Es argentino, cruzó todo el continente americano en moto y asegura que la aventura le cambió la cabeza
Siguiendo un sueño que tenía desde la adolescencia, el diseñador Diego Roson recorrió el continente de norte a sur donde enfrentó desafíos y reconoce que la travesía fue “un viaje interior”
Gabriela Koolen
Diego Roson es diseñador y fotógrafo y eso se nota en su modo de expresarse: al hablar transmite imágenes deslumbrantes, paisajes coloridos y es casi como si algo de ese viaje increíble que lo llevó a recorrer en moto el continente americano pudiera palparse en su relato.
Recorrió la imponente cordillera de los Andes, los salares norteños argentinos, disfrutó de los atardeceres en el Pacífico, se enfrentó a la sensación de soledad al atravesar el Salar de Uyuni en Bolivia -al que define como un laberinto sin paredes-, experimentó la entrada al Amazonas en Ecuador, el temor ante los primeros encuentros con osos en Canadá, luego de admirar la belleza de los Sequoias en California. Todo eso describe Diego con profundo detalle, hasta llegar al ansiado cartel de fin de ruta en el borde del continente con el Polo Norte.

Calificar la gesta como increíble no es sólo una manera de decir, hay algo que parece difícil de concebir en la idea de lanzarse a la aventura en un mundo donde la exigencia de productividad y el vértigo cotidiano parecen dejar de lado cualquier plan que no encaje en la norma.
¿Hay lugar para cumplir los sueños, entre tantas obligaciones? Por supuesto, afirma Diego, quien con cincuenta y cinco años, tres hijos, una pareja, Silvina -a quien define como un pilar fundamental que lo impulsó a seguir su deseo-, y una vida profesional activa, decidió cumplir un anhelo que lo empuja desde la adolescencia. “Yo postergué durante muchos años este viaje porque no tenía las posibilidades de hacerlo y tenía otras prioridades. No me arrepiento de nada, estoy muy contento con lo que hice, pero nunca olvidé mis sueños y creo que hay que buscarle la vuelta a cumplirlos siempre”, dice, con una sonrisa cálida, satisfecha.
Su familia de origen tiene mucho que ver con ese sueño.
Cuenta que se crió en la zona norte de Buenos Aires con su papá Carlos, su mamá Graciela, y sus hermanos, Mariano y Cecilia y recuerda el espíritu aventurero y el deseo de explorar que se respiraba en ese hogar.
“Mi papá amaba la aventura, siempre estábamos saliendo a la naturaleza. Tengo fotos haciendo camping al lado del río con mi hermana en el moisés”, dice, como testimonio de ese estilo de vida que quedó en pausa a sus dieciocho años, cuando sus padres fallecieron en un accidente de ruta y tuvo que salir a trabajar y ocuparse de asuntos más concretos y mundanos.
Así, se desarrolló como diseñador y fotógrafo y, en 1998 creó “Rosón y Ortelli”, un estudio de diseño con su socio y mejor amigo Guillermo Ortelli, que fue creciendo con el tiempo y se convirtió en agencia publicitaria. “En un momento la agencia tomó una dimensión que hizo que dejara un poco de lado lo que me apasionaba, que era sacar fotos y diseñar. Una de las cosas que me provocó este viaje, como plus, es haberme vuelto a conectar con mis pasiones: el diseño y la fotografía. A partir del viaje saqué fotos e hice cuatro libros que diseñé con mucho cuidado y amor”, comenta.
Diego subraya que ningún sueño se cumple solo y el apoyo de Silvina, que le insistió para hacer el viaje, fue fundamental, así como el apoyo de su socio, que quedó a cargo de la agencia. “Después de un viaje así uno vuelve agradecido y queriendo ser mejor padre, mejor marido, mejor socio. Me siento afortunado de haber podido terminarlo y en una moto tan humilde”, dice Diego.
Nada es imposible
“La aventura requiere planificación”, dice Diego, quien no se considera un improvisado y trabajó cada detalle de este viaje que hizo en cuatro etapas. La decisión de dividirlo, cuenta, tuvo que ver con conjugar este sueño con el mundo posible: no podía tomarse medio año sabático y tampoco quería dejar a su familia por tanto tiempo: estuvo en la Argentina para la jura de su hija como odontóloga, la despedida de su hijo que viajó a Japón a trabajar, y para los cumpleaños de su esposa y su hija menor, por ejemplo.
El primer paso fue la compra de dos motos junto con su socio, Guillermo, quien lo acompañó en esos primeros tiempos. “Arrancamos comprando dos motos iguales de la marca india Royal Enfield. Eran las más baratas del mercado y no le teníamos mucha fe al viaje, entonces pensamos que en tal caso, si teníamos que dejarlas a mitad de camino y dejar el viaje, la pérdida era menor. Es un modelo de moto medio de época, muy linda y nos parecía romántica”, recuerda, sonriendo. Así encararon el primer tramo, desde La Quiaca hasta Ushuaia.
“En ese primer viaje fue muy fuerte romper la barrera de salir a la ruta. El salto al abismo es gigante, el hecho de darte cuenta de que de verdad vas a recorrer la mítica ruta 40, que es hermosa, pero también es un gran cuco, porque tiene muchas situaciones cambiantes: suelo, clima, paisajes. Salimos con 48 grados y llegamos con temperaturas bajo cero y temporal a Ushuaia. Pasamos por la cordillera, por desiertos, salares e hicimos mil kilómetros de ripio y un total de 6520 kilómetros. El territorio argentino es hermoso y muy cambiante”, dice, y confiesa que terminar ese viaje -que duró desde el 13 de noviembre hasta el 2 de diciembre del 2019- fue pasar una barrera que no creía posible.
Cuando ya estaba decidido a encarar el segundo tramo, el destino trazó otros planes y llegó la pandemia de coronavirus, que obligó a suspender todo. Lejos de desanimarse, Diego esperó paciente, y cuando estuvo seguro de que las fronteras no volverían a cerrarse, salió nuevamente a la ruta.
Para su sorpresa, su viaje ya iba teniendo repercusiones gracias a un libro en el que reunió fotos y relatos -hizo uno en cada tramo- y la marca de su moto le propuso cambiar de vehículo por uno más adecuado para un trayecto tan complejo y extenso, algo a lo que él se negó. Franky, como apodó a su compañera de dos ruedas, ya era parte de la aventura, por lo que la empresa ofreció, en cambio, brindarle asistencia técnica durante todo el camino para evitar riesgos.
Para el segundo tramo, desde La Quiaca hasta Bogotá, en noviembre del 2023, su socio y amigo Guillermo, decidió bajarse por motivos personales, pero le insistió en que él siguiera adelante. “Uno de mis grandes temores era la soledad, la cuestión emocional. Ahí mi amigo César me dijo “yo te llamo todas las noches, pero este viaje lo tenés que hacer porque es tu sueño”. Y cada noche, recibí su llamado”, recuerda, con la voz quebrada por la emoción.
El momento de mayor soledad, dice, fue en el cruce a Bolivia, que es todo hacia arriba y sin nada alrededor. “Es un momento de mucha concentración y muchísimo respeto, no podés correr el más mínimo riesgo ni hacer nada mal. En el Salar de Uyuni el paisaje son 360 grados en los que para donde mires es todo igual, es muy fácil perderte porque no tenés referencia, es un laberinto sin paredes”, dice, y cuenta que ahí pudo disfrutar de su pasión por la astro fotografía.
La pasión por aprender y disfrutar de la naturaleza estuvo siempre presente.
En el tercer tramo, entre el 12 de febrero y el 21 de marzo del 2024, recorrió desde Bogotá hasta Los Ángeles y cuenta que se la pasó persiguiendo mariposas de colores, surfeó olas increíbles y se dejó deslumbrar por la diversidad marina de Baja California. “Lo que uno aprende en estos viajes es enorme: desde lo social e histórico hasta la cuestión ambiental y geográfica, pasando por cuestiones de mecánica”, apunta.
La soledad no sólo no fue un problema, sino que no fue tal, y Diego recuerda el lema que lo acompañó durante todo el trayecto: “free and solo, but never alone”- libre y solo, pero nunca en soledad.
“Lo que más me sorprendió de este viaje fue la gente, la generosidad: me ofrecieron casas para dormir, comida, ayuda con la moto cuando se rompió, y hasta un grupo de motoqueros me acompañó a la entrada del Amazonas, cuando ya se había corrido la bola de mi viaje. La bondad y la generosidad de la gente en la ruta es algo de lo que hay que aprender. Todos desconocidos con una generosidad increíble durante todo el viaje desde Argentina hasta Alaska”, destaca cuando se le pregunta sobre las cosas que más lo marcaron.
La última etapa fue la que lo llevó desde Los Ángeles- donde se sumó su hermano, Mariano, quien hizo el recorrido a la par- hasta Alaska. Recorrió 8834 kilómetros entre el 21 de mayo y el 20 de junio de este año. En busca del cartel de fin de ruta se dio el lujo de entrar al Círculo Polar Ártico y llegar al borde del continente con el Polo Norte. “Cuando llegamos al cartel de Alaska me puse a llorar como un nene, porque me saqué una mochila enorme de miedos, de muchas cosas, haber logrado eso era un logro muy compartido con la familia”, dice.
Cuenta que manejaba un promedio de seis o siete horas por día y hacía aproximadamente 400 kilómetros, dependiendo de factores como el clima, el estado de las rutas, etcétera.
Habla también de los riesgos, y dice que al encarar el viaje aceptó las reglas y entendió que cualquier cosa podía sacarlo del juego, pero no se considera un inconsciente ni un temerario, por lo que se dedicó a prepararse con mucho cuidado, y hasta hizo cursos de mecánica ligera antes de salir.
“Sé que un sueño se termina en segundos y una vida también, entonces fui muy preparado. Una vez, por quedarme mirando algo que me gustó, me llevé un tronco por delante y me caí. Me levanté súper enojado conmigo mismo, pero aprendí. El viaje te lleva a un estado de introspección importante, te enseña humildad y que no somos nada. Con todo lo groso que puedas creerte que sos, una piedra te puede sacar del camino”, dice, y agrega que en un viaje así se pasa mucho tiempo pensando: “Si uno no arranca el viaje equilibrado, con las deudas emocionales saldadas, vas medio perdido. Adentro del casco sos una máquina de arreglar el mundo, pensás, pensás. Si no estás bien, tranquilo, dispuesto a pedir permiso, a agradecer, no llegás a ningún lado. Yo llegué balanceado, arreglé mi mundo, digamos”.
Todavía conmovido por la aventura, habla de la importancia de recordar siempre aquello que nos motiva: “Uno tiene que tratar de tener muchas historias para contar. Uno no está acá para trabajar, el trabajo está para conseguir los medios para ser feliz, para que la familia esté bien, para conocer, el mundo, que es enorme y para aprender. Los sueños hay que cumplirlos, no hay que olvidarse de por qué estamos acá. A pesar del paso del tiempo, yo nunca me olvidé de dónde vengo y de los sueños que tengo”, concluye.
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Oscar Martínez: la vuelta de Bellas Artes, la figura que tanto lo admira y la tristeza que le provoca que “la educación dejó de ser una prioridad”
El actor habla sobre su extensa carrera, su papel como Antonio Dumas en la serie que cuestiona las convenciones sociales en el mundo del arte, al tiempo que comparte su preocupación por la situación política y educativa del país
Agustina Surballe-Müller
En una tarde gris y lluviosa en Madrid, Oscar Martínez se conecta vía Zoom desde su departamento. “Se terminó el veranillo de San Miguel, hoy ya estamos con frío, viento y lluvia”, comenta con una sonrisa. A pocos días del estreno de la segunda temporada de Bellas Artes, el actor se muestra entusiasmado con lo que está por venir. A lo largo de la charla reflexiona sobre su trayectoria, el desafío de volver a interpretar a Antonio Dumas y su mirada sobre la situación política y educativa de la Argentina. “Uno siempre tiene que trabajar como si fuera la última vez, pero esperar que sea la primera de muchas”, dice con humor.
En la nueva entrega de Bellas Artes, que se estrena este miércoles 23 en Disney+, Martínez vuelve a ponerse en la piel de Antonio Dumas, director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid. Con su característico humor ácido, enfrenta nuevas situaciones absurdas, a lo que se suma la incómoda presencia de su exmujer, interpretada por Ángela Molina, que desafía constantemente su visión del mundo.
–¿Cómo te sentís con esta segunda temporada de Bellas Artes?
–Estoy muy esperanzado e ilusionado porque esta temporada me gusta más que la primera. Es más picante, más atrevida y el elenco es de primer nivel. Aunque en la primera temporada ya había nombres fuertes como Dani Rovira y Pepe Sacristán, esta vez se suman grandes figuras como Ángela Molina, Imanol Arias, Cecilia Suárez, Milena Smit y Miguel Ángel Solá, quienes coprotagonizan episodios completos con sus personajes.
Martínez destaca la incorporación de Ángela Molina, quien interpreta a su exmujer, una artista antisistema que genera un constante choque filosófico con él. “Ángela le da una dimensión completamente diferente al conflicto de Dumas. Su personaje es el opuesto perfecto y eso lo vuelve aún más interesante y complejo”, asegura.
–Sabemos que Imanol Arias quiso sumarse apenas te vio ¿Cómo fue eso?
–Sí, fue muy gracioso. Lo encontré en un estreno en Madrid y me dijo: “Quiero estar ahí, aunque sea sirviendo café”. Lo comenté con Gastón y Mariano [los creadores Duprat y y Cohn], y al final le escribieron un papel importante.
—Sin embargo, Imanol Arias no fue el único, otros actores aceptaron roles secundarios por la posibilidad de trabajar con vos...
—Sí, fue algo me comentaron. En algunos casos sé que es cierto, como con Pepe Sacristán, Dani Rovira o Ángela Molina, Miguel Ángel Sola, quienes aceptaron porque querían trabajar conmigo. Me lo tomé como un gran halago. Es un reconocimiento enorme para mí, aunque trato de no creérmelo demasiado (risas).
–La serie trata temas como el feminismo, la inmigración y el lenguaje inclusivo. ¿Cómo manejás ese tono políticamente incorrecto?
–No me incomoda, al contrario, me divierte mucho. Creo que el humor es una gran herramienta para desnudar lo que no funciona en la sociedad, y en Bellas Artes nos reímos de muchas convenciones sociales. Gastón Duprat y Mariano Cohn son brillantes en crear esas situaciones que son incómodas, pero que al mismo tiempo invitan a reflexionar.
–¿Cómo creés que evolucionó el personaje de Dumas en esta temporada?
–En esta temporada, Dumas está más desbordado que nunca. Su paciencia está al límite. Lo que me gusta es que enfrenta situaciones cada vez más absurdas, pero trata de mantener una fachada de control. La serie explora hasta qué punto se puede estirar esa falta de control antes de que todo se desmorone, y creo que esa tensión le da mucha frescura al personaje.
Más de 50 años y una Copa Volpi
–Llevás más de medio siglo de profesión, ¿qué sensación te deja este recorrido?
–Es impresionante pensar que llevo tanto tiempo y todavía sigo aprendiendo con cada proyecto. Empecé muy joven, a los 20 o 21 años, y la pasión sigue intacta, eso es lo más importante. La verdad es que Bellas Artes es una oportunidad increíble de seguir desafiándome como actor.
–Sos el único actor argentino en ganar la Copa Volpi por El ciudadano ilustre, un premio que otorga el jurado del Festival de Cine de Venecia al mejor actor ¿Qué significó para vos ese reconocimiento?
–Fue muy importante para mí, pero no lo considero el momento clave de mi carrera. Eso sí, soy el único latinoamericano en haberlo ganado. Antes que yo, solo Javier Bardem lo había logrado entre los hispanohablantes, y luego lo ganó Penélope Cruz por Competencia Oficial. Curiosamente, Bardem ha sido fan de mi trabajo desde la época de Art, la obra de teatro que hice con Ricardo Darín y Germán Palacios. Cuando estuvimos en Madrid con la obra, venía a verla varias veces por semana, y después íbamos a comer al restaurante de su hermano. Desde entonces tenemos una relación de mucha admiración mutua.
–¿Qué te dijo Bardem después de ver El ciudadano ilustre?
–Recuerdo que estaba cocinando en Buenos Aires cuando empezaron a llegarme mensajes de Bardem y Penélope Cruz porque habían visto la película en su casa. Me dijeron cosas muy elogiosas, pero no puedo reproducirlas por pudor (risas). Javier siempre ha sido muy generoso conmigo. Me cuesta creer que un actor de su calibre me admire tanto.
–¿Cuál fue el mayor desafío de tu carrera hasta ahora?
–El mayor desafío ha sido, creo, no repetirme. A lo largo de tantos años y proyectos, siempre he intentado que mis personajes sean distintos entre sí, que cada uno aporte algo nuevo. Eso es lo más difícil, sobre todo cuando tenés personajes como Antonio Dumas o Daniel Mantovani [El ciudadano ilustre], que parecen tener algo en común, pero que en realidad son muy diferentes. Enfrentar esos riesgos y tratar de diferenciarlos es lo que mantiene viva mi pasión por la actuación.
La educación y el país que extraña
–Hablaste muchas veces sobre la situación de la Argentina, ¿cómo ves al país desde Madrid?
–La situación de la Argentina me preocupa mucho. Aunque voy con frecuencia, hace cuatro años que no vivo allí y prefiero no opinar demasiado para no molestar a quienes sienten que los que vivimos afuera no deberíamos hablar. Sin embargo, me preocupa la pobreza, la polarización y, sobre todo, el estado de la educación. En la Argentina, hoy el nivel de intolerancia y confrontación política es desalentador. La gente está demasiado concentrada en la pelea diaria y hemos perdido la capacidad de reflexionar sobre cómo llegamos a esta situación.
–¿Cómo vez el tema de la educación pública hoy?
–La educación fue siempre una de las grandes fortalezas de la Argentina. Era lo que nos diferenciaba del resto de América Latina. Cuando yo era joven, éramos un país con una clase media muy fuerte y con un sistema educativo ejemplar. De hecho, en 1957, Albert Einstein fue a la Argentina a estudiar nuestro sistema educativo, que era un modelo en ese entonces. Hoy en día, la decadencia es enorme. Veo con muchísima tristeza cómo la educación ha dejado de ser una prioridad, cuando debería ser lo más importante para construir el futuro. Sin educación no hay salida.
–¿Extrañás esa Argentina de antes?
–Sí, sin duda. La Argentina en la que yo crecí era un país de oportunidades, donde la mayoría de la población pertenecía a una clase media que podía acceder a una educación de calidad. Había una movilidad social que hoy no existe. Viví en un país donde la cultura era una prioridad, se consumía arte, cine, teatro, libros. Había un fervor cultural que era único. Hoy, la desigualdad es mucho más marcada, y la pobreza ha crecido a niveles alarmantes. Ser testigo de esa decadencia en tantos niveles me genera una profunda tristeza.
–¿Qué creés que se necesita para cambiar esa situación?
–Sin una educación pública fuerte, no hay futuro. La Argentina tiene que recuperar ese orgullo por la educación y por los valores que alguna vez nos hicieron una nación próspera. Las soluciones no son fáciles, pero sin duda deben empezar por ahí. La educación es la base de cualquier sociedad que quiera progresar. Pero también es crucial generar consensos. La polarización nos está destruyendo como país, y no vamos a salir adelante si no podemos ponernos de acuerdo en los aspectos más fundamentales. Yo siempre he creído en una Argentina plural, donde haya lugar para todas las ideas, pero hoy eso parece cada vez más difícil.
–¿Sentís que el mundo cultural puede ser un motor de cambio para la Argentina?
–El arte siempre tiene un rol transformador, aunque sea más sutil. Puede ser una herramienta para abrir discusiones y reflexiones. A lo largo de la historia, el arte ha sido capaz de señalar injusticias y poner en evidencia lo que no funciona en una sociedad. En un país tan polarizado como el nuestro, creo que la cultura tiene el poder de unir, de hacernos ver que podemos pensar distinto y aun así convivir. Pero para eso necesitamos restaurar el respeto por el debate y el diálogo, algo que se ha perdido en gran medida.
Amistades artísticas
–Trabajaste con grandes actores como Ricardo Darín ¿Cómo es esa relación entre colegas?
–He hecho grandes amigos en este oficio. Con Ricardo tengo una relación muy cercana, él es como un hermano para mí. Además es un actor excepcional y, sobre todo, una persona muy generosa. Tenemos una complicidad que se siente en el escenario y en el set, algo que no se da con todos los colegas. Nos entendemos con pocas palabras. También tengo una amistad muy cercana con Pepe Sacristán. Desde que nos conocimos, hace años, hemos mantenido una relación muy linda, basada en la admiración mutua y el respeto. Es un actor impresionante, pero también una persona con una calidad humana excepcional.
–¿Y con Javier Bardem?
—Aun no tuve la oportunidad de trabajar con él, aunque hemos hablado de hacerlo. Nuestras agendas han hecho que sea complicado coincidir. Para mí sería un lujo, y estoy seguro de que en algún momento sucederá. Me honra su admiración, sobre todo porque considero que él es uno de los actores más importantes del cine contemporáneo.
–Te volviste una suerte de actor “fetiche” de la dupla Cohn y Duprat. ¿Cómo es trabajar con ellos?
–Con Gastón y Mariano tengo una química especial. Nos entendemos muy bien tanto en lo personal como en lo profesional. Ellos siempre me invitan a participar desde el proceso creativo, lo cual me hace sentir parte de algo más grande. Somos muy exigentes, pero compartimos una visión clara de lo que queremos contar. Eso hace que el trabajo fluya muy bien, aunque sea muy riguroso. Son perfeccionistas, pero también se divierten, lo que le da un equilibrio especial al proceso de creación.
–¿Y qué tal tu experiencia con actores más jóvenes, como Milena Smit o Dani Rovira?
–Me encanta ver la energía que traen las nuevas generaciones. Milena y Dani son ejemplos de un compromiso increíble con su trabajo. Son profesionales que se preparan mucho y que tienen un gran futuro por delante. Ver esa pasión rejuvenece a cualquiera y, sin dudas, trabajar con ellos me llena de alegría. Con Milena, en particular, compartí algunas escenas intensas en esta nueva temporada de Bellas Artes, y su talento es innegable.
–¿Qué diferencias notás en la forma de trabajar de las diferentes generaciones?
–Cada generación tiene su impronta y creo que eso se ve en la forma de trabajar. Los actores más jóvenes tienen una energía distinta, están muy en contacto con las nuevas formas de interpretar y abordar los personajes. Creo que nosotros, los más veteranos, aportamos una experiencia que complementa eso. Me encanta aprender de ellos y también compartir lo que he aprendido a lo largo de mi carrera. Es un intercambio enriquecedor.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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