Lijo, abogado de Milei, no vaya a ser cosa que…
CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS
Milei dijo, en la frase fundacional de su mandato, que “no hay plata”. Cuánta verdad: cada día eso es más cierto. Durante el primer trimestre, la pobreza infantil en el conurbano trepó al 77%. Glup. Pero ese fenómeno es contemporáneo con otro: la Argentina se ha vuelto el país más generoso del mundo. Un exótico panelista de TV llegó a presidente, una repostera y tarotista es la persona más poderosa del Gobierno, y el juez más denunciado por corrupción está cerca de ser ministro de la Corte Suprema. Glup, glup, glup.
Ninguno de los tres soñaba con semejante cosa; no en vidas anteriores, sino hasta hace unos meses. Esta semana la noticia fue Ariel Lijo: pasó de defenderse para no ir preso a defender su nominación al máximo tribunal del país. “¡Será justicia!”, dice por los pasillos del Senado, muerto de risa. También podría aducir, con toda razonabilidad, que por qué reparan en él si Alberto Fernández fue presidente de la Nación. Le dejo la respuesta al profesor: “La gente que me votó no sabía que yo tomaba, facturaba y pegaba. En cambio, a vos te conocemos muy bien, Arielito querido”. No pienso meterme en esa pelea: temo salir con un ojo morado y los bolsillos vacíos.
La generosidad de nuestro suelo hace generosos a sus hijos. Cristina bendijo a Alberto, Alberto delegó el mando en Massita, Massita hizo posible a Milei y Milei nominó a Lijo, acaso con la intención de que un día proteja en la Corte a Cristina, Alberto, Massita y, si hiciera falta, también a él. Pragmático como es, Javi suele bromear con eso: “Ya lo dijo el Viejo Viscacha: más importante que tener un buen boga es que el juez te deba un favor”. Pero ¿acaso el Presi puede terminar adentro de un expediente? Obvio que no, jamás de los jamases. Lorenzetti, puro y casto miembro de la Corte, lo convenció de lo contrario. Le hizo ver que hay mucha gente mala capaz de inventarle causas. “¿A mí? ¿Quién me haría eso?”. “A ver… –lo despertó Lorenzetti–. Alguno de mis amigos”.
“O de los tuyos”, agregó enseguida. Porque nunca se sabe. Tampoco se sabe si por una firma apurada, un asuntillo vidrioso o un colaborador desprolijo caés en las garras de desalmados tipo Hugo Alconada Mon o Diego Cabot. Tengo para mí que Javi pensó en esos escenarios cuando propuso a Lijo. Cómo no valorar a un juez de criterio amplio y conocimiento de la naturaleza humana. ¿Entra en consideración que, además, le salga la plata por las orejas? Por supuesto. Tiene las necesidades básicas satisfechas.
En una Argentina dadivosa, la nota discordante acaban de darla los diputados: le amarretearon a Santi Caputo 100.000 millones de pesos. Con ese aumento presupuestario, Santi, un samaritano, se propone ir al rescate de uno de los sectores más golpeados por la crisis: los fondos reservados de la SIDE. De paso le da sustento a la flamante Agencia de Ciberseguridad, instrumento imprescindible en un mundo donde el delito heavy se esconde en las pantallas. El problema es el instrumentador: Santi no estaría resultando del todo fiable. Los diputados sospechan que la plata iría a parar, entre otros destinos subterráneos, a las huestes libertarias de “John” y sus amigos, militantes de la nueva insurgencia: terrorismo tuitero. Muchos afirman que quien está detrás de esa cuenta de John, comandante del troll center, es en realidad Caputo. Y muchos otros, que Caputo es John. Quiero decir: mirá si los 100.000 palos para combatir el ciberdelito terminan en manos de ciberterroristas. En ese caso, habrá que reaccionar rápido e ir a fondo. Que los investigue Lijo.
El Congreso tampoco le abrió la mano a Santi en la Comisión Bicameral de Control de los Organismos de Seguridad e Inteligencia, para la que él postulaba como presidente a un cibersenador amigo. Lástima: le corrieron la silla. Martín Lousteau se hizo de ese cargo gracias a su segunda alianza con el kirchnerismo. En la primera, crujió el país. Debajo de él figuran Moreau y Parrilli. ¿Qué va a controlar este colorido grupete? Que los espías no los espíen; que a Martín no le saquen fotos en el auto. La cosa puede resultar divertida; especialmente, cuando Parrilli salga de una reunión de la comisión, corra a contarle a Cristina y al llegar no se acuerde. Lindo triunvirato para supervisar la seguridad y la inteligencia. Otra vez: qué país que da y da sin pedir nada a cambio. Lousteau, él sí un soñador, ya se mandó a hacer las tarjetas, y como el nombre de la comisión es larguísimo, solo quedó: “Martín Lousteau, Presidente”.
Es probable que Caputito –así lo llaman cariñosamente para distinguirlo de su tío Luis, el ministro– supiera que iba a perder estas dos batallas cruciales y tomó distancia: se fue a refugiar al sur. ¿O Javi le pidió que descanse unos días? Las salvajadas que tuitea John, ahora desde Cumelén, hablan de una cabeza perturbada, al borde del estallido. Y todo esto mientras arrecian las peleas entre libertarios, en la Casa Rosada, en el Congreso, en los ministerios… Gente de pocas pulgas, evidentemente. Raro, con la paz que irradia el Presi.
Suelo generoso engendra hijos generosos: Fabiola perdió su teléfono
Lorenzetti le advirtió a Milei que hay mucha gente mala que puede llegar a inventarle causas
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Macri y la alternativa de un centro republicano
HÉCTOR M. GUYOT
Hace unos días, como hacemos cada tanto, volvimos a encontrarnos los viejos compañeros de colegio. Nos conocemos desde hace más de cincuenta años. Más allá de los cambios y del rumbo que la vida de cada uno ha tomado, sigo viendo en ellos a esos chicos que a los diez años salían conmigo al patio para jugar al fútbol o las figuritas. Trato de no faltar a estas reuniones. Entre verdaderos amigos, disipo las preocupaciones y recuerdo quién soy. Hablamos de mil cosas. La política suele ser tema recurrente, pero no esta vez. Charla va, charla viene, me sorprendió la cantidad de nosotros que tenemos hijos viviendo fuera del país. Muchos y por todos lados, como semillas arrojadas a los vientos. Son parte de una generación inquieta, que lleva el trabajo a cuestas o se lo agencia allí donde recala, en un mundo donde las distancias se han acortado. Está muy bien que los hijos salgan a hacer su vida. Sin embargo, algo anda mal cuando lo natural –que los hijos crezcan cerca– pasa a ser casi una excepción. Esta vez, como dije, no hablamos de política, pero nos cubría su sombra: es imposible no ver el empujón que un país golpeado, donde no sobran las oportunidades de trabajo o de mejora, le dio a la enorme cantidad de jóvenes argentinos que salieron a buscar afuera lo que no encontraban aquí, más allá de las motivaciones personales –estudio, trabajo, simple afán de aventura– que cada cual tenía al partir.
Admitámoslo: no supimos construir las mejores condiciones para que los jóvenes puedan proyectar aquí una vida de trabajo y crecimiento. Esto vale para mi generación y también, creo, para la de mis padres. Lo hecho hecho está, pero ¿acaso las estamos construyendo ahora? No solo para los que nos quedamos en el país, sino también para los jóvenes que empiezan a volver con una mochila cargada de experiencias y aprendizajes, pero también con la necesidad de reencontrarse con aquello que les faltó afuera: los afectos, la familia y un sentido profundo de la amistad.
La política del corto plazo, mezquina y corrupta, nos trajo hasta aquí. Si no queremos que los hijos de nuestros hijos crezcan en un país que expulsa a su gente, convendría empezar a actuar de otro modo. Y sin demoras. Revertir la caída y construir una sociedad con oportunidades lleva tiempo y sacrificio. Hoy los argentinos, dicen las encuestas, parecen más dispuestos al esfuerzo. Tras tantos fracasos, seríamos menos proclives a soluciones mágicas que, después de un corto alivio, dejan la herida más expuesta de lo que estaba. Todo sacrificio, sin embargo, se asume en función de una futura redención. Y debe empezar por las clases dirigentes, que suelen inclinarse por el corto plazo para preservar beneficios y privilegios. Puede que así salven su interés inmediato, pero actuando como siempre contribuirían a profundizar la decadencia y pagarían el precio después, cuando, sentados sobre sus ganancias, vean a su descendencia partir para dejar atrás un país donde vivir resulta imposible.
Hay señales que insinúan el amanecer de un largo plazo. Al mismo tiempo, sobran las evidencias de que seguimos sumidos en el fango de viejas prácticas. Pasamos de un extremo al otro, del falso progresismo al anarcocapitalismo, pero el poder sigue jugando con el mismo fuego: demoniza la crítica y la prensa, descarta el diálogo, llama a una cruzada cultural, atenta contra la Justicia. Ningún país sale adelante sin una Justicia independiente. La Argentina es la prueba irrefutable. Sin embargo, un presidente que prometió barrer con “la casta” se obstina en llevar a la Corte Suprema a un juez que ampara la impunidad de esa casta; para peor, con el acuerdo de quienes esquilmaron el país y necesitan ese amparo.
Del otro lado, esta semana algunas voces le restituyeron sustancia a la política. No todo es cálculo y lucha por el poder. Hay quienes defienden principios. Se vio durante la audiencia pública de Ariel Lijo en el Senado, en los cuestionamientos a la idoneidad moral y técnica del juez que hicieron, entre otros, Carolina Losada y el oficialista Francisco Paoltroni. Pero el paso más significativo en este sentido quizá lo haya dado el expresidente Mauricio Macri, que llamó a los legisladores de Pro a votar en contra del decreto que amplió los fondos reservados de la SIDE y se manifestó enfáticamente en contra de la candidatura de Lijo a la Corte. Con el actual gobierno es indispensable discriminar. El apoyo incondicional lavaría la identidad de Pro, que acabaría mimetizado con los libertarios. Le ocurrió a Patricia Bullrich, que apoya en forma automática cada acción del Gobierno, incluida la candidatura de Lijo. “Estás de un lado o del otro”, lo apuró ayer a Macri. Para la ministra, todo lo que viene de Milei es el cambio. A veces lo es. Otras, todo lo contrario. Aunque Milei y su mesa chica exijan subordinación, Pro y las fuerzas republicanas deben hacer un acompañamiento tan constructivo como crítico. Y a prudente distancia. Solo así el país podrá contar con una alternativa de centro capaz de aportar racionalidad y, para los que vienen detrás, una perspectiva de largo plazo.
Para Patricia Bullrich, todo lo que viene de Milei es el cambio. A veces lo es. Otras, todo lo contrario. Con el gobierno libertario es indispensable discriminar
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