del trabajo?
–La Oficina de Asuntos de Desarme de la ONU se encarga de apoyar diversas convenciones multilaterales relacionadas con la regulación, reducción y eliminación de armas. Esto incluye temas como el control de armas convencionales, la prevención de una carrera armamentista en el espacio exterior, los debates sobre armas autónomas letales, además del fortalecimiento de la Convención sobre Armas Biológicas (CAB), entre otros. Nuestra labor está enfocada en promover la seguridad internacional a través del desarme y la no proliferación. A diferencia de otras convenciones, como la de armas químicas, que cuenta con una organización propia en La Haya, o la del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, la CAB no tiene una estructura organizativa independiente y está bajo el paraguas de la Oficina de Asuntos de Desarme. En mi caso, trabajo en el marco de la Convención sobre Armas Biológicas, apoyando a los 187 Estados Parte que la conforman. Organizamos reuniones, que pueden extenderse hasta cuatro semanas, para discutir cómo fortalecerla a través de la incorporación de avances en ciencia y tecnología, asistencia en caso de incidentes deliberados, cooperación internacional, implementación nacional (entre otros temas) para enfrentar posibles emergencias biológicas provenientes de un evento deliberado. Una de las principales limitaciones de la Convención es la ausencia de un mecanismo de verificación, lo que dificulta supervisar laboratorios en todo el mundo y asegurar que actividades declaradas como investigación o desarrollo de vacunas cumplan con las obligaciones establecidas. Además, trabajamos directamente con diplomáticos y puntos focales de cada país, brindando información, asesorándolos y promoviendo actividades de capacitación. Otra parte importante de nuestro trabajo es brindar apoyo legal a países que no cuentan con leyes nacionales para sancionar o monitorear el uso indebido de materiales biológicos. En este sentido, tenemos una iniciativa que provee asesoramiento legal que actualmente se enfoca en África, pero que posteriormente trabajará en América Latina y Asia si es que logramos encontrar fondos económicos.
–Son asuntos que se mezclan con la seguridad de los Estados.
–Sí, exactamente. Seguridad y salud son áreas fundamentales en nuestro trabajo. Desde la Oficina de Asuntos de Desarme, colaboramos estrechamente con la Organización
Mundial de la Salud (OMS) para abordar los desafíos relacionados con la gestión de bio-riesgos. Actualmente, nuestro objetivo es preparar a las diferentes oficinas de la ONU (y colaboradores) para responder eficazmente ante un posible incidente que involucre el uso deliberado de armas biológicas. Ahora mismo nos enfocamos en desarrollar procedimientos de respuesta estandarizados y protocolos claros que definan quiénes deben intervenir, qué acciones tomar en cada situación, cómo coordinar la asistencia y cómo recopilar información de manera eficiente. Este esfuerzo es esencial porque prioriza medidas preventivas que pueden salvar vidas y reducir significativamente el impacto de estas amenazas.
–¿Cómo es de duro tener que prepararse para algo que no querés que suceda?
–Es una paradoja, sin duda. Es un trabajo que requiere un enfoque en tres etapas clave: prevención, mitigación y recuperación. Aunque este esfuerzo es esencial, lo ideal sería que más organizaciones se interesaran y participaran activamente en estas áreas. Un enfoque colectivo y coordinado puede marcar la diferencia.
–¿Cómo fue tu trayectoria para llegar ahí?
–Estudié mi bachillerato en Perú y, gracias a becas, pude continuar mis estudios en Finlandia y Suecia, donde obtuve una maestría. Más adelante, hice un doctorado en Australia, siempre en áreas relacionadas con biología molecular, neurociencia y medicina. Mi investigación doctoral se centró en el desarrollo embrionario. Durante esa etapa me di cuenta de que no quería dedicarme exclusivamente a la investigación en un laboratorio, ya que no veía cómo mi trabajo podía tener una aplicación directa. Fue
un momento de desilusión y reflexión sobre qué rumbo tomar. En 2017, asistí a un taller sobre diplomacia científica en la Argentina, organizado por el Ministerio de Ciencia junto con Unesco e Ingsa. Ese evento marcó un punto de inflexión: entendí que los científicos podían ser parte activa en la toma de decisiones de políticas públicas. Desde entonces, participé en más entrenamientos y trabajé en el Ministerio de Ambiente en Perú, en la Comisión Europea, y en el Geneva Centre for Security Policy en Ginebra, donde conocí el trabajo de la Convención sobre Armas Biológicas. Después también trabajé en la Universidad de Cambridge, en temas de riesgos existenciales y políticas públicas. Luego llegó la pandemia, un periodo difícil en el que perdí a mi madre a causa del Covid. Fue una experiencia traumática, tanto a nivel personal como por las horribles consecuencias que tuvo la pandemia para todos. Ese cúmulo de experiencias y aprendizajes terminó de motivarme a dedicarme a esto.
–En tu ponencia de Budapest contaste que cuando les hablás a ciertos amigos de que trabajás en riesgos existenciales piensan que te referís a la crisis de los 40 años, o a la crisis de la mediana edad.
–(Ríe) Sí, es algo que ocurre a menudo. No es que el tema sea difícil de explicar, pero no es algo que muchas personas tengan presente en su vida cotidiana. En regiones como América Latina los desafíos urgentes del día a día tienden a ocupar la prioridad, lo que deja menos espacio para reflexionar sobre riesgos que pueden parecer distantes o abstractos. Por eso es tan importante el rol de la divulgación. Temas como los riesgos existenciales suelen discutirse más en ciertos foros internacionales, y asegurar que estas discusiones sean inclusivas y accesibles es clave. Es fundamental que todas las regiones puedan participar en estos debates y que las decisiones reflejen perspectivas diversas y globales.
–¿Cómo procesás desde lo humano estas grandes amenazas? ¿Te despertás de madrugada pensando en el asunto?
–(Ríe) En la ONU el trabajo es constante. Algunos meses, los fines de semana, por la noche... no tengo mucho tiempo libre. Ahora, mientras nos preparamos para la reunión sobre armas biológicas, las reuniones son prácticamente continuas. Es un trabajo intenso que abarca diplomacia, políticas públicas, economía, y el estado actual del mundo, todo desde múltiples ángulos. A pesar de lo demandante, estoy tranquila porque siento que estamos haciendo algo importante. En 2025 se cumplen 50 años desde que la Convención sobre Armas Biológicas entró en vigor, pero sigue sin contar con el financiamiento ni los mecanismos necesarios para garantizar que nadie esté desarrollando estas armas. Es fundamental avanzar en la creación de mecanismos para la cooperación internacional, como un comité de asesoramiento científico, pero eso requiere más recursos. Confiamos en que la conversación en diciembre (hasta el 18) genere resultados concretos y se aprueben estos dos mecanismos clave. A largo plazo, sería ideal establecer una organización específica para las armas biológicas, similar a las que ya existen para las armas químicas y nucleares.
–Que fueron exitosas.
–Sí, totalmente, especialmente en el caso de las armas químicas. Un ejemplo contundente es que, el año pasado, las 193 naciones que forman parte de la Convención sobre Armas Químicas lograron un total desarme al destruir todos los arsenales químicos declarados. Esto representa un logro histórico en el ámbito del desarme y demuestra lo que se puede alcanzar cuando existe voluntad política y cooperación internacional. Es un verdadero éxito en términos de seguridad global.
–¿Cuál es el estado actual de la implementación del Pacto para el Futuro?
–El Pacto para el Futuro fue adoptado por los líderes mundiales el 22 de septiembre de 2024 durante la Cumbre del Futuro de las Naciones Unidas. Este acuerdo incluye el Pacto Mundial Digital y la Declaración sobre las Generaciones Futuras, y tiene como objetivo adaptar la cooperación internacional a las realidades actuales y a los desafíos futuros. La implementación del pacto está en sus etapas iniciales. Cada oficina y agencia de la ONU está evaluando cómo integrar las directrices del pacto en sus operaciones y programas. Aunque los lineamientos generales están establecidos, los detalles específicos de la implementación se están desarrollando y ajustando según las necesidades y capacidades de cada entidad.
–¿Te ves en este lugar muchos años?
–Creo que, considerando mi formación en biología molecular y el salto hacia las políticas públicas y la diplomacia, este es un lugar donde puedo aportar. Entender los intereses políticos, económicos y legales me ha permitido conectar la ciencia con las decisiones globales. Me gustaría, en algún momento, involucrarme más en la educación, quizás formando a nuevas generaciones en estos temas. Pero por ahora, estoy bien aquí; siento que desde este espacio puedo contribuir.
–¿Cuál es el rol de la ciencia en el mundo actual?
–El rol de la ciencia y de la comunidad científica debería ser, en un mundo ideal, seguir la curiosidad y el deseo de explorar lo desconocido. Sin embargo, en la realidad con recursos limitados, tanto económicos como humanos, creo que las universidades y los científicos deben pensar en cómo sus investigaciones pueden contribuir a resolver problemas locales, nacionales o internacionales. Es importante desarrollar una mentalidad que trascienda la publicación de papers y se enfoque también en cómo ayudar a las sociedades. Muchos avances ya están ocurriendo: las universidades han hecho grandes progresos con sus oficinas de transferencia tecnológica, logrando patentes y aplicando investigaciones al sector privado. Sin embargo, creo que también deberían contar con oficinas especializadas en trasladar el conocimiento científico a políticas públicas. Estas oficinas podrían facilitar la traducción de investigaciones extensas en resúmenes claros y concisos para los tomadores de decisiones. Por ejemplo, convertir 300 páginas de un estudio en un informe de 10 páginas con recomendaciones prácticas. Esto es especialmente relevante en nuestros países, para evitar depender exclusivamente de soluciones impuestas desde el exterior. Por otro lado, entiendo que haya críticas hacia la ONU, porque muchas veces no se percibe su impacto directo. La ONU no invierte en relaciones públicas porque sus recursos son limitados. En diciembre, por ejemplo, experimentamos una crisis de liquidez que nos dejó sin calefacción ni electricidad, y trabajamos abrigados para continuar con nuestra labor.
–¿Eso rescatás del foro de Budapest?
–Así es: pensar en la ciencia más allá de los laboratorios, como una herramienta poderosa para generar políticas que beneficien a la gente y el planeta. La comunidad científica está cada vez más preparada para apoyar estos procesos. Se ha entrenado en diplomacia científica, entiende mejor las interconexiones entre diferentes áreas y está lista para contribuir al diseño y la implementación de políticas públicas basadas en evidencia. Ahora, el desafío es que los tomadores de decisiones y los llamados stakeholders reconozcan el valor de incorporar la ciencia en sus procesos y se acerquen también a este diálogo. Solo así, trabajando juntos, podremos construir soluciones más sólidas, inclusivas y sostenibles para los problemas del mundo actual.
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“Las olas, una travesía” se inspira en la novela de la escritora británica y explora el dilema entre arte y mercado. Aquí, su autora revela el proceso creativo de la obra que se presenta este sábado
PorMaría Emilia Franchignoni

“Virginia Woolf ya no es comercial” me dijo hace más de 10 años un librero de oficio y pasión, en unos de esos locales tradicionales de calle Corrientes. Esas palabras, como dice Bernard, el entrañable personaje-escritor de Las olas, resonaron como un gong en mi cabeza. Inclusive hasta estos días, que estamos en las vísperas de llevar a escena una versión performática, nuestro diario de proceso creativo, una forma de autobiografía que se inspira en esa novela de Woolf.
Las olas, una travesía invita a los espectadores a hacer un recorrido por ciertos momentos de la adaptación musical de ese texto que realicé en 2022 junto a los compositores Fernando Covello, Jorge Diego Vázquez y Julia Tchira, entretejido con cuidado y delicadeza a fragmentos textuales provenientes de otros ensayos y reflexiones de Virginia Woolf, junto a nuestras propias experiencias personales al tratar de llevar a escena una de las obras trascendentales del movimiento modernista del siglo XX.
Esta nueva versión surge del impulso –y la necesidad– como artista de dar cuenta del presente en toda su complejidad, del mismo modo que Virginia en su novela; de comprender cuál es el rol social de la artista hoy en día, de desentrañar el valor del arte más allá del mercado, o más aún, cuestionar si es necesario asignar una función social al arte para justificar su existencia, a pesar de los discursos políticos, publicitarios y comerciales que circulan hoy en día. Es decir, ¿cómo explicarle a mi hijo de 7 años que la fama no es sinónimo de talento o que no es lo mismo ser artista que ser famoso? ¿Cuántos likes tengo que coleccionar para ser “influyente”? ¿Cómo explicarle a mi familia que la vocación generalmente pulsa más fuerte que el rédito económico y que en varias ocasiones hasta se contradicen?

Algunas versiones de estas preguntas, por supuesto, atravesaron también el pensamiento de Woolf en ciertos momentos de su carrera como escritora –quien, es necesario aclarar, gozó de éxito comercial durante su vida–, y desde ya que estos cuestionamientos sobre las condiciones materiales de producción (y posibilidad) de una obra, y de la existencia de las mujeres, fueron el puntapié para la escritura de uno de los más célebres ensayos del feminismo, Una habitación propia. De un modo similar, estos asuntos atormentan a Bernard, el personaje de Las olas, que reflexiona una y otra vez acerca del lenguaje, de la imposibilidad de contar una historia, sobre la inexistencia de la linealidad del tiempo. Él nos revela hacia el final de la novela que no ha logrado ser un escritor reconocido, y al igual que Virginia, durante muchas instancias de su escritura, reflexiona acerca del fracaso y el sentido de la propia vida.
Los demás personajes de Las olas, Susan, Jinny, Neville, Louis y Rhoda, reformulan en sus propias voces estos dilemas, y en la reunión final, cuando se reencuentran los seis amigos al final de sus días, se preguntan entre sí: “¿Qué has hecho de tu vida?” (What have you made of life?) Y al igual que ellos, nosotros, Yanina Bacigalupo, Victoria Lombardero Có, Lucas Werenkraut y quien suscribe, nos cuestionamos qué es lo que ha hecho el tiempo con nuestros destinos desde el momento que nos conocimos, hace ya tres años, después de la pandemia; qué impensadas peripecias nos deparó el proceso creativo que implicó llevar a escena la más experimental de todas la novelas de Virginia Woolf y, sobre todas las cosas, cómo nos ha interpelado tan íntima y personalmente esta obra atemporal.

Me animo, al igual que ella, a usar todos los recursos que tengo a mi alcance para arrimarnos de la manera más fiel posible a “saturar el momento”, a crear una experiencia poética colectiva que nos permita a artistas y espectadores, reflexionar conjuntamente acerca de ciertos temas claves en la escritura de este genio literario, pero también de la historia del arte: la muerte, el sentido de la vida, la enfermedad, la amistad, la maternidad y el tiempo. Resignificar las reflexiones de Woolf sobre estos temas y repensarlas a la luz de nuestra atribulada contemporaneidad, nos permite detectar ciertas continuidades –a pesar del inexorable avance de la tecnología–, ciertas características compartidas que nos constituyen como personas y no como máquinas. Quizá sí pueda ser el arte, un último refugio de esta sensibilidad.

Un cuarto propio
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Flush
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Al faro
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Orlando. Una biografía
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Tres Guineas
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Entre actos
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Virginia Woolf escribió Las olas en un período de entreguerras, marcado por el final de la primera guerra mundial y el comienzo de la segunda. En esta obra, escenificó de manera central la tensión entre lo individual y lo colectivo, entre la singularidad y lo comunitario, dejando entrever no solo las voces particulares de sus personajes, sino aquello que los unía, también. Las olas, en este sentido, es una obra sobre los conflictos que nos atraviesan hoy en día a escala global y local, e invita a pensarnos en este contexto de un nuevo orden mundial y la posibilidad de una guerra nuclear, nos ayuda, creo, a reflexionar acerca del lugar que asignamos al “otro”, a la diferencia, en un momento de auge y proliferación de los discursos belicistas y de la retórica “del enemigo”.

En las últimas vacaciones de invierno, hicimos con mi madre lo que considero una suerte de peregrinación, a Monk’s House, la casa de Sussex en la que Virginia pasó junto a su marido los últimos momentos de su vida. En este tiempo que transcurrió entre esa visita y el estreno de la obra, comencé a pensar en ese viaje como un encuentro que desafía la lógica del tiempo y en el que mi madre biológica, del corazón, la que me ha cuidado y me dio la vida, me acompañó a visitar a mi madre intelectual (ese matrilinaje que Woolf crea en Una habitación propia).
Al llegar, nos dirigimos directamente al exquisito y modesto jardín, donde yacen los restos de Virginia y Leonard, uno al lado del otro. Nos sentamos a contemplar el sol cálido de la campiña inglesa, luego de escapar del diluvio londinense, juntas en un banquito de madera a la sombra de un olmo, recuerdo haberme sentido profundamente conectada a ella como en pocos momentos de la vida. Mi madre me toma de la mano y me señala el busto de Virginia, es ahí cuando veo en su lápida las últimas líneas de Las olas: “La muerte es el enemigo. Contra ti voy a lanzarme, invicto e inflexible, Oh Muerte.”
Las olas, una travesía, de María Emilia Franchignoni, sobre textos de Virginia Woolf. Con música original de Fernando Covello, Jorge Diego Vázquez Salvagno y Julia Tchira y la intervención sonora en vivo de Lucas Werenkraut. Participan, además, como intérpretes Yanina Bacigalupo y Victoria Lombardero Có. Se presenta por única vez el sábado 30 de noviembre a las 21,30 en Dune Park Club, Aráoz 740, C. A. B. A.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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