Rehenes semiolvidados de Israel
Andrés OppenheimerMIAMI
El padre de dos israelíes que fueron secuestrados por el grupo terrorista Hamas el 7 de octubre del año pasado me dijo una triste verdad cuando lo entrevisté hace unos días: gran parte del mundo se ha olvidado de los civiles israelíes que siguen secuestrados en Gaza. De hecho, las noticias sobre los rehenes han sido eclipsadas por los titulares sobre el masivo contraataque militar de Israel en Gaza, la guerra en el sur del Líbano y ahora el ataque de Irán. Pero casi 100 de los más de 250 rehenes israelíes tomados como rehenes durante el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 contra Israel podrían estar con vida, según fuentes israelíes. Su liberación podría ser crucial para un cese de fuego en Medio Oriente.
Itzik Horn, un israelí nacido en la Argentina y padre de dos de los rehenes, me dijo que no sabe si sus hijos están vivos o muertos. Y con las guerras en curso en varios frentes, Horn lamentó que “el tema de los secuestros está desapareciendo de la orden del día de la prensa”. Refiriéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas, la semana pasada en Nueva York, Horn señaló: “Sigue habiendo mandatarios que suben a hablar a las Naciones Unidas y no dicen una sola palabra sobre los rehenes”. En Israel, el retorno de los rehenes es una prioridad clave. Casi todos los israelíes tienen una conexión directa o indirecta con alguno de los secuestrados por Hamas el 7 de octubre de 2023.
En un país de solo 9,6 millones de habitantes, los rehenes tomados por Hamas en Israel representan alrededor de 26 personas por millón de habitantes en Israel. Para poner esa cifra en contexto, sería el equivalente a que un grupo terrorista se llevara 8600 rehenes en Estados Unidos, 3400 en México, 1200 en España y 1100 en la Argentina. La mayoría de los secuestrados son civiles que vivían en los kibutzim, o granjas colectivas, cerca de la frontera con Gaza. Irónicamente, muchos de ellos son inmigrantes de izquierda que abogaban por un Estado palestino que conviviera en paz con Israel. Los dos hijos desaparecidos de Horn, Iair y Eitan, estaban en el kibutz Niz-Or cuando fueron secuestrados. Ninguno de ellos era soldado ni estaba armado, me dijo Horn. Iair vivía allí, trabajaba en el bar y estaba a cargo de organizar fiestas en el lugar, mientras que su hermano menor lo estaba visitando durante una festividad judía la noche del ataque de Hamas.
“La mayoría de los secuestrados son civiles que fueron sacados de sus casas, de sus camas, muchos de ellos en pijama, descalzos”, me dijo Horn. “Los atacantes entraron en las casas, mataron, quemaron, violaron, mataron bebés, hicieron todo tipo de atrocidades posibles. Y aparte, secuestraron gente”. Unos 1200 israelíes, la mayoría civiles desarmados, fueron asesinados por los terroristas de Hamas esa noche, incluidos 250 jóvenes que estaban en un festival de música alternativa. Eso representa 125 muertes por millón de habitantes en Israel, lo que equivaldría a unas 42.000 personas asesinadas en EE.UU. Es una cifra varias veces mayor que las 2977 personas que murieron en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU., que llevó a Washington a invadir Irak y Afganistán.
Hacia el final de nuestra entrevista por Zoom, le pregunté a Horn qué significa el número “365” que llevaba escrito a mano en un cartelito pegado en su camisa. Horn me respondió que es el número de días que habrán pasado el 7 de octubre sin que haya visto ni oído nada de sus hijos secuestrados. “Nosotros vamos contando, lamentablemente, los días en que nuestros familiares están en cautiverio en manos de Hamas”, me dijo Horn. “Y ya vamos a llegar al día 365”.
En el primer aniversario del ataque terrorista del 7 de octubre contra Israel, mientras los ojos del mundo se centran en las guerras en Gaza, el Líbano e Irán, no debemos olvidarnos de los rehenes israelíes cuyo secuestro inició el actual ciclo de violencia en Medio Oriente. Si el mundo no ejerce más presión para su pronta liberación, vamos a estar normalizando un precedente peligroso y fomentando indirectamente las tomas de rehenes en todos lados.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Soy exrehén de Hamas: ¡traigan al resto a casa!
Yaffa Adar
El 7 de octubre de 2023 me arrebataron brutalmente mi libertad, mi paz y mi seguridad. Esa día fui secuestrada de mi casa en el kibutz de Nir Oz, cuando nuestros hermosos campos sembrados se convirtieron en un campo de batalla donde hordas de terroristas arrasaban con nuestros hogares, asesinando, secuestrando, incendiando y saqueando. Una cuarta parte de la comunidad a la que pertenecí durante 56 años fue asesinada o secuestrada. Tengo 86 años, y en mi larga vida nunca vi un horror semejante.
Los terroristas irrumpieron en mi casa el sábado a la mañana, no bien empezó el ataque. Vivo sola y todavía estaba en pijama. Entraron a punta de pistola, no tenía escapatoria. Primero pedían dinero. Los llevé al dormitorio y les entregué mi cartera, pero resulta que también me querían a mí, así que me arrastraron afuera, y ahí pude ver a los terroristas que arrasaban el kibutz, tirando abajo los cercos y los vallados, saqueando y destruyendo, sacando la ropa de los armarios, rompiendo y robándose todo.
Mis captores me subieron agarrada de los brazos a un carrito de golf y arrancaron en dirección a la frontera con Gaza. Yo trataba de mantener la calma por el bien de mis hijos, me repetía a mí misma que no iban a lograr quebrarme, que no iba a darles la satisfacción de verme con miedo. No lloré. Y cada vez que me apuntaban a la cara con una cámara de fotos, yo sonreía. Sé que esa imagen dio la vuelta al mundo. No iba a darles el gusto de verme aterrada.
Lo único que llegué a ver mientras me llevaban era que había un enjambre de terroristas. Algunos habían entrado a la casa de mi hija al mismo tiempo que a la mía. Recién después, cuando nos juntaron con otros rehenes de Nir Oz, me enteré de que mi kibutz había sido incendiado y de que Tamir, mi nieto mayor, de 38 años, había dejado a su esposa y dos niños pequeños en la habitación segura de su familia y había salido a defender a la comunidad. Solo muchos meses después nos enteramos de que había sido secuestrado y asesinado: al día de hoy, su cuerpo sigue en Gaza.
Pero de todo eso me enteré mucho más tarde. Primero, fue solo mi cautiverio, 49 días insoportablemente largos en condiciones infrahumanas.
Durante el primer tiempo me pusieron sola en una habitación desolada. Para sobrevivir a esas noches de encierro, repasaba mentalmente toda mi vida, reviviendo recuerdos de antes de que me secuestraran. Llegaba a darme cuenta de que me tenían en el departamento de una familia, pero mi habitación estaba completamente sellada: no entraba un rayo de luz y nunca sabía si era de día o de noche. Estaba sola, salvo por los guardias armados que me vigilaban dentro de la habitación todo el tiempo. Una vez al día, la mujer que parecía ser la dueña de la casa entraba y me daba de comer.
Después de dos semanas, los terroristas me trasladaron a otro escondite que parecía ser parte de un complejo hospitalario y me pusieron en una pequeña habitación con algunas otras personas de mi mismo kibutz. ¡Finalmente algunas caras conocidas! Estaban mi vecina de al lado por más de 20 años y varios chiquitos con sus madres. Algunos días no nos daban nada de comer. Dos de las nenitas que estaban con nosotros lloraban: “Mamá, tengo hambre, quiero comer”.
Y después llegó Eitan Yahalomi, un niño de 12 años que se unió a nosotros después de haber estado cautivo16 días en completo aislamiento. ¡Qué chico tan maravilloso! Como tengo problemas de riñón, iba pocas veces al baño, y Eitan me preguntaba, preocupado: “Yaffa, ¿por qué no vas con los demás?”. He conocido a pocos niños de mejor corazón que él. Cuando lo trajeron con nosotros, no sabía nada sobre el destino de su familia: su padre, su madre y dos hermanos menores. Estaba preocupado. Más tarde supimos que el 7 de octubre habían secuestrado a toda su familia. Su madre y dos hermanas menores se cayeron de la moto donde las llevaban y lograron escapar. Eitan fue liberado un par de días después que yo, pero su padre, Ohad, sigue cautivo de Hamas.
A pesar de las grandes penurias de mi cautiverio, mantuve el optimismo por el bien de los demás. Les decía que para Jánuca íbamos a estar todos de vuelta en casa. Sentía que mi papel era mantener viva la esperanza en los demás. Sin este optimismo, no habría podido sobrevivir: lo necesitaba para superar esa terrible experiencia y las consecuencias que tendría…
El 24 de noviembre a la mañana nuestros captores nos despertaron y a algunos nos dijeron que nos vistiéramos y estuviéramos listos: íbamos a casa. Nos quedamos sentados esperando durante horas, sin saber realmente si era cierto o no.
Cuando volví a Israel, estuve internada cuatro días y después me trasladaron a un hotel, donde estuve dos semanas, hasta que encontré el centro de vida asistida donde estoy hoy. A mi casa en Nir Oz no pude volver. Será inhabitable durante años, y eso me parte el alma. Tener que empezar de nuevo a mis 86 años.
La falta de un hogar, verme forzada a empezar de cero, la pertenencia: no dejo de pensar en todo eso.
Pero trato de mantener viva la esperanza de que el resto de los rehenes vuelvan con nosotros, aunque sea cada día más difícil, porque los días pasan y nos enteramos de que otros vecinos del kibutz y otros rehenes son asesinados.
Cada día que pasa pone en peligro la vida de los que siguen cautivos. Y ya pasó un año. No tienen suficientes comida, agua, remedios, salud, luz natural ni sueño. Después de todo este tiempo, su estado físico y mental seguramente se habrá deteriorado. ¿Cuánto más podrán soportar?
Aunque he regresado, mi corazón, en muchos sentidos, sigue preso en Gaza, y mi cabeza vuelve una y otra vez a esos días de cautiverio. Son recuerdos difíciles de llevar. Ahora estoy rodeada de amor y de cariño, pero la rehabilitación se hace más difícil porque mi hogar desapareció. Pasé toda mi vida en el kibutz: ahí formé familia, crie a cuatro hijos y tuve ocho nietos y siete bisnietos; ahí estaban mis amigos. Todo eso se desvaneció la mañana del 7 de octubre del año pasado. Algunos de mis vecinos se vieron obligados a mudarse, muchos están bajo tierra y otros siguen cautivos.
¿Cómo seguir adelante cuando no hay una tumba que visitar, un lugar adonde ir a llorar a mi nieto, ninguna forma de poner fin a esta tragedia?
Mi camino hacia la recuperación será largo, tanto física como mentalmente. Pero tanto para mí como para el resto de mi país, cualquier verdadera recuperación será imposible mientras pasen los días y los rehenes sigan ahí.
Yo, que viví ese infierno, imploro a los equipos de negociadores, a los mediadores, a los líderes mundiales y a cualquier otra persona que lea estas palabras que nos ayuden a traerlos a todos a casa. Son personas como yo. Seres humanos, padres, abuelos, hermanos, niños. Están sufriendo, tienen miedo, necesitan ayuda. Cada uno de ellos es una historia de coraje y supervivencia, pero se les acaba el tiempo.
Y no es un tema que debería preocuparles solo a los judíos o a los israelíes: es un tema para cualquiera que se preocupe por los derechos humanos o por la libertad. Somos gente común que fue raptada de su casa un sábado como cualquier otro. Y desde entonces, ¿qué? Solo guerra, destrucción y tristeza.
Traigan a Tamir a casa. Traigan a todos los rehenes a casa. Permítannos sanar como familia, como comunidad y como nación. Porque no podremos sanar hasta que todos regresen.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.