El pacto no escrito de Milei y Cristina
El choque entre ellos ordena a un gobierno que radicaliza su discurso y entra en una fase defensiva en el Congreso; la expresidenta se propone aglutinar una nueva oposición
Martín Rodríguez Yebra
Manuel Adorni, Javier Milei y Luis Petri, en el viaje de esta semana a Mendoza Presidencia
Javier Milei y Cristina Kirchner son dos eximios monologuistas, convencidos de que podrían ganarle un debate a quien fuera si existiera alguien merecedor de enfrentarlos. El show de cartas, tuits y discursos que se dedicaron el viernes exhibió el abismo que los separa en términos ideológicos, pero dejó entrever también la fascinación mutua de reconocerse en las palabras del otro como el rival preponderante.
y a las matemáticas. O aplaudir sin miedo a su ministro de Economía, Luis Caputo, cuando pronostica que en la Argentina “van a sobrar los dólares”.
Un discurso más violento
El relato se alimenta con la esperanza y la ira. Por eso Milei ha radicalizado aún más su discurso. De un lado están los propios y aquellos aliados que depongan las armas; del otro solo “ratas inmundas”. El consenso es una trampa: llegó a decir esta semana que “cuanto más voto tiene un proyecto en el Congreso peor es para la sociedad”. La crítica o la pregunta escéptica del periodismo se asemeja a un crimen.
Difícil encontrar un resumen más contundente en la historia argentina del desdén de un dirigente hacia la prensa libre que el discurso de barricada que Milei ofreció el jueves en el Foro de Madrid, convocado en el CCK por los españoles de VOX y otras fuerzas de la ultraderecha internacional.
En 46 minutos de alocución acusó a los periodistas “propagandistas en venta al mejor postor”, “ensobrados”, “esbirros”, “pauteros”, “corruptos”, “cómplices” de Alberto Fernández y su cuarentena eterna, conspiradores que “ponen palos en la rueda deseando que todo estalle” y que reclaman “censura para el que piensa distinto”. Los llamó “vomitivos y repugnantes”, “caraduras”, integrantes “de la casta” que mantienen “relaciones carnales” con la vieja política porque “tienen el culo sucio”. Denunció que lo atacan porque “están llenos de insolencia y de impiedad”. Y llamó a sus seguidores a resistir: “El cielo los aplastará delante nuestro”. Quiso la casualidad que esas palabras coincidieran con la publicación de la columna que firmó el editor de The New York Times, Arthur Sulzberger, sobre la “silenciosa guerra contra la libertad de expresión” declarada por gobiernos autoritarios de distintos puntos del planeta. Detalla allí una suerte de manual de instrucciones de cinco puntos que esos líderes aplican para condicionar a las voces críticas.
El mandamiento 1 recomienda:
“Crear un clima propicio para la represión de los medios, sembrando desconfianza en la opinión pública sobre el periodismo independiente y normalizando el acoso a los periodistas que lo integran”. El 3 sostiene que se deben “escalar los ataques contra los periodistas y sus empleadores, alentando a los partidarios del poder de otras partes del sector público y privado para que adopten esas mismas tácticas”. No se olvida, en el 5, de que no se trata solo de castigar a los medios independientes sino de “recompensar a quienes demuestran lealtad y sumisión al gobierno”.
¿Cuánto de eso resuena en la Argentina, donde el gobierno libertario celebra un tipo de comunicación sectaria, partidista, que desprecia el disenso, banaliza los datos y editorializa desde el insulto?
A Milei no lo asiste aquí la ventaja de lo disruptivo. Cristina Kirchner podría suscribir el manual revelado por Sulzberger, incluso en los puntos que este gobierno no ha incursionado, como aquellos que refieren a “manipular el sistema legal y regulatorio para castigar a periodistas y organizaciones de noticias” o a “hacer una explotación de la Justicia, en general a través de causas civiles, para imponer sanciones logísticas y financieras adicionales” a la prensa.
Un cerco informativo
El decreto que limitó el derecho de acceso a la información hace juego con la estrategia de construir un cerco entre el Estado y el periodismo inquieto. Y encendió otra vez la desconfianza de Pro, atrapado en el pantanoso juego de pactar con un gobierno que conquistó a su electorado y no está dispuesto a compartir el ejercicio del poder real.
La ley de acceso a la información era una bandera de transparencia de la que se vanagloriaba la gestión de Mauricio Macri. Las quejas de diputados del partido amarillo y de los ex Juntos por el Cambio encontraron el aparente interés del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, pero se toparon con una pared cuando llegaron al asesor sin cargo Santiago Caputo. Francos prometió en la Cámara de Diputados una revisión; Caputo la negó de plano.
Aprovechó el revuelo para afianzar su predominio interno en la Casa Rosada. “Ganen las elecciones y después reglamenten las leyes como quieran”, les mandó decir a los aliados quejosos. Cristina hizo escuela: la soberbia no tiene ideología. La opacidad tranquiliza al poder, pero no es una herramienta infalible. A Milei se le atragantó la cena del miércoles cuando vio en redes cómo el senador Bartolomé Abdala contaba alegremente en televisión que tiene “unos 15 empleados” públicos asignados a hacer campaña por él en San Luis porque quiere ser gobernador.
Fuentes de la Casa Rosada dicen que el primer impulso fue echarlo. Pero Abdala no es un legislador cualquiera: lo eligieron presidente provisional del Senado, es decir, integra la línea de sucesión presidencial. Hoy La Libertad Avanza no tiene manera de formar una mayoría para reemplazarlo. “Y además, ¿a quién pondríamos?”, se sincera una fuente oficialista. El bloque de senadores expulsó la semana pasada a Francisco Paoltroni, por oponerse a la nominación de Ariel Lijo en la Corte y por criticar sin tapujos a Santiago Caputo. Abdala es uno de los seis que quedan en el bloque. El que consideraban “más articulado”. Se optó finalmente por la continuidad y mirar para otro lado. El pecado de Abdala no fue acomodarse a los privilegios de la casta, sino su imprudencia declarativa. Nadie en el Gobierno ordenó a sus legisladores renunciar al festival de contratos, pasajes, viáticos y otras ventajas que vienen con la banca.
La selección de la gente que lo acompaña es una materia pendiente en la formación de Milei como líder. Deberá afinar el ojo a futuro, sobre todo si no quiere poner en duda su reciente autoproclamación como “uno de los dos políticos más importantes del mundo” y como el responsable “del mejor gobierno de la historia argentina”.
Acaso por eso sintió la necesidad de dar un mensaje hacia adentro por primera vez. Les dijo a sus seguidores que lo que tienen enfrente es “el partido del Estado, o sea, la casta” y les reclamó: “La única manera de presentarles batalla es con organización y disciplina de nuestro lado”.Venía de tener dos días antes una discusión a los gritos con su diputada Lilia Lemoine, a quien acusaron en círculos kirchneristas de amenazar con la difusión de imágenes comprometedoras para el Presidente. “Todos los días una nueva. A veces Javier les quiere cortar la cabeza a todos”, relata una fuente de trato asiduo con el Presidente.
Lemoine jura lealtad y se declara víctima de operaciones arteras. A veces no puede con su genio, como cuando difundió un video en el que ella y otros libertarios como Fernando Cerimedo bromean con las razones para apoyar la nominación de Lijo. Desde “lo vi salvar a un bebé de un incendio” a “desarrolló la cura de un problema genético”. Cualquiera diría que se estaban mofando de los argumentos que dio Milei (llegó a destacar a Lijo como el máximo experto en ciberdelito, pese a que el juez no puso una línea sobre ese tema en el frondoso currículum que presentó ante el Senado).
El plan Lijo
Cinismo aparte, el plan Lijo se estancó por decisión de Cristina. Ya avisó, por boca del senador Mariano Recalde, que demanda una negociación más amplia. Quiere poner sobre la mesa una ampliación de la Corte (que Milei por ahora no avala), la designación del procurador general y la cobertura de más de 140 juzgados vacantes. Santiago Caputo mantiene la línea abierta con el “enemigo kirchnerista”.
El mensaje de Cristina del viernes fue una forma de posicionarse en esa discusión. Disimulada en el repudio al modelo económico de Milei, la expresidenta presentó la mayor autocrítica de la que ha sido capaz hasta hoy. No usa la primera persona a la que es tan afecta, pero cuando describe los errores de interpretación del peronismo está revisando su propio pasado.
Se posiciona así como el motor de una refundación ideológica que el partido de Perón hace tiempo pregona hacia adentro sin que nadie se anime a pasar a la acción. En momentos en que se debate su figura y su papel inocultable en el fiasco de Alberto Fernández, ella los mira a todos desde arriba. Y consigue la réplica del Presidente, que la reconoce como par y le concede la gracia de su atención. Un discurso entero de 1 hora y 20 le dedicó el viernes, en el que celebró haberle dado “un knockout”, sin detenerse a pensar en lo inconveniente de la metáfora.
En términos políticos, una Cristina protagónica es para Milei lo que el cepo es en la economía: un reaseguro para su popularidad. Mucho más fácil que explicar un concepto es poder señalarlo con el dedo.
La ley de acceso a la información era una bandera de la que se vanagloriaba Macri
Javier Milei y Cristina Kirchner son dos eximios monologuistas, convencidos de que podrían ganarle un debate a quien fuera si existiera alguien merecedor de enfrentarlos. El show de cartas, tuits y discursos que se dedicaron el viernes exhibió el abismo que los separa en términos ideológicos, pero dejó entrever también la fascinación mutua de reconocerse en las palabras del otro como el rival preponderante.
y a las matemáticas. O aplaudir sin miedo a su ministro de Economía, Luis Caputo, cuando pronostica que en la Argentina “van a sobrar los dólares”.
Un discurso más violento
El relato se alimenta con la esperanza y la ira. Por eso Milei ha radicalizado aún más su discurso. De un lado están los propios y aquellos aliados que depongan las armas; del otro solo “ratas inmundas”. El consenso es una trampa: llegó a decir esta semana que “cuanto más voto tiene un proyecto en el Congreso peor es para la sociedad”. La crítica o la pregunta escéptica del periodismo se asemeja a un crimen.
Difícil encontrar un resumen más contundente en la historia argentina del desdén de un dirigente hacia la prensa libre que el discurso de barricada que Milei ofreció el jueves en el Foro de Madrid, convocado en el CCK por los españoles de VOX y otras fuerzas de la ultraderecha internacional.
En 46 minutos de alocución acusó a los periodistas “propagandistas en venta al mejor postor”, “ensobrados”, “esbirros”, “pauteros”, “corruptos”, “cómplices” de Alberto Fernández y su cuarentena eterna, conspiradores que “ponen palos en la rueda deseando que todo estalle” y que reclaman “censura para el que piensa distinto”. Los llamó “vomitivos y repugnantes”, “caraduras”, integrantes “de la casta” que mantienen “relaciones carnales” con la vieja política porque “tienen el culo sucio”. Denunció que lo atacan porque “están llenos de insolencia y de impiedad”. Y llamó a sus seguidores a resistir: “El cielo los aplastará delante nuestro”. Quiso la casualidad que esas palabras coincidieran con la publicación de la columna que firmó el editor de The New York Times, Arthur Sulzberger, sobre la “silenciosa guerra contra la libertad de expresión” declarada por gobiernos autoritarios de distintos puntos del planeta. Detalla allí una suerte de manual de instrucciones de cinco puntos que esos líderes aplican para condicionar a las voces críticas.
El mandamiento 1 recomienda:
“Crear un clima propicio para la represión de los medios, sembrando desconfianza en la opinión pública sobre el periodismo independiente y normalizando el acoso a los periodistas que lo integran”. El 3 sostiene que se deben “escalar los ataques contra los periodistas y sus empleadores, alentando a los partidarios del poder de otras partes del sector público y privado para que adopten esas mismas tácticas”. No se olvida, en el 5, de que no se trata solo de castigar a los medios independientes sino de “recompensar a quienes demuestran lealtad y sumisión al gobierno”.
¿Cuánto de eso resuena en la Argentina, donde el gobierno libertario celebra un tipo de comunicación sectaria, partidista, que desprecia el disenso, banaliza los datos y editorializa desde el insulto?
A Milei no lo asiste aquí la ventaja de lo disruptivo. Cristina Kirchner podría suscribir el manual revelado por Sulzberger, incluso en los puntos que este gobierno no ha incursionado, como aquellos que refieren a “manipular el sistema legal y regulatorio para castigar a periodistas y organizaciones de noticias” o a “hacer una explotación de la Justicia, en general a través de causas civiles, para imponer sanciones logísticas y financieras adicionales” a la prensa.
Un cerco informativo
El decreto que limitó el derecho de acceso a la información hace juego con la estrategia de construir un cerco entre el Estado y el periodismo inquieto. Y encendió otra vez la desconfianza de Pro, atrapado en el pantanoso juego de pactar con un gobierno que conquistó a su electorado y no está dispuesto a compartir el ejercicio del poder real.
La ley de acceso a la información era una bandera de transparencia de la que se vanagloriaba la gestión de Mauricio Macri. Las quejas de diputados del partido amarillo y de los ex Juntos por el Cambio encontraron el aparente interés del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, pero se toparon con una pared cuando llegaron al asesor sin cargo Santiago Caputo. Francos prometió en la Cámara de Diputados una revisión; Caputo la negó de plano.
Aprovechó el revuelo para afianzar su predominio interno en la Casa Rosada. “Ganen las elecciones y después reglamenten las leyes como quieran”, les mandó decir a los aliados quejosos. Cristina hizo escuela: la soberbia no tiene ideología. La opacidad tranquiliza al poder, pero no es una herramienta infalible. A Milei se le atragantó la cena del miércoles cuando vio en redes cómo el senador Bartolomé Abdala contaba alegremente en televisión que tiene “unos 15 empleados” públicos asignados a hacer campaña por él en San Luis porque quiere ser gobernador.
Fuentes de la Casa Rosada dicen que el primer impulso fue echarlo. Pero Abdala no es un legislador cualquiera: lo eligieron presidente provisional del Senado, es decir, integra la línea de sucesión presidencial. Hoy La Libertad Avanza no tiene manera de formar una mayoría para reemplazarlo. “Y además, ¿a quién pondríamos?”, se sincera una fuente oficialista. El bloque de senadores expulsó la semana pasada a Francisco Paoltroni, por oponerse a la nominación de Ariel Lijo en la Corte y por criticar sin tapujos a Santiago Caputo. Abdala es uno de los seis que quedan en el bloque. El que consideraban “más articulado”. Se optó finalmente por la continuidad y mirar para otro lado. El pecado de Abdala no fue acomodarse a los privilegios de la casta, sino su imprudencia declarativa. Nadie en el Gobierno ordenó a sus legisladores renunciar al festival de contratos, pasajes, viáticos y otras ventajas que vienen con la banca.
La selección de la gente que lo acompaña es una materia pendiente en la formación de Milei como líder. Deberá afinar el ojo a futuro, sobre todo si no quiere poner en duda su reciente autoproclamación como “uno de los dos políticos más importantes del mundo” y como el responsable “del mejor gobierno de la historia argentina”.
Acaso por eso sintió la necesidad de dar un mensaje hacia adentro por primera vez. Les dijo a sus seguidores que lo que tienen enfrente es “el partido del Estado, o sea, la casta” y les reclamó: “La única manera de presentarles batalla es con organización y disciplina de nuestro lado”.Venía de tener dos días antes una discusión a los gritos con su diputada Lilia Lemoine, a quien acusaron en círculos kirchneristas de amenazar con la difusión de imágenes comprometedoras para el Presidente. “Todos los días una nueva. A veces Javier les quiere cortar la cabeza a todos”, relata una fuente de trato asiduo con el Presidente.
Lemoine jura lealtad y se declara víctima de operaciones arteras. A veces no puede con su genio, como cuando difundió un video en el que ella y otros libertarios como Fernando Cerimedo bromean con las razones para apoyar la nominación de Lijo. Desde “lo vi salvar a un bebé de un incendio” a “desarrolló la cura de un problema genético”. Cualquiera diría que se estaban mofando de los argumentos que dio Milei (llegó a destacar a Lijo como el máximo experto en ciberdelito, pese a que el juez no puso una línea sobre ese tema en el frondoso currículum que presentó ante el Senado).
El plan Lijo
Cinismo aparte, el plan Lijo se estancó por decisión de Cristina. Ya avisó, por boca del senador Mariano Recalde, que demanda una negociación más amplia. Quiere poner sobre la mesa una ampliación de la Corte (que Milei por ahora no avala), la designación del procurador general y la cobertura de más de 140 juzgados vacantes. Santiago Caputo mantiene la línea abierta con el “enemigo kirchnerista”.
El mensaje de Cristina del viernes fue una forma de posicionarse en esa discusión. Disimulada en el repudio al modelo económico de Milei, la expresidenta presentó la mayor autocrítica de la que ha sido capaz hasta hoy. No usa la primera persona a la que es tan afecta, pero cuando describe los errores de interpretación del peronismo está revisando su propio pasado.
Se posiciona así como el motor de una refundación ideológica que el partido de Perón hace tiempo pregona hacia adentro sin que nadie se anime a pasar a la acción. En momentos en que se debate su figura y su papel inocultable en el fiasco de Alberto Fernández, ella los mira a todos desde arriba. Y consigue la réplica del Presidente, que la reconoce como par y le concede la gracia de su atención. Un discurso entero de 1 hora y 20 le dedicó el viernes, en el que celebró haberle dado “un knockout”, sin detenerse a pensar en lo inconveniente de la metáfora.
En términos políticos, una Cristina protagónica es para Milei lo que el cepo es en la economía: un reaseguro para su popularidad. Mucho más fácil que explicar un concepto es poder señalarlo con el dedo.
La ley de acceso a la información era una bandera de la que se vanagloriaba Macri
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Clima social. Escasez de alimentos y temor a la protesta en el conurbano
En los comedores que brindan asistencia en barrios humildes se imponen la frustración y el desánimo; quejas por la acción policial
Javier Fuego Simondet
|
Una olla del comedor El Arroyito, en el barrio Santa Rita, de González Catán
El grupo de WhatsApp que comunica a los vecinos que concurren al comedor El Arroyito, del barrio Santa Rita, en González Catán, se activa cuando el guiso de arroz cocinado por cinco mujeres en la casa de Laura Aquino, una referente del movimiento social Barrios de Pie, está listo. En cuestión de minutos, comienza el trajinar de niños, jubilados y madres en busca del tupper que dejaron un rato antes, para llevárselo cargado con una ración que será su comida nocturna, acompañada de unas naranjas. Es el único día de la semana en que este comedor funciona. La misma frecuencia en caída se observa en el comedor Panza Llena, Corazón Contento, en Los Hornos, La Plata. Alrededor de ambos lugares, los testimonios describen un panorama sombrío que sin embargo no estalla en protestas ni altera la parsimonia barrial.
Tanto en González Catán, partido de La Matanza, como en Los Hornos, la imagen que devuelven los comedores barriales parece la misma. La escasez de mercaderías limita su capacidad de acción y los obliga a abrir solo una vez por semana, cuando estaban habituados a una frecuencia de al menos tres jornadas. Si bien denuncian que el Gobierno les cortó la asistencia y reclaman que se restablezca el flujo, coinciden en señalar que las protestas no estallan en las calles porque impera el temor a ser reprimidos por las fuerzas de seguridad.
La calle Perseverancia es de tierra y tiene a metros un arroyo llamado Las Víboras, cruzado por un estrecho puente metálico. En ese paisaje, se encienden las maderas para calentar una gran olla, acomodada sobre la carcasa de lo que fue una vieja cocina. Las cinco mujeres que trabajan en el comedor El Arroyito están identificadas con pecheras que tienen las leyendas “Barrios de Pie. González Catán” y “UTEP [por la Unión de Trabajadores de la Economía Popular]”. Cada una de ellas percibe un plan Potenciar Trabajo de $78.000 mensuales, cuentan
Aunque no llevan un padrón, afirman que las familias que asisten pasaron de 30 a unas 50.
“Antes hacíamos el comedor toda la semana. Tuvimos que bajar a tres días, dos y ahora una vez por semana. Lo estamos sustentando con rifas, yendo al Mercado Central o con donaciones. El Gobierno no nos quiere dar la mercadería. Para ellos, somos comedores fantasma. Nunca vinieron a ver qué es lo que hacemos. Me llamaron, dijeron que me iban a venir a visitar y nunca vinieron. Estamos abandonados por el Estado”, afirma Aquino, que tiene el comedor El Arroyito desde hace 10 años y milita desde hace 18 en el movimiento social Barrios de Pie.
Tres paquetes de arroz y un poco de sal son suficientes para encarar la última parte de la cocción en la olla del barrio Santa Rita, que las mujeres del comedor revuelven con grandes maderas que tienen colgadas en las columnas, también de madera, que sostienen un techo en el patio de la casa de la calle Perseverancia.
Cuando el mensaje de WhatsApp comunica al grupo vecinal que la comida está lista, el primero en llegar es Juan Zarza, un changarín que va al comedor “desde que está” y vive solo. Lo siguen dos chicos de no más de diez años, que pasan a retirar los tuppers y las naranjas para sus casas. La lista se engrosa con una señora, una nena y con Santos Ramón Acuña, un hombre que afirma que se mudó al barrio “hace cuatro días” y ya acude al comedor, al que lo “trajo una señora”, según cuenta a la nacion. A los pocos minutos, llega a buscar su ración Elena Agüero, una jubilada, de 67 años, que va al comedor desde que comenzó a funcionar. “Los jubilados estamos remal”, sostiene, y cuenta que va a distintos comedores del barrio.
A unos 90 kilómetros del barrio Santa Rita, en el comedor Panza Llena, Corazón Contento, de Los Hornos, bosquejan un escenario similar. El espacio no está vinculado a espacios políticos -afirman que se abrieron de Libres del Sur cuando llegó Javier Milei al gobiernoy se maneja entre la escasez de mercaderías. En sus alacenas quedan solo polenta, arvejas y yerba. A pocos metros de la calle 149, una vía rápida con postes y paredones pintados con los colores de Estudiantes y Gimnasia según la cuadra que se transite, el comedor funciona en la casa de los suegros de Silvia Barrientos, la responsable del espacio.
“No tenemos los medios para sustentar la olla. Estamos haciendo una vez por semana, cuando lo hacíamos antes tres veces. Estamos asistiendo a 250 personas, hay familias de hasta 12 personas. Antes hacíamos 30 tuppers por semana, antes de la llegada del nuevo presidente; ahora estamos haciendo 60. Y estamos poniendo un cucharón por tupper, quizás para una familia de 12 personas, es una locura. Es para no decirles que no hay”, relata Barrientos a la nacion. Subraya que “hay nenes que pasan hambre, al punto de llorar por hambre”.
El Potenciar Trabajo de $78.000 es la entrada de dinero general para la familia que trabaja en el comedor platense, al igual que en el caso de González Catán. Al lado de la mesa, está el carro con el que el suegro de Barrientos, Santiago Oyhamburu, de 61 años, sale a juntar cartón. En Los Hornos abundan los comedores. Por caso, a la vuelta de Panza Llena, Corazón Contento, está La Olla del Puente, a cargo de un vecino apodado “el Ruso”.
Sin ánimo para la protesta
A pesar de que los responsables de los comedores y los vecinos que acuden en busca de alimento relatan una situación social dramática, admiten que es improbable que esa circunstancia se transforme en un estallido de protestas y encuentran la explicación en la estrategia que utiliza el gobierno de La Libertad Avanza ante las manifestaciones. Así lo plantea Karina Pérez, una mujer de 48 años que concurre al comedor de Los Hornos: “La gente ya está muy cansada de la situación. No podés salir a hacer un corte porque enseguida llega la policía, no está para salir a hacer un piquete”. Admite que ella “antes iba a las marchas por el tema de los planes”, y aunque ve la conflictividad en baja, aclara: “Si vos no vas a la marcha, alguno te dice que te da de baja, y por las dudas hay que ir”.
“La gente no tiene ganas de salir a la calle a protestar. Uno lo ve en la tele: los jubilados salen a protestar porque no les alcanza para un remedio y los agarran a palazos”, señala Walter Oyhamburu, el marido de Silvia Barrientos, que también es uno de los encargados del comedor platense. “Reprimir al pueblo ha hecho que se calme un poco [la protesta]. Y la gente quizás dice: ‘No voy a ir porque pierdo todo el día’”, coincide Lorena Pino, colaboradora de Panza Llena, Corazón Contento.
La misma explicación ofrece Aquino, la encargada del comedor de González Catán. “No te quieren acompañar [a una marcha] porque tienen miedo de ser golpeados, de que los lleven presos. A los jubilados les pegaron por salir a reclamar sus derechos”, considera.
Los barrios también sufren el flagelo del narcotráfico y por esa presencia algunos explican la falta de movilización en esos sectores necesitados. Pablo Pérez, coordinador de la ONG La Plata Solidaria, que, entre otros espacios, colabora con el comedor de Los Hornos, plantea una vinculación. “Las ONG que trabajamos en el territorio tenemos algunas conclusiones sobre por qué no explota. Uno toma como parámetro 2001. En ese momento, los territorios los dominaban los punteros políticos. Ojalá hoy hubiera uno por cuadra, pero nos los hay. Los barrios más complejos son dominados por el narco, por el transa. La gente que vive en la miseria heredada de padres a hijos sigue viviendo en la anomia del día a día. Y al transa no le conviene que su barrio se mueva; le conviene la tranquilidad del barrio para que la gente pueda entrar a comprar droga”, argumenta.
El grupo de WhatsApp que comunica a los vecinos que concurren al comedor El Arroyito, del barrio Santa Rita, en González Catán, se activa cuando el guiso de arroz cocinado por cinco mujeres en la casa de Laura Aquino, una referente del movimiento social Barrios de Pie, está listo. En cuestión de minutos, comienza el trajinar de niños, jubilados y madres en busca del tupper que dejaron un rato antes, para llevárselo cargado con una ración que será su comida nocturna, acompañada de unas naranjas. Es el único día de la semana en que este comedor funciona. La misma frecuencia en caída se observa en el comedor Panza Llena, Corazón Contento, en Los Hornos, La Plata. Alrededor de ambos lugares, los testimonios describen un panorama sombrío que sin embargo no estalla en protestas ni altera la parsimonia barrial.
Tanto en González Catán, partido de La Matanza, como en Los Hornos, la imagen que devuelven los comedores barriales parece la misma. La escasez de mercaderías limita su capacidad de acción y los obliga a abrir solo una vez por semana, cuando estaban habituados a una frecuencia de al menos tres jornadas. Si bien denuncian que el Gobierno les cortó la asistencia y reclaman que se restablezca el flujo, coinciden en señalar que las protestas no estallan en las calles porque impera el temor a ser reprimidos por las fuerzas de seguridad.
La calle Perseverancia es de tierra y tiene a metros un arroyo llamado Las Víboras, cruzado por un estrecho puente metálico. En ese paisaje, se encienden las maderas para calentar una gran olla, acomodada sobre la carcasa de lo que fue una vieja cocina. Las cinco mujeres que trabajan en el comedor El Arroyito están identificadas con pecheras que tienen las leyendas “Barrios de Pie. González Catán” y “UTEP [por la Unión de Trabajadores de la Economía Popular]”. Cada una de ellas percibe un plan Potenciar Trabajo de $78.000 mensuales, cuentan
Aunque no llevan un padrón, afirman que las familias que asisten pasaron de 30 a unas 50.
“Antes hacíamos el comedor toda la semana. Tuvimos que bajar a tres días, dos y ahora una vez por semana. Lo estamos sustentando con rifas, yendo al Mercado Central o con donaciones. El Gobierno no nos quiere dar la mercadería. Para ellos, somos comedores fantasma. Nunca vinieron a ver qué es lo que hacemos. Me llamaron, dijeron que me iban a venir a visitar y nunca vinieron. Estamos abandonados por el Estado”, afirma Aquino, que tiene el comedor El Arroyito desde hace 10 años y milita desde hace 18 en el movimiento social Barrios de Pie.
Tres paquetes de arroz y un poco de sal son suficientes para encarar la última parte de la cocción en la olla del barrio Santa Rita, que las mujeres del comedor revuelven con grandes maderas que tienen colgadas en las columnas, también de madera, que sostienen un techo en el patio de la casa de la calle Perseverancia.
Cuando el mensaje de WhatsApp comunica al grupo vecinal que la comida está lista, el primero en llegar es Juan Zarza, un changarín que va al comedor “desde que está” y vive solo. Lo siguen dos chicos de no más de diez años, que pasan a retirar los tuppers y las naranjas para sus casas. La lista se engrosa con una señora, una nena y con Santos Ramón Acuña, un hombre que afirma que se mudó al barrio “hace cuatro días” y ya acude al comedor, al que lo “trajo una señora”, según cuenta a la nacion. A los pocos minutos, llega a buscar su ración Elena Agüero, una jubilada, de 67 años, que va al comedor desde que comenzó a funcionar. “Los jubilados estamos remal”, sostiene, y cuenta que va a distintos comedores del barrio.
A unos 90 kilómetros del barrio Santa Rita, en el comedor Panza Llena, Corazón Contento, de Los Hornos, bosquejan un escenario similar. El espacio no está vinculado a espacios políticos -afirman que se abrieron de Libres del Sur cuando llegó Javier Milei al gobiernoy se maneja entre la escasez de mercaderías. En sus alacenas quedan solo polenta, arvejas y yerba. A pocos metros de la calle 149, una vía rápida con postes y paredones pintados con los colores de Estudiantes y Gimnasia según la cuadra que se transite, el comedor funciona en la casa de los suegros de Silvia Barrientos, la responsable del espacio.
“No tenemos los medios para sustentar la olla. Estamos haciendo una vez por semana, cuando lo hacíamos antes tres veces. Estamos asistiendo a 250 personas, hay familias de hasta 12 personas. Antes hacíamos 30 tuppers por semana, antes de la llegada del nuevo presidente; ahora estamos haciendo 60. Y estamos poniendo un cucharón por tupper, quizás para una familia de 12 personas, es una locura. Es para no decirles que no hay”, relata Barrientos a la nacion. Subraya que “hay nenes que pasan hambre, al punto de llorar por hambre”.
El Potenciar Trabajo de $78.000 es la entrada de dinero general para la familia que trabaja en el comedor platense, al igual que en el caso de González Catán. Al lado de la mesa, está el carro con el que el suegro de Barrientos, Santiago Oyhamburu, de 61 años, sale a juntar cartón. En Los Hornos abundan los comedores. Por caso, a la vuelta de Panza Llena, Corazón Contento, está La Olla del Puente, a cargo de un vecino apodado “el Ruso”.
Sin ánimo para la protesta
A pesar de que los responsables de los comedores y los vecinos que acuden en busca de alimento relatan una situación social dramática, admiten que es improbable que esa circunstancia se transforme en un estallido de protestas y encuentran la explicación en la estrategia que utiliza el gobierno de La Libertad Avanza ante las manifestaciones. Así lo plantea Karina Pérez, una mujer de 48 años que concurre al comedor de Los Hornos: “La gente ya está muy cansada de la situación. No podés salir a hacer un corte porque enseguida llega la policía, no está para salir a hacer un piquete”. Admite que ella “antes iba a las marchas por el tema de los planes”, y aunque ve la conflictividad en baja, aclara: “Si vos no vas a la marcha, alguno te dice que te da de baja, y por las dudas hay que ir”.
“La gente no tiene ganas de salir a la calle a protestar. Uno lo ve en la tele: los jubilados salen a protestar porque no les alcanza para un remedio y los agarran a palazos”, señala Walter Oyhamburu, el marido de Silvia Barrientos, que también es uno de los encargados del comedor platense. “Reprimir al pueblo ha hecho que se calme un poco [la protesta]. Y la gente quizás dice: ‘No voy a ir porque pierdo todo el día’”, coincide Lorena Pino, colaboradora de Panza Llena, Corazón Contento.
La misma explicación ofrece Aquino, la encargada del comedor de González Catán. “No te quieren acompañar [a una marcha] porque tienen miedo de ser golpeados, de que los lleven presos. A los jubilados les pegaron por salir a reclamar sus derechos”, considera.
Los barrios también sufren el flagelo del narcotráfico y por esa presencia algunos explican la falta de movilización en esos sectores necesitados. Pablo Pérez, coordinador de la ONG La Plata Solidaria, que, entre otros espacios, colabora con el comedor de Los Hornos, plantea una vinculación. “Las ONG que trabajamos en el territorio tenemos algunas conclusiones sobre por qué no explota. Uno toma como parámetro 2001. En ese momento, los territorios los dominaban los punteros políticos. Ojalá hoy hubiera uno por cuadra, pero nos los hay. Los barrios más complejos son dominados por el narco, por el transa. La gente que vive en la miseria heredada de padres a hijos sigue viviendo en la anomia del día a día. Y al transa no le conviene que su barrio se mueva; le conviene la tranquilidad del barrio para que la gente pueda entrar a comprar droga”, argumenta.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.