domingo, 8 de septiembre de 2024

LILIANA LLAMAS...SALUD MENTAL Y GABRIEL OLIVERI


“Algunos padres ignoran la presión que ejercen sobre sus hijos”
Especialista en orientación vocacional, revela los obstáculos que enfrentan los jóvenes a la hora de elegir una carrera en 2024 y ofrece algunas herramientas para enfrentarlos
Cecilia Di Tirro


Después de recibirse de socióloga en la Universidad de Buenos Aires y tras instalarse en Bariloche (donde reside desde hace tres décadas), Liliana Llamas decidió prestar atención a otros intereses que seguían latentes en ella y que había postergado al elegir su carrera de grado: la psicología y la educación. Comenzó a trabajar en el departamento de Bienestar Estudiantil de la Universidad del Comahue y desde allí direccionó su carrera hacia el terreno de la psicología educacional y laboral. “Me llamaron la atención los altos índices de deserción universitaria en Argentina. Índices que, aunque por causas diferentes, aún se sostienen. Me propuse investigar los motivos pero también, y especialmente, crear un sistema de orientación que apuntase a prevenir estas causas. Ayudar a gente de todas las edades a pensar en sus fortalezas y sus posibilidades a la hora de elegir una carrera o un campo laboral, sin dejar de lado sus deseos”, explica Llamas, que acaba de presentar el libro La aventura de elegir (Paidós). Se trata de una guía práctica de orientación vocacional y ocupacional que invita a realizar una serie de ejercicios prácticos a modo de autoconocimiento y brinda información sobre áreas de estudio y carreras. Además, brinda consejos útiles para encarar ese momento clave de la vida preuniversitaria: definir qué carrera se va a elegir.
–¿Cuándo podemos detectar nuestra vocación?
–Se supone que la vocación es, ya desde la etimología de la palabra, un llamado. Algo que me llama, me atrae, me interesa. Pero en nuestro recorrido resulta ser una construcción que incluye lo que “me gusta” y también otros condicionamientos: las expectativas de mis padres, lo que los demás pretenden de mí, lo que me da miedo encarar. Muy poca gente tiene claridad al respecto. Y el sistema actual no ayuda, porque no hay suficiente estímulo en los chicos, por ejemplo, para curiosear o experimentar en distintas áreas.
–¿Qué lugar ocupan los padres en la elección de una carrera?
–Puedo decirte cuál debería ser: el de acompañar. Especialmente a los adolescentes que están por encarar el mundo universitario o el laboral. Hay muchos padres que acompañan a sus hijos acercándoles información y opciones, pero hay muchos otros que no son del todo conscientes de las presiones enormes que ejercen sobre ellos; ignoran eso y ponen sobre la mesa las propias frustraciones que arrastran. Si yo tuviese que decirle a un padre cuál es la mejor forma de acompañar el proceso le sugeriría mirarse a sí mismo, pensando en qué dejó de hacer por no animarse, lo que le hubiera gustado hacer y no pudo, pero a modo de incentivo para que su hijo tenga una experiencia distinta, nunca imponiéndole cumplir sus deseos personales.
–Llevás 30 años acompañando procesos de elección. Esa presión familiar parece trascender generaciones pero, ¿cuáles son las nuevas presiones o los supuestos ejemplos a seguir?
–Influencers, inversiones. Los ejemplos a seguir aparecen en las redes, con las que los jóvenes obviamente están en diálogo constante. Así como hace unos años la elección más a mano tenía que ver con carreras tradicionales por asociarlas con el prestigio e incluso con el dinero, hoy para los chicos el sinónimo de éxito puede ser un youtuber o un influencer. Y eso no está mal. Pero en esos casos yo planteo lo mismo que para cualquier otra carrera: ¿Sabés cuál es el trabajo, la preparación detrás de lo que se ve? ¿Sabés cuál es el tiempo que te lleva, cuánto y qué pasa antes de volver esos trabajos rentables? Hay que sumar las respuestas a esas preguntas en la balanza. Por otro lado, hay un creciente interés en las criptomonedas, las inversiones. Lo que ronda todo esto es la inmediatez. Un concepto que nos atraviesa a todos en muchos ámbitos, pero que es un gran enemigo para los jóvenes a la hora de elegir. La necesidad de resolución y gratificación inmediata al momento de encarar una carrera puede resultar en frustración. Siempre lo digo, en toda charla, en todo taller, en toda conferencia: por favor intenten adquirir el hábito de la perseverancia y la paciencia, porque ni en una carrera, ni en un trabajo, ni poniéndose en pareja o formando una familia van a ver resultados inmediatos y siempre positivos.
–Entre lo academicista y las profesiones o trabajos vinculados a lo digital, ¿hay lugar para optar por un oficio?
–Los oficios tienen una gran demanda laboral, al igual que ciertas tecnicaturas vinculadas al servicio, como la enfermería. Además, las pagas suelen ser inmediatas. Pero en la Argentina, aunque se está flexibilizando, todavía en 2024 seguimos priorizando aquello de “Mi hijo, el doctor”. Es una cuestión de prestigio social. Cuando a un chico de clase media o alta se le ocurre volcarse por algún trabajo manual, artesanal o artístico, suenan las alarmas. No se da el suficiente espacio para elegir esos caminos.
–¿Cómo se ponen en juego las nociones de fracaso y éxito?
–La noción de fracaso es paralizante. Yo trato de reconvertirla durante los procesos de orientación. Equivocarse en lo vocacional no es necesariamente perder. Quiero decir: cambiar de carrera o de rumbo laboral no es un fracaso sino la posibilidad de una reconfiguración. Una re-elección vocacional. Pasa el tiempo y los intereses pueden cambiar. Por eso insisto en tener esos intereses localizados, descubrir tempranamente la mayor cantidad de inclinaciones para tener más opciones a futuro. Todo tipo de estudios, en Oriente y Occidente, muestran que un adolescente tendrá por delante alrededor de diez ocupaciones diferentes, y lo que sin duda necesitará es capacidad de adaptación, ante sucesos como avances tecnológicos o migraciones. Respecto al éxito, la mayoría de la gente dice que el éxito es alcanzar la metas y los objetivos propuestos. A mí, en cambio, me gusta hablar de efectividad. Plantearse objetivos, pero también analizar qué impacto puede tener en mi vida el cumplimiento de esos objetivos. ¿Tendré tiempo libre? ¿Podré disfrutar de un hobby o de la compañía de los que quiero? La efectividad implica saber lo que quiero y también tener claro qué precio estoy dispuesto a pagar en pos de eso.
–¿Todo esto afecta solamente a jóvenes?
–¡No! Cada vez son más los adultos y adultos mayores que manifiestan inquietudes. Cuando se me acercan los felicito y encaro un proceso muy similar al que hago con los chicos. Indagamos sobre intereses actuales y pasados, sobre características de la personalidad, las fortalezas. Y enfrentamos los obstáculos como miedos y prejuicios. No siempre los cambios implican abordar una carrera larga. A veces se trata de animarse a un curso, a un taller o a encarar un emprendimiento.
–Se entiende que estos procesos son únicos y personales, pero ¿podrías compartir algunas claves a tener en cuenta en el recorrido?
–Yo propongo ser nuestro propio “detective privado”. El camino vocacional es un camino de autoconocimiento. Hay que trabajar con el mundo externo, ese al que le dedicamos la mayor cantidad de horas para vincularnos y adaptarnos a nuestro contexto, pero también con el mundo interno. Revisar todo lo que nos aleja o nos acerca a ser la persona que queremos ser. Los enemigos del proceso son el miedo y la ansiedad. En lo concreto, no podemos quedarnos con el “menú” de una carrera: los nombres de las materias, la carga horaria. Hay que hacerse más preguntas. ¿Me imagino ahí? ¿Entiendo de qué se trata? ¿Me interesan los materiales que se utilizan, los lugares en los que se llevan a cabo? Uno tiene que convertirme en su mejor aliado y no en su peor fiscal. Y, algo que no se dice mucho, hay que saber pedir ayuda y opiniones. Yo apunto, tanto con mi libro como con mis orientaciones, a mirarnos un poco más y a tener herramientas para conocernos mejor a nosotros mismos. Cuanto más me conozco, más decisiones conscientes y consistentes puedo tomar respecto a lo que quiero para mí.
“Uno tiene que convertirse en su mejor aliado, no en su peor fiscal
“Algunas personas estuvieron debatiendo si todos deberían poner su nombre real en los mensajes que envían por internet y rendir cuentas, de modo que pueda verificarse quién es el que envía los mensajes. Insistí con que internet no funciona así y que si alguien intenta imponerlo, la Red siempre encontrará una solución. Para demostrar mi punto, pasé dos días preparando la primera versión del servidor solo para demostrarlo”. Con estas palabras, en 1993, el finlandés Johan Helsingius puso en marcha Penet Remailer, uno de los primeros sistemas para proteger el anonimato en internet.
Tres años más tarde, el servicio, que había llegado a ser uno de los más populares de esos primeros años de la Red en su versión actual (o sea, pública), con unos 700.000 usuarios, debió bajar la persiana. Había estado bajo ataque de forma constante. Lo que más sonó (ya cubría estos temas por entonces y tenía internet en casa desde 1995) fue una acusación del diario inglés The Observer, que decía que Penet era usado por pedófilos; citaban a un investigador del FBI que en realidad era un sargento de la policía de San Bernardino, California, Estados Unidos, que luego declaró que habían publicado lo contrario de lo que había declarado (él había dicho que la mayor parte de ese material siniestro no circulaba por los remailers anónimos). El artículo, del que el diario nunca se retractó, omitía mencionar además el hecho de que la policía finlandesa no había encontrado evidencia de que el servicio de Helsingius se usara para enviar pornografía infantil.
También hubo varias demandas de la Iglesia de la Cienciología, que quería conocer las identidades de usuarios que habían dado a conocer documentación extraída sin autorización de las computadoras de esa organización. Hubo tres, y la última, relacionada con la violación del copyright de documentos de esa iglesia, fue la gota que rebalsó el vaso. Y Penet cerró. Pero la tesis de Helsingius se probó cierta. Cuando hay involucrados bits, computadoras y redes, fiscalizar, vigilar y censurar se vuelve una tarea imposible. En las democracias, se entiende. Por eso, países como China y Rusia tienen, en la práctica, una suerte de internet paralela, y por eso en Corea del Norte no se ofrece el servicio del todo.
Parece de sentido común colocar a Brasil, que acaba de bloquear Twitter en su territorio, en la misma lista. Pero es asunto bien diferente. En el caso brasileño, X (antes Twitter) se negó a cumplir con la ley, y la prohibieron. Tan diferente es el asunto, y tan poco importante es la libertad de expresión para las compañías de internet, que Starlink accedió a bloquear X en Brasil, a pesar de ser también una empresa de Elon Musk.
X va a seguir encontrando problemas en los países donde opera, sobre todo en la Unión Europea, si persiste en librar cheques en blanco a la industria de los trolls, la desinformación sistemática y otras delicatessen que son lesivas para las democracias occidentales y funcionales a los totalitarismos.
Ahora bien, lo que definitivamente Brasil hace mal es multar a los ciudadanos que usen X. Primero, porque un gobierno democrático tiene la potestad de bloquear un servicio, si una compañía no acata una orden judicial. Pero prohibirle a un ciudadano acceder a ese servicio, si encuentra el modo (el modo se llama VPN, por ejemplo), es censura previa. Segundo, porque para multar a los que usan Twitter deberían implementar una vigilancia estatal masiva e indiscriminada, lo que está muy lejos de la idea de democracia, incluso para defender la democracia.
Pero hay algo más. Aun así, el teorema de Helsingius seguirá probándose cierto y los ciudadanos con un poquito de conocimiento técnico continuarán usando Twitter sin que el juez se entere. Excepto, claro, que Brasil cierre internet. O fabrique su propia internet, que en la práctica es lo mismo

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Entre la vida 5 estrellas y su paso por el teatro y la televisión
Empezó como maletero y llegó a director de marketing de un hotel de lujo; además, se animó al teatro y a la televisiónr
 Flavia Fernández.“Ya no me interesa ir a lugares que no me aportan nada”
Más allá de los títulos que acumula desde hace años como “rey de los hoteles”, Gabriel Oliveri camina su palacio con serenidad, el ojo siempre atento al detalle, e invita, misterioso, a conocer las novedades del espacio que lo tiene como anfitrión. “Cuidado con la pintura fresca, mirá lo que son estos espejos”, señala entusiasmado ante las flamantes suites que desbordan de geranios. Y cuenta de corrido las novedades del Four Seasons Buenos Aires: el éxito sostenido en el tiempo, los nuevos bocados y carros dulces de primavera, la hamburguesa dry age de 45 días con trufas que se hizo viral por ser la más cara de la Argentina.
Aunque esta es la vida que siempre soñó, la conversación muta, inexorablemente, hacia su otra realidad. “Desde hace tiempo comencé a coquetear con la televisión y tuve varias nominaciones para los Martín Fierro. Este año vamos con Pasaplatos. La faceta artística me produce mucha alegría porque me conecta con lo que siempre quise ser, lo que soñaba en mi Concordia natal. Ya viajé mucho, hoy mi descanso es hacer lo que me provoca placer. En eso estoy: ahora empecé en LN+ todos los domingos, y hago teatro, que es lo que siempre me desveló”.
–Pero estudiaste abogacía. Era el deseo de tu padre, ¿no?
–Y sí. “M’hijo el dotor”, del maravilloso dramaturgo Florencio Sánchez, estaba presente en mi familia. Y me vine desde mi ciudad natal para cumplir ese sueño, aunque todo lo que quería era ser actor. Mi padre falleció cuando yo tenía 20 años. No me vio en esto, pero mientras vivió hice lo que él quería. Después comenzó la otra historia, que ya conté muchas veces. La pensión, mi primer trabajo en el Supercoop del barrio de Once y los mediodías comiendo sándwich de mortadela y vaso de leche con unas chicas amorosas que después supe que trabajaban de prostitutas. Hasta que un día pasé por una obra, hablé con un obrero, me enteré de que estaban construyendo un hotel. Al tiempo di con el gerente, me probaron como maletero y fui feliz. No sé si ya intuía que podía crecer en ese mundo, pero mi trabajo lo hacía con unas ganas y un profesionalismo alucinantes. Me encantaba estar en un lugar repleto de mármoles italianos, comida rica, un sueldo fijo. Y encima tuve un primer jefe que resultó ser el hijo de Joséphine Baker. Esa persona, maravillosa, me enseñó un poco de inglés, de francés, y me despertó la curiosidad, esa desesperación por estudiar y cultivarme en todo sentido.
–Y de ahí los viajes, cursos y metas hasta llegar a ventas y, finalmente, a director de marketing y comunicación de uno de los hoteles más lujosos del mundo.
–Sí, yo quería aprender. Era tanto lo que expresaba al respecto que ellos mismos se ofrecieron y me pagaron másters y estudios en diferentes partes del mundo. Amo entrenarme y soy muy curioso. Puedo hacer muchas cosas a la vez; por ahora soy incansable.
–¡Lograste lo del teatro!
–Bueno, esa era la idea original cuando vine a esta ciudad. Tuve la oportunidad de entrenarme con Lili Popovich, la coach teatral de Vicuña, Sbaraglia y Chávez, que es maravillosa. Y en un momento le dije: ‘Por favor, necesito saber si sirvo para esto o no’. Me contestó que soy actor por naturaleza. Terminé haciendo una obra en el Microteatro, personificando a Hemingway. Ahora voy a dirigir La chica del buffet, otro desafío apasionante. Y en enero y febrero me quedo en Buenos Aires para actuar en el Picadero, con una biografía de Truman Capote.
–¿Te queda algo pendiente? ¿Ser padre, por ejemplo?
–No, eso sí que no. Para mí los padres, todos aquellos que tienen hijos, directamente son héroes. Es muy complicado. Los hijos juzgamos demasiado a los padres y los padres quieren de sus hijos muchas cosas. Las relaciones no siempre son fáciles. Yo el año pasado perdí a mi mamá y realmente me sentí Bambi. Teníamos una linda relación. La cuidé mucho. Porque nunca fue fácil ser jubilado en la Argentina.
–Tema muy actual...
–Sí, pero no quiero contextualizar ni ahondar en la depresión del país. Soy naturalmente optimista y crecí en un lugar donde nunca la situación económica fue buena. Jamás sentí que en la Argentina se pudiera vivir bien con un solo trabajo. Vengo de una familia donde jamás sobró nada. Mi papá fue camionero y almacenero; crecí con las frutas y las verduras en la puerta. Cuando era maletero salía a las ocho de la noche y me iba directo a una empresa de seguros para liquidar sueldos. Me quedaba hasta las 12. Tengo la sensación de que el país nunca va a estar a tu favor y que solo vos podés salvarte.
–Trataste con Menem, Macri, Clinton, Bush. ¿Qué te pareció Milei?
–Vino a varias conferencias en el hotel y fue muy correcto. Me preguntan muchas cosas sobre él, pero a esta altura no me detengo en detalles ni me importa con quién sale o qué come. De hecho, no come. Por lo menos cuando asiste a reuniones, nunca se queda a almorzar.
–¿Qué anécdotas atesorás de otros presidentes?
–Había uno que venía especialmente a comprar helado de pistacho. Bill Clinton solo comía ensaladas. Menem me escuchó cuando conté que jamás me había sacado una foto con un presidente y, ¿qué hizo? Se acercó y me dijo: “Si quiere hagamos una foto ahora, querido”.
–¿No te resulta difícil cambiar el chip hotelero para convertirte en actor o periodista?
–Mucha gente se obsesiona con eso y hasta me lo cuestionan. Prejuicios. Yo soy superorganizado y metódico. Llego a las siete de la mañana al hotel. Lo primero que hago es recortar los diarios, ya que recibo todos en papel. Después me sumerjo en los portales de noticias y bajo a mis reuniones de ventas con toda la información en la cabeza. Y así todo el día, hasta las cinco de la tarde, que es la hora en la que me voy a trabajar al Canal de la Ciudad. Los sábados ensayo y veo obras. Y los domingos estoy en el canal con Horacio Cabak, unas tres horas. Me encanta porque me dejan ser yo. La idea era contar noticias blancas, pero a veces termino opinando sobre la situación de Venezuela, el escándalo de Fabiola o el llanto de Angelina Jolie.
–¿Te aburrieron los eventos?
–Ya no me interesa ir a lugares que no me aportan nada. Cada vez soy más consciente de que el tiempo se nos va. A fin de cuentas sos lo que hiciste en el día. Lo mismo cuando termina un mes, un año. Entonces, ¿en qué querés que se transforme tu vida? En las cosas que hacés.
–Muchos te conocen como el amigo de Pampita.
–Y está bien. Es mi amiga, la adoro. Y nos une ser del interior, haber conquistado esta ciudad con esfuerzo. Nos miramos y ya sabemos lo que piensa el otro. Y nos reímos mucho.
–El último famoso que vino al hotel fue John Travolta...
–Sí, estuvo en Bariloche junto a sus hermanas e hija. Paseó por Buenos Aires, comió sushi en lo de Narda Lepes, fue por ricas carnes, escuchó tango y jazz en San Telmo. Y se llevó la flor que yo tenía en el ojal, creación de una amiga. Siempre que alguien me dice “me gusta”, yo tiendo a regalar.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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