¿Trae el avance de la IA un retroceso de la inteligencia natural?
La revolución informática a la que estamos asistiendo es tan vertiginosa y tiene tantas aristas que entusiastas y detractores se trenzan en debates de final abierto
Alicia María Zorrilla
La voz tecnología –”la diosa tecnología”, como la llaman algunos– parece que nos lleva, hasta al pronunciarla, por el camino de la modernidad y del progreso ilimitados. Sabemos que internet y las redes sociales han capturado a los usuarios, quienes, fascinados, no se plantean si son, en realidad, libres ni si se comunican cabalmente y, sobre todo, con corrección, ni si les permiten pensar. Sí, se reconocen habitantes de una comunidad digital, de la galaxia digital, que los posiciona a la altura de los tiempos.
El académico holandés Geert Lovink sostiene que esas redes “están reformateando nuestras vidas interiores”. En su obra Poderes de la palabra, el académico español Darío Villanueva escribe que “la nueva generación está siendo moldeada por la web”.
La dependencia del celular, ya no oculto en un bolsillo o en un portafolios, sino sostenido con la mano y consultado de continuo con ansiedad extrema –aun caminando por la calle, en una reunión familiar, en la parada de un colectivo, en un restaurante o en un consultorio médico–, revela que están ligados a la necesidad de conectarse con otros y de recibir las respuestas correspondientes con rapidez. Lo más grave es que muchos creen que de la hiperconexión en las redes proviene todo el saber. Una alerta: información no es conocimiento.
"La pregunta cunde: ¿hay que ponerle límites al desarrollo tecnológico avasallador?"
Algunos docentes reconocen que sus alumnos acceden a más información que antes, pero les cuesta construir conocimiento con ella. Por eso, aclara el profesor español Daniel Cassany: “… la propia sobresaturación y diversidad de los datos incrementa la dificultad para poder atribuirles un significado relevante”. Esto no implica que se ignore la consulta de libros en papel; de hecho, si esto sucediera, sería muy pobre el ámbito del estudio.
No debe hablarse, pues, de una oposición entre lo digital y los libros ni de la desaparición de estos, que –estamos seguros– no sucederá, aunque algunas personas lo afirman con certeza. Son dos formas diferentes de leer: una se inclina hacia lo tecnológico, y no pocos sienten placer en los libros electrónicos; pero otros todavía necesitamos acariciar las tapas del libro antes de iniciar su lectura y luego, una vez abierto, oler sus páginas y hasta empezar a imaginar su contenido. Como dice Darío Villanueva, necesitamos la biblioteca híbrida, la consulta en papel y por vía electrónica.
Para Jorge Luis Borges, “de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. Y nos atrevemos a agregar: el libro es una extensión del alma desde que elegimos su título para leerlo hasta que llegamos a la última página.
"El problema aparece cuando la IA empieza a reemplazar las capacidades que nos hacen humanos"
Para muchos, el denominado “progreso tecnológico” o “tsunami digital” ha aumentado la soledad de las personas: las reuniones virtuales son encuentros aparentes, y decimos “aparentes” porque cada uno está solo delante del monitor viendo una parte de los demás. Por eso, se habla de la “tecnotristeza” o de la “cibersoledad”. Sin duda, han sido útiles, sobre todo, en los tiempos de la pandemia y hoy siguen siéndolo cuando se conectan personas que viven en distintos lugares del mundo, pero especialistas como Ariel Torres consideran que ese interés extremo en la pantalla incentiva, en cierto sentido, la disrupción social y acarrea peligrosidad “para la supervivencia de la especie”.
Los médicos advierten que el uso de las nuevas tecnologías, sobre todo de los teléfonos celulares, puede provocar lesiones cervicales, por eso tanta gente vive con la cabeza hacia abajo y aun transforma su manera de caminar. No obstante, según el académico Alejandro Parini, especialista en Sociolingüística y en Tecnología, sus usuarios forman parte de “una unidad social en la que se comparten propósitos y compromisos significativos a través de los vínculos […] que se establecen mediante la concreción de un acto comunicativo”. Están convencidos de que la Red disminuye el analfabetismo, las desigualdades y la marginación.
Hay una pregunta que cunde en todos los ámbitos profesionales: ¿debemos ponerle límites al desarrollo tecnológico avasallador por la velocidad con que nos invade?
La inteligencia artificial o no natural ha seducido a jóvenes y adultos, forma parte de nuestra vida cotidiana, pero muchos no saben con profundidad qué es o hasta dónde le cabe el nombre de “inteligencia”, y qué beneficios conlleva esa artificialidad. La IA no crea nuevos conocimientos, sino recopila y procesa datos para obtener el mayor provecho posible. Se la considera la Cuarta Revolución Tecnológica después del incremento de las plataformas móviles y en la nube. Su historia responde a un largo proceso de avances tecnológicos.
Los especialistas que investigan desde hace muchos años “sobre procesamiento del lenguaje natural y la creatividad computacional” en ese campo, sostienen que “las inteligencias artificiales manipulan a la humanidad” y, en poco tiempo, a nuestro inconsciente, y se preguntan cómo podrá garantizarse que los sistemas de inteligencia artificial cumplan los objetivos humanos; más aún, con “todos los objetivos de la humanidad”. Otros estudiosos, como Ariel Torres, creen que “la inteligencia artificial no significa humanidad artificial”, y que, si no se le da urgentemente a los humanos el trabajo humano, se obtendrá “una desoladora mediocridad artificial” que invadirá la web. Por eso, según el filósofo Rob Riemen (Países Bajos), el problema “aparece cuando empieza a reemplazar aquellas capacidades que nos hacen humanos”.
Proliferación de datos
El doctor taiwanés Kai-fu Lee, uno de los mayores expertos mundiales en inteligencia artificial, la define como “una revolución tecnológica que ha permitido a las máquinas realizar tareas que antes solo podían ser ejecutadas por seres humanos. […]. Esta revolución se basa en la proliferación de datos, a menudo llamada el ‘nuevo petróleo’, que impulsa la IA”. Nos preguntamos, entonces, en qué estado quedarán las facultades intelectuales y creativas, y, como bien reflexiona la escritora y académica española Carme Riera Guilera, vicedirectora de la Real Academia Española, “necesitamos saber hasta dónde la inteligencia artificial nos puede ser útil y hasta dónde nos va a utilizar a nosotros”, pues hoy, por ejemplo, “no respeta la propiedad intelectual”. Parece contestarle el físico alemán Albert Einstein que “el espíritu humano debe prevalecer sobre la tecnología”, y el psicólogo y filósofo social estadounidense Burrhus Frederic Skinner: “El problema real no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres”.
"Las nuevas tecnologías se presentan a sí mismas como inevitables y todopoderosas"
Finalmente, el doctor Kai-Fu Lee explica que, “en el futuro, sobrevivirán los trabajos que requieran de tres habilidades humanas: curiosidad, pensamiento crítico y creatividad”, ya que la inteligencia artificial “no puede pensar de manera lateral para aplicar lo aprendido en un dominio diferente. No puede formar una opinión sobre lo que está haciendo. Y, definitivamente, no tiene sentimientos sobre lo que está haciendo”.
En síntesis –agregamos–, no podrá ser ni un Miguel Ángel Buonarroti, ni un Santo Tomás de Aquino, ni un Albert Einstein, ni un Ramón Menéndez Pidal, ni un Borges.
Los más disidentes presienten que la tecnología no apoyará la diversidad lingüística e incitará a lo opuesto: homogeneizar la cultura y, sobre todo, los idiomas con la creación de dialectos digitales. Escribe Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, que los dialectos digitales pueden tensionar “la unidad” del idioma y establecer “las bases de una fragmentación” de su uso “que la normativa académica ha logrado evitar durante más de trescientos años. Sería un grave retroceso, desde luego, con un impacto cultural de enorme envergadura”.
En el ámbito artístico, los actores temen que, con “las funciones del nuevo modelo de ChatGPT”, no se respeten “los derechos de imagen e identidad” al generar voces, distintos tipos de expresiones faciales o emocionales, y hasta canciones actuales interpretadas por músicos muertos, como “Muchachos” cantada por Carlos Gardel, tema cuya letra y música acompañó todo el Mundial de Catar en 2022. La inteligencia artificial también puede componer música, pero, como bien dicen Eduardo Levy Yeyati y Darío Judzik, ¿aceptarán los melómanos asistir a un concierto interpretado por computadoras?
"La IA no alcanza la sutileza de la incoherencia humana, con sus juegos de palabras y sorpresivas evocaciones"
El especialista Alfonso Gutiérrez Martín explica que “los desarrollos tecnológicos suelen venir acompañados de un discurso sensacionalista y confuso dirigido a sus potenciales usuarios. Un discurso que nos presenta las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) como ‘progreso’, como panacea para todo tipo de males y deficiencias, incluidas, por supuesto, las relacionadas con la educación. Las nuevas tecnologías se presentan a sí mismas como inevitables, todopoderosas e incuestionables”. Sostenemos que una gran publicidad alimenta su poder.
La “inteligencia artificial” se lanzó en 2018, y sus versiones fueron mejorando. Se usa, por ejemplo, en educación; en medicina; para componer fotografías; para crear imágenes; para realizar tareas, informes, presentaciones, etcétera.
¿Y el autor?
El 30 de noviembre de 2022, aparece la “inteligencia artificial generativa” (IAGen). El llamado ChatGPT-4 genera textos, resúmenes, responde preguntas complejas y hasta permite, como lo señala Francisco Hugo Bauzá, la lectura de textos filosóficos griegos que se hallan en papiros carbonizados a causa de la erupción del Vesubio en el siglo I. Además –y esto es grave–, compone las tesis de algunos estudiantes, quienes, al usarlo, no se valen de su razonamiento ni crean algo con originalidad. ¿Son ellos los autores de esas tesis o meros impostores? ¿Los manejó la máquina? ¿Se sometieron a esta por pereza neuronal, tan común en estos días?
Esta herramienta de inteligencia artificial, que está empleándose con gran frecuencia, sobre todo, en las redes sociales, ha originado el verbo gepetear, un neologismo que, seguramente, se registrará pronto en el Diccionario de la lengua española. Surge del deletreo en español de la sigla GPT (generative pre-trained transformer, transformador generativo preentrenado, por sus siglas en inglés) más el sufijo -ear.
La robótica de alta gama es hoy una de sus consecuencias; por ejemplo, en el ámbito periodístico, LeoRobotIA es una herramienta “capaz de escribir [en español] textos de miles de palabras en milésimas de segundo”, automatiza la transmisión en directo de los partidos de fútbol y “facilita el trabajo de periodistas de investigación y otras formas de periodismo basado en datos”. El robot humanoide chino XBOT-L, capaz de recorrer la Gran Muralla, “está fabricado con aleaciones de metales, fibra de carbono y plásticos de ingeniería”. Científicos de la Universidad de Tokio, de la Universidad de Harvard y del Centro Internacional de Investigación de Neurointeligencia han creado la cara rosada de un robot con piel obtenida de células humanas vivas; tiene el tamaño de la palma de la mano y puede sonreír. Además, dejando a un lado la robótica, la inteligencia artificial ya crea videos sobre la base de un texto que genera el usuario.
Para los defensores, estas son genialidades; en cambio, los detractores, casi aterrorizados, se refieren, de acuerdo con el pensamiento del filósofo y tecnocrítico francés Éric Sadin, a un “lenguaje necrosado, industrializado, estandarizado, esquematizado” que “huele a muerte” y atenta contra la libertad de la palabra humana. Por supuesto, también advierten que nada reemplaza a la mente del hombre, ya que –insisten, entre ellos, Ariel Torres– en que el sistema de inteligencia artificial “carece de instinto de supervivencia, de deseos, de consciencia, de valores”; no sabe qué está diciendo y, no pocas veces comete errores, ya que todo depende de “la calidad del corpus” con que se lo “entrena”. Esta forma verbal, muy sugerente, no se adecua a una tecnología, sino a una persona, en el ámbito deportivo, o a un animal; en cambio, es la que se usa para asemejar una comunicación entre humanos.
Por ejemplo, podemos preguntarle por la biografía de Petrocio de Samotracia, un nombre propio inventado. Esta instrucción que se proporciona a la herramienta de inteligencia artificial se denomina en inglés prompt, rápido, inmediato. La inteligencia artificial nos contesta de esta manera: “Petrocio de Samotracia parece no ser una figura históricamente conocida o documentada en las fuentes clásicas disponibles hasta la fecha de mi conocimiento en septiembre de 2021. Es posible que haya habido un error tipográfico o una confusión con otro nombre similar. Sin embargo, puedo proporcionarte información sobre algunos de los personajes conocidos de Samotracia. Uno de los eruditos más conocidos de Samotracia es Aristófanes de Bizancio, que fue bibliotecario en la Biblioteca de Alejandría y un notable gramático y crítico textual en el siglo III a. C. Si tienes más contexto o detalles sobre Petrocio de Samotracia, podría intentar ayudarte mejor”. Por lo tanto, como advertirán, la inteligencia artificial le pide al consultante “más alimento”. Entonces, si tenemos algún dato de dicho autor, se lo indicamos y, al hacerlo, la “entrenamos” orientándola para que nos dé una mejor información. Ese “entrenamiento” reside, pues, en aportarle más conocimientos, lo que prueba que, sin el hombre, la inteligencia artificial no es nada.
La tecnología ha abrazado al mundo y se aplica a muchas situaciones de la vida. Además, no solo existe un lector digital, sino también ha nacido un autor digital que sabe cumplir múltiples funciones, por ejemplo, escribir cuentos o poemas con algunas palabras clave que se le dan: “Escribe un poema con las palabras cipreses, caminos desnudos, soledad de la hierba, campanarios, silencio, recogimiento, claustros”. El ChatGPT, llamado “la musa de muchos”, nos ofrece un poema patético en la segunda acepción de esta palabra, es decir, lamentable: “En los claustros, bajo los cipreses,/ caminos desnudos, la soledad de la hierba pesa./ Campanarios en el silencio expresan/ recogimiento en cada sombra que besa./ El viento susurra historias lejanas/ de monjes en oración, vidas tempranas./ Silencio profundo, el alma reposa/ en los claustros de calma y rosas”.
Pero no es Borges
Nuestra exigencia fue superior y le pedimos un poema escrito a la manera de Jorge Luis Borges con las mismas claves: “En la geometría precisa de los claustros,/ bajo la sombra eterna de los cipreses,/ los caminos desnudos trazan un mapa invisible,/ y la soledad de la hierba cuenta historias sin voz./ Campanarios olvidados en el laberinto del tiempo/ resuenan en el silencio, ecos de un pasado inmemorial./ El recogimiento es una puerta oculta,/ un pasadizo secreto hacia la esencia del ser. / En cada piedra, un símbolo;/ en cada sombra, un enigma./ Los claustros son un espejo del alma,/ donde el infinito se despliega y se oculta./ El universo, un vasto libro,/ cuyas páginas se escriben en silencio,/ y, en la quietud de estos senderos,/ descubro el reflejo de mi propio destino”. ¡Pero no es Borges!
Finalmente, le dijimos: “Quiero un minicuento a la manera del escritor hondureño Augusto Monterroso, referido a un unicornio”. Y envió esta narración: “Cuando despertó, el unicornio todavía estaba allí. Lo había cuidado durante años, en secreto, temiendo que su existencia fuera solo un sueño. Pero cada mañana, al abrir los ojos, encontraba sus huellas doradas en el jardín. Un día, decidió contarle a alguien, pero cuando regresó, las huellas habían desaparecido. Se dio cuenta entonces de que el unicornio nunca había sido suyo, sino del silencio y del misterio. Y comprendió que algunos secretos están destinados a permanecer ocultos”. El plagio de la primera oración es transparente. Además, el microrrelato de Monterroso, publicado en 1959, consta de una sola oración: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Dice con justeza la profesora Teresa Mateo, de la Universidad Complutense de Madrid: “A pesar de que la IA puede almacenar y procesar más datos que la memoria humana, su manera de generar texto está limitada a las respuestas más probables. No alcanza la sutileza de la incoherencia humana, que se caracteriza por juegos de palabras y sorpresivas evocaciones, elementos ambos esenciales de la genialidad creativa que la IA aún no logra replicar plenamente”.
Por eso, le pregunta Mafalda, la gran creación de Quino, a su otro yo: “¿Te preocupas por el avance de la inteligencia artificial?”. Y su otro yo contesta: “No, me preocupa más el retroceso de la inteligencia natural”.
Presidenta de la Academia Argentina de Letras
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Día de la raza: una visión reaccionaria del pasado y del presente
La polémica decisión oficial de volver a la vieja connotación del 12 de octubre
Por Roy Hora
Como si el tiempo no hubiera pasado, como si nuestros problemas fueran los de hace un siglo, el Gobierno ha vuelto a conmemorar el Día de la Raza. Desde hace más de una década, el nombre oficial del feriado del 12 de octubre es Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Este horizonte, que proclama el compromiso con una sociedad más libre y tolerante, ha quedado atrás. Regresamos a 1917, cuando Hipólito Yrigoyen instauró, en un gesto de acercamiento con España, al Día de la Raza como feriado nacional.
No es la primera vez que el gobierno de Javier Milei procede de este modo. Así como en marzo creó un Salón de los Próceres del que excluyó a figuras que evocan el ideario democrático y la contribución de la mujer, con el retorno del 12 de Octubre al calendario oficial alimenta un revisionismo tosco y reaccionario, que abona un ideal de nación arcaico y excluyente.
Esta rústica guerrilla histórica, al que el título de “batalla cultural” le queda grande, tiene por fin distraer la atención del frente económico, donde Milei libra su batalla más decisiva. Pero la entusiasta adhesión que el retorno del Día de la Raza suscitó entre muchos de sus simpatizantes, visible en el eco que la celebración de la España de la Espada y la Cruz tuvo en las redes sociales, revela que hay argentinos que sienten poca empatía por los valores de una sociedad liberal y tolerante. Por eso conviene recordar qué significó en su momento la creación del Día de la Raza y qué implica restaurarlo en nuestros días.
Tras la Revolución de Mayo, el lazo con España se resintió. Por casi un siglo, la cultura argentina miró hacia Francia e Inglaterra, y también hacia Estados Unidos, mientras que la pobre y atrasada España era despreciada como un país decadente, que era preciso dejar atrás. Era la lengua y el origen, pero tenía más de pasado que de futuro.
El vínculo se restañó hacia el Centenario. Ese año, más de 100.000 personas recibieron en el puerto a la embajada española, encabezada por la hija del rey de España, cerrando los desencuentros del pasado. La fuerza más gravitante detrás de este acercamiento era la enorme y pujante colectividad española radicada en el Plata, que para entonces representaba más del 10% de la población del país.
En esos años, la celebración de la hispanidad se puso al servicio del fortalecimiento de una cultura nacional más autocentrada. La Argentina se hispanizó para nacionalizarse. No es casual que el primer presidente surgido del sufragio universal, Yrigoyen, decidiera celebrar ese linaje instaurando el Día de la Raza.
En 1917, la palabra raza evocaba muchas cosas, entre las que se destaca la idea de una cultura nacional más vigorosa. Se hablaba, por ejemplo, de la “raza argentina”, o de la nuestro país como “un crisol de razas” para evocar el proceso de creación de una comunidad nacional más autónoma y homogénea. La idea biológica de raza, que tan central sería para el nazismo unas décadas más tarde, no estaba en el centro de esa construcción.
En esa era de ascenso del nacionalismo, lo que sucedía en la Argentina no desentonaba. La celebración del 12 de Octubre como Día de la Raza formaba parte de un repertorio de políticas nacionalizadoras al que muchos Estados apelaban para reforzar la cohesión de la comunidad. Sin embargo, en el último cuarto del siglo XX los costados opresivos de esa visión del origen y la naturaleza de nuestra nación comenzaron a ser cuestionados. Desde entonces creció la conciencia de que la formación de una nación más homogénea se había hecho al precio de reprimir muchas voces disidentes.
Con el retorno de la democracia, nuevas formas de conceptualizar el ideal de nación ganaron espacio. Entonces cobró legitimidad una de las enseñanzas más valiosas, y también más olvidadas, del ideario liberal: la comunidad política debe erigirse sobre la base del respeto a la ley, no sobre la adhesión a los valores que impone el Estado o promueve una supuesta mayoría. En el terreno de la cultura y la identidad, el Estado debe ser respetuoso, incluso agnóstico. Este nuevo espíritu se incorporó a la Constitución reformada en 1994, que hizo del reconocimiento y el respeto a la diversidad la piedra angular sobre la cual erigir el edificio de nuestra nación.
Un hito central en esta deriva tuvo lugar en 2010, cuando el Día de la Raza fue reemplazado por el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Este giro tuvo dos determinantes. Por una parte, las discusiones abiertas en todo el continente en el marco de la conmemoración del Quinto Centenario de la llegada de Colón a América. Esos debates alertaron sobre la violencia simbólica que significaba continuar promoviendo una visión de la Conquista como una epopeya civilizatoria, soslayando todo lo referido a su naturaleza violenta y explotadora. En segundo lugar, la muy activa política cultural del gobierno de Cristina Kirchner, que fue sensible a ese humor revisionista pero que, al momento de traducirlo en iniciativas, lo volcó en un molde autoritario. Al actuar de esta manera, traicionó el ideal tolerante que supuestamente venía a consagrar.
Lo que hoy estamos viendo es, en alguna medida, una reacción contra esa política que, en nombre del respeto a la diversidad, arrancó la estatua de Colón de la plaza contigua a la Casa Rosada para reemplazarla por la de mestiza Juana Azurduy. La estatua del almirante genovés había sido costeada por una suscripción popular de la colectividad italiana en los años del Centenario, que contó con el aporte de miles de modestos inmigrantes peninsulares. Esas colaboraciones, a veces de unos pocos pesos, fueron el homenaje de muchos italianos de a pie a la figura que los ayudaba a imaginar su inserción en el relato nacional argentino, para de este modo incorporarse a la historia de un país al que hoy, y al igual que la generala del ejército de Belgrano, pertenecen de pleno derecho. Pues más allá de los méritos históricos de cada uno, al cabo de varios siglos de interacción, de violencias y disputas pero también de encuentros, de mezcla y de transformaciones identitarias, ya es imposible aislar un “nosotros”, ya sea español, indígena, extranjero o inmigrante, o cualquier otra categoría que se nos ocurra, de un “ellos” que sería su opuesto o su contracara, su víctima o su victimario.
El Estado debe abstenerse de hacer un uso vindicativo de la historia. Así como repudiar la figura de Colón constituyó un ejercicio pueril, también la celebración del Día de la Raza como un hito que marcó la llegada de la civilización a América revela, agravada, antes que mero desconocimiento histórico, una miopía fundamental sobre el tipo de cimientos a partir de los cuales debe erigirse una sociedad del siglo XXI. En este horizonte, la historia, más que un terreno puesto al servicio de la forja de identidades, debe servir para interrogarlas críticamente, señalando su naturaleza inestable y cambiante. Porque contra la pobre imaginación política contemporánea, que se intoxica con la idea de que existen identidades fijas e inmutables, y que sobre esta base promueve supremacías y exclusiones, la Argentina no será un país mejor si no se asume como una sociedad respetuosa de la diversidad, abierta y plural. Este reclamo debe animar la vida cívica y las interacciones cotidianas. Y debe ser el norte que oriente la conducta de nuestros gobernantes, sobre todo si dicen haber erigido “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” como uno de los objetivos fundamentales de su acción política.
Historiador, investigador principal del Conicet
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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