domingo, 20 de octubre de 2024

Juan Bautista Alberdi Y LECTURA...LA PARTE Y EL TODO


El prócer sin feriado al que citan tanto Milei como Cristina
En Alberdi, la autora de No esenciales ofrece el retrato de una figura que jamás tomó las armas pero nunca soltó la pluma, y que hoy es reivindicada por los libertarios
María Victoria Baratta
Juan Bautista Alberdi
Juan Bautista Alberdi es una figura histórica conocida, pero no tan conocida como otras. Quizás esto sea así porque en un país con muchos feriados como la Argentina, él no tiene el suyo. Los feriados provocan que cada año los niños en la escuela estudien una y otra vez los mismos acontecimientos que evocan esas fechas, y en su mente se graben desde la infancia los hechos, símbolos y personajes patrios. Al no tener feriado, no aprenden sobre su figura ni juegan a ser Alberdi en los actos. Y la infancia es un período clave de nuestra formación emocional y cognitiva.
Por otro lado, aquellos a los que identificamos como héroes de nuestra historia son, en general, personas que se dedicaron a la guerra o que alguna vez participaron en una batalla, y Alberdi no participó en ninguna. Vivió entre 1810 y 1884, casi todo el siglo XIX, un siglo dominado por las guerras de independencia, las guerras civiles, guerras internacionales. Pero no empuñó nunca las armas y dedicó la mayor parte de su vida a escribir: ensayos, panfletos, artículos periodísticos, cartas, memorias, novelas, obras de teatro y hasta manuales para aprender a tocar el piano, entre muchas otras cosas. Distintas corrientes filosóficas y literarias confluyeron en su pensamiento.
Además, Alberdi quizá no sea tan conocido como otros personajes históricos porque quienes primero escribieron sobre historia argentina no se llevaban bien con él, ni quisieron reconocer sus aportes en vida, no lo consideraron un prócer como a San Martín o a Belgrano. La vida de Alberdi tiene una primera particularidad que salta rápido a la vista: la de estar ausente de la Argentina casi toda su vida adulta. Se fue a los 28 años, exiliado, escapando del rosismo, volvió recién a los 69 por un período muy corto y murió a los 73 en París, es decir que vivió más de cuarenta años fuera del país.
Mientras no estaba en la Argentina, se dedicó casi enteramente a pensar y actuar por su país. Y no fue indiferente. El encono que provocaron algunos de sus escritos en la Argentina fue la razón que Alberdi invocó para resistirse a regresar. Su aporte más reconocido es haber proporcionado una fuerte inspiración a la Constitución Nacional con su obra Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.
Alberdi era un hombre de ideas. Para estudiar en detalle las ideas de autores como él, a veces no alcanza con leer sus libros y con conocer el contexto histórico. Hace falta también elegir una forma, un lente, una perspectiva para estudiar esas ideas. Se puede pensar que las ideas son siempre las mismas a lo largo de la historia de la humanidad, que están ahí disponibles en la naturaleza, que no se modifican, que los autores las van tomando en cada época para dar su opinión, pero que la conversación es la misma. Que cuando, por ejemplo, Platón, Maquiavelo o Marx hablaban de democracia, estaban pensando en lo mismo, en una esencia inmutable, en un concepto sin tiempo y espacio.


No estoy de acuerdo con esa manera de pensar las ideas y, por eso, entre otras cuestiones, es que me dediqué a la Historia. Porque creo que la historia no se repite siempre de la misma manera. Porque las palabras pueden ser las mismas, como “democracia”, que se escribe siempre igual, pero la idea, el concepto de “democracia” no es siempre idéntico. No significa ni responde a los mismos planteos en la Antigüedad, en el Renacimiento, en el siglo XIX o en la actualidad.
Los autores como Alberdi han tenido diferentes motivaciones al escribir, y han dialogado con diferentes interlocutores y contextos. Traer al presente sus palabras, como si no las hubieran enunciado en realidad hace mucho tiempo, puede deformar lo que quisieron significar en su momento. Lo ideal para entenderlo sería poder viajar en el tiempo, hablar con él, con quienes lo conocían, verlo en acción. Pero no es posible. Solo podemos acercarnos a través de lo que dejó escrito y de lo que dejaron escrito otros testigos que están muertos desde hace mucho tiempo. Podemos acceder además con preguntas que se hacen en un tiempo actual. A lo desconocido y lejano se llega a partir de lo conocido y cercano. Hay una distancia que parece insalvable. El historiador británico Quentin Skinner se preguntó si era posible analizar lo que un autor de otra época escribió sin poner en juego nuestras propias expectativas y prejuicios con respecto a lo que ese autor en realidad debería haber escrito. Hay que intentar hacer el máximo esfuerzo por evitar la deformación presentista.
Con Alberdi, esas expectativas presentes son grandes. El interrogante es qué puede llegar a suceder cuando al analizar su larga vida y obra se encuentren momentos y aristas que defrauden a unos o a otros, según su postura. Pero hay una pregunta anterior: ¿buscamos entender quién fue, qué pensó, por qué escribió lo que escribió? ¿O en cambio queremos que Alberdi enuncie alguna doctrina sobre tópicos considerados constitutivos de una tradición o de una mirada del mundo?
Es necesario preguntarse qué intención tuvo Alberdi con sus escritos. ¿Hay una doctrina inmanente y los autores no pueden dar con ella? ¿Quería Alberdi contribuir a una doctrina más general, al liberalismo, o utilizó algunos tópicos liberales y otros no tan liberales para ofrecer un proyecto de Constitución? ¿Es posible que ese Alberdi que imaginamos referente liberal haya sido antes y después y durante no tan liberal en ciertos aspectos? ¿Existe un liberalismo puro? ¿Qué pasa cuando un autor no dice lo que se espera de él? ¿Podemos reprocharle coherencia a la obra de autor?
A veces se espera coherencia de los autores, que sean consistentes a lo largo de toda su obra; se reprocha la falta de un sistema o una lógica cerrada. Se descartan las declaraciones de intención que incomodan de los autores. Alberdi no tuvo por qué formular una contribución plena a una doctrina, ni es preciso negar o resolver sus contradicciones.
Muchas veces estamos más interesados en la significación retrospectiva de la obra; nos importa más lo que significa para nosotros que lo que significó para el autor. Lo que el historiador británico Quentin Skinner llamaría mitología de la prolepsis, la historia convertida en “un montón de ardides en los que nos aprovechamos de los muertos”. ¿Queremos comprender a un autor o queremos que el autor nos ayude a comprendernos, a justificarnos, a entender nuestro presente? Ninguna de las dos opciones está mal de por sí, solo hay que sincerar los objetivos. El objetivo de mi libro tiene más que ver con la primera opción.
María Victoria Baratta
Sucede que casi todos pueden encontrar un Alberdi que les sienta cómodo. Comprensivo con Rosas, antirosista, liberal, conservador, republicano, monárquico, unitario, federal, crítico de Paraguay en una década, defensor de Francisco Solano López en otra, admirador de los Estados Unidos, denunciante de políticas expansionistas, impulsor de un levantamiento armado, pacifista. Su escritura fue fracturada y multidimensional. Y fue consciente de sus cambios de opinión. A veces eran contradicciones. Otras, parte de tomarse el trabajo intelectual de poner a prueba sus propias afirmaciones, de aceptar errores, de explicar sus giros. Las fluctuaciones, vaivenes y tensiones de su pensamiento eran normales para alguien dedicado casi por completo a escribir. También fueron respuestas pragmáticas de un pensador político.
Alberdi es una figura que ha sido reivindicada después de su muerte, aunque siempre de forma parcial o limitada. Como dijo Tulio Halperín Donghi, fue el secreto legislador del orden roquista y tuvo una segunda carrera póstuma como autor maldito, en la que parte del país quedó a la espera de presenciar el cumplimiento su legado. Alberdi no terminó de ser entronizado por el liberalismo. La rivalidad con Mitre, fundador de la historiografía argentina, lo marginó de los roles protagónicos. Fermín Chávez consideró que toda la obra polémica de Alberdi fue antimitrista y antisarmientista, por lo que la dificultad de entrar al panteón liberal era evidente. Por otro lado, la historiografía revisionista tomó las hipótesis del Alberdi defensor de la causa paraguaya y pacifista crítico del orden mundial. Era solo una parte de su obra, muchas veces reinterpretada con la agenda antinorteamericana durante la época de la Guerra Fría.
Su figura volvió a ser motivo de interés público en los últimos tiempos al ser reivindicada por el actual presidente, Javier Milei, quien lo cita a menudo en sus discursos como uno de sus referentes intelectuales. Por momentos identifica y en otros realiza una analogía entre las trabas del régimen colonial que analizaba Alberdi y los nudos económicos que, según su visión, empantanan a la Argentina actual. La propuesta de Milei para salir de ese estancamiento se inspira, entre otras fuentes contemporáneas, en los escritos alberdianos más liberales. La reivindicación llegó al punto de titular a un ambicioso paquete de leyes como “Ley de Bases y Puntos de Partida para la libertad de los argentinos”. El énfasis en la organización del Estado que llevaba en su título las Bases de Alberdi se reemplazó por el concepto de libertad en el proyecto mileísta. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Milei cerró el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada y en su lugar inauguró el Salón de los Próceres Argentinos, con Juan Bautista Alberdi como uno de los homenajeados.
Pero sucede que la obra de Alberdi es tan extensa, compleja y cambiante, que la oposición también encontró fragmentos para refutar las políticas del propio Milei, como las limitaciones al Poder Ejecutivo que se mencionan en las Bases o las críticas al endeudamiento que aparecen en sus Estudios Económicos.
En enero, uno de los jueces de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo utilizó un fragmento de las Bases para hacer lugar al planteo de la CGT, suspender la reforma laboral planteada por Milei y criticar el uso que el mandatario dio al instrumento del DNU. En el segundo caso, Cristina Fernández de Kirchner citó a Alberdi en el marco de un documento crítico con Milei, publicado en febrero: “Tomar capitales a préstamo para reemplazar los capitales destruidos por la crisis no es remediar la pobreza, sino agravarla; la riqueza de otro no es la riqueza del país. La deuda representa más la pobreza que la riqueza. Endeudarse no es enriquecerse, sino exponerse a empobrecerse por la facilidad con que siempre se gasta lo ajeno”. La cita es real, pero la exmandataria no hizo referencia a la solución que el propio Alberdi postuló para esa crisis de deuda, muy crítica con el gasto público. La salida para Alberdi se producía mediante el trabajo, el ahorro, las costumbres y moral de los pueblos que consideraba civilizados. Alejarse de la prosperidad ficticia, vivir de acuerdo a las posibilidades reales: “Un empobrecimiento nacido de ideas viciosas sobre el medio de enriquecer sin las virtudes del trabajo y del ahorro, es una enfermedad moral”. El ahorro perseverante era el que conformaba el capital.
Los usos políticos de la historia son válidos. A veces son más acertados y honestos, otras mucho menos. La política toma la información histórica que le conviene, construye una memoria emotiva, difícil de refutar con la lógica. Un relato contundente, con la fortaleza para permanecer y movilizar. La tarea del historiador, en cambio, es más aburrida. O al menos no tan épica. La historia es una construcción por definición compleja e incompleta de algo que sucedió hace mucho tiempo, que solo puede reconstruirse parcialmente a partir de rastros múltiples y de una manera crítica.

Historiadora

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La lenta destrucción del partido más viejo del país
El radicalismo parece empecinado en seguir el camino de la decadencia
Por Sergio Suppo

Clebraron una corta resurrección mientras iban camino al terremoto que significó la llegada de Javier Milei. El radicalismo había ganado Santa Fe por primera vez en seis décadas; también había recuperado Chaco, retenido Mendoza y Jujuy y mantenido Corrientes, que el año pasado no eligió gobernador. Sin poder instalar un candidato presidencial, jugaron a ganar sí o sí, ubicando a un radical en el segundo término de las dos fórmulas de candidatos de Juntos por el Cambio. El futuro vicepresidente sería Gerardo Morales o Luis Petri, imaginaron. Era, en realidad, el signo de otra división.
En medio de esas ilusiones, le dieron la presidencia del Comité Nacional a Martín Lousteau, que venía que abandonar, años atrás, la embajada de los Estados Unidos durante la presidencia de Mauricio Macri para lograr la senaduría nacional por la ciudad de Buenos Aires. Eso ocurrió en las mismas elecciones en las que Macri fue derrotado por Alberto Fernández.
Nadie se cuestionó dentro del viejo partido cómo era posible que el radicalismo pusiera al mando al mismo economista que, como ministro de Economía, había colaborado con Cristina y Néstor Kirchner para detonar el monumental conflicto con el campo con la famosa resolución 125, que imponía retenciones móviles al sector por las exportaciones de granos.
Era tan llamativo como que los principales dirigentes eligieran al representante de un distrito partidario en larga decadencia, sin considerar que la supervivencia del radicalismo tras la declinación del liderazgo y posterior muerte de Raúl Alfonsín se había afincado en pequeños pueblos y ciudades donde los intendentes lograron mantener el sello partidario y hacer sobrevivir el vínculo con las bases, a diferencia de lo que pasaba a nivel nacional y en distintas provincias.
La irrupción de Milei, que en su repertorio de sapos y culebras tiene a Alfonsín como uno de los destinatarios de sus maldiciones más sonoras, no hizo otra cosa que exponer el largo declive que pone al borde de la desaparición al único partido político argentino que preserva las formas institucionales y de organización interna aún en momentos que parecen de descontrol y agonía.
El ocaso del partido que rivalizó con conservadores y luego con peronistas expone en el primer cuarto del nuevo siglo un compendio de divisiones.
Sufre, antes que nada, el final desdichado de sus últimas presidencias, que dejaron una huella social muy marcada y deterioraron la idea de que el radicalismo era una opción de poder y, por sobre todo, hundieron la idea de que esa fuerza podía resolver los históricos problemas de la economía.
El radicalismo del siglo XXI se rompe, pero también se dobla. La caída de Fernando de la Rúa encontró al alfonsinismo colaborando con Eduardo Duhalde, cuya presidencia es hija de la presión que ejerció el peronismo del conurbano para llevar al exgobernador de Buenos Aires a la Casa Rosada.
La reconstrucción del sistema político después de 2001 se hizo sin el radicalismo, cuya versión oficial representada por Leopoldo Moreau tuvo una adhesión ínfima en las elecciones en las que ganó Carlos Menem en la primera vuelta, pero llevaron al poder a Néstor Kirchner.
Durante la década de Menem el radicalismo se había opuesto como su contraparte y pactado con él al precio de perder representación para la reforma constitucional. Con Kirchner, una parte del radicalismo no tuvo problemas en doblarse e irse con el santacruceño en nombre de una propuesta de transversalidad. Es el camino siguieron gobernadores como Julio Cobos o Gerardo Zamora. Uno se arrepintió cuando era vicepresidente, el otro todavía gobierna Santiago del Estero.
Pero antes de la kirchnerización de una fracción de la UCR, dos dirigentes habían construido sus propios ranchos. Elisa Carrió y Ricardo López Murphy prefirieron eludir las marañas internas de su partido para generar sus propias fuerzas.
Al final de un largo camino, ya sin candidatos presidenciales, la UCR mantuvo algunas representaciones locales, pero en provincias enteras resignó su condición de cara opuesta al peronismo a partidos provinciales o a fracciones distintas del mismo PJ. Una nomenclatura burocrática, cómoda y establecida en cargos bien rentados en el Estado mantuvo una cierta fantasía institucional a nivel nacional.
Ya ni las elecciones internas, derivada de su indiscutible voluntad democrática, pudieron hacerse con cantidades suficientes de votantes reales.
En la provincia de Buenos Aires, allá lejos escenario esencial del radicalismo, hubo hace unas semanas una elección que terminó en escándalo por un intento de fraude. Eso fue lo más destacado en las crónicas periodísticas. Debajo de esa noticia hay un dato inquietante: votó muy poca gente.
La dirección partidaria es largamente desconocida y cada vez que hay una votación en el Senado, el presidente partidario observa cómo por lo general el resto del bloque radical vota en contra de su posición.
Algo peor ocurre elección tras elección en el viejo partido de los presidentes Yrigoyen, Alvear, Illia, Alfonsín y De la Rúa. En estos tiempos de liquidez política, quienes todavía dicen haber sido hinchas del radicalismo gritan los goles de otros equipos.
La posición crítica que pretende tener la conducción partidaria hacia Milei parece molestar más a sus exvotantes que al propio gobierno libertario. De hecho, sus bloques en el Congreso oscilan entre los pedidos de los gobernadores radicales que necesitan tener tal o cual relación con el poder central, el apoyo al Milei o el seguidismo a la oposición cerril que intenta el peronismo kirchnerista.
Hace tiempo que los dirigentes radicales no conectan con la sociedad; otros permanecen ocultos en la burocracia de los cargos eternos y algunos controlan fondos universitarios, resultado del único signo vital: sus triunfos en las elecciones estudiantiles.
El radicalismo no termina de ver que hasta las largas decadencias terminan. Y que los renacimientos se hacen cada vez más lejanos.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA   

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