domingo, 13 de octubre de 2024

ALEJO SCHAPIRE, Y PACTO PARA EL FUTURO

CONTRA EL PROGRESISMO IMPOSTADO
PERFIL: Alejo Schapire
. Alejo Schapire nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista, especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995.
. Fue colaborador de Radar Libros (Página/12), así como de los suplementos culturales de LA NACION y Perfil. Se desempeñó como corresponsal en París del diario Crítica de la Argentina. Trabaja en la radio pública francesa.
. Escribió La traición progresista (Libros del Zorzal/ Edhasa). Acaba de publicar El secuestro de Occidente (Libros del Zorzal).

Edhasa » La traición progresista


El secuestro de Occidente

Alejo Schapire: “El progresismo se enamoró de la censura, como antes la derecha”
Las posturas extremas atentan contra la salud de las sociedades abiertas, dice el autor de La traición progresista, que en su nuevo libro analiza la raíz dogmática e identitaria de los populismos
Adriana Balaguer
Alejo Schapire
El mundo parece estar alumbrando nuevos paradigmas ideológicos. Los líderes confunden a sus pueblos mezclando viejos postulados con nuevas situaciones. Así, están los que se dicen democráticos y en nombre de la libertad crean cárceles y torturan a sus contrincantes políticos; los que se llaman liberales, pero atentan contra la libertad de prensa; los que levantan banderas progresistas en favor de los oprimidos, pero no discriminan si quienes se dicen víctimas son en realidad terroristas que violentan todos los derechos.
Alejo Schapire, periodista cultural, se ha dedicado a estudiar estas nuevas fronteras. A observar al progresismo, a la izquierda, al wokismo, o cultura de la cancelación. A las nuevas derechas (y las viejas). En El secuestro de Occidente (Libros del Zorzal) aborda el análisis de estas identidades ideológicas remixadas y de una sociedad que ha quedado “atenazada” entre los extremos. “Hay un Occidente secuestrado, una sociedad abierta atenazada por estos dos polos, que necesitan que no exista nada en el medio”, señala.
Habla de Israel y la masacre del 7 de octubre; del antisemitismo de la época; de Venezuela y Cuba, y del kirchnerismo, que hizo punta regional con el wokismo. “En la Argentina toda esta movida tomó un carisma muy perverso, que ya había ocurrido con los derechos humanos. Fue la instrumentalización partidista del feminismo, del colectivo LGBT, hecha por gente que quería hacer creer que si no votabas por el kirchnerismo eras un fascista”, dice.
Este progresismo local utilizó el discurso de odio, dice Schapire: “Es una fabulosa manera de ejercer la censura, porque el progresismo se ha enamorado de la censura, tal como en su momento lo hizo la derecha”.
Schapire, que vive en Francia desde 1995, también analiza al Presidente. “Javier Milei quiere formar parte de la cruzada contra el wokismo, tanto en lo cultural, porque entiende que es una estafa intelectual, como en lo económico, ya que juzga empobrecedoras las recetas de la izquierda. El tema es desde dónde lo hace y el sesgo autoritario”, dice.
Autor también de La traición progesista, agrega: “Tiene esos rasgos del que le gusta burlarse de las instituciones y los tabúes, escupir la sopa, decir cosas inconvenientes. En este sentido, Milei es punk”.
"Después del fracaso de la Unión Soviética y el experimento comunista, el wokismo cambia la manera de analizar el mundo"
–¿En qué medida son parte de la cultura woke los movimientos propalestinos que afloraron en el mundo tras el ataque de Hamas y la represalia de Israel?
–El apoyo de lo que se da en llamar el progresismo, la izquierda en general, a lo que se llama la causa palestina, y en realidad es Hamas, ocurrió el mismo 7 de octubre. El antisemitismo se disparó ese mismo día, antes de que Israel disparara la primera bala. Lo que hace el 7 de octubre es revelar, echar luz sobre el estado de lo que era el ambiente ideológico en Occidente. La causa propalestina tiene para la izquierda la virtud de ofrecer un denominador común con lo que ellos consideran que es el Tercer Mundo oprimido. Ellos pueden diferir en muchas cosas, por ejemplo, en lo que hacen los integristas chiitas o sunitas con las minorías religiosas o sexuales, pero encuentran en la causa palestina una matriz ideológica compartida, que es la teoría crítica de la raza, que ha prosperado en las últimas décadas en los campus universitarios. Después del fracaso de la Unión Soviética y el experimento comunista, el wokismo cambia la manera de analizar el mundo. Ya no divide entre explotadores y explotados en un marco económico, sino entre oprimidos y opresores en un marco racial. Plantea una dicotomía entre buenos y malos desde el nacimiento, más allá de su origen social, a partir del concepto de la raza. Para ellos el culpable de todo, en todo momento histórico, en todas las geografías, es el hombre blanco heterosexual, y la víctima es, desde que nace, la persona no blanca”. El 7 de octubre plantea la pregunta de dónde están parados los judíos en este esquema. Porque, claramente, no son los arios. Lo que quedó claro es que quedaron del lado de los opresores. Se considera que el judío es un blanco, y peor, que es un judío blanco haciendo las cosas que en el pasado hacían los blancos, es decir, colonialismo.
"Milei entiende, y esto es típico del populismo, que no es necesario un intermediario entre el líder y el pueblo"
–¿Hay lugar para grises? ¿O en esta interpretación del mundo solo hay dos opciones?
–Según datos de principios de mes, el antisemitismo en Londres había pegado un salto de más del 1300%. En todas las capitales europeas, y en Estados Unidos, y eso es una novedad, se dispararon como nunca las cifras del antisemitismo desde la Segunda Guerra Mundial. La militancia propalestina tiene algunos matices, porque está conformada por lo que se llama la interseccionalidad, un concepto clave. Cuando gente que se presenta como miembro de la comunidad LGBT apoya a quienes están de acuerdo con apedrear mujeres adúlteras, tirar homosexuales de las terrazas y volver al siglo VII, les decimos “aquí hay una pequeña contradicción”. Pero ellos la resuelven con el concepto de interseccionalidad, que supone una especie de paraguas, una comunidad de intereses de distintos colectivos que se unen contra el gran opresor, que es el hombre blanco. Hay muchos judíos que dicen, como para salvar el pescuezo: “Ok, yo no soy sionista”. Hay manifestaciones antisemitas contra quien simplemente lleva un kipá en la calle.
–¿Cómo analizar, bajo este mismo prisma, la defensa que hace el progresismo en América Latina de regímenes como el de Maduro o el que subsiste en Cuba?
–Echan mano a dos conceptos: la dicotomía oprimidos-opresores. Ellos están convencidos que ningún país es más racista que Estados Unidos. Esa es la gran paradoja de la época. En los lugares donde más se ha avanzado en la igualdad, es donde dicen que nunca estuvimos peor. Y buscan microrracismos, micromachismos, dentro de estas sociedades democráticas donde se han hecho grandes avances. Son ciegos a lo que es la libertad de expresión o los derechos humanos en Cuba o Venezuela, y ni que hablar de la condición de la mujer en Irán, por ejemplo. Pero estos progresista tienen anteojeras ideológicas en las que no hay demócratas y tiranos, sino oprimidos y opresores. El wokismo es un ataque frontal al universalismo. Ellos pueden, con muchísima rabia, protestar porque le han dado un juguete rosa a una niña en Occidente, y al mismo tiempo encontrar justificativos para la mutilación genital femenina en África. Esa capacidad de disociación les permite esta lectura racialista del mundo, que se ha infiltrado en las instituciones y en la cultura. Ha dejado de ser una cuestión marginal de un grupo de iluminados en universidades elitistas, porque, con el paso de las décadas, esas universidades han producido una elite que a través de la política, de lo económico, la academia, la prensa, han ido plasmando esa visión. Lo han logrado a través de talleres obligatorios, de cuotas en todo lo que es el espectáculo. Todo responde a una misma matriz ideológica.
–¿Talleres de qué tipo?
–La gente que trabaja en Disney, en Netflix, por ejemplo, tienen que realizar cursos de equidad, diversidad e inclusión, talleres que ya están en todas las empresas. Les repiten que el hombre blanco es el malo, el opresor, por definición. Y los demás son víctimas. También se suma a esto que todos los personajes de cuentos tradicionales europeos deben tener su versión étnicamente inclusiva. Hollywood tiene para los Oscar este tipo de criterios a la hora de premiar. Hay una corrección en nombre del bien. Eso es lo que hace el wokismo, a diferencia del universalismo, que busca corregir las muy reales discriminaciones o desigualdades raciales o de género atacando las causas, las raíces, para que todo el mundo acceda a la educación, al sistema meritocrático que permite el ascenso social y todo eso que odia el wokismo.
"La Argentina fue vanguardia en el wokismo, que se fue pronunciando a medida que los resultados económicos empeoraban. Ahí se dedicaban a lo simbólico"
–¿Hay lugar para la resistencia?
–Hasta hace muy poco, cuando uno le pedía a la inteligencia artificial de Google que te mostrara vikingos, te ponía vikingos negros. Era absurdo. La resistencia empezó. Está lo que los estadounidenses, los anglófonos, llaman un backlash, es decir, una respuesta, una reacción. Primero fueron las empresas, que advirtieron que empezaban a perder dinero con esto, es decir, Disney vio que la gente ya estaba harta de ser aleccionada con este tipo propaganda. El cambio llegó cuando se metieron con los niños, con la reasignación de género, con el dar fármacos, con operaciones irreversibles.
–Te traigo hacia lo que pasó en la Argentina durante el kirchnerismo, un revival del feminismo que en paralelo incentivó el escrache al macho y hasta creó un idioma inclusivo que excluía al que no lo usaba. ¿Fue una versión nac&pop del wokismo?
–La Argentina fue vanguardia en el wokismo, que se fue pronunciando a medida que los resultados económicos empeoraban. Ahí se dedicaban a lo simbólico. Ahora, esto es importante dejarlo en claro: hay que luchar contra la discriminación racial, contra la homofobia, contra todos los tipos de discriminación, pero esto es otra cosa. En la Argentina esta movida tomó un carisma muy perverso, que ya había ocurrido con los derechos humanos. Fue la instrumentalización partidista del feminismo, del colectivo LGBT, hecha por gente que quería hacer creer que si no votabas por el kirchnerismo eras un fascista. Y utilizaron, y esta expresión es importante, el discurso de odio, una fabulosa manera de ejercer la censura, porque el progresismo se ha enamorado de la censura, como en su momento la derecha. En nombre de la inclusión y la diversidad empezaron las listas negras, los juicios del MeToo, con las actrices al frente, el juzgar a las personas más allá del sistema legal con los derechos y las pruebas. El “yo te creo hermana” es una sanción social, incluso peor que la penal, porque rompe con la tradición jurídica, echa por tierra la presunción de inocencia y da por válida la voz de la víctima. Pero cuando se trataba de ejercer esa presunción de culpabilidad y el presunto culpable era kirchnerista, ahí dejaba de usarse. Es el caso de Alberto Fernández.
–Hoy tenemos un Presidente que embiste contra la agenda del wokismo con violencia. Bastó verlo dando su discurso en la ONU ¿Es la manera?
–Milei es alguien que entendió muy bien el gesto punk de Trump y su fuck your feelings, de decir, okey, lo que tenemos enfrente en gran medida es un tigre de papel, hay probablemente una mayoría silenciosa que está harta de que la vivan sermoneando, y que esto además tenga lugar con resultados económicos espantosos. Milei entendió que podía aprovechar ese momento con un discurso de adrenalina liberador, y por eso tuvo tanto empuje en la juventud. El kirchnerismo había envejecido, se había convertido en el establishment y él, como outsider o underdog, entendió muy bien que lo que venía era a dar un golpe en la mesa. Pero hay algo ambivalente. Milei tiene una pata en el liberalismo, sobre todo en lo económico, que no tiene Trump, que es proteccionista, pero tiene otro pie muy conservador. Hay gente que dice “le perdonamos este circo espectacular, su forma de expresarse, porque está en contra del aborto”. Muy lejos estos de los que creen que “cada uno hace lo que quiere”. Ese lado anarcocapitalista está reñido con la parte conservadora.
–¿Milei solo quiere exponer ese wokismo?
–Milei quiere formar parte de la cruzada contra el wokismo, tanto en lo cultural, porque entiende que es una estafa intelectual, como en lo económico, ya que juzga empobrecedoras las recetas de la izquierda. El tema es desde dónde lo hace y el sesgo autoritario. Esa es la ambivalencia. Milei puede al mismo tiempo dar un discurso fantástico en las Naciones Unidas contra la hipocresía de la ONU, que habilita a dictadores, en su momento Castro, después Chávez, hoy a Maduro. Y decirles que le “están hablando a gente que no deja mostrar la piel de las mujeres”. Ahí claramente está del lado de ese liberalismo ideológico que va más allá de lo económico. Ahora, cuando lo escuchamos hablar sobre el tema del medio ambiente y de la agenda 2030, que tiene muchísimo eco dentro de lo que es la tribu identitaria de derecha, ahí nos damos cuenta de que funciona el tribalismo. Lo que se ha dado en llamar la tenaza identitaria. Es decir, tenés a una sociedad atrapada entre esta izquierda, el “islamo-izquierdismo”, y la derecha, que reacciona de manera identitaria y tribal frente a esto. “Hay un Occidente secuestrado, una sociedad abierta atenazada por estos dos polos enfrentados, que necesitan que no exista nada en el medio.
–¿Faltan líderes convocantes para este espacio de centro?
–Cuando los mileístas hablan con desprecio de los liberales de galerita, de los republicanos, como si se ocuparan de “detalles menores” como la separación de poderes, el respeto a la libertad de informar, la libertad de prensa, creen que se trata solo de gente que quiere buenos modales. Y esa es la gran tragedia del universalismo. No solo le faltan líderes, le falta la energía que da la convicción ciega en un proyecto, en un dogma. Eso es también lo mejor y lo peor de nuestras sociedades. Es decir, como somos tolerantes, somos más frágiles, porque dejamos que el que quiere decir disparates los diga.
–Pienso en Milei atacando al periodismo.
–Milei entiende, y esto es típico del populismo, que no es necesario que exista un intermediario entre el líder y el pueblo. También entiende que el periodismo, como sector social, tiene un sesgo pobre. El tipo no anda con guantes. Comete un error al maltratar a los periodistas. Hay una gran distancia entre el dedo del presidente y alguien que no tiene más que su teclado y depende de un sueldo. Que el Presidente se meta nominalmente con periodistas no es una gran idea. Tiene esos rasgos del que le gusta burlarse de las instituciones y los tabúes, escupir la sopa, decir cosas inconvenientes. En este sentido, Milei es punk. Goza con el discurso disruptivo. Aunque a veces quede al límite del patoteo.


CONTRA EL PROGRESISMO IMPOSTADO
PERFIL: Alejo Schapire
. Alejo Schapire nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista, especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995.
. Fue colaborador de Radar Libros (Página/12), así como de los suplementos culturales de LA NACION y Perfil. Se desempeñó como corresponsal en París del diario Crítica de la Argentina. Trabaja en la radio pública francesa.
. Escribió La traición progresista (Libros del Zorzal/ Edhasa). Acaba de publicar El secuestro de Occidente (Libros del Zorzal).

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Pacto para el futuro: ¿Una utopía necesaria o una traba globalista?
Rechazar las políticas ambientales de la ONU, como hizo el Gobierno, significa ignorar que el costo de no actuar será mucho mayor que el de implementar soluciones sostenibles
Luis Castelli
Una ruta inundada en San Nicolás, tras tormentas que provocaron destrozos en la zona, en marzo
El nombre de Pacto del Futuro evoca una idea de esperanza, de desafíos, de ilusión. Nos remite a los cuentos de Ray Bradbury, a las preguntas de la serie Cosmos o a la célebre foto de la Tierra que inspiró uno de los textos memorables de Carl Sagan, “Un punto azul pálido”. Se trata de una imagen captada por la sonda Voyager 1 desde una distancia de aproximadamente 6000 millones de kilómetros. Sagan nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de nuestro planeta en el universo: “Mira de nuevo ese punto. Eso es aquí. Ese es el hogar. Esos somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos los que has oído hablar, cada ser humano que haya existido. Todas nuestras luchas están contenidas en esa diminuta mota de polvo, suspendida en un rayo de sol”.
Esa fotografía cambió nuestra perspectiva del planeta.
El ser humano es la única especie que aspira a cambiar su destino. Y en esa tarea uno imagina –voy a desentonar– a los representantes de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas adoptando el Pacto para el Futuro, con grandes aspavientos, propósitos y mayúsculas. Se trata de un acuerdo que pretende redefinir el desarrollo global a través del prisma de la sostenibilidad, la equidad y el multilateralismo. Al menos en teoría, constituye un hito –diría imprescindible– en un momento en que el planeta enfrenta desafíos sin precedentes: el cambio climático, la desigualdad social y la pérdida acelerada de la biodiversidad.
"El éxito del Pacto depende de la capacidad de articular acciones concretas"
Sin embargo, aquí surge una pregunta fundamental: ¿es este pacto realmente una herramienta para cambiar nuestro destino? ¿O solo otro ideal utópico que enfrenta barreras insalvables?
La crisis global exige soluciones globales. La crisis ambiental y social a nivel global no puede ser abordada desde una perspectiva meramente local. Los efectos del cambio climático no conocen fronteras. La contaminación, la deforestación, las migraciones forzadas –consecuencia de la transformación de sitios en inhabitables– y las pandemias son fenómenos que requieren una coordinación global. Como bien plantea Edgar Morin en su obra Tierra-Patria, los desafíos globales, desde el cambio climático hasta las crisis económicas y sociales, no pueden resolverse dentro de los límites de los Estados-nación tradicionales. Para Morin, la humanidad debe comenzar a verse a sí misma como una comunidad planetaria, donde los problemas locales y globales están intrínsecamente conectados.
Incendios en California con récord de calor, el mes pasado
Aquí es donde el Pacto del Futuro busca ofrecer una respuesta: un llamado a la cooperación entre naciones y la integración de la sostenibilidad en las políticas económicas y sociales. Sin embargo, el éxito de este proyecto depende de nuestra capacidad de articular acciones concretas en un mundo convulsionado.
Argentina y el rechazo de Milei. Nuestro presidente, Javier Milei, ha confrontado con dureza este compromiso internacional, tachándolo de imposición “globalista” que restringe la soberanía y frena el crecimiento económico. Esta postura no solo ignora las advertencias científicas que durante décadas han señalado la urgencia de actuar contra el cambio climático, sino que también pasa por alto el hecho de que los efectos del deterioro del ambiente ya están impactando directamente a la economía global. En la Argentina, fenómenos como las sequías extremas, la desertificación y las inundaciones recurrentes afectan no solo al sector agrícola, sino a millones de personas, incrementando la pobreza y la desigualdad.
Rechazar las políticas ambientales es ignorar que el costo de no actuar será mucho mayor que el de implementar soluciones sostenibles: el desarrollo sostenible no es una traba para el progreso económico, sino una oportunidad para redefinirlo. Inversiones en energías renovables, economía circular, turismo regenerativo y protección de la biodiversidad son áreas donde los países pueden encontrar un crecimiento equilibrado, que respete los límites planetarios. Es un desafío aprovechar los recursos naturales de manera inteligente, sin agotarlos ni comprometer las oportunidades de las futuras generaciones.
"Apostar por una política de desregulación ambiental y aislamiento nos alejaría de las tendencias globales"
Las economías más avanzadas están acelerando su transición hacia la energía limpia, estableciendo regulaciones más estrictas en materia ambiental y exigiendo transparencia en los criterios de sostenibilidad. Basta mencionar que el año próximo entrará en vigencia el Reglamento Europeo sobre Productos Libres de Deforestación (EUDR), destinado a combatir la deforestación global. Su objetivo es frenar la destrucción de los bosques en todo el mundo, exigiendo que las empresas que deseen comercializar sus productos en la Unión Europea demuestren que éstos no están vinculados a la deforestación o la degradación de áreas forestales. Nuestro país ha perdido más de 6 millones de hectáreas de bosques nativos entre 1998 y 2021. La pérdida de acceso al mercado europeo debido al incumplimiento de la nueva normativa podría tener profundos efectos negativos en los ingresos de las exportaciones.
Críticas al multilateralismo. ¿Burocracia o progreso? “Hay verdades en quien está equivocado y errores en quien tiene la razón”, ha dicho Santiago Kovadloff. Desde una perspectiva objetiva, varias de las críticas que Javier Milei ha dirigido a la ONU tocan puntos válidos en relación con la efectividad y la transparencia de un organismo que se asemeja cada vez más a un dios jubilado o al contestador en el que una voz anuncia que al momento todos los agentes se encuentran ocupados, animando a llamar nuevamente más tarde. Una extensa burocracia de procesos lentos que no implementa soluciones concretas ante crisis globales, ya sea en temas de conflictos internacionales o de cambio climático.
Incendios en Australia, en 2020
Veintiocho cumbres, como las realizadas hasta el momento, bastan para demostrar que la idea de alcanzar una propuesta operativa para mitigar los daños que sufre la Tierra no pasa de ser una expresión de deseo. El desafío del multilateralismo, entonces, no es solo crear acuerdos, sino también hacerlos efectivos y vinculantes. Aunque se han obtenido consensos importantes, como el Acuerdo de París de 2015, en muchos casos los avances han sido insuficientes y los compromisos incumplidos. El propio Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha señalado repetidamente que los esfuerzos actuales están muy por debajo de lo necesario para evitar los peores efectos del cambio climático. También cabe preguntarse si los compromisos y mecanismos establecidos realmente conducirán a reducciones significativas en las emisiones. Lo mismo ocurre con la Agenda 2030: a cinco años de la meta, “será necesario un compromiso renovado”. Y en eso cabe darle la razón a la premier italiana, Giorgia Meloni, que hizo hincapié en que las decisiones globales deben centrarse en acciones concretas y no en simples documentos llenos de buenas intenciones.
El multilateralismo debe ser una herramienta que facilite la toma de decisiones urgentes y transforme las ideas en acciones, en lugar de ser un espacio para debates abstractos que, con el correr de los años, no son más que declaraciones de principios y objetivos incumplidos. Es que aun apoyando la cooperación internacional es poco probable que se implemente una acción que afecte los intereses o limite las decisiones internas de los países en lo referente al crecimiento económico y la gestión de recursos.
La reconocida economista zambiana Dambisa Moyo, autora del libro Dead Aid, ha expresado su desacuerdo con las políticas de desarrollo que la organización promueve. Argumenta que la dependencia de la ayuda internacional ha perpetuado el subdesarrollo en África, promoviendo una mentalidad de victimización en lugar de incentivar el crecimiento económico autosostenible. Considera que estos acuerdos pueden comprometer la soberanía de los países, ya que a menudo imponen condiciones que pueden no alinearse con sus necesidades específicas y no han producido resultados tangibles en términos de crecimiento económico y reducción de la pobreza.
China, Rusia y Corea del Norte han criticado el Pacto para el Futuro por considerarlo una herramienta que refuerza los intereses del “Occidente colectivo” en detrimento de los países del “Sur Global”, concepto en el que resuena una construcción ideológica que victimiza a esas regiones y, lejos de reconocer la responsabilidad interna de muchos gobiernos en el subdesarrollo de sus países, culpan a Occidente de sus males, ignorando el papel de regímenes corruptos, la falta de instituciones sólidas y la ausencia de libertad económica. Una retórica que perpetúa la narrativa de que el crecimiento solo puede venir de un asistencialismo perpetuo.
La oportunidad de la Argentina: adaptarse o quedarse atrás. La pregunta central, entonces, es ¿cómo enfrentamos los problemas globales en un mundo crecientemente interconectado, pero políticamente fragmentado? Y si la Argentina, bajo un liderazgo que rechace el multilateralismo, puede realmente avanzar hacia el desarrollo que tanto necesita. ¿Contribuiría esto a una mayor prosperidad, equidad y modernización? Todo indica que no. Apostar por una política de desregulación ambiental y de aislamiento internacional no solo alejaría al país de las tendencias globales, sino que podría perjudicar gravemente sus posibilidades de integrarse de manera competitiva en los mercados internacionales y de capitalizar las oportunidades de la transición hacia una economía sostenible.
El desafío, como dice Edgar Morin, es concebirnos como una comunidad planetaria, donde las soluciones locales y globales se complementen. Solo así podremos enfrentar los grandes retos de nuestra era.


La Argentina, disociada del acuerdo multilateral
El Pacto para el Futuro, adoptado a fines del mes pasado por las Naciones Unidas, prevé “acciones” para hacer frente a “los mayores desafíos de nuestra época”. El documento, que consta de 56 puntos, pone el foco en cinco áreas principales: desarrollo sostenible; paz y seguridad internacionales; ciencia y tecnología; juventud y generaciones futuras, y transformación de la gobernanza mundial. Incluye además un Pacto Digital Global para alcanzar una regulación internacional de la inteligencia artificial.
El documento reafirma “el compromiso permanente con la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre el cambio climático”.
Votado por la enorme mayoría de los 193 Estados miembro, solo unos pocos se disociaron de esa agenda, entre ellos la Argentina. “Hoy en la ONU nos disociamos del Pacto del Futuro. Elegimos un mundo mejor para cada uno de los niños, hombres y mujeres que habitan nuestro suelo. La Argentina quiere tener alas para su desarrollo, sin estar sujeto a un peso indebido de decisiones ajenas a nuestras metas”, publicó la cancillar Diana Mondino en la red social X.
El texto del Pacto, que busca reforzar el compromiso con el multilateralismo, declara al principio: “Estamos en un momento de profunda transformación global. Nos enfrentamos a riesgos catastróficos y existenciales en aumento, muchos causados por las elecciones que hacemos. Seres humanos están sufriendo terriblemente. Si no cambiamos el rumbo, corremos el riesgo de caer en un futuro de crisis y colapso persistentes”.
Durante su discurso ante la Asamblea General de la ONU, que se celebró en Nueva York, el presidente Javier Milei dijo: “No vengo aquí a decirle al mundo lo que tiene que hacer, vengo aquí a decirle al mundo, por un lado, lo que va a ocurrir si las Naciones Unidas continúan promoviendo las políticas colectivistas que vienen promoviendo bajo el mandato de la Agenda 2030, y por el otro, cuáles son los valores que la nueva Argentina defiende”

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