lunes, 14 de octubre de 2024

ALEJANDRO TANTANIAN Y LHAKPA SHERPA


Incansable y sin miedo a los desafíos, Alejandro Tantanian es aplaudido por Eduardo II, un clásico polémico
Creador clave y multifacético de las artes escénicas, está presentando una potente versión de Eduardo II y repasa
su recorrido como artista y gesto
Alejandro Cruz
"Está todo muy formateado por la idea de lo macho", dice el dramaturgo
Al actor, dramaturgo, docente, director teatral, gestor y régisseur Alejandro Tantanian el mapa de lo diverso lo constituye. De Gerardo Gandini en el CETC del Teatro Colón pasa a un café concert con el primer vedette hombre y “desnudo cuidado”. Así como montó obras claves en la escena independiente también dirigió el Teatro Nacional Cervantes como formó parte del Fondo Nacional de las Artes o estrenó montajes en prestigiosos teatros europeos.
En esta temporada, fue el responsable de presentar un oratorio en el Teatro Colón con Mercedes Morán y una obra con su admirada Marilú Marini. En el recorte de lo cercano, lanzó un libro, tiene en cartel un clásico en la sala mayor del Teatro San Martín mientras prepara una nueva versión del café concert. Pero ahora, en un bar cerca de su departamento en Belgrano, baja para la nota en bermudas y remera deportiva contento por no tener que empilcharse para las fotos que se harán otro día.
A la noche no le quedará otra que ponerse formal y cortés. Tiene función de El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, el texto de Christopher Marlowe en versión escénica del escritor Carlos Gamerro, la artista visual Oria Puppo (con quien trabaja hace casi 30 años) y suya, que él mismo dirige. En esa obra que despierta fervorizados aplausos trabajan cuatro actores que cumplen roles fundamentales en esta historia escrita en 1592 por el gran predecesor de Shakespeare. Marlowe decidió contar la historia de un rey que ama a otro hombre sin necesidad de esconderlo en ningún placar del palacio inglés, sin andar divirtiéndose entre las virtudes públicas y los vicios privados.
El cuarteto principal del numeroso elenco lo conforman Agustín Pardella como Eduardo II; Eddy García, el amando Gaveston; Sofía Gala Castiglione, la Reina Isabel; y Patricio Aramburu, el arrogante y dudoso Mortimer. Durante dos horas, la sala Martín Coronado se transforma en un verdadero campo minado en el que se cruzan deseos, prejuicios y traiciones en un verdadero thriller atravesado por la tragedia. Eduardo II es “una maquinaria teatral al servicio de un texto fuerte que ilumina el presente como un diamante en llamas”, fue el título de la crítica sobre la última puesta de este activista de la escena.
“Yo estoy muy contento con el trabajo como hace mucho que no me pasaba. Para estos tiempos tan complejos, todo este proceso de ensayo ya fue un refugio. Somos muy conscientes de estar trabajando en algo que amamos, en este contexto de país eso es un situación de lujo”, apunta apenas se prende el grabador y revuelve su café.
Eduardo II: Tantanian con Agustín Pardella

-Armaste una numerosa “tribu” de actores y bailarines en la que mezclaste intérpretes con muchas experiencias teatrales en un escenario como la sala Martín Coronado, caso Luciano Suardi, junto a Agustín Pardella, cuya única experiencia en el San Martín fue haber sido la persona que hacía las visitas guiadas.
-El norte para la selección del elenco fue convocar a gente que conozco y admiro, personas que percibía que podían armar comunidad. Es un texto que hace muuucho quería hacer. Desde el inicio quise rodearme con personas que tuvieran hambre de hacer esto. Es una obra grande, compleja y que está buenísimo poder hacer hoy, aunque se trate de un texto del 1500. Su conflicto tiene que ver con la identidad, con alguien que dice yo soy esto, y eso que dice no es tolerado por el poder político, eclesiástico y militar. Desde el primer día pudimos construir una mística de grupo y para eso fue muy importante haber convocado a la coreógrafa Josefina Gorostiza, quien encaró un trabajo físico de mucho compromiso y claridad, eso armó una confianza muy sólida. Jugó a favor mi experiencia el haber trabajado en el San Martín.
-Pero es tu primera vez en la Martín Coronado.
-Es cierto. Era una especie de asignatura pendiente. Era importante llegar, bueno..., decir “llegar”...
-Tomemos esta especie de fallido. Todo esto tiene algo del orden del “llegar”...
-Reconozco que montar una obra en esa sala es parte del canon. Me parecía bien apostar a un elenco vital, que quiera salir a matar. Encontré cuatro protagonistas que la rompen y que asumieron el desafío. Esa sala tiene como una especie de matriz establecida, ligada a ver un texto clásico a cargo de actores reconocidos; nosotros nos apartamos de esa fórmula para buscar otra matriz, que tampoco considero que sea novedosa. Eduardo II es un espectáculo que apunta a la emoción, a la concientización. Mi experiencia de gestión como director de Teatro Nacional Cervantes fue muy importante para darme cuenta del poder que tiene el teatro público a la hora de poner en agenda determinadas cuestiones. Esta obra, además de plantear crímenes de homofobia, de homoodio, plantea esa pelea de la derecha a nivel mundial de ir por sobre las identidades y las minorías. Y está escrita por un autor corrido del eje que se cristalizó con la versión cinematográfica que hizo Dereck Jarman, en el 92.
Mientras que ese año Alejandro Tantanian trabajaba en Babilonia, lugar clave del momento, en los cines de Buenos Aires se estrenó aquel impactante film en el que actuaban Steven Waddington, Andrey Tiernan y Tilda Swinton; y en el que Annie Lennox interpreta la canción Every time we say goodbye. Jarman estrenó su película en los últimos años del gobierno de Margaret Thatcher, que intentaba restringir el discurso sobre la homosexualidad en escuelas e instituciones estatales. Lo suyo fue un hecho artístico, como político.
En la puesta actual de Tantanian el trabajo actoral, de imagen y coreográfico son elementos claves de esta verdadera maquinaria escénica
“El texto hoy expone la misma situación que aquella vez -interpreta el creador-, porque hoy presentamos esta obra mientras que en instituciones oficiales locales no se pueden tocar temas Lgtb o se ataca el derecho de algunas minorías. El tema central de la obra es que Eduardo II vive su homosexualidad de manera pública, no privada. Hay un personaje que le dice a Eduardo: ‘Si usted hubiese guardado más rescato en los cuartos oscuros del palacio nada hubiera pasado’. A lo cual, el rey le responde: ‘no hay cuartos oscuros en el palacio y, a veces, uno se cansa de vivir bajo el agua’. El tema de lo público y lo privado es central. Todo aquello sucedió en el 1300 y Marlowe lo retomó en el 1500 para hablar de algunas cuestiones de las que no se hablaba. Todos sabían que los reyes y las reinas tenían sus favoritos, como se los llamaba a aquellos vínculos sexuales casi secretos; pero esas relaciones sucedían en el plano de lo privado. Lo que decide hacer Eduardo es gobernar junto con su amor, que era un hombre de otro sector social”.
-Ahora bien, ese foco no fue el eje de otras versiones escénicas sobre el reinado de Eduardo II.
-La tradición inglesa ponía a Eduardo como el rey débil, el que desatiende al gobierno porque está mariposeando con el novio. Que puede ser también, ¿por qué no?; pero desde esa perspectiva la homosexualidad quedaba en un segundo plano. Bertolt Brecht hizo su propia versión de Eduardo II para pensar su teatro épico en la Alemania de 1920. Pero para él, como buen homófobo que era, la cosa gay ocupaba un lugar muy menor. Lo que hizo la película de Dereck Jarman fue poner ese aspecto en el centro del relato. Nuestra versión toma ese punto de partida.
-Mencionaste la versión firmada por Marlowe/Brecht. Ese texto se vio justamente en el Cervantes, en 1984, protagonizado por Alfredo Alcón, como Eduardo II, y Antonio Banderas, como su novio. La dirigió el catalán Lluis Pasqual, el que está presentando en la Casacuberta La gran ilusión.
-No llegué a verla pero sé de ella. Yo empecé a obsesionarme con montar Eduardo en 2010. Supe que en algún momento la iba a montar Alberto Ure y que se iba a llamar El rey puto, con Iván González. Hubiera sido la primera vez que se hacía el Eduardo II de Marlowe en la Argentina. Me hubiera encantado que se concretara porque siempre admiré a Ure.
El gran Alberto Ure fue un verdadero agitador de la escena. Fallecido en 2017, en una nota de 1997 publicada en el diario Clarín reflexionaba sobre su idea de puesta. “Este rey es emblema de una profunda subversión de las convenciones -reflexionaba-. Lo suyo es un verdadero atentado a la idea de familia basada en la pareja heterosexual y a la idea de la procreación”.
Volvamos a 2010, a cuando Alejandro Tantanian empezó a entusiasmarse con la idea de montar Eduardo. “Cuando presenté el proyecto iba a girar alrededor de los crímenes de homoodio -apunta-. Hoy tiene el mismo latido a cuando Jarman estrenó la película en medio del gobierno de Thatcher”.
“Me escucharon y atendieron mis pedidos”, señaló Tantanian
-Jarman se negaba a definirse como gay, no le cerraba esa categoría. En cierto aspecto fue un adelantado de lo queer cuando ese término no estaba circulando. ¿Tu versión de Eduardo II entraría en la categoría de lo queer?
-Es un espectáculo marica, digamos. Es como pensar qué pasa si los que estamos en los márgenes tomamos el centro, qué pasa si nosotros somos gobierno. Es interesante el tema del poder y la homosexualidad, que pareciera ser que no van de la mano. Lo inquietante en el texto de Marlowe es que toma a este personaje que puede, por momentos, ser un tanto desagradable; pero la respuesta a esa actitud es atroz. Termina asesinado a los 29 años. Es como si ante una cachetada vos sacás un revolver y le pegás un tiro en la nuca al que te pegó. Nosotros no ponemos a Eduardo y Gaveston, su novio, como una tragedia amorosa de dos que se aman y el medio los niega. Ambos tienen lo suyo, no son seres de luz, seres puros. Hacen cosas que no están tan buenas, y eso es interesante.
-¿Esta puesta de Eduardo II dialoga a cuando, desde tu rol de curador y gestor, programaste en el Teatro Cervantes dos textos de Copi: Eva Perón y El homosexual?
-Sí, pero son cosas que uno va descubriendo durante el recorrido. Mi propia identidad está constituida por los discursos de los márgenes y por un intento fuerte de llevar eso al centro. Cuando estábamos dirigiendo el Cervantes, pensar en programar un texto de Rafael Spregelburd, La terquedad, como uno de Copi, un autor central en la poética de la imaginación argentina, era fundamental. Claro que en todos estos corrimientos hay un problema que viene de la década del 60 entre “los absurdistas” y “los realistas”. Algo así a cuando aparece una dramaturga como Griselda Gambaro y Roberto Cossa pide que le saquen a esa mujer de adelante. A partir de esa tensión hay dos caminos claros en la dramaturgia argentina.
-Salvando las distancias, aquella tensión de los 60 se reactualizó cuando muchos de ustedes, dramaturgos a los que se los denominaba como emergentes, conformaron el grupo Caraja-ji en los 90 confrontando con los referentes establecidos.
-Digamos que nuestros “abuelos” debían dar paso para que los nietos llegaran. El nexo entre esas dos generaciones fue Mauricio Kartun, quien fue alumno de muchos de esos “abuelos” y maestro de muchos de nosotros. Yo siento que debo asumir ese legado teniendo en claro que me apasiona más el teatro de un Ricardo Monti y que el de Roberto Cossa, sin restarle valor a ninguno de los dos. En el teatro argentino hay un exceso de testosterona, está todo muy formateado por la idea de lo macho que aún llega a los 80 y los 90. De hecho, Ricardo Bartis es un director extraordinario, pero ha generado situaciones muy fuertes en relación de lo que es la idea de lo macho. Por suerte, actualmente hay cierto discurso más permeable, empático y tolerable que, paradójicamente, conviven con un gobierno como el actual, que no tolera lo diferente.
Javier Daulte, Alejandro Tantanian y Rafael Spregelburd en tiempos que escribieron y dirigieron “La escala humana”, aquella obra que protagonizó la gran María Onett
-Hablás asumiendo un lugar del margen, de una especie de cordón del suburbano de la creación escénica. Pero dirigiste el Cervantes, te convocaron varias veces del Teatro Colón, del San Martín, de teatros públicos europeos, ocupaste lugares de gestión de entidades públicas culturales y podría seguir con la enumeración.
-Fueron movimientos que se fueron dando. Entiendo todo esto como una situación, diría, de militancia. La primera vez que dirigí en el San Martín fue con Julia/Una tragedia naturalista, de August Strindberg, en el 2000. Para mí aquello fue algo soñado. El tiempo fue pasando y la última vez que me convocaron del Teatro Colón hice el oratorio Theodora, de Händel, que casi nos juzgan en una plaza pública.
-Por aquel trabajo en el cual participó Mercedes Morán le pidieron la renuncia al que era ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro.
-Exacto. Theodora era un oratorio que planteaba cosas complicadas de la teología disidente. Esas apuestas son las que me parecen atractivas. Cada vez más pienso mis trabajos desde ese lugar.
El creador de los márgenes: cuando llegó Mauricio Macri a la Casa Rosada pensó en él para dirigir al Teatro Nacional Cervantes. Antes de aceptarlo, lo pensó mucho. “Éste es un gobierno del que no adscribo casi ninguna de sus decisiones”, aseguró cuando asumió el cargo en 2017. Con el paso del tiempo, en 2023 Alejandro Tantanian fue precandidato a legislador porteño por el Nuevo MAS, sector de la izquierda en el ámbito porteño. Aquella gestión que le cambió la cara y el contenido al único teatro que depende del Estado nacional culminó en medio de problemas gremiales que le impidió cerrar la programación pensada.
“Fueron conflictos gremiales ligados íntimamente a la política -interpreta-. Así como nadie te explica cómo ser padre, nadie te dice cómo ser director de un teatro público. Tuvimos mucha prepotencia de trabajo, logramos que el Cervantes funcionara al ciento por ciento cuando antes lo hacía al 30. Eso trajo un problema porque la gente trabajaba más, pero cobraba lo mismo. Luego vinieron las elecciones legislativas y fue claro que el macrismo perdía el poder. Eso provocó un retiro masivo de todos los sostenes posibles del gobierno en relación a nuestra gestión. Nos dejaron solos. Lo entiendo hoy, pero bueno...
Mercedes Morán..Gentileza Teatro Colón
-¿Fue dura tu salida del Cervantes?
-Fue muy difícil, pero al muy poco tiempo vino la pandemia... Desde agosto de 2019 hasta dejar el cargo fueron tiempos complicados en medio de una huelga infinita. Un montón de cosas no pudimos hacer. Fue muy salvaje todo, pero está bien. Cuando estás alto más estruendosa es la caída. Y aclaro que no hablo de mí sino que me refiero a la gestión. Claramente había que bajarnos de un hondazo. En medio de eso se atacó a mi persona y eso sí fue doloroso. Y fue injusto, también. Pero, como se dice, al que le gusta el durazno que se banque la pelusa. Aprendí un montón de cosas.
-Después de esas “pelusas”, ¿volverías a aceptar un cargo de ese tipo?
-Sí, pero con un montón de condiciones que ahora sí conozco. Me encanta la gestión. En el Cervantes la primera experiencia de teatros accesibles lo hicimos nosotros. Nos costó dos años elaborar la logística destinada para espectadores con discapacidad visual y auditiva, pero cuando vimos lo que pasaba con esa gente te dabas cuenta que le cambiaba la vida. Eso, ¿ves?, me marcó.
-Tomando esa expresión, ¿algún espectáculo que viste sentado en una butaca te cambió la vida?
-Claro. Cuando vi primera vez a un espectáculo de Pina Bausch como a Tadeusz Kantor, hace 40 años. O, en la Martín Coronado, a El círculo de tiza caucasiano y el Ricardo III, por el Teatro Rustaveli de Georgia dirigido por Robert Sturua. O cuando en medio de una gira por Europa con El Periférico de Objetos presencié una obra de Romeo Castellucc. Creo profundamente que el arte te pude cambiar la vida. De hecho, mi vocación nació sentando en una butaca de la Martín Coronado viendo El casamiento, el texto de Witold Gombrowicz dirigido por Laura Yusem. A partir de esa obra decidí hacer teatro y me fui a estudiar con ella. En perspectiva, yo le debo todo al Teatro San Martín.
-Si la pregunta anterior te remitió a tu etapa formativa, desde hace años das clases. De hecho, el libro Tres clases, editado por Blatt & Ríos, da cuenta de tu lugar de formador.
-El texto nació durante la pandemia. Eran momentos con mucha gente en sus casas por motivos obvios y yo necesita una forma de ganarme la vida. Por eso propuse dar una clases como para todo público. Empecé a estudiar algunas cosas que me interesaban y terminé reparando en Shakespeare, haciendo eje en Hamlet; en tres obras de Tennessee Williams y en Bertolt Brecht. Siempre di clases que nunca las preparo académicamente; pero nunca las había grabado. Lo tuve que hacer para poder pasársela a los alumnos que no se podían conectar en el momento. Yo ya estaba en charlas con Mariano Blatt y Damián Ríos, de la editorial, para publicar algo mío y les terminé proponiendo ese material. Se los pasé, lo aceptaron y lo terminó editando Andrés Gallina, persona clave en todo el proceso. Yo quería que el que me conoce hablando me reconociera en esas páginas.
-Ese propósito de rescatar la oralidad está sumamente logrado. Todo fluye en el libro. Va de lo académico y la agudeza intelectual al registro irónico, liviano.
-Para mí es un libro que puede leer cualquier persona que le gusta el teatro.
-Si este libro tuviera una próximo edición dedicada a dramaturgos locales, ¿quiénes serían?
-Claramente, Monti, uno de los grandes autores argentinos. Le sumaría Rafael Spregelburd, que me parece que tiene una obra única, es el mejor de nuestra generación. Y entre los más jóvenes, me gusta mucho José Guerrero, aunque no tenga tanta obra por motivos generacionales. El trío Monti, Spregelburd y Guerrero me parece potente.
-En Tres clases cuando reparás en Tennessee Williams confesás que fue el autor que marcó tu adolescencia. Decís de él que es un creador difícil de encasillar un autor mutante. En perspectiva, pareciera ser que estuvieras hablando de vos.
-Ojalá [sonríe]. Bueno, recuerdo una nota que me hiciste hace años que titulaste “El intelectual que se calzó el conchero”.
-Lo habías dicho vos. Fue en 2010. Estabas haciendo Viaje de invierno. En ese espectáculos cantabas temas de Jacques Brel, algunas arias de ópera junto como un tema pop de Gloria Trevi. En esa nota, tengo la copia acá, dijiste: “Entré por la puerta del teatro, demostré que soy inteligente y después me calcé el conchero”.
- Esa posibilidad de calzarme el conchero ya lo había concretado en De lágrima, que fue la primer vez que canté en público, cosa que había hecho toda mi vida encerrado en mi cuarto. Si hablamos antes de lo privado y lo público, el cantar era parte de lo privado interpretando canciones que hicieron famosas Nacha Guevara, la Piaf o Barbra Streisand. La música me da libertad. En cierta forma, cuando monté Los mansos fue la primera vez que uní esos dos hemisferios.
-En algunas de esas propuestas musicales también te animabas al monólogo político como si fueras una especie de Enrique Pinti de las nuevas generaciones que analizaba los titulares de los diarios. Esa línea parece ser la del cabaret con el primer vedette hombre, como se anuncia, que dirigís y en el que Franco Torchia se presenta como un capocómico.
-En cierta forma es así. Como nunca... ¡otra vez! es un proyecto al que me sumé antes de que asumiera Javier Milei. Lo hicimos en Casa Brandon y pasó algo increíble: por primera vez nos estábamos riendo de todo esto que estamos viviendo. La posibilidad de sostenernos tiene que ver con tener margen para reírnos, eso también es una militancia posible. Aquello fue creciendo y, desde noviembre, lo presentaremos en las trasnoches de El Picadero. Claramente sique la línea del café concert político que empezaron gentes como Antonio Gasalla o Enrique Pinti y esos emprendimientos de Lino Patalano en lugares a los que les ponía nombres dislocados.
-Nombraste a Lino Patalano y en la serie Cris Miró (Ella) justamente hiciste de esa figura emblema del teatro Maipo.
-Es como un gran familia (sonríe con cierta nostalgia). Tuve la suerte de conocer a Lino. Fue el productor de Nada del amor me produce envidia, con Soledad Silveyra; y era un ser realmente único. Por eso mismo cuando me propusieron hacer de él en la serie ni lo dudé.
Para Alejandro Tantanian cuando vio La consagración de la primavera, de la gran Pina Bausch, o Wielopole Wielopole, del polaco Tadeus Kantor, fueron fundamentales para su imaginario creativo. Pero, fiel a su estilo de “militar” una amplia paleta por fuera de todo rígido manual de estilo, ante la consulta de cuál fue el último montaje que le rompió la cabeza, para usar su expresión, suelta un título un tanto sorprendente: Sunset Boulevard, el musical de Andrew Lloyd Webber basado en la película El crepúsculo de los dioses, que supo interpretar Glenn Close en Broadway.
Desde chico, Alejandro Tantanian se encerraba en el baño para cantar temas de grandes divas hasta que, en algún momento, aquello del orden de lo privado lo hizo público en diversos escenarios
“Pero me refiero a la puesta que hace Jamie Lloyd, el mismo que dirigió a Elena Roger en Piaf -aclara inmediatamente-. Es lo mejor que ví en los últimos años, creéme. De pedo lo vi en Londres antes del estreno. Había visto montajes de ese director y en Sunset Boulevard la rompe. Me voló la cabeza. Es la reinversión de un género. Ganó todos los premios y ahora se acaba de estrenar en Nueva York. Es un fucking genio ese director. Cuando se estrenó esa obra fue conocida como el musical más caro, más fastuoso que lo interpretaron verdaderas divas. Medio que la gente aplaudía las escenografías, una locura. Esta versión es una tragedia griega muy de la época. Si se quiere, en esta puesta la historia de Norma Desmond, una estrella del cine mudo en decadencia, pude ser la historia de una influencer al la que no le ponen likes. Y resuelve todo con sillas, pocos cambios de ropas y proyecciones. Salí, me compré una entrada, y volví al día siguiente”.
Tal vez, salió del teatro londinense y (parafraseando a un tema de Gloria Trevi que cantaba en un teatro porteño), la noche, ya no era oscura; era de lentejuelas. Un Alejandro Tantanian auténtico.

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LA NEPALÍ QUE DESAFIÓ AL EVEREST 10 VECES
LHAKPA SHERPA OSTENTA UN RÉCORD DE ESCALADAS A LA MONTAÑA MÁS ALTA DEL MUNDO; SU MISIÓN: “EXPONER LA OPRESIÓN DE LAS MUJERES DE SU PUEBLO” texto de Flavia Tomaello —
Netflix“Estoy persiguiendo mi sueño de enviar a mis hijos a la universidad para que quiebren el destino”, dice
“Es triste bajar, pero rinde más que subir”, dice un proverbio nepalí. Un saber que se ha inspirado en la poderosa cordillera del Himalaya que se esconde dentro de su geografía, incluido el mítico monte Everest. Decenas de focos turísticos lo han convertido en un sitio atractivo para viajeros exóticos. Aun así, Nepal es considerado por los más recientes informes de las Naciones Unidas como uno de los países más pobres del mundo, con un bajo índice de desarrollo humano y con mala calidad de vida, donde la carencia de asistencia social y médica es especialmente grave en las clases más desfavorecidas. La pobreza, unida a la falta de educación y a ciertas tradiciones locales, configuran, además, un escenario particularmente tortuoso para las mujeres.
El Fondo para las Poblaciones de la ONU (Unfpa) estima que una de cada cinco nepalíes de entre 15 y 49 años ha sufrido de violencia por lo menos una vez en su vida. Según la encuesta demográfica y de salud de Nepal de 2022, aproximadamente el 23% de las mujeres de entre 15 y 49 años había sufrido violencia física, el 7% violencia sexual y el 13% violencia emocional a lo largo de su vida.
Lhakpa Sherpa es una muy rara excepción a todas las reglas de su país. Nació en una cueva en algún momento de 1973, aunque desconoce el dato con precisión. Pertenece a la cultura de los sherpas (de allí viene su apellido). La mayoría de ellos provienen de la antigua secta Nyingma (Sombrero Rojo) del budismo tibetano, aunque desarrollan una práctica espiritual que mezcla el budismo con el animismo. Esta comunidad de unos 145.000 habitantes se basa en un sistema de clanes (ru). La herencia se determina a través del linaje paterno, y todos los sherpas pertenecen a uno de los 18 clanes y llevan su nombre. La mayoría vive en el rincón oriental de Nepal, en Solu, Khumbu, Niagara y Parak o en la región Helambu, al norte de Katmandú, la capital del país.
“Gota a gota se llena la vasija de agua” (*)
Lhakpa se crio a la vera del Everest, conocido en el lenguaje local como Chomolungma, la Diosa Madre del
Mundo. Creció en la aldea de Balakharka, en la región de Makalu, donde se encuentra el monte del mismo nombre, el quinto más alto del mundo. Lo rodea una mísera población agrícola que apenas alcanza a subsistir con los escasos cultivos que extrae.
En medio de una familia con 11 hermanos (3 varones y 7 mujeres), como muchas de las niñas del país, Lhakpa no recibió ningún tipo de educación formal. No aprendió a leer ni a escribir. En su aldea, a las niñas no se les permitía asistir a la escuela. Su padre aspiraba a que se casara pronto para reducir la carga familiar en casa. Desde pequeña corrió con una ventaja sobre sus hermanas: las superaba en altura, alcanzando a sus hermanos varones.
Las familias sherpa participan de manera integral de la actividad que desarrolla el padre. La mayoría de ellos, además de algún tipo de comercio, se aboca a la asistencia de los visitantes que se acercan a escalar. El padre de Lhakpa, entre otras cosas, recorría las colinas del Tíbet vendiendo sal. Acompañándolo es que ella tomó contacto con las montañas por primera vez. En la travesía atravesaban por todos los paisajes, desde bosques de altura, a planicies y terrazas de cultivo, incluyendo escaladas que desafiaban las alturas de los picos más altos del planeta.
Cuando llegó a los 15 años, escudada en su fortaleza física, inició un camino laboral en puestos habitualmente destinados a hombres. Trabajó en Makalu en el restaurante de su tío como asistente de cocina pelando papas y lavando platos. Pero apenas un año después, se reconvirtió en porteadora, una actividad decididamente reservada para ellos. Consiste en trasladar equipos pesados, de hasta 100 kilos, a través de las montañas. Durante esta tarea escaló dos picos que se utilizan como entrenamiento previo a encarar los desafíos de los 8000 metros: Mera y Yala, ambas montañas de 6000 metros conocidas como picos de trekking. Su madre la descalificaba y le aseguraba que nunca se casaría.
Poco le importaba a Lhakpa por entonces. “Mi madre me llamaba marimacho –relata en diálogo exclusivo–. Me decía cada día que transformaría mi cuerpo hasta convertirlo en poco atractivo y que mi personalidad también se convertiría en muy masculina. La gente de mi pueblo me decía cada vez que partía en una tarea de porteo que moriría, porque no era un trabajo destinado a una mujer”. Lhakpa insistió sin detenerse.
“La montaña le habla a quien desea escuchar” (*)
El Everest ha engullido más de 300 alpinistas desde que hace algo más de un siglo se comenzaron a llevar las estadísticas. Sin embargo, para los locales es algo así como la calle de su pueblo, ahí en las afueras. “Tenía 27 años cuando me empezó a rondar la idea de escalar en serio”, explica. Tenzing Norgay fue el primer hombre sherpa en alcanzar la cima en 1953. Las mujeres estuvieron relegadas y así siguieron por años. Un antecedente nefasto confirmaba las predicciones machistas de la comunidad: Pasang Lhamu Sherpa, de 32 años y madre de tres hijos, había intentado escalar el Everest en tres ocasiones sin éxito. Finalmente hizo cumbre el 22 de abril de 1993, pero falleció durante el descenso, en una terrible tormenta.
Aun así cambió la historia para todas las nepalíes. Se le otorgó la Orden de la Estrella posmortem, lo que la convirtió en una heroína nacional. Una montaña de 7000 metros tomó su nombre y fue inspiración para decenas de otras alpinistas. “De alguna manera quise tomar el cetro y seguir su ejemplo –relata Lhakpa–. Participé de la Expedición del Milenio de Mujeres Nepalesas al Everest y llegué a la cima por primera vez. Esa experiencia fue un antes y un después”.
Para ese mismo año, durante el 2000, además de ser madre de un varón, Nima, producto de una relación pasajera, conoció a quien se convertiría en su marido. “Estábamos ambos en el pub Rum Doodle, que los visitantes conocen como Pete’s Eats of Kathmandu –rememora Lhakpa–. Solía ir a cenar seguido gracias a la tradición del lugar de ofrecer comida gratis de por vida a quienes hicieron cumbre en el Everest. Él celebraba la segunda ascensión y esta en particular la había logrado sin recurrir a oxígeno extra”. El alpinista que se convertiría en su esposo era rumano. Se llamaba Gheorghe Dijmărescu. Cuando bajo el gobierno de Ceauşescu le tocó unirse a la milicia, desertó escapándose por el Danubio. Juntos decidieron mudarse a Connecticut en 2002.
Aun viviendo en otro continente, los desafíos se siguieron sucedieron uno tras otro. En 2003 Lhakpa entró en el Libro Guinness de los récords mundiales al convertirse en una de las integrantes del grupo de hermanos más numeroso en alcanzar simultáneamente la cima del Everest.
Lo hizo junto a los suyos: Ming Kipa, que tenía solo 15 años y Mingma Myalu, de 24. Ming Kipa se convirtió, además, en la mujer más joven en hacer cumbre.
Junto a Dijmărescu, Lhakpa viajó cinco veces a escalar el Everest. De hecho, una de ellas la concretó apenas 8 meses después de ser mamá por segunda vez. A su hija Sunny (hoy de 22 años), le siguió Shiny (de 17), que de alguna manera escaló con su madre cuando ésta estaba embarazada de dos meses.
Ya había comenzado a vivir un infierno. “Luego de la llegada de nuestra primera hija, algo pasó, mi pareja se convirtió en un espíritu agresivo y dominante –relata–. Fue extremadamente violento. Cuando en 2004 me dio una trompada delante de unos clientes en medio de la montaña, me dejó inconsciente mientras me calificaba de basura. Cuando volví en mí, solo pensaba en mis hijos y en cómo salir de allí”.
En el reciente documental sobre su vida estrenado por Netflix, la alpinista cuenta que mientras estaba inconsciente y su marido pedía que retiraran “esta basura” de allí, refiriéndose a su esposa, ella sentía cómo “las voces de la gente se convirtieron en muchos pájaros. Vi toda mi vida. Vuelo cerca de la casa de mi madre. Vi a través de todo... Sentí vergüenza de mí misma. Quise morirme. Pero me acordé de mis hijos y me dije que no estaba preparada para eso”.
La economía familiar se había resentido en los últimos años y ella estaba sometida a los designios de su esposo con quien, a pesar de su violencia, siguió escalando. No fue sencillo y debió permanecer con Dijmărescu como una ama de casa sumisa, eso que nunca había deseado ser, hasta 2012, cuando finalmente ella y sus hijas pudieron ser alojadas en un refugio, luego de un episodio del que, con suerte, salió con vida. Consiguió la custodia exclusiva de su prole y siguió escalando.
La pandemia agravó la situación de las mujeres en Nepal, como en todos los espacios de vulnerabilidad. Muchas mujeres fueron privadas de su única fuente de ingresos, lo que incrementó la dependencia de sus maridos. Una situación que, junto con los confinamientos domiciliarios, alimentó la violencia ejercida contra ellas. Nepal tiene la tasa de participación femenina en la fuerza de trabajo más alta de Asia Meridional, que previo a la pandemia había superado el 80%. Las mujeres reciben un salario menor por su trabajo.
Otro de los hitos nefastos que arrastra la población es la costumbre del matrimonio infantil, a pesar de que es ilegal desde 1963 en menores de 20 años de edad, tanto para hombres como para mujeres, hecho que hace que muchas niñas se casen a una edad temprana, incluso con hombres mayores. El 37% de ellas se casa antes de los 18 años. Human Rights Watch detectó que la policía rara vez interviene para impedir los matrimonios infantiles.
Los funcionarios del gobierno local solo en ocasiones se niegan a registrarlos. La misma entidad descubrió que las niñas casadas carecen incluso de una educación básica. Como consecuencia del matrimonio precoz aparece el embarazo en el que la mayoría de las niñas mueren por complicaciones y falta de atención médica. La Organización Mundial de la Salud clasificó a Nepal como el tercer país con mayor mortalidad por suicidio femenino en el sur de Asia. El suicidio es allí la principal causa de muerte entre las mujeres en edad reproductiva, y dado que se lo considera un acto ilegal que debe denunciarse ante la policía, es probable que haya una gran subestimación en esas estadísticas
“Sonríe, eso confunde a las personas” (*)
Previo al estreno del documental de Netflix, La reina de la montaña: las cumbres de Lhakpa Sherpa, dirigido por Lucy Walker, dos veces nominada al Oscar, confesó estar nerviosa por haberse expuesto de una manera muy personal, pero sobre esa misma pieza ahora afirma “ya estoy grande, he crecido. Aún tengo mucha energía y quería transmitírsela a mis hijos”. La obra fílmica, que se estrenó en el Festival de Cine de Toronto del año pasado, fue una proeza de realización: su producción llevó seis años y significó desafiar muchos contratiempos y correr peligros.
Luego de liberarse de una eterna sucesión de ataques y hospitalizaciones, y de ser acogida en un refugio con sus hijas menores gracias a la colaboración de una trabajadora social, pudo divorciarse. Su exmarido murió de cáncer durante la pandemia. Desde entonces ella trabaja en un supermercado de Connecticut, pero, además, limpia casas, atiende a personas mayores, hace algunas tareas como recepcionista o cajera en un 7-Eleven y como lavaplatos en Whole Foods. Gana alrededor de 400 dólares a la semana. Le ha sido muy difícil recibir financiación. De hecho, más de una vez ha hecho escaladas con equipos usados.
Marcas dedicadas a su actividad y su propio empleador Whole Foods rechazaron patrocinarla. “Pero he seguido adelante. Muchas veces las personas me preguntan cómo hago para superar los desafíos. Creo que soy muy fuerte física y mentalmente porque trabajo duro. Dedico mi vida a tratar de inspirar y empoderar a mis hijas y a las chicas de mi comunidad, que siguen sumergidas en una realidad machista y oprimente. Las jóvenes sherpas necesitan más educación. Su vida sigue siendo hoy aún muy, muy difícil. Uno de los dichos de mi pueblo dice que tener una hija es como regar el campo de un extraño. Yo quiero que deje de ser cierto. Quiero cambiar la vida de los jóvenes. Quiero que vean que, aunque me han pasado cosas muy malas, nunca me rindo”.
Escalar para Lhakpa ha sido un proceso sanador que aún no ha terminado. “De alguna manera, cada vez que llego a las laderas del Everest porteo mis dolores y los dejo allá en la cima. Pero me he dado cuenta que nunca se van del todo. Por ello tengo que volver a ir”. Ha fundado su propia empresa de escaladas para trabajar con los alpinistas. Es toda una revolución porque los sherpa escalan los picos del Himalaya como parte de su vida cotidiana: lo hacen para vivir, sin embargo internacionalmente no se reconocen aún sus habilidades.
“Estoy persiguiendo mi sueño de enviar a mis hijos a la universidad para que quiebren el destino –concluye–. He lavado platos y he limpiado casas, he tolerado un matrimonio violento hasta que pude salir de ahí. A pesar de todo me siento feliz”. Una declaración que podría ser el epígrafe de su imagen de la última cumbre enarbolando las fotos de sus hijas más allá de las nubes.ß
Fake news han vuelto a revivir el controvertido caso de Imane Khelif, la boxeadora argelina que, con sus durísimas piñas, ganó la medalla de oro en la categoría de 66 kilos en los últimos Juegos Olímpicos. Días atrás circuló en portales su supuesta suspensión de por vida en competiciones femeninas por orden de la Organización Mundial de Boxeo. ¿El motivo? La misma cantinela: que la deportista corría con ventaja al ser en realidad un joven fornido que se hacía pasar por atlética señorita. Pese a que el Comité Olímpico confirmó que, según sus parámetros, ella efectivamente es ella, el affaire Khelif prosigue en el candelero, avivando un debate eterno, que incomoda: ¿será que no la tenemos tan clara al momento de definir a hombres y a mujeres porque a veces los encasillamientos se quedan cortos?, ¿es posible que incluso a la biología a veces le resulte una tarea compleja?
Aunque el mundo está construido sobre un esquema binario desde el arranque de la civilización, esta creencia se sacude cuando cierta minoría significativa altera el orden y borronea los límites que parecían fijados con firmeza: personas que presentan variaciones hormonales, anatómicas o cromosómicas que les impiden pertenecer a uno de los dos compartimentos absolutos. Antiguamente se les decía hermafroditas, ahora prefieren ser llamados intersexuales. Ayer y hoy, han sido objeto tanto de fascinación como de rechazo en la historia del mundo y del arte.
Mitos y prejuicios
“Sexo incierto, gracia segura, / pareciera que ese cuerpo indeciso se fundiera / en las aguas de la fuente…”, abre un encantador poema del escritor francés Théophile Gautier, publicado en su obra cúspide, Émaux et camées, durante el siglo XIX. Es decir, en el siglo en el que algunos médicos pedían la quita de derechos civiles para quienes escapaban de sus clasificaciones, además de arrogarse la capacidad de definir a qué género pertenecían y proponer tratamientos ultrajantes para “corregir” o “curar” sus presuntas enfermedades; en el que el célebre retratista Nadar se prestaba a tomar fotos humillantemente invasivas de una persona intersexual con el pretexto de ayudar a la ciencia.
En esa misma centuria, el citado Gautier se mantenía en sus trece: “Encantadora criatura, ¡cómo te amo con tu belleza múltiple!”, continuaban sus versos, sin duda refiriéndose al Hermafrodito durmiente, la famosa escultura que sigue intranquilizando a visitantes del Museo del Louvre. De erotismo acentuado, el cuerpo desnudo de esta figura de mármol reposa sobre un colchón en apariencia mullido. Visto desde cierta perspectiva, se aprecia su larga melena recogida, las caderas anchas, la cintura esbelta, las nalgas generosas.
En su rostro de rasgos delicados, los ojos permanecen cerrados, aunque su descanso no parezca ser profundo. Al rodear la pieza, el nuevo ángulo no solo revela la curva de uno de sus senos, sino también, entre los sinuosos muslos, un pene.
Estamos frente a Hermafrodito, pimpollo del mensajero de los dioses Hermes y de la diosa del amor Afrodita que, según el relato mitológico, pasó sus primeros años en los bosques del monte Ida, en Frigia, de los que partió al cumplir quince años con ansias de explorar el mundo. La travesía lo llevó hasta Caria, en la actual Turquía, a la vera de un lago donde moraba la ninfa Salmacis que, encandilada, intentó seducirlo.
“Si tu corazón ya está tomado, concédeme placeres furtivos”, le propuso la pícara náyade al muchacho que, duro de roer, rechazó todas sus insinuaciones. Ella fingió resignación y se retiró, espiando a la distancia al objeto de sus suspiros y fantasías. Pero cuando Hermafrodita –en ese entonces Hermafrodito– se desnudó y precipitó en aguas dulces, Salmacis se abalanzó sobre él, dándole un abrazo tenaz que devino infinito.
Sucede que la ninfa imploró a los dioses estar unida por siempre al renuente galán, y ellos le concedieron el deseo de caprichoso modo: fundiendo al muchacho y la náyade en un mismo ser dotado de ambos sexos. Et voilà el origen de este personaje mítico, cuya metamorfosis inspiró pinturas y dibujos de, por ejemplo, Jan Gossaert, Ingres, Delacroix, además de la famosa escultura antes mencionada.
Belleza desnuda, pasiones
Parece que el Hermafrodito durmiente cautivó tanto a Napoleón Bonaparte que lo hizo trasladar con sumo cuidado a Francia durante su campaña por Italia. Fue admirado también por Diego Velázquez, pintor español que mandó a hacer una copia para que engalanase el Palacio del Buen Retiro, cumpliendo así con el encargo que le había hecho el rey Felipe IV: encontrar obras de suma belleza.
La autoría de la obra suele endilgarse al temperamental escultor Gian Lorenzo Bernini quien, durante el siglo XVII, logró reiteradamente que la piedra cobrara vida artística (El rapto de Proserpina, Apolo y Dafne, El éxtasis de Santa Teresa...). Esta admirable figura, empero, data de la Roma del siglo II d.C. y está basada en un original helénico previo, de bronce, del II a.C.
Encontrada en 1608 mientras se excavaban los cimientos para la construcción de la iglesia Santa Maria della Vittoria, en Roma, fue llevada de inmediato al cardenal Scipione Borghese para que sopesara su valía y él, desarmado frente a la ambivalente escultura, se ofreció a costear la fachada entera del venidero templo a cambio de que le permitieran quedársela.
Aquí es donde entra Bernini en escena: Borghese le encomendó devolverle al Hermafrodito durmiente su gloria pasada y, de paso, esculpir un colchón de mármol que, completa la pieza y, en cierta forma, lo convierte en coautor de la obra.
Mala fama y destino fatal
Que hayan sobrevivido otras copias similares ha llevado a pensar a historiadores que esta clase de piezas acaso fuera moneda frecuente en casas y jardines de personalidades prominentes de la Roma antigua. Aclaran, sin embargo, que la popularidad de estas esculturas no puede leerse como símbolo de tolerancia, mucho menos de aceptación: las personas que portaban ambos sexos eran, para los romanos, un monstrum enviado por los dioses a los humanos por haber roto la pax deorum, es decir, el buen entendimiento entre ambos.
Presagiaban calamidades, producto de la ira divina, además de generarles confusión por difuminar la diferencia entre varones y mujeres. Por estos motivos, no dudaban en arrojar al mar a recién nacidos intersexuales en cestos para que se ahogasen.
Esto fue lo que pasó, según el filósofo Séneca, cuando una mujer dio a luz a un bebé de sexo incierto: los arúspices se convocaron de inmediato y ordenaron echar al agua al párvulo, pero no conformes con condenarlo a una muerte segura, dictaminaron que un grupo de vírgenes recorrieran la ciudad danzando y cantando para limpiar cualquier “impureza” que la criatura hubiese dejado.
Volviendo a la escultura considerada habitualmente de Bernini, el Hermafrodito durmiente también serviría de inspiración literaria para, por ejemplo, Henri de Latouche, periodista y escritor al que generalmente se lo recuerda por haber apoyado a George Sand en sus inicios. Fragoletta, su –hoy olvidada– novela de 1829, exitosísima en sus días, tiene por protagonista a un ser “inexpresable” de insinuado hermafroditismo, sobre el que, años más tarde, Balzac reconocería estar en deuda.
Leer Fragoletta lo llevó a imaginar la trama de Séraphîta, novela de tintes sobrenaturales sobre un ser andrógino cuasi celestial, de existencia solitaria y contemplativa, que sueña con el amor perfecto; en su caso, querer simultáneamente a dos personas de sexos opuestos.
Balzac parece haber tenido en cuenta también el discurso sobre el amor que, muchos siglos antes, cerca del año 216 a.C., diera el dramaturgo griego Aristófanes, transcripto por Platón en su célebre El banquete. Allí expone que la humanidad primigenia se dividía en tres sexos: el femenino, el masculino y el andrógino, y que esta última especie estaba formada por seres esféricos con cuatro pies, cuatro brazos, dos caras y dos órganos sexuales que, intrépidos, fuertes y acrobáticos, rebotaban de aquí para allá la mar de contentos.
Hasta que se les ocurrió intentar bajar de un hondazo a los dioses, lo que les valió el severo castigo de Zeus: los partió a la mitad, dejándolos así en eterna búsqueda de su media naranja para restituir la plenitud perdida.
Oscar Wilde definió alguna vez la ambigüedad de los sexos como “uno de los medios artísticos más sutiles y fascinantes”, y acaso estuviera en lo cierto. Para ejemplo, el film Muerte en Venecia, de Luchino Visconti a partir de la homónima novela de Thomas Mann, en el que la abrumadora belleza andrógina del joven Tadzio ejerce un embrujo –mortal– en Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde).
Ese hechizo saltó la pantalla, mal que le pesara con posterioridad al actor sueco Björn Andrésen, entonces un adolescente inexperto que no supo lidiar con el peso de su fulgurante estrellato.
Con su misteriosa e inclasificable hermosura, Tilda Swinton también interpretó un personaje universal que diluye las fronteras, habitando uno y otro sexo sin dejar de ser “la misma persona”. Tal la premisa de Orlando, adaptación al cine firmada por Sally Potter de la transgresora novela de Virginia Woolf; una sátira política, asimismo fantasía feminista, que hace poco fue reversionada por Paul B. Preciado en su documental Orlando, mi biografía política.
Mención aparte dentro de esta temática para una rara joya argentina, que representará al país en los Oscar: El jockey, obra cumbre, incatalogable de Luis Ortega, exenta de todo convencionalismo. Aquí un jinete siempre a punto de caerse (Nahuel Pérez Biscayart) alterna identidades con total naturalidad, con una fluidez que ningún personaje del film rechaza o pone en duda: es Remo Manfredini, el jockey; pero es también Lola, una amable peluquera que -en la cárcel- colorea las mechas de otros reclusos.
Somos mucho más que dos
“¿Qué es la intersexualidad sino un tercer sexo?”, cuestiona la premiada socióloga francesa Michal Raz en su libro Intersexes, donde explica que la palabra hermafrodita resulta reduccionista y exotizante, demasiado imprecisa y cargada de estigmas. En la actualidad, el discurso médico suele referirse a “trastornos del desarrollo sexual”, una expresión que al activismo intersexual también le fastidia porque implica que necesariamente sufren una patología.
El libre albedrío y el respeto a la integridad física, la resistencia a la “normalización”, aludiendo a las penurias que provocan rumor social y la brutalidad de la medicina, fueron abordados con notable sensibilidad por un film argentino: XXY (2007), ópera prima de Lucía Puenzo, con Inés Efron y Ricardo Darín [Premio a Mejor Película Extranjera de Habla Hispana de los Goya y el Gran Premio de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes].
Varios años antes, en 1985, estrenaba otra valiosa muestra sobre el tema: El misterio de Alexina, de René Féret, basado en una auténtica historia real:la vida de Adélaïde Herculine Barbin, nacida en Francia en 1838 y educada como niña, que recién descubrió a los 20 años que su morfología era más compleja, mientras daba rienda suelta a un romance con una colega en el internado en el que ambas enseñaban.
Angustiada, la piadosa institutriz se confiesa con un obispo que le recomienda pedir consejo médico. El galeno que la revisa la declara varón. Descorazonada y con nuevo nombre, Abel, se muda a París, donde trabaja como jornalero. Pero a los 29 años decide poner fin a su vida, incapaz de adaptarse a la nueva realidad.Junto a su cuerpo encuentran sus escritos íntimos, que terminan en manos de una eminencia en medicina legal, Ambroise Tardieu, quien toma extractos y los publica en una revista.
Esos diarios serían redescubiertos por Michel Foucault en los años 70, publicados por iniciativa del filósofo, conociéndose de este modo la tocante autobiografía de quien ha inspirado, por ejemplo, obras de teatro. Localmente, Hermafrodita, brillante espectáculo de Alfredo Arias, presentado en Buenos Aires en 2020.
O bien, en España, la ópera contemporánea Alexina B., de 2023, tan bien recibida que, para su compositora, la catalana Raquel GarcíaTomás, la acogida es signo de que los tiempos cambian

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