PERFIL: Rodrigo Blanco Calderón
■ Rodrigo Blanco Calderón nació en Caracas en 1981. Se licenció en Letras en la Universidad de Venezuela. Trabajó como profesor de teoría literaria y desarrolló una amplia actividad como gestor cultural independiente.
■ Partió al exilio en noviembre de 2015, muerto ya Hugo Chávez y con Maduro en el poder. Se afincó primero en Francia, donde estudió en la Universidad París XIII. Tres años después, se trasladó a España. Hoy reside en la ciudad de Málaga.
■ Publicó cinco libros de cuentos (entre ellos, Los terneros) y dos novelas: The Night (2016), que recibió en 2019 el Premio de la III Bienal de novela Mario Vargas Llosa, sobre una Caracas dominada por la crisis energética. Simpatía (2021) fue finalista del Booker Prize.
■ Colabora en diversos medios, principalmente en el diario madrileño ABC.
Rodrigo Blanco Calderón: “Maduro es un psicópata, un cínico como toda persona con ese nivel de poder”
El escritor venezolano, ganador del Premio Bienal de Novela Vargas Llosa, sostiene que el gobierno chavista es una dictadura del siglo XXI, que utilizó los mecanismos democráticos para instalar un régimen autoritario
Laura Ventura
La fecha de su arribo a París está tatuada en su memoria: 23 de noviembre de 2015. “Todo aquel que emigra recuerda el día definitivo en el que su vida cambia para siempre”, asegura. Abandonó definitivamente Caracas y se instaló en Europa. Primero en París. Actualmente está radicado en España, en Málaga. Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) es el autor de The Night, ganadora del Premio de la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en 2019, de la Crítica en Venezuela y del Premio Rive Gauche en Francia. Allí narra los años de asfixia en una Caracas azotada por la crisis energética durante el régimen de Hugo Chávez. El autor además resultó finalista de la longlist del Premio Internacional Booker por Simpatía y Los terneros fue finalista del V Premio Narrativa Breve Ribera del Duero en 2017.
Blanco Calderón, colaborador del diario español ABC, impulsó diversos proyectos culturales durante el régimen de Hugo Chávez, primero, y de Nicolás Maduro, después. Junto con unos amigos creó una editorial en Caracas, Lugar Común, que luego, por iniciativa de uno de ellos, tuvo también una librería homónima ubicada en la zona de Altamira, las coordenadas donde se llevaron a cabo las sangrientas protestas de 2014. Aquel sitio se convirtió en un espacio de resistencia. Blanco Calderón es uno de los autores venezolanos que, desde el exilio, junto con Karina Sainz Borgo y Carlos Méndez Guedes, clama por el regreso de la democracia: “No he publicado una sola página que no esté atravesada por las balas de Venezuela”.
En estos días cortaron el suministro eléctrico en la residencia de la embajada de la Argentina en Caracas, con seis asilados del equipo de campaña de María Corina Machado dentro. Es imposible no pensar en The Night, signada por los apagones. ¿En qué contexto la escribió?
Escribí la novela entre los años 2010 y 2013 en el contexto de la declaración de la crisis energética en Venezuela –dice Blanco Calderón–. Fueron unos años particularmente difíciles dentro de la ya difícil historia venezolana porque la crisis energética marcó un antes y un después: se pasó de una situación conflictiva, política, social y económicamente difícil, a una situación ya verdaderamente crítica, dramática, horrorosa y oscura. Ese umbral para mí, esos tres años en los que yo escribí la novela, van desde la declaración de la crisis hasta el anuncio de la muerte de Hugo Chávez. Es decir, en la transición de lo malo al horror”.
–¿Tenía esperanza en el cambio de era en la elección del pasado 28 de julio?
–Tenía dos sentimientos encontrados que resultaron ser ciertos. Por un lado, estaba y sigo estando muy impresionado con el proceso de cambio que está liderando María Corina Machado. Creo que es, sin menoscabo de los otros políticos, el líder político que estábamos necesitando y esperando desde hace mucho tiempo, con unos objetivos claros para llevarnos entre todos a esta posición de unidad política que no se había visto en estos 25 años. Este trabajo se ha traducido en una fuerza de voto que es el gran valor que tenemos ahorita, lo incontestable de la victoria de Edmundo González que ha puesto totalmente contra las cuerdas al chavismo y lo ha obligado a hacer un fraude. Por otro lado, una fuerza pesimista porque yo estaba seguro de que Maduro no iba a reconocer los resultados, que iba a cometer fraude y que iba a empezar el proceso de represión, persecución y asesinato de la disidencia. Extrañamente, no me he sentido abatido, me he sentido más bien muy optimista porque siento que se están moviendo cosas de fondo en Venezuela a nivel social y político que son distintas.
"En Venezuela nos acostumbramos a crear comunidad con una conciencia de resistencia"
–¿Cómo fue esa experiencia de emprender un proyecto cultural de esa magnitud en Caracas, con sus valores, en ese contexto tan adverso y enemigo del diálogo?
–Los diez años antes de irme de Venezuela, entre 2005 y 2015, hice incansablemente trabajos de gestión cultural de manera independiente. Esa actividad, en ese contexto fue muy sobrecogedora, y, por supuesto, estuvo cargada de un sentido político tremendo. Quienes la hacíamos y quienes la siguen haciendo realizan actos de resistencia frente a un estado totalitario, panfletario. Es un Estado que mata todas las maneras de expresión humana. Crear una editorial, tener programas de radio, hacer eventos culturales y haber estado vinculado a esta librería se recargaba de una serie de emociones que va más allá de una velada mirada literaria. Yo creo que en Venezuela nos acostumbramos a crear comunidad con una conciencia de resistencia.
–También hubo intelectuales y profesores que respaldaron el régimen. ¿Todavía hay intelectuales que respaldan el régimen?
–Creo que la mal llamada Revolución bolivariana tuvo una edad de oro, vinculada a la buena estrella que en algún momento tuvo Chávez, que era un psicópata carismático que además tenía mucho dinero. Eso nunca hay que dejarlo fuera de la ecuación. Tuvo los mayores ingresos de la historia petrolera venezolana y los despilfarró. Eso sirve para comprar voluntades. En Venezuela debo decir que fueron escritores no demasiado representativos ni en calidad ni en cantidad y que, además, con la llegada del chavismo aparcaron su obra creativa porque prácticamente no produjeron más nada. Hoy día es difícil encontrar un escritor de cierta importancia que todavía ponga las manos en el fuego por la dictadura de Nicolás Maduro.
–¿Cómo considera que estos 25 años de régimen han afectado o impactado la literatura venezolana, con la censura, las persecuciones y el exilio?
–Creo que hay que estudiarlo por bloques de tiempo. Hay una diferencia de carisma, pero no de método, entre Maduro y Chávez, pero incluso dentro del reinado de Chávez hubo dos períodos: hasta 2006 fue un período de luna de miel y a partir de ese momento empezó a resquebrajarse todo. Al principio, Chávez fue un fenómeno global que atrajo mucha atención internacional hacia Venezuela. Esto permitió que transnacionales del libro se instalarán en el país y empezaran a publicar muchos libros de historia del periodismo para tratar de entender el fenómeno de Chávez y, por extensión, se publicó mucha literatura venezolana. Cuando ese modelo, la luna de miel y el dinero del chavismo se empezaron a acabar, hacia 2010, empieza la crisis de papel. El control de cambio volvió imposible que las empresas pudieran sacar los dividendos de los libros que vendían en Venezuela, se van las transnacionales y el mercado del libro se empieza a resquebrajar. Hoy son muy pocas las editoriales independientes. Ha habido un deterioro brutal de la producción editorial y esto afecta la escritura. No es lo mismo que tú seas un joven escritor, como lo fui yo, que escribía sabiendo que había un sistema de premios y concursos que me permitiría quizá publicar, a un joven en Venezuela que no tiene para comer ni estímulo para la creatividad.
–¿Y qué ocurre con aquellos escritores que emigraron, como es su caso?
–Para ellos ha sido terrible porque el poco capital cultural que tenían en Venezuela lo perdieron por completo porque no son nadie fuera de Venezuela literariamente y se hace muy difícil abrirse un camino. Hay un grupo de escritores que hemos aprovechado la coyuntura del exilio para construir nuestras carreras y ser leídos no solo en España, sino incluso en otros idiomas.
"¿Cómo puede existir una persona o grupo de personas, una estructura de poder que pueda mentir tan descaradamente, que sea capaz de organizar un país para que la gente se muera literalmente de hambre, mientras ellos se dan la gran vida?"
–¿Existe una voluntad política para que no se publiquen sus libros en Venezuela?
–Si te soy sincero, me encantaría que fuese por eso. O sea, a mí me encantaría poder decir que no me publican en Venezuela porque mis libros son incómodos. Pero hay algo que entender de la dictadura chavista: es una dictadura iletrada. Es una dictadura del siglo XXI a la que solo le interesa TikTok, las redes sociales y el reguetón. Maduro, aunque parezca un dinosaurio, es un dictador mucho más moderno que Daniel Ortega. Ortega sigue el modelo del dictador a la manera de Castro, que persigue intelectuales, prohíbe libros y declara apátridas a Gioconda Belli, a Sergio Ramírez y a 92 intelectuales más. Maduro quiebra la industria del libro como ha quebrado la industria petrolera. Simplemente no hay modo de que los libros en general, cualquiera que sea, lleguen allá. Llegan porque los libreros los llevan en sus maletas, pero no hay distribución. Es una política de asfixia.
–¿Piensa que realmente Maduro cree lo que expresa? Por ejemplo, cuando dice que los ciudadanos tienen derechos y libertades plenas. ¿Es un cínico que se cree su propia mentira?
–He dedicado muchas horas a reflexionar sobre eso, porque alguien puede decir que se burla de nosotros. Es la reflexión sobre el mal: cómo puede existir una persona o grupo de personas, una estructura de poder que pueda mentir tan descaradamente, que sea capaz de organizar un país para que la gente se muera literalmente de hambre, mientras ellos se dan la gran vida. Eso que dicen que Venezuela está mejor que nunca. Maduro es un psicópata, es un cínico como toda persona con ese nivel de poder, pero llega un punto donde se crea una comunidad psicopatógena y por eso es tan peligroso.
–¿Entiende el progresismo español o europeo a las dictaduras y populismos latinoamericanos? Hay referentes políticos y líderes que respaldan o son benévolos con su mirada hacia el régimen venezolano y otros gobiernos autoritarios.
–El caso de la dictadura chavista no se entiende en España. No me refiero a militantes de la izquierda más obtusa, con quienes no hay diálogo posible. Me refiero a amigos, a gente que te pregunta, y empiezo a contarles el 0,1% de todo, y no lo entienden. Creo que en España hay una serie de prejuicios de ideas sobre América Latina y en lo que tiene que ver con las dictaduras, están marcados, por supuesto, por la experiencia del franquismo, y es comprensible, y por las dictaduras, sobre todo las del Cono Sur en América Latina en los años setenta, con los casos de Chile, de la Argentina, de Uruguay. Da la impresión de que ese es el único modelo, que tiene ya 50 años, de dictadura. Hay que entender que la dictadura es un mecanismo que se actualiza.
–¿En qué sentido lo dice?
–El mal se actualiza, así como se actualiza la tecnología. Y las dictaduras del siglo XXI son dictaduras de sincretismo ideológico delirante que ha utilizado los mecanismos democráticos para instalar regímenes autoritarios. El modelo del golpe de Estado con tanques, con militares tomando el Palacio de la Moneda, eso ya pasó. Ahora se llega al poder por la vía electoral y democrática y desde el poder se convoca a una asamblea constituyente para que permita reelecciones indefinidas, se empieza a cooptar los tribunales supremos y los medios de comunicación. Es lo que está haciendo Pedro Sánchez aquí en España, lo que pasa que no se ve. Hay un déficit de cultura democrática en general en Occidente que es brutal.
"Así como yo no puedo concebir mi vida desligada del impacto que ha tenido el chavismo en Venezuela y en mi propia historia, no lo puedo desligar de mi literatura"
–¿Hay una salida posible a este laberinto que han construido en Venezuela? ¿Cuál podría ser?
–Imagino un escenario como el que tenemos ahorita, pero llevado a su máxima consecuencia. Los venezolanos nos organizamos, unidos, alrededor de nuestros líderes políticos, fuimos masivamente a votar y fue un resultado abrumador que ni siquiera el chavismo pudo hacerle trampa de forma verosímil. Ahora nos toca demostrarlo y defenderlo. Es importante ver que hay respaldo de la comunidad internacional y es estimulante ver que ya una serie de países no reconocen los resultados. Pero lo importante sería que esa presión viniera de sus propios aliados, de [Gustavo] Petro y de Lula, sobre todo. El problema es que mientras más tiempo pasa, en este mismo momento en el que estamos hablando, la dictadura está reprimiendo, asesinando. Van ahora detrás de María Corina, van a por todos.
–Era joven cuando el chavismo llegó al poder. ¿En qué momento o a partir de qué hecho advirtió que aquel gobierno era peligroso y dañino?
–Desde el minuto uno. Me crié en una casa con valores democráticos y no nos gustó lo que vimos. Pero fue un proceso gradual. En la universidad, prácticamente de mi grupo de amigos original, todos terminaron trabajando en ministerios o para el chavismo. Me quedé muy aislado y solo. Era muy fuerte ver amigos tuyos que apoyaban a grupos paramilitares que le disparaban a una marcha donde yo estaba. Eso ya te dice que se trataba de una guerra. Mi momento de hartazgo, cuando dije que necesitaba irme porque me di cuenta de que nada iba a cambiar fue en 2012, cuando Maduro gana su primera elección contra Henrique Capriles. Vi el modo en el que Capriles reaccionó, donde prácticamente entregó la victoria, supuestamente, para que no hubiese derramamiento de sangre. Todavía en aquel momento la dirigencia política no entendía con quién se estaba enfrentando.
–Es un ejercicio contra fáctico, pero ¿cómo imagina que hubiera sido su literatura si no estuviera atravesada por estos 25 años de régimen? ¿De qué modo afecta esta experiencia su escritura?
–Creo que del mismo modo que me ha afectado toda mi vida. Así como yo no puedo concebir mi vida desligada del impacto que ha tenido el chavismo en Venezuela y en mi propia historia, no lo puedo desligar de mi literatura. Yo empecé a escribir mis primeros cuentos en el año 2001 cuando era estudiante de Letras en la Universidad Central, ya estaba Chávez en el poder, y ya escribía en una Caracas profundamente violenta. No he publicado una sola página que no esté atravesada por las balas y la sangre de Venezuela. Las cosas que estoy escribiendo ahora son proyectos en los que tengo años trabajando, giran alrededor del país, a partir de ese meteorito que es el chavismo. No puedo imaginar cómo hubiese sido mi literatura sin haber vivido la Venezuela que me tocó vivir. Es como imaginar otra vida.
–Es un ejercicio contra fáctico, pero ¿cómo imagina que hubiera sido su literatura si no estuviera atravesada por estos 25 años de régimen? ¿De qué modo afecta esta experiencia su escritura?
–Creo que del mismo modo que me ha afectado toda mi vida. Así como yo no puedo concebir mi vida desligada del impacto que ha tenido el chavismo en Venezuela y en mi propia historia, no lo puedo desligar de mi literatura. Yo empecé a escribir mis primeros cuentos en el año 2001 cuando era estudiante de Letras en la Universidad Central, ya estaba Chávez en el poder, y ya escribía en una Caracas profundamente violenta. No he publicado una sola página que no esté atravesada por las balas y la sangre de Venezuela. Las cosas que estoy escribiendo ahora son proyectos en los que tengo años trabajando, giran alrededor del país, a partir de ese meteorito que es el chavismo. No puedo imaginar cómo hubiese sido mi literatura sin haber vivido la Venezuela que me tocó vivir. Es como imaginar otra vida.
UN NARRADOR MARCADO POR UNA CRISIS SIN FIN
PERFIL: Rodrigo Blanco Calderón
■ Rodrigo Blanco Calderón nació en Caracas en 1981. Se licenció en Letras en la Universidad de Venezuela. Trabajó como profesor de teoría literaria y desarrolló una amplia actividad como gestor cultural independiente.
■ Partió al exilio en noviembre de 2015, muerto ya Hugo Chávez y con Maduro en el poder. Se afincó primero en Francia, donde estudió en la Universidad París XIII. Tres años después, se trasladó a España. Hoy reside en la ciudad de Málaga.
■ Publicó cinco libros de cuentos (entre ellos, Los terneros) y dos novelas: The Night (2016), que recibió en 2019 el Premio de la III Bienal de novela Mario Vargas Llosa, sobre una Caracas dominada por la crisis energética. Simpatía (2021) fue finalista del Booker Prize.
■ Colabora en diversos medios, principalmente en el diario madrileño ABC.
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Si no se pliegan al patriotismo, les espera el exilio o formar parte de las listas negras
Por Francesca Ebela y Mary Ilyushina
Ni el célebre Teatro Bolshoi se salvó del embate bélico de Vladimir Putin para que el mundo cultural de Rusia priorice el patriotismo por encima de la libertad artística.
Varias estrellas del Bolshoi huyeron del país, el teatro ya no realiza sus legendarias giras por Europa y Estados Unidos, y el año pasado renunció su histórico director para ser reemplazado por un férreo defensor de Putin, tras admitir públicamente que el repertorio del teatro había sido censurado para eliminar las obras de directores y coreógrafos críticos de la invasión a Ucrania.
Pero el Bolshoi no es ni remotamente la única emblemática institución rusa que está bajo presión del gobierno: los históricos directores de la Galería Tretiakov y del Museo Pushkin de Moscú también fueron reemplazados.
Los músicos, actores y escritores que se oponen a la guerra en Ucrania están siendo empujados al exilio o a la clandestinidad, mientras que los que se quedan en Rusia son obligados por el gobierno a reflejar en su trabajo el nuevo fanatismo nacionalista. Los que se manifiestan abiertamente a favor de la guerra son recompensados, y las películas y obras musicales que glorifican al ejército o ensalzan los valores patrióticos reciben enormes subsidios del gobierno.
Los artistas dicen que el impulso de reingeniería de Putin para convertir el país en una superpotencia militarizada en conflicto con los valores liberales de Occidente está esterilizando el otrora vibrante panorama cultural de Rusia. Al exigir que ese nuevo patriotismo recargado penetre todas las esferas de la cultura, desde exhibiciones de artistas plásticos y las actuaciones de ballet hasta la música de rap, el Kremlin está asfixiando la creatividad y aplastando la libertad de expresión.
El cambio de situación constituye el giro más marcado desde la década de 1930, cuando la Unión Soviética de Stalin adoptó el realismo socialista como su doctrina cultural oficial, exigiendo a los artistas que representaran y promovieran los ideales marxistas-leninistas en todas sus obras y manifestaciones artísticas.
“Temo que lo que estamos presenciando actualmente sea el fin de la Rusia que conocíamos, el fin del fenómeno cultural que se asocia con el término ‘cultura rusa’,” dice el aclamado novelista policial ruso Grigory Chkhartishvili, más conocido por su seudónimo, Boris Akunin, entrevistado en Londres, donde está radicado.
Un destacado crítico de teatro dice que ha vuelto a funcionar una reliquia de la era soviética –la designación de un curador de la KGB para controlar lo que se sube al escenario–, y los principales teatros ahora tienen guardaespaldas del Servicio Federal de Seguridad (FSB), sucesor de la KGB.
“Hay curadores del gobierno en todas partes”, dice el crítico. “Estamos volviendo de lleno a la era de control y censura de la década de 1930.”
Dentro del Ministerio del Interior de Rusia existe una dependencia conocida como Centro E (así denominado porque su tarea oficial de contrarrestar el extremismo), cuyo crucial papel es ejercer el control del Estado sobre las artes, y suele enviar agentes encubiertos a sentarse entre los espectadores en las funciones, según aseguran músicos y directores teatrales.
Telón totalitario
Después de la invasión rusa a Ucrania, en febrero de 2022, el control del Estado se endureció con la aprobación de leyes draconianas que prohíben cualquier crítica a la guerra. “Los propios teatros se apuraron rápidamente a firmar pactos de no agresión con la fiscalía general, buscando inmunidad y poniendo en escena obras destinadas a los soldados y sus hijos”, señala Nikita Betekhtin, un destacado director ruso que compiló una lista de docenas de teatros que colocaron el símbolo Z del ejército en sus fachadas y en sus programas de mano para congraciarse con el gobierno.
En 2022, la compañía moscovita de teatro Yermolova se jactó en su sitio web de haber firmado un acuerdo “de cooperación creativa mutua” con el Comité de Investigación, el organismo de aplicación de la ley más poderoso de Rusia.
El director Betekhtin abandonó Rusia en mayo de 2022 tras la cancelación de dos de sus obras: ahora dirige obras en Berlín. “El Centro E y el FSB son incompatibles con la cultura, pero en sus intentos por controlarla aparecen todos estas situaciones kafkianas”, dice.
En el Bolshoi, sede de la histórica compañía de ballet, el veterano director Vladimir Urin fue reemplazado por Valery Gergiev, un leal a Putin que también dirige el Teatro Mariinski de San Petersburgo. Urin había apoyado la invasión y anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, pero en 2022 firmó una petición oponiéndose a la invasión a Ucrania. Gergiev, por el contrario, se ha mantenido como un inequívoco partidario de Putin, y cuando se negó a condenar la guerra tuvo que cancelar su compromiso con La Scala de Milán.
En mayo, de pie junto a Putin en una ceremonia de premiación del Kremlin, Gergiev dijo que si bien el Bolshoi y el Mariinski interpretan a veces a Mozart y a Verdi, el énfasis de esos teatros debe estar en los compositores rusos: Rimski-Korsakov, Mussorgski, Rachmaninoff, Glinka y Tchaikovski. “La potencia de estos grandes creadores es absolutamente imparable, y no tiene barreras ni fronteras”, dijo Gergiev, haciéndose eco de la retórica expansionista de Putin.
Algunos bailarines del Bolshoi apoyan la guerra a través de un grupo interno de Telegram que recauda dinero para los soldados, pero al haber quedado coartado su acceso a los grandes escenarios del mundo, sus carreras están estancadas.
“La reputación mundial de esos artistas está cayendo y el teatro actualmente se ha visto obligado a volverse más político”, apunta Alexei Ratmansky, un coreógrafo y director cuyo trabajo fue censurado. “Si no demostrás claramente que estás del lado de Putin, estás en la cuerda floja.”
Ese control cada vez mayor también se siente en los museos. Zelfira Tregulova, que supervisaba desde 2015 la renovación de la Galería Tretiakov, fue eyectada de su cargo tras haberse quejado de la “ideología destructiva” de la galería.
Pocas semanas después de que Tregulova dejara la Galería Tretiakov, Marina Loshak, directora del Museo Pushkin durante una década –y cuya hija y sobrino son periodistas clasificados como “agentes extranjeros”–, anunció que dejaba el cargo. Otros directores de museos, como Mikhail Piotrovski, director del Hermitage de San Petersburgo, apoyan públicamente la guerra.
La directora de teatro Yevgenia Berkovich y la dramaturga Svetlana Petriychuk, que habían criticado la guerra, fueron arrestadas en mayo de 2023 por montar la obra Finist, ya que según los fiscales “justificaba el terrorismo”. Este mes, ambas fueron condenados a seis años de prisión.
A principios de 2023 también se emitieron órdenes de arresto contra el productor de cine ucraniano nominado al Oscar, Alexander Rodnianski, que vivía y trabajaba en Rusia desde hacía décadas, y contra el destacado director de teatro Ivan Viripaev. Para entonces, Rodnianski y Viripaev ya habían abandonado el país.
El Ministerio de Cultura ruso confirmó que el objetivo oficial es promover el patriotismo ruso.
“Hoy en día, la cultura es el recurso más importante para el desarrollo socioeconómico de todo el país”, dijo el ministerio en un comunicado. “Los valores tradicionales de nuestra sociedad se transmiten a través de las imágenes del cine, el teatro, la música y otras creaciones para el público ruso y extranjero. Y una de las tareas del Ministerio de Cultura es generar las condiciones para que surjan cada vez más obras de arte de diversos géneros y formas, lo que influirá favorablemente en la cosmovisión y en la actitud de vida de las jóvenes generaciones.”
Purga cultural
En el país que vio nacer a León Tolstoi, Anna Ajmátova y Fiodor Dostoievski, la literatura está siendo gradualmente desmembrada.
Se han prohibido libros de autores famosos como Akunin –cuyas novelas de misterio ambientadas en la Rusia imperial han vendido casi 40 millones de copias en todo el mundo– y otros libros, considerados subversivos, han desaparecido de las librerías.
En febrero, un tribunal de Moscú acusó a Akunin de “justificar el terrorismo” y “difundir información falsa sobre el ejército ruso” y ordenó su detención, aunque ya se encontraba en Londres.
Akunin describió los cargos en su contra como parte de “una purga de la esfera cultural” y dijo que a partir de ahora los artistas y escritores rusos estarán divididos como en la época soviética, entre los que obedecen las reglas del Kremlin y los que “se callan o emigran.”
“Habrá una zona interior de cultura controlada, donde reinarán la censura y la autocensura, y una zona exterior libre que podría subsistir en Internet, aunque tarde o temprano también terminará siendo bloqueada.”
Los dilemas morales planteados por la guerra consumen la vida de muchos escritores. Muchos huyeron de Rusia, y los que siguen en el país corren el riesgo de ser arrestados por escribir la crónica de los juicios contra los presos políticos o publicar diarios sobre la invasión, como el Diario del fin del mundo, de Natalia Kliuchareva.
Otros que se quedaron en Rusia tuvieron que amoldarse. Unos pocos, como el poeta nacionalista Igor Karaulov, son ahora los rostros de la “literatura Z”, que canta las loas del poderío militar de Rusia.
Algunos de los cantantes más queridos por los rusos, incluida la legendaria diva del pop Alla Pugacheva, la estrella del rock Zemfira y la cantautora Monetochka, también han escapado al extranjero con sus familias. Y muchos de ellos no se callaron la boca y encontraron un nuevo público fiel en los centros de la diáspora rusa.
“Mi público se amplió de manera exponencial, tanto geográficamente como en tamaño”, dice Ivan Alekseev, conocido como Noize MC, uno de los raperos más famosos de Rusia. “Gracias a Internet, el aspecto geográfico no juega un papel tan importante”. Alekseev ahora agota entradas en Europa y Estados Unidos, y sus canciones se han convertido en himnos no oficiales de los rusos que se oponen a la guerra.
Llenando el vacío dejado por Noize MC y otros, la platinada y ultrapatriótica estrella del pop Shaman ha experimentado un meteórico ascenso y se ha convertido en el rostro de la máquina de propaganda de guerra, y sus temas hasta llegaron a los cantantes de Corea del Norte, que interpretaron sus éxitos durante la reciente visita de Putin a ese país.
La pantalla grande
Durante las dos horas de proyección, en la pantalla se vio una sucesión de escenas grotescas: combatientes ucranianos adorando retratos de Adolf Hitler mientras obligaban a un violinista judío a tocar el himno de la Luftwaffe. Soldados ucranianos inyectándose heroína y arrastrando a las mujeres del pelo para luego violarlas. Un comandante baleando cinco veces por la espalda a un niño por hablar en ruso.
La película, El testigo, fue el primer largometraje ruso sobre la invasión a Ucrania. Presentada el otoño boreal pasado como una historia “basada en hechos reales”, la película sigue la vida de un desafortunado músico belga que da testimonio de los supuestos crímenes de guerra perpetrados por Ucrania.
En Rusia, a diferencia de Hollywood, el principal mecenas de las artes es el Estado. La mayoría de los estrenos cinematográficos importantes, incluido el de El testigo, son patrocinados por el Ministerio de Cultura y la Fundación Cinematográfica.
Los decretos oficiales que describen los “temas prioritarios” para este año se enfocan en películas que promueven valores tradicionales. Y la financiación estatal al sector cinematográfico es mayor que nunca: solo el año pasado le destinaron alrededor de 320 millones de dólares. Rodnyansky, que produjo la película Leviatán, nominada al Oscar en 2014, califica ese aumento de fondos como “una forma de comprar la lealtad” de los cineastas.
Por petición de Putin, en 2022 el Ministerio de Defensa creó una fundación cinematográfica llamada Voenkino, encabezada por el ministro de Defensa, con el propósito de “promover películas y programas patrióticos militares”.
Listas negras
Cuando se produjo la invasión a Ucrania, Artur Smolyaninov estaba terminando su primer disco. Después de su éxito como actor durante dos décadas, quería diversificarse y dedicarse a la música.
Como se sentía obligado a manifestarse en contra de la guerra y a apoyar a los ucranianos, Smolyaninov grabó una versión de “Obiymy”, que significa “Abrázame”. Katerina Gordeeva, amiga de Smolyaninov y popular entrevistadora, lo invitó a su programa de YouTube para que hablara de su postura frente a la guerra. La conversación de dos horas acumuló 9 millones de visitas y marcó el fin de la carrera de Smolyaninov en Rusia.
Uno tras otro, los papeles que le habían ofrecido fueron desapareciendo, y en las audiciones lo rebotaban una y otra vez.
El programa de televisión en el que apareció y que ya había sido rodado y editado fue archivado cuando un funcionario le avisó al creador del programa que Smolyaninov no podía aparecer en pantalla a menos que renunciara a su postura contra la guerra. Smolyaninov dice que a partir de entonces las estaciones de radio se negaron a pasar sus canciones y las salas de conciertos se negaron a presentar sus espectáculos.
Según los artistas, representantes y promotores de eventos, además de restringir la financiación exclusivamente a proyectos de contenido patriótico, el gobierno también elabora listas negras que prohíben a los artistas actuar en vivo o aparecer en televisión.
Las listas negras no se publican ni son estáticas: los artistas prohibidos que se someten por presión del gobierno pueden ser retirados de las mismas, como descubrió el rey del pop ruso, Philipp Kirkorov, que recientemente había caído en desgracia.
Pero en febrero, Kirkorov dio un concierto improvisado en una sala de hospital en Horlivka, una ciudad ocupada en el este de Ucrania, y el video del evento muestra que moderó su look habitual —cristales de Swarovski, plumas, lentejuelas— para optar por un sobrio atuendo negro, de pies a cabeza.
Ni el célebre Teatro Bolshoi se salvó del embate bélico de Vladimir Putin para que el mundo cultural de Rusia priorice el patriotismo por encima de la libertad artística.
Varias estrellas del Bolshoi huyeron del país, el teatro ya no realiza sus legendarias giras por Europa y Estados Unidos, y el año pasado renunció su histórico director para ser reemplazado por un férreo defensor de Putin, tras admitir públicamente que el repertorio del teatro había sido censurado para eliminar las obras de directores y coreógrafos críticos de la invasión a Ucrania.
Pero el Bolshoi no es ni remotamente la única emblemática institución rusa que está bajo presión del gobierno: los históricos directores de la Galería Tretiakov y del Museo Pushkin de Moscú también fueron reemplazados.
Los músicos, actores y escritores que se oponen a la guerra en Ucrania están siendo empujados al exilio o a la clandestinidad, mientras que los que se quedan en Rusia son obligados por el gobierno a reflejar en su trabajo el nuevo fanatismo nacionalista. Los que se manifiestan abiertamente a favor de la guerra son recompensados, y las películas y obras musicales que glorifican al ejército o ensalzan los valores patrióticos reciben enormes subsidios del gobierno.
Los artistas dicen que el impulso de reingeniería de Putin para convertir el país en una superpotencia militarizada en conflicto con los valores liberales de Occidente está esterilizando el otrora vibrante panorama cultural de Rusia. Al exigir que ese nuevo patriotismo recargado penetre todas las esferas de la cultura, desde exhibiciones de artistas plásticos y las actuaciones de ballet hasta la música de rap, el Kremlin está asfixiando la creatividad y aplastando la libertad de expresión.
El cambio de situación constituye el giro más marcado desde la década de 1930, cuando la Unión Soviética de Stalin adoptó el realismo socialista como su doctrina cultural oficial, exigiendo a los artistas que representaran y promovieran los ideales marxistas-leninistas en todas sus obras y manifestaciones artísticas.
“Temo que lo que estamos presenciando actualmente sea el fin de la Rusia que conocíamos, el fin del fenómeno cultural que se asocia con el término ‘cultura rusa’,” dice el aclamado novelista policial ruso Grigory Chkhartishvili, más conocido por su seudónimo, Boris Akunin, entrevistado en Londres, donde está radicado.
Un destacado crítico de teatro dice que ha vuelto a funcionar una reliquia de la era soviética –la designación de un curador de la KGB para controlar lo que se sube al escenario–, y los principales teatros ahora tienen guardaespaldas del Servicio Federal de Seguridad (FSB), sucesor de la KGB.
“Hay curadores del gobierno en todas partes”, dice el crítico. “Estamos volviendo de lleno a la era de control y censura de la década de 1930.”
Dentro del Ministerio del Interior de Rusia existe una dependencia conocida como Centro E (así denominado porque su tarea oficial de contrarrestar el extremismo), cuyo crucial papel es ejercer el control del Estado sobre las artes, y suele enviar agentes encubiertos a sentarse entre los espectadores en las funciones, según aseguran músicos y directores teatrales.
Telón totalitario
Después de la invasión rusa a Ucrania, en febrero de 2022, el control del Estado se endureció con la aprobación de leyes draconianas que prohíben cualquier crítica a la guerra. “Los propios teatros se apuraron rápidamente a firmar pactos de no agresión con la fiscalía general, buscando inmunidad y poniendo en escena obras destinadas a los soldados y sus hijos”, señala Nikita Betekhtin, un destacado director ruso que compiló una lista de docenas de teatros que colocaron el símbolo Z del ejército en sus fachadas y en sus programas de mano para congraciarse con el gobierno.
En 2022, la compañía moscovita de teatro Yermolova se jactó en su sitio web de haber firmado un acuerdo “de cooperación creativa mutua” con el Comité de Investigación, el organismo de aplicación de la ley más poderoso de Rusia.
El director Betekhtin abandonó Rusia en mayo de 2022 tras la cancelación de dos de sus obras: ahora dirige obras en Berlín. “El Centro E y el FSB son incompatibles con la cultura, pero en sus intentos por controlarla aparecen todos estas situaciones kafkianas”, dice.
En el Bolshoi, sede de la histórica compañía de ballet, el veterano director Vladimir Urin fue reemplazado por Valery Gergiev, un leal a Putin que también dirige el Teatro Mariinski de San Petersburgo. Urin había apoyado la invasión y anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, pero en 2022 firmó una petición oponiéndose a la invasión a Ucrania. Gergiev, por el contrario, se ha mantenido como un inequívoco partidario de Putin, y cuando se negó a condenar la guerra tuvo que cancelar su compromiso con La Scala de Milán.
En mayo, de pie junto a Putin en una ceremonia de premiación del Kremlin, Gergiev dijo que si bien el Bolshoi y el Mariinski interpretan a veces a Mozart y a Verdi, el énfasis de esos teatros debe estar en los compositores rusos: Rimski-Korsakov, Mussorgski, Rachmaninoff, Glinka y Tchaikovski. “La potencia de estos grandes creadores es absolutamente imparable, y no tiene barreras ni fronteras”, dijo Gergiev, haciéndose eco de la retórica expansionista de Putin.
Algunos bailarines del Bolshoi apoyan la guerra a través de un grupo interno de Telegram que recauda dinero para los soldados, pero al haber quedado coartado su acceso a los grandes escenarios del mundo, sus carreras están estancadas.
“La reputación mundial de esos artistas está cayendo y el teatro actualmente se ha visto obligado a volverse más político”, apunta Alexei Ratmansky, un coreógrafo y director cuyo trabajo fue censurado. “Si no demostrás claramente que estás del lado de Putin, estás en la cuerda floja.”
Ese control cada vez mayor también se siente en los museos. Zelfira Tregulova, que supervisaba desde 2015 la renovación de la Galería Tretiakov, fue eyectada de su cargo tras haberse quejado de la “ideología destructiva” de la galería.
Pocas semanas después de que Tregulova dejara la Galería Tretiakov, Marina Loshak, directora del Museo Pushkin durante una década –y cuya hija y sobrino son periodistas clasificados como “agentes extranjeros”–, anunció que dejaba el cargo. Otros directores de museos, como Mikhail Piotrovski, director del Hermitage de San Petersburgo, apoyan públicamente la guerra.
La directora de teatro Yevgenia Berkovich y la dramaturga Svetlana Petriychuk, que habían criticado la guerra, fueron arrestadas en mayo de 2023 por montar la obra Finist, ya que según los fiscales “justificaba el terrorismo”. Este mes, ambas fueron condenados a seis años de prisión.
A principios de 2023 también se emitieron órdenes de arresto contra el productor de cine ucraniano nominado al Oscar, Alexander Rodnianski, que vivía y trabajaba en Rusia desde hacía décadas, y contra el destacado director de teatro Ivan Viripaev. Para entonces, Rodnianski y Viripaev ya habían abandonado el país.
El Ministerio de Cultura ruso confirmó que el objetivo oficial es promover el patriotismo ruso.
“Hoy en día, la cultura es el recurso más importante para el desarrollo socioeconómico de todo el país”, dijo el ministerio en un comunicado. “Los valores tradicionales de nuestra sociedad se transmiten a través de las imágenes del cine, el teatro, la música y otras creaciones para el público ruso y extranjero. Y una de las tareas del Ministerio de Cultura es generar las condiciones para que surjan cada vez más obras de arte de diversos géneros y formas, lo que influirá favorablemente en la cosmovisión y en la actitud de vida de las jóvenes generaciones.”
Purga cultural
En el país que vio nacer a León Tolstoi, Anna Ajmátova y Fiodor Dostoievski, la literatura está siendo gradualmente desmembrada.
Se han prohibido libros de autores famosos como Akunin –cuyas novelas de misterio ambientadas en la Rusia imperial han vendido casi 40 millones de copias en todo el mundo– y otros libros, considerados subversivos, han desaparecido de las librerías.
En febrero, un tribunal de Moscú acusó a Akunin de “justificar el terrorismo” y “difundir información falsa sobre el ejército ruso” y ordenó su detención, aunque ya se encontraba en Londres.
Akunin describió los cargos en su contra como parte de “una purga de la esfera cultural” y dijo que a partir de ahora los artistas y escritores rusos estarán divididos como en la época soviética, entre los que obedecen las reglas del Kremlin y los que “se callan o emigran.”
“Habrá una zona interior de cultura controlada, donde reinarán la censura y la autocensura, y una zona exterior libre que podría subsistir en Internet, aunque tarde o temprano también terminará siendo bloqueada.”
Los dilemas morales planteados por la guerra consumen la vida de muchos escritores. Muchos huyeron de Rusia, y los que siguen en el país corren el riesgo de ser arrestados por escribir la crónica de los juicios contra los presos políticos o publicar diarios sobre la invasión, como el Diario del fin del mundo, de Natalia Kliuchareva.
Otros que se quedaron en Rusia tuvieron que amoldarse. Unos pocos, como el poeta nacionalista Igor Karaulov, son ahora los rostros de la “literatura Z”, que canta las loas del poderío militar de Rusia.
Algunos de los cantantes más queridos por los rusos, incluida la legendaria diva del pop Alla Pugacheva, la estrella del rock Zemfira y la cantautora Monetochka, también han escapado al extranjero con sus familias. Y muchos de ellos no se callaron la boca y encontraron un nuevo público fiel en los centros de la diáspora rusa.
“Mi público se amplió de manera exponencial, tanto geográficamente como en tamaño”, dice Ivan Alekseev, conocido como Noize MC, uno de los raperos más famosos de Rusia. “Gracias a Internet, el aspecto geográfico no juega un papel tan importante”. Alekseev ahora agota entradas en Europa y Estados Unidos, y sus canciones se han convertido en himnos no oficiales de los rusos que se oponen a la guerra.
Llenando el vacío dejado por Noize MC y otros, la platinada y ultrapatriótica estrella del pop Shaman ha experimentado un meteórico ascenso y se ha convertido en el rostro de la máquina de propaganda de guerra, y sus temas hasta llegaron a los cantantes de Corea del Norte, que interpretaron sus éxitos durante la reciente visita de Putin a ese país.
La pantalla grande
Durante las dos horas de proyección, en la pantalla se vio una sucesión de escenas grotescas: combatientes ucranianos adorando retratos de Adolf Hitler mientras obligaban a un violinista judío a tocar el himno de la Luftwaffe. Soldados ucranianos inyectándose heroína y arrastrando a las mujeres del pelo para luego violarlas. Un comandante baleando cinco veces por la espalda a un niño por hablar en ruso.
La película, El testigo, fue el primer largometraje ruso sobre la invasión a Ucrania. Presentada el otoño boreal pasado como una historia “basada en hechos reales”, la película sigue la vida de un desafortunado músico belga que da testimonio de los supuestos crímenes de guerra perpetrados por Ucrania.
En Rusia, a diferencia de Hollywood, el principal mecenas de las artes es el Estado. La mayoría de los estrenos cinematográficos importantes, incluido el de El testigo, son patrocinados por el Ministerio de Cultura y la Fundación Cinematográfica.
Los decretos oficiales que describen los “temas prioritarios” para este año se enfocan en películas que promueven valores tradicionales. Y la financiación estatal al sector cinematográfico es mayor que nunca: solo el año pasado le destinaron alrededor de 320 millones de dólares. Rodnyansky, que produjo la película Leviatán, nominada al Oscar en 2014, califica ese aumento de fondos como “una forma de comprar la lealtad” de los cineastas.
Por petición de Putin, en 2022 el Ministerio de Defensa creó una fundación cinematográfica llamada Voenkino, encabezada por el ministro de Defensa, con el propósito de “promover películas y programas patrióticos militares”.
Listas negras
Cuando se produjo la invasión a Ucrania, Artur Smolyaninov estaba terminando su primer disco. Después de su éxito como actor durante dos décadas, quería diversificarse y dedicarse a la música.
Como se sentía obligado a manifestarse en contra de la guerra y a apoyar a los ucranianos, Smolyaninov grabó una versión de “Obiymy”, que significa “Abrázame”. Katerina Gordeeva, amiga de Smolyaninov y popular entrevistadora, lo invitó a su programa de YouTube para que hablara de su postura frente a la guerra. La conversación de dos horas acumuló 9 millones de visitas y marcó el fin de la carrera de Smolyaninov en Rusia.
Uno tras otro, los papeles que le habían ofrecido fueron desapareciendo, y en las audiciones lo rebotaban una y otra vez.
El programa de televisión en el que apareció y que ya había sido rodado y editado fue archivado cuando un funcionario le avisó al creador del programa que Smolyaninov no podía aparecer en pantalla a menos que renunciara a su postura contra la guerra. Smolyaninov dice que a partir de entonces las estaciones de radio se negaron a pasar sus canciones y las salas de conciertos se negaron a presentar sus espectáculos.
Según los artistas, representantes y promotores de eventos, además de restringir la financiación exclusivamente a proyectos de contenido patriótico, el gobierno también elabora listas negras que prohíben a los artistas actuar en vivo o aparecer en televisión.
Las listas negras no se publican ni son estáticas: los artistas prohibidos que se someten por presión del gobierno pueden ser retirados de las mismas, como descubrió el rey del pop ruso, Philipp Kirkorov, que recientemente había caído en desgracia.
Pero en febrero, Kirkorov dio un concierto improvisado en una sala de hospital en Horlivka, una ciudad ocupada en el este de Ucrania, y el video del evento muestra que moderó su look habitual —cristales de Swarovski, plumas, lentejuelas— para optar por un sobrio atuendo negro, de pies a cabeza.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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