domingo, 19 de mayo de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Perdón, perdón, mi columna la pifió muy feo

Carlos M. Reymundo Roberts
Este espacio de los sábados lleva más de 14 años arrastrando un error. Una mancha de nacimiento. Su nombre: De no creer. Sin quitarme culpas, no se me ocurrió a mí, sino a Daniel Arcucci. Gran colega y amigo, entiendo que su idea fue poner de manifiesto que en el país pasan cosas extrañas, inverosímiles, únicas. Claro, era 2010 y los Kirchner ya se habían quedado, calculo, con el equivalente a un PBI. Pero todo lo que vimos desde entonces resulta muy creíble: los índices de inflación de Moreno, los brotes verdes de Macri, el bastón de mando en manos de Alberto, la dolarización de Javi. Si ya no fuera tarde para cambiarle el nombre a la columna, le pondría este: Creer o reventar.
El miércoles, la noticia fue que una jueza de La Rioja, Norma Mazzucchelli, aparecía en un video pidiendo una coima de 8 millones de dólares para agilizar el trámite de una herencia. Norma, presidenta de una Cámara en lo Civil y Comercial, presentó inmediatamente la renuncia: no le gusta que la graben sin su consentimiento. ¿Podemos decir que estamos ante un caso singular, extraordinario? Obvio que no, salvo por el hecho de que la señora no haya delegado ese trámite incómodo de pedir de viva voz 8 palos verdes. ¡Cómo no se buscó un Josecito López, un Daniel Muñoz! Escándalo aparte, desmiento que estuvieran pensando en ella para jueza de la Corte.
Dos días antes supimos, con pelos y señales, la forma en que gerencian la pobreza las organizaciones sociales. ¿Compañeros, cobran un plan? Anoten. Cláusula 1: tienen que darnos una parte de la guita (en la jerga interna, poniendo estaba la gansa). Cláusula 2, el que no llora no mama: están obligados a ir a las protestas callejeras; se tomará asistencia al pie de los bondis. Cláusula 3, el que no afana es un gil: venderán puerta a puerta alimentos que recibimos gratis del Estado, y al final del día entregarán lo recaudado. Cláusula 4, marche preso: los que no cumplan serán severamente sancionados. Wow, durísima la legislación piquetera. Los ingratos que pegaban el faltazo a las marchas eran anotados en un cuaderno, y al lado del nombre figuraba la sanción; por ejemplo: “No come”. Porque pobreza más indocilidad se paga con hambre. De vuelta: no cuesta nada creer que pueda existir eso. Los gerentes de la pobreza eran los mismos que gerenciaban en el Ministerio de Desarrollo Social el reparto de fondos a las organizaciones. Yo distribuyo, yo cobro. Bingo. Che, ojo: “bingo” no es un mal nombre para esta columna.
Tampoco debería sorprendernos el incierto destino del Pacto de Mayo, la mayor operación política encarada por el Gobierno, el acuerdo que cambiará nuestras vidas para siempre. En la Casa Rosada admiten que están abiertas todas las posibilidades: que la Ley Bases se apruebe rápido en el Senado, y entonces, cumplido ese requisito, el pacto pueda ser firmado en Córdoba el 25 por el Presi y los gobernadores; que la ceremonia se retrase unas semanas, lo cual plantearía, otra vez, un problema con el naming: el “Pacto de Junio” es cualquiera, cero sonoridad épica; que la ley no se apruebe y el Presi, terco como es, vaya y lo suscriba él solo: un histórico pacto entre Javier y Milei; o la posibilidad que más se baraja por estas horas: que convoque a la ciudadanía. Me encanta esta variante. Nada de casta: el León y el pueblo. Miles, millones de personas querrán estampar su firma junto a la del Presi. Será el “Pacto Popular y Libertario de Mayo”. Jefe, párese ahí y ruja: “¡Vamos por todo, carajo!”.
Insisto: nada de lo que pasa en el país me parece raro. Desde el 10 de diciembre, lo que había sido la Aduana corrupta manejada por Massita pasó a ser la Aduana corrupta manejada por Massita en el gobierno de Javi. ¿La explicación? Una pesada herencia que Javi, estoico, había decidido asumir. Intentó reconvertir a su jefa, Rosana Lodovico, sobre la que pesan graves denuncias que investiga la Justicia, y no lo consiguió. Ayer la corrió, pero no la echó. Me pregunto por qué. También me pregunto: ¿la corren, nombran a otro jefe y ella sigue como si nada? Algún día voy a aprender a no hacer preguntas tontas.
Macri reasumió la conducción del Pro y dijo: “Volvimos”. No se sabe si volvió de la FIFA, de un torneo de bridge o de un business tour por el Golfo Pérsico. Eduardo Eurnekian trató a Milei como si todavía fuera su empleado: “Que se ponga las bolas y dirija el país”. Eduardo, por favor, la boquita. Probablemente estaba mal por el viaje del Presi a España. Un viaje difícil de explicar: fue a presentar su libro, que allí nadie leerá, y a abrazarse con el líder de extrema derecha Santiago Abascal, enemigo declarado de las “doctrinas ideológicas económicas”; entre ellas, el liberalismo. Marche un ¡glup!
Y volvió a hablar Cristina, por tercera vez en 10 días: “El Presidente debería dejar de decir tonterías”. Finalmente tenías razón, Dani Arcucci: de no creer

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El peligro de los líderes que están “fuera de sí”
Héctor M. Guyot
El candidato presidencial republicano, Donald Trump, habla en un acto de campaña
Mientras Donald Trump se encamina a un posible segundo mandato, la prensa estadounidense debate cómo pararse frente a sus desmesuras y cuál debe ser su rol ante un hombre que incitó a sus fanáticos a tomar el Capitolio, símbolo de la democracia, tras perder la elección anterior. Para peor, el magnate vuelve recargado: ha dicho que encarnará “la venganza”, que los inmigrantes ilegales “envenenan la sangre del país” (en una figura que remite al nazismo) e incluso ha jugado con la idea de que será un “dictador”. Paradójicamente, a medida que su discurso se desquicia, los diarios prestan menor atención a sus dichos.
Todo esto lo cuenta Gail Scriven en un agudo análisis publicado ayer en este diario, con foco en la advertencia que hizo un profesor de Ciencias Políticas del University College de Londres: “Los escándalos de Trump se han vuelto previsiblemente banales. La prensa, que en 2017 informaba sobre cada uno de sus tuits, ahora ignora incluso las propuestas más peligrosas de un autoritario que está a punto de volver a convertirse en el hombre más poderoso del mundo”. La alerta la lanzó Brian Klaas, en un ensayo que tituló “Los argumentos para amplificar la locura de Trump”.
El debate nos toca de cerca. En tiempos de Cristina Kirchner, los periodistas tuvimos que lidiar con el dilema de cómo responder los ataques al sistema republicano, y más en concreto a la prensa, sin alimentar al mismo tiempo la polarización que el populismo aplica como principal estrategia. Las investigaciones sobre hechos de corrupción, la denuncia de un columnista sobre la colonización de la Justicia, eran para el kirchnerismo reacciones de los “poderes concentrados”, siempre conspirando contra el pueblo al que Cristina venía a redimir. La retórica del resentimiento daba sus frutos, y así el fraude más flagrante pasaba a ser, para los militantes fanatizados, una mentira elucubrada por la impiadosa “elite”, responsable de todos los males habidos y por haber.
"¿Qué debe hacer el periodismo? ¿No amplificar “las locuras” de los populistas o denunciarlas, aun a riesgo de que el líder convierta las denuncias en pasto para sus fieles?"
La polarización, fogoneada en forma cotidiana por la líder populista desde su discurso, produjo entonces dos efectos en la prensa. Por un lado, un cansancio que derivó en la normalización de la violencia verbal que bajaba desde el poder, un adormecimiento parecido a lo que observa Klaas en Estados Unidos. Por el otro, una caída en la lucha en el barro, en la que el kirchnerismo jugaba de local. Allí, en su terreno, con cada crítica, por consistente que fuese, el periodista tenía la sensación de que le echaba otro leño a la caldera de la división, ganancia para los enemigos del diálogo.
Entonces, ¿qué hacer? ¿No amplificar “las locuras” de los populistas, o contarlas y denunciarlas, como siempre ha hecho la prensa, aun a riesgo de que el líder convierta esas denuncias en pasto para sus seguidores incondicionales?
Aquí seguimos desafiados por este dilema. En tanto fenómenos que pasan más por la psicología que por la ciencia política, todos los populismos, sean de izquierda o de derecha, se parecen. Hay algo que Cristina Kirchner, Donald Trump y Javier Milei comparten, por encima de sus ideologías: son personas que están “fuera de sí”. Los mueven, en mayor medida que al promedio, pulsiones y emociones que no dominan. De allí que se sientan constreñidos por los límites que impone el razonado y razonable sistema de equilibrios y balances del sistema republicano.
En Trump y Cristina esto es un hecho probado. Ambos fueron contra la división de poderes. Trump se resistió a dejar el mando al ser derrotado en elecciones (lo mismo que Jair Bolsonaro en Brasil) y Cristina se quiso “eterna”. El presidente argentino no ha demostrado, al menos por ahora, vocación vitalicia. Pero ha dado muchas muestras de intolerancia. Le adjudica mala fe a toda crítica, reparte descalificaciones y agravios al por mayor y se ha ensañado con la prensa. Lo paradójico en su caso es que el hecho de estar movido por una idea que lo toma por completo, ese estar “fuera de sí”, esas “locuras” que se le conocen, han sido interpretadas por gran parte del electorado como una garantía de que este outsider “poseído” por una convicción de cuño religioso es el único capaz de arremeter contra el viejo orden: la patria corporativa y prebendaria que esta semana, con el escándalo de los planes sociales, ha dado una muestra más de su profunda corrupción.
En lo económico, el Presidente ha alcanzado logros alentadores. A la luz de sus actitudes y de sus afinidades electivas (Trump, Bolsonaro, Vox y la ultraderecha global), lo que preocupa en Milei es su pobre noción de la convivencia democrática y el pluralismo. ¿Qué hacer, entonces, con sus gestos populistas? Lo dije en una columna del mes pasado: “De eso hay que hablar”. En una república, es deber de la prensa marcar, desde la información y la opinión (separando ambos andariveles) todo desvío autoritario del poder. Nuestro país y muchos otros no se debaten tanto entre izquierdas y derechas –como nos quieren hacer creer los extremos–, sino más bien entre los que defienden las hoy debilitadas democracias y quienes las horadan desde adentro.


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