
Juanito Belmonte, el hombre que descubrió a Cris Miró, fue íntimo amigo de Alberto Olmedo e hizo cantar a Joan Manuel Serrat con Aníbal Troilo
Juanito Belmonte, una figura emblemática e infaltable del medio artístico y la noche porteña
Nació y creció en Rosario, donde conoció a “El Negro” y forjó con él un vínculo casi de hermanos; trabajó con las más grandes estrellas de nuestro país y fue, sin buscarlo, el creador de una exitosa profesión: relacionista público
Guillermo Courau
Cuentan que en una de sus tantos regresos a su ciudad natal, Rosario, donde era compinche de Alberto Olmedo, Juanito Belmonte se encontró con el Negro y con otro amigo en común, Pancho Guerrero. Los teatros ya habían cerrado, y lo avanzado de la noche derivó en la pregunta obvia de Pancho: “Che, ¿a dónde hay un bar por acá? Está todo cerrado”. Quien tomó la palabra fue Juanito: “A esta hora, el único lugar donde podés tomar algo es en la casa velatoria de la calle Santiago del Estero”. A Olmedo le brillaron los ojos: “Vamos a ver si hay algún velorio”.
Efectivamente, había uno. Entraron, degustaron varias vueltas de café y, antes de irse, el capocómico se acercó al muerto, le dio un beso y dijo como para que escucharan todos: “Chau, papá”. La viuda lo escuchó, pensó que su marido había tenido otra familia, se puso loca y los tres amigos tuvieron que salir corriendo mientras se morían de risa.
Otra, también con Olmedo como cómplice: en plena ceremonia nupcial, formal y discreta de un amigo, Juanito y Alberto irrumpieron en la iglesia disfrazados de mujer, con un bebé en brazos y gritando: “¡Te casás, pero a nuestro hijo lo vas a reconocer!”.
Que no se malinterprete, Juanito Belmonte también fue ese personaje atildado, elegante, bon vivant y descubridor de estrellas que muestra la serie Cris Miró (Ella). Solo que este hombre vivió tanto, que la heterogeneidad fue su marca registrada.
Juanito era Juan Félix, y Belmonte era Verón. Había nacido el 3 de febrero de 1933 en Tiro Suizo, un barrio humilde de Rosario. Aquel pasado santafesino de privaciones, de conventillo, de comer lo que se podía, fue lo que lo hermanó con Alberto Olmedo. “Me gustaba ir al Teatro de la Comedia. Como era simpático, me tiraba el lance para entrar sin pagar. Una vez el boletero me dice ‘Pibe no te puedo dejar pasar, pero andá por la puerta de atrás a ver al jefe de la claqué’. Era un tipo alto y muy elegante, y yo me animé a pedirle trabajo. Conocía a todos los artistas de tanto leer Radiolandia e ir al cine, y le dije: ‘Yo puedo arrancar con el aplauso’. Y en eso, por esas cosas inexplicables de la vida, llega un morochito flacucho de mi edad. Era Alberto, que de noche cuidaba coches en la cortada Ricardone y había ido a pedir el mismo trabajo. Nos tomó por dos pesos y la cena en el restaurante de la vuelta del teatro”.
Tanto en su niñez como en su adolescencia, Alberto y Juanito se las rebuscaron como pudieron para llevar el mango a casa. Cuando ya en su época de esplendor, el Negro miraba a cámara y decía “Éramos tan pobres”, Juanito del otro lado de la pantalla asentía con la cabeza. Todos se reían, pero él sabía que no era un chiste.

A Belmonte le gustaba contar cuándo fue la primera vez que tomó conciencia de que el destino -que, sentía se le había impuesto- podía cambiar. Fue cuando vio de cerca a Eva Perón: “Yo tenía una gran voluntad de salir adelante. La vi a pocos metros, tenía el cutis de porcelana. No recuerdo bien cómo, pero averigüé todo con tal de pedirle un trabajo. Le escribí, porque con mi madre y mi hermanita de meses, a veces no teníamos ni para los fideos. Un día apareció bajo la puerta el sobre con el sello de Presidencia de La Nación, que me nombraba mensajero del Correo. A los 13 años salí a repartir telegramas por los barrios de Rosario. Además, le había contado a Evita que quería ser artista, porque yo estaba creído de que podía venir a Buenos Aires y trabajar en cine y en teatro. Tenía el berretín de ser famoso”.
Lo consiguió, pero no como se lo había imaginado. Juanito Belmonte llegó a Buenos Aires y comenzó a cimentar un camino que lo pondría a la par de las grandes estrellas del momento. Y de paso inventaría una profesión: la de representante de artistas y jefe de prensa.
El amigo de las estrellas
Recién llegado a Buenos Aires, Juanito Belmonte debutó en el “número vivo” del cine Roma de Avellaneda, como parte de esos breves despliegues artísticos que sucedían en los intervalos. “Fue horrible, a nadie le gustaba. Yo salía, presentaba, y me gritaban de todo: ‘Rajá flaco’, ‘Tomatelás, cara de hambre’, ‘Queremos ver la película’, y me tiraban bolas de papel, puchos encendidos. Igual no me importaba, porque con una noche de trabajo pagaba el mes de la pensión. Además nunca dejé de mandarle dinero a mi madre, hasta que pude traerla a Buenos Aires”.
A Juanito, el camino artístico le duró poco, pero no se puede decir que no lo intentó. “Empezó como bailarín en la tele -le contaba Adela Montes, periodista e íntima amiga de Belmonte, a la revista Pronto-. Un día, Noemí Laserre me pidió que lo llevara a una de nuestras audiciones de las Cazadoras de autógrafos que hacíamos en Radio Mitre. Era simpático y muy agradable. Hablaba con todos y eso fue lo que lo terminó convirtiendo en representante de artistas”.
Sandro, Nélida Lobato, Palito Ortega, Alfredo Alcón. De todos ellos, Juanito fue amigo antes que colaborador. Incluso antes había querido ser colega y participó, entre otras, de películas como La pérgola de las flores (1965), o El mundo es de los jóvenes (1970), donde conoció a otra amiga, Susana Giménez.
Sin embargo, su destino de actor se truncó por “culpa” de Alfredo Alcón: “Cuando lo vi actuando, me di cuenta de que tenía que dedicarme a otra cosa. ¿Qué iba a hacer yo frente a tanto talento?”.
¿Qué iba a hacer? Convertirse en el nexo entre las figuras y los medios de comunicación, algo que hoy es habitual pero en la década del 70 era casi inexistente: “Fui un innovador. Nadie practicaba el ejercicio de las relaciones públicas. Eso lo impuse yo y con una premisa: para hacer bien este trabajo debo querer al artista que represento. Mi gran despegue fue la prensa del Club del Clan. A partir de ese día, todos me llamaron”.
Y así fue cómo el nombre de Juanito Belmonte comenzó a sonar cada vez más seguido en el ambiente, y también en las redacciones. Siempre a nombre de un consagrado o de alguien a quien valiera la pena conocer, nunca por él mismo: “Yo amé eso de estar ahí para favorecer al artista, conseguirle notas para convertirlo en figura, porque ese es el sentido de la profesión. El ambiente era otro, existían las grandes estrellas, pero solo se las veía en el teatro o el cine, porque eran inalcanzables. No como ahora que podés encontrar a un famoso parado en Las Cuartetas comiendo con la mano un cacho de pizza. Había discreción, educación y misterio, pero todo eso se perdió. Lástima. Además los artistas iban a los programas solo para hablar de sus contratos, sus viajes y sus personajes, lejos de este circo que se fabricó después”.
Sandro, Violeta Rivas o Jolly Land le daban la plataforma necesaria, para que el representante pudiera imponer a figuras nuevas. Así fue como Mercedes Carreras debutó en televisión, Antonio Gasalla dio sus primeros pasos fuera del café concert, o un papá preocupado le pidió consejos en nombre de su hija: “El padre de Valeria Lynch vino a verme con un acetato donde su hija de 14 años había grabado ‘Júrame’. Me pidió que se lo hiciera escuchar al director de Odeón. A mí me pareció buenísimo pero en esos años corría la bola de que las mujeres no vendían. El director la rechazó y ella terminó grabando en otro lado”.
La lista es interminable, pero una persona entre todos ellos se destacó y marcó la vida de Juanito, su amigo íntimo y más querido, Enrique Pinti.
Una noche con Pinti y con Serrat
La serie sobre la vida de Cris Miró muestra el entrañable cariño que se tenían Juanito [retratado como “Marito” en la serie] y Pinti. Una amistad que nació gracias a Joan Manuel Serrat, y que Juanito contó en la mesa de Mirtha Legrand: “A mi hermana Paula Gales, cantante, la contrataron en Villa Gesell para hacer un café concert. Para que no cantara un tango tras otro, pensé qué hacer y me hablaron de un hombre nuevo que era un fenómeno, se llamaba Pinti. Lo cité en mi casa y hablamos. Cuando lo despido, abro la puerta, y estaba Joan Manuel Serrat, que me venía a buscar para cenar “. Enrique completó la anécdota: “A mí casi me da un infarto, imaginate, cholulo como soy…”. El encuentro fue significativo pero no casual, Belmonte y Serrat eran íntimos amigos. En su primer viaje a la Argentina, el catalán y el rosarino ya habían compartido cenas en La Boca, en los carritos de la Costanera, en quintas de amigos donde era mandato terminar con un picadito de fútbol, o incluso en el recordado Caño 14: “Fuimos ahí a escuchar a Anibal Troilo, y Joan Manuel se subió al escenario y cantaron a dúo. Son esos momentos por los que agradecés el estar vivo”. Gracias a Serrat, Juanito fue director artístico del teatro Florida Park en Madrid durante cuatro años, entre 1972 y 1976, tiempo en el que se ocupó de que actuaran todo tipo de artistas argentinos. Muchos de ellos no habían conocido Europa hasta esa invitación.
Su relación con Enrique trascendió la amistad, fueron compañeros que se apoyaron el uno al otro, lo que les permitió vivir cientos de anécdotas. Como esta, que recordó el actor de un viaje juntos: “Primero tendría que decir que nada le provoca [a Pinti] más pánico que viajar en avión. No es difícil imaginar entonces cómo se sentía antes del viaje que hicimos en el año 80. Teníamos que volar a París, Nueva York y Los Ángeles. Por supuesto que, apenas subimos al avión, lo empecé a torturar, pero lo peor fue después de la primera escala, en Río de Janeiro. Para entonces ya era noche cerrada, lo cual ya lo ponía bastante nervioso. Yo, al advertir que le llegaba el reflejo de la luz del ala del avión, le hice creer que estaba relampagueando y que se acercaba una terrible tormenta. Nunca lo vi rezar tanto, creo que se acordó de todos los santos, incluso habrá inventado alguno. Por suerte después de media hora se dio cuenta de que el supuesto relámpago era la luz del avión”.

Juanito Belmonte se retiró en 2000, poco después de la muerte de Cris Miró, la última estrella que había “descubierto”. Estaba cansado, tenía algunas afecciones cardíacas, todavía lidiaba con la muerte de su madre y con la de Alberto Olmedo. A mediados de 2012 fue internado por una infección pulmonar, y falleció el 23 de junio de ese año. “Viví con la obsesión de tener trabajo y de que me fuera bien. Dios me premió pero también me quitó cosas. Pero no he perdido la vitalidad, las ganas de ser feliz. Soy un optimista por definición
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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