domingo, 25 de agosto de 2024

OPINIÓN Y LA PARTE Y EL TODO




¿Encarna Milei un peronismo monetarista o es otra cosa?
La economía del Gobierno se parece a la del justicialismo, pero habría una salida 
Pablo GerchunoffLuis Caputo y Bausili, al timón de la economía
La prioridad del gobierno de Milei es terminar con la inflación. Y le va bien. Su instrumento exclusivo es el monetarismo y, como consecuencia en la Argentina, el ajuste fiscal, porque estamos hablando de un país que carece de un mercado de capitales para financiar eventuales desequilibrios sin recurrir al Banco Central. No vamos a discutir aquí si había otra ruta posible para alcanzar el equilibrio fiscal –yo creo que sí–, pero no lloremos sobre la leche derramada. Nos encontramos frente al hecho de que, con los instrumentos puestos en juego, el equilibrio alcanzado no solo es recesivo, lo cual era esperable, sino que –sorprendentemente para muchos– depende fiscalmente en gran medida del sesgo antiexportador y el proteccionismo. Digamos que no es una novedad: la Aduana como principal fuente de recursos para el estado nacional ya estaba planteada por Juan Bautista Alberdi y fue la bandera de Carlos Pellegrini en los célebres debates de 1876, lo que le valió convertirse en un prócer de la UIA. Milei no es un prócer de la UIA pero, sin retenciones y sin impuesto país, no habría alcanzado el equilibrio fiscal y le resultará muy difícil sostenerlo. En un aspecto quizá inesperado para él, Milei es pellegrinista, porque no es librecambista, y no es librecambista porque es fiscalista. Ese es un aspecto nodal de la complejidad argentina.
Siendo así, deberíamos concluir que una reanimación de la economía en contracción solo puede provenir, en la Argentina semi-cerrada actual, del aumento de los salarios y por lo tanto del consumo interno. ¿Se puede conseguir eso en medio de tantos rigores monetarios, de una pobreza gigantesca y de un control de cambios con dólares escasos? La respuesta es que, al menos por un tiempo, y débilmente, no solo es posible sino que es inevitable. ¿Por qué inevitable? Por la combinación de tipo de cambio fijo e inercia salarial. Lo primero lo eligió Milei; lo segundo, podría decir el presidente, es comunismo tolerable: los salarios nominales aumentan con la inflación pasada, y como la inflación es descendente, los salarios reales crecen en poder adquisitivo y en dólares. Así se comporta la economía de Milei. Recesión prolongada, sesgo antiexportador, apreciación real y salarios crecientes, no digo altos. Podríamos jugar con la idea de que Milei encarna un peronismo especial, un peronismo monetarista en medio de las ruinas de una sociedad más o menos integrada y homogénea. Es que el peronismo no es una ideología confinada a los límites de su experimento original, sino una respuesta de muchos rostros a los dilemas económicos y sociales posteriores a la Segunda Guerra Mundial, una respuesta cuya única regularidad indiscutida es la apreciación cambiaria, los salarios altos en dólares… hasta donde se pueda y mientras se pueda. Cuando la apreciación real se pasa de la raya –y casi todos los gobiernos se pasapara ron de la raya después de 1945 y hasta el presente– el costo es la crisis cambiaria. Si ahora no vemos la crisis cambiaria a la vuelta de la esquina, es por la “rareza” de la austeridad fiscal, pero no tendría muchas expectativas ni en que la rareza se sostenga ni en que sea suficiente para evitar desarreglos mayores.
¿Puede el gobierno de Milei salirse de esto que parece un determinismo venido del pasado y convertirse en algo que se aleje de la recurrente trayectoria argentina? La respuesta es que sí, y uno de los pilares fundamentales para argumentarlo es el cambio en el patrón productivo, en especial el resurgimiento del viejo sueño minero (persistente entre los argentinos desde que las Provincias Unidas del Río de la Plata perdieron el Potosí) y del más reciente sueño petrolero (persistente al menos desde Perón y Frondizi). Ambos sueños son palpables y creíbles en la actualidad. Al costado del tradicional país atlántico asoma otro, andino y patagónico, que lo complementa y lo coloca ante la posibilidad de un cambio en lo que ha sido su federalismo desigual y en lo que ha sido su estructura social. Plasmar estos sueños significaría una novedad: expandir exportaciones a un tipo de cambio real históricamente bajo, y por lo tanto compatible con un poco de felicidad popular. Hace algunos años llamé a este hallazgo “coalición popular exportadora”. Pero por entonces era apenas un experimento mental. Y calificarla ahora como popular sería una impudicia.
¿Puede ocurrir que se expandan las exportaciones con salarios en dólares altos? No es obvio, o por lo menos no es obvio que sea afortunado para todos.
Discutámoslo. Se podría argumentar que exportaciones consistentes con un tipo de cambio bajo pueden ser letales para actividades que necesitan un tipo de cambio más alto para sobrevivir, como por ejemplo las industrias afincadas en los conurbanos. En Europa se ha llamado a este contratiempo “enfermedad holandesa”, y el término se extendió por el mundo. Si ese diagnóstico fuera cierto en la Argentina de hoy, sería socialmente explosivo. Pero se podría replicar bastante sólidamente que los conurbanos no son ahora predominantemente industriales, como lo fueron desde los años 30 hasta los años 70 del siglo XX, sino un multitudinario hormiguero de servicios baratos ofrecidos “por” las clases populares y “para” las clases populares, que de ese modo mejorarían su calidad de vida con el crecimiento económico impulsado por las nuevas actividades (más algunas otras). En tal caso, podríamos darle la bienvenida a la “enfermedad holandesa”, porque habría dejado de ser una enfermedad. ¿Será esa la virtud económica de la Argentina de Milei cuando se la observe en perspectiva?
Emitamos un alerta: si la enfermedad holandesa no es el problema, puede haber otro, una maldición particular a la que deberíamos prestarle atención porque puede oscurecerlo todo. Lo vamos a describir así. El diseño del régimen de promoción a las nuevas actividades (RIGI), aún después de las correcciones beneficiosas que introdujo el Congreso, permite que la mayor parte de los dólares generados por las actividades emergentes se mantenga fuera del sistema financiero argentino, internalizando solo los necesarios pagar los impuestos deliberadamente rebajados y para pagar la masa salarial, bastante flaca porque ese es un rasgo de la tecnología de producción de materias primas mineras y petroleras. Quizás, entonces, el tipo de cambio requerido para crecer no baje tanto o no baje nada. Eso sería desalentador.
Más allá del diseño RIGI, hay un agravante, conectado con la coyuntura, sobre el que querría enfatizar. La Argentina está experimentando una caída de la tasa de inflación, pero sigue sin tener una moneda que atraiga, fronteras adentro, la circulación del capital de trabajo de las actividades productivas viejas y nuevas, y el ahorro de las clases medias y altas. En otras palabras, la Argentina sigue siendo un país cuya riqueza financiera navega en el espacio exterior y no se convierte en riqueza productiva y en empleo. Estamos hablando de un problema que en cierta medida es de secuencia y de transición, pero que es un problema delicado. Sería crucial tener una moneda aceptada por la sociedad “antes” de que los nuevos sectores incentivados se pongan en marcha y como condición para que el conjunto de la economía se ponga en marcha. Sería crucial, entonces, tener un plan de estabilización macroeconómico, que es el padre de la moneda creíble y que no consiste solo en retacear la cantidad de la moneda repudiada por los argentinos. Sin una moneda creíble no tendremos crecimiento significativo, porque habrá al menos tres riesgos que lo limitarán y que hoy están a la vista: la estabilización será frágil, aun cuando la inflación llegue circunstancialmente a cero; las exportaciones convertidas a pesos podrán revertir instantáneamente a dólares, diluyendo sus efectos benéficos; se acentuará el peligro de que la inversión anclada en las nuevas materias primas no remonte, o que se trastoque en piratería y en corrupción con la complicidad de gobernantes nacionales y locales. En este sentido, esperemos no tener diez o cien problemas, allí donde esperamos diez o cien soluciones. Cuando se descubren nuevos recursos naturales, hay que recordar siempre las siguientes cuatro palabras, nada novedosas: mejor Noruega que Nigeria. Mejor Noruega macroeconómicamente e institucionalmente. No se necesita aclarar que estamos lejos.
Por el momento, marchamos por el sendero del incipiente peronismo monetarista contractivo de salarios fuertes en dólares. Tarde o temprano, por obra de la política económica calculada o por imposición del mercado, eso va a ser indefectiblemente corregido para saltar a una trayectoria distinta. Ya veremos las características y el ritmo de esa corrección, y veremos sus consecuencias sobre el humor social, pero mi opinión es que, pese a que a Milei parece no gustarle la idea, cuanto antes comience el proceso correctivo, mejor. Mejor para no perder la enésima oportunidad argentina.

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Usos y abusos del integrismo libertario
El Gobierno replica viejas manías muy enraizadas en la cultura política localPor Sergio Suppo
Mirado a una cierta distancia, el costado más ruidoso del régimen libertario tiene poco de la novedad que proclama y bastante de viejas manías enraizadas en la decadente cultura política que promete erradicar.
La tolerancia y el respeto hacia lo distinto, esencia del liberalismo, parece haberse traspapelado entre tanto arrebato y griterío. Mientras, despuntan operaciones subterráneas tal y como ocurrió con los derrotados gobiernos de la casta denunciada por el presidente Javier Milei.
A caballo de una demanda de cambio rotundo, hijo de un hartazgo convertido en firme apoyo y como parte del mismo combo, una parte significativa de la sociedad no objeta las formas violentas de relacionamiento. El modo es, por lo tanto, un tema por ahora secundario para el grueso de la opinión pública.
Hay algo más que malos modales. En el mareo que suele provocar el ejercicio del poder para los recién llegados, algunos miembros del oficialismo se sienten habilitados a presentar como una novedad disruptiva añejas maneras con forma de descalificación y desprecio. Creen inaugurar tendencias, pero las están repitiendo.
Es el propio Milei el que alienta a sus muchachos, cruzados defensores del credo libertario, a ir contra el resto de la humanidad. Florece otro integrismo, tan parecido como opuesto al que derrotó, el fanatismo kirchnerista. Está sugerida una cierta continuidad, ahora maquillada con otros colores. Los absolutos siempre resultan familiares.
Milei hizo de ofrecer soluciones drásticas para problemas complejos un extraordinario éxito político. Su estilo visceral e histriónico lo convirtió en un personaje llamativo y pavimentó el camino para que ideas despreciadas durante tantos años de populismo fueran aceptadas como una solución.
Ahora, en el poder, aquel liberalismo es defendido con formas ajenas a esa corriente de pensamiento. “Somos libertarios”, se atajan, para justificar la diferencia de usos y costumbres con las formas clásicas de esa escuela que encontró en el capitalismo la forma política de organizar la economía.
La novedad no es tal en tanto se registre que Cristina Kirchner y sus fanáticos también hicieron de la división de la sociedad un ejercicio cotidiano, en el supuesto de que siempre a ellos les tocaría quedarse con la mayoría y, por lo tanto, con el uso de la supuesta razón otorgada por la circunstancia de un número.
Difícil cambiar cuando se llegó con una fórmula eficaz. Milei hizo de la descalificación del conjunto del sistema político un arma de destrucción masiva.
No fue porque el electorado esperaba un insultador; fue porque la descalificación generalizada, aunque imprecisa, borró los matices y describió la dimensión de años de gobiernos que fracasaron y el empobrecimiento consecuente.
El libertario personificó una condena al conjunto indeterminado de responsables, empezando por el kirchnerismo, fuerza que gobernó en 16 de los últimos 20 años. A medida que se hunde en el tiempo, el Gobierno regresa a viejos lugares visitados por sus antecesores, como la ya citada tentación de dividir para reinar entre bandos antagónicos. Milei no reivindica ser el pueblo, sino el líder de los que “la ven”, algo así como una premonición esperanzada de un futuro que refiere a la recuperación de las glorias pasadas hace más de un siglo.
Ejercida con un cierto infantilismo, la comunicación directa por intermedio de las redes sociales es presentada como un nuevo fenómeno. El uso y abuso de la red X para trasladar mensajes sin intermediarios, ejecutar ataques masivos y predeterminados y forzar conversaciones públicas es un asunto cotidiano desde hace más de una década en todos los sistemas políticos del mundo.
El régimen libertario trata de darle una centralidad que no tiene en ningún otro lugar. En Europa como en Estados Unidos, donde las redes sociales son un instrumento relevante de la comunicación, los políticos mantienen la sana costumbre de decir las cosas usando su nombre y apellido, sin ocultarse detrás de un troll. Y en general sin usar insultos.
Mil ei mantiene las expectativas de al menos la mitad de los argentinos, una prueba contundente de que la decisión electoral de impulsar un cambio definitivo va más allá de él mismo y que por ahora pasa por su persona. Ningún votante abandona a su candidato rápidamente luego de decidir una mutación basada en el hartazgo. Hacerlo sería aceptar un error más doloroso que las molestias que provocaron la decisión de votar algo distinto.
Milei por sí mismo tiene más potencial que su gobierno y que el estilo destructivo con el que desarma relaciones políticas. Al fin, lo votaron para que arregle la economía, baje la inflación y fije un rumbo definitivo dentro del capitalismo.
Una cosa es arremeter contra estructuras que provocaron la decadencia y otra romper relaciones que pueden resultar imprescindibles.
Al final de una semana negra en el Congreso, se hizo mucho más visible el ninguneo a la vicepresidente. romper los vínculos con Victoria Villarruel para mutilar sus aspiraciones tiene consecuencias directas. Después del último desprecio, la vice hizo público que rechaza el pliego de Ariel Lijo para la Corte.
Con solo mostrarse en actos públicos y hablar poco, Villarruel tiene una imagen positiva más alta que el propio Milei. La hermana del presidente tal vez le podría estar construyendo una adversaria que no se había imaginado para desafiarle la jefatura.
En menos de una semana, el oficialismo vio cómo en el Congreso Mauricio Macri habilitaba un acuerdo del prO con el kirchnerismo para derrumbarle el DNU que estableció 100.000 millones de pesos para hacer inteligencia. Es la lógica de alianzas que duran un minuto, la misma con la que Milei necesita acordar con Cristina para nombrar a Ariel Lijo en la Corte.
Jugar a ganar o perder en todas las iniciativas y romper relaciones posibles para buscar otros vínculos irrealizables no parece el mejor camino para un presidente que tiene que concretar la promesa de un cambio rotundo y todavía no termina de descubrir cómo y con quiénes llevarlo adelante.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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