domingo, 27 de octubre de 2024

JUAN VILLORO Y VIOLENCIA POLÍTICA


Juan Villoro: “Gracias a los algoritmos, el usuario del celular es un rehén dichoso”
En su nuevo libro, No soy un robot, el autor mexicano despliega un elogio de la lectura como acto de resistencia frente a la adicción a las pantallas
Laura Ventura
Juan Villoro, escritor mexicano
(Madrid).- En un bar donde solo se sirven productos sin gluten, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) bebe té de menta. Atento observador de los tiempos que corren, con humor, información y erudición, habla de su último ensayo, No soy un robot. La lectura y la sociedad digital (Anagrama), donde analiza con su mirada y sus lecturas de antropólogos, filólogos, futurólogos, escritores y científicos el dominio vampírico al que hemos sido sometidos por la Inteligencia Artificial (IA). “Somos la primera generación que tenemos que demostrar que aún somos humanos. Y lo paradójico es que se lo demostramos a una máquina que es quien nos acredita como todavía humanos”, dice 
Maestro de la retórica, además de dominar el arte de la expresión oral Villoro ha incursionado en todos los géneros literarios. Exquisito cronista, como lo ha demostrado en Safari accidental y El vértigo horizontal –una radiografía sobre la ciudad de México–, es también un ensayista sagaz y en absoluto críptico: posee el don de la claridad, virtud que él no se adjudica, pero que valora en los demás. En Efectos personales, De eso se trata, Dios es redondo y La utilidad del deseo abordó temas literarios, filosóficos y hasta su fervor por el fútbol.
“La persona culta entra en las redes o a una biblioteca y detecta con mayor rapidez lo que le conviene a su sistema y puede descartar autores, temas y textos que no van con lo que está buscando”, asegura este amante de los libros preocupado por la lectura en un mundo cada vez más digital.
"Nos estamos volviendo más tontos por la sencilla razón de que muchas de nuestras tareas mentales ahora son hechas por los aparatos"
Tras su paso por Barcelona, ciudad natal de su padre, donde el escritor y periodista vivió durante algunos años, Villoro pasó unos días en Madrid, poco antes de partir a Japón para dar una conferencia sobre el boom latinoamericano y el escritor chileno José Donoso.
En su nuevo libro, Villoro sostiene que la lectura nos va a librar de convertirnos en robots. “El libro tiene un aspecto militante que es el de la defensa de la cultura, de la letra, en un tiempo en que estamos rodeados de estímulos digitales muy poderosos. Podemos entender mejor los cambios y las transformaciones que están ocurriendo si las insertamos en un mapa más amplio que proviene del rico acervo de la lectura”, sostiene el escritor, autor de varias novelas y Premio Herralde por El testigo.
Enseguida, describe el peligro que nos acecha: “En el prólogo a Drácula, Rodrigo Fresán escribe que los vampiros operan por seducción y que generalmente invitan a sus víctimas. Es decir, no se les imponen arbitrariamente, sino que la lógica del vampiro está en darle la bienvenida a su futura víctima, convencerla de que esté ahí para que luego, ya seducida, se entregue a su encanto y a su poder. Esta es la lógica de muchos dispositivos digitales. Te dan un teléfono y parece un beneficio extraordinario para ti, pero de pronto te das cuenta de que se trata de un vampiro que te está chupando, no la sangre, sino los datos personales, que es otra forma de la extracción. Fuiste seducido por un monstruo que te está afectando y al mismo tiempo haciéndote sentir inmortal, porque te sume en un presente eterno. Creo que la única solución posible es sobrevivir sin ser rehenes absolutos de la tecnología, y para eso la lectura sigue siendo una fuente liberadora”, dice Villoro, cuyas obras de teatro se ha representado en todo el mundo (en Buenos Aires se realizaron versiones de Conferencia sobre la lluvia, La desobediencia de Marte y Filosofía de vida, protagonizada por Alfredo Alcón).
—Señala que la diferencia entre humanos y máquinas es que estas últimas no conocen la capacidad de autoengaño.
—Somos la primera generación que tenemos que demostrar que aún somos humanos. Y lo paradójico es que se lo demostramos a una máquina, que es quien nos acredita como todavía humanos. Podemos pensar que la condición humana está en peligro de tener fecha de caducidad. ¿En qué medida la IA podrá llegar a suplantar por completo a la especie humana? Hay cosas que todavía no logra la IA y una de ellas es la muy provechosa habilidad del ser humano de autoengañarse, lo que el antropólogo de la cultura Roger Bartra llama “el efecto placebo”: nosotros logramos muchas cosas porque nos engañamos a nosotros mismos pensando que podemos realizarlas.
—¿Podemos aún controlar el avance de la IA o se nos ha ido de las manos?
—Le acaban de dar el Premio Nobel de Física a Geoffrey Hinton, que renunció a su puesto en Google arrepentido de haber desatado un monstruo con la IA, porque considera que su nivel de aprendizaje es demasiado veloz y ya incontrolable. De alguna manera es un caso parecido al de Oppenheimer con la bomba atómica, un premio al arrepentimiento más que al logro, a estar en contra de haberlo conseguido, porque, éticamente, Hinton ya no se siente aval de una tecnología de la que fue llamado padre o padrino.
"El secreto de la cultura está en discriminar. No se trata de una acumulación inmoderada de datos, sino de seleccionar aquello que te interesa"
—Internet surge a principios de los noventa con un espíritu democrático de acceso gratuito a la información, pero, paradójicamente, se ha convertido, en algunos casos, en una herramienta de vigilancia, de control.
—La tecnología digital surgió un poco como el LSD electrónico. Los hijos y los nietos de los hippies de California empezaron a crear en garajes, en lugares muy rústicos, nuevas plataformas y pensaron en internet como un océano de libertad donde toda la información podría ser adquirida gratuitamente. Este afán democratizador, por desgracia, condujo a que nuestros datos personales se convirtieran en la principal mercancía del planeta. Hoy nosotros mismos somos mercancía. Pasamos de tener un impulso liberador a estar controlados. El control del iris, el reconocimiento facial y otras prácticas nos hacen sujetos cautivos en circuitos cerrados de vigilancia. Hay casos muy concretos de utilización de los datos personales para influir en las votaciones, como el de Cambridge Analytica. Nadie nos conoce mejor que nuestro teléfono en cuanto a nuestras pulsiones y tendencias personales. Los algoritmos nos ofrecen cosas que no sabíamos que íbamos a formular, pero que ya estaban en el inconsciente, se anticipan a nuestros deseos y esto genera una sensación de plenitud y felicidad. El usuario es un rehén dichoso.
—Somos adictos al móvil, ¿la IA nos ha hecho seres más impacientes, adictos, nerviosos?
—Sí, el umbral de atención ha bajado. Somos una especie que no puede concentrarse más allá de cinco minutos. James Robert Flynn estudió cómo cambiaba a lo largo del siglo XX el coeficiente intelectual de la población: advirtió que había subido 30 puntos en el siglo XX, pero a partir de la década de los 90 advirtió que este cociente disminuía 2 puntos por década. Nos estamos volviendo más tontos por la sencilla razón de que muchas de nuestras tareas mentales ahora son hechas por aparatos. Por ejemplo, las agendas telefónicas están en el propio teléfono.
—Cada vez nos esforzamos menos por retener datos, como recordar números de teléfono, o por realizar operaciones matemáticas simples. ¿Estamos perdiendo la memoria?
—Perdemos memoria porque la ejercitamos mucho menos. Estamos a un link de cualquier cosa, ya no recitamos los poemas, y en lugar de ejercitar las tablas de multiplicar ahora tenemos una calculadora.
–Me recuerda a “Funes el memorioso”, de Borges. Tenemos toda la big data a nuestra disposición, pero tanta información nos impide pensar.
–Así es. El secreto de la cultura está en discriminar. Umberto Eco dice que ser culto sirve para leer menos, lo cual parece una paradoja, pero la cultura no es una acumulación inmoderada de datos, sino es una selección de aquello que te puede interesar. La persona culta entra en las redes o a una biblioteca y detecta con mayor rapidez lo que le conviene a su sistema y puede descartar fácilmente autores, temas y textos que no van con lo que está buscando. En cambio, la persona que no tiene un adiestramiento cultural debe leer mucho para darse cuenta de que eso no le interesaba.
"Si Claudia Sheinbaum se aparta demasiado de la tónica de López Obrador, es posible que el partido la abandone"
—¿Siente presión como escritor para crear o construir textos de un modo diferente, quizá más dinámicos, como ocurre con las series de TV, como señala, para capturar la atención del lector en un mundo donde las distracciones son cada vez mayores?
—Todas las épocas tienen formas de conectar con los lectores. Me pregunto qué pasaría hoy en día si se publicara una novela tan barroca como Cien años de soledad, tan compleja, un río de historias, con un tono legendario. Seguramente sería muy apreciada, pero posiblemente no tendría el éxito masivo que tuvo en su momento. Cada época tiene ciertas exigencias y creo que no hay que preocuparse demasiado por esto, pero, al mismo tiempo siempre he pensado que no escribo para mí mismo. Escribo para causar sentido. No es un placer solipsista, porque si no, no publicaría. Valoro la claridad. La mejor literatura combina la claridad con el misterio y convierte a lo diáfano en una forma del enigma. Ortega y Gasset decía que la claridad es la cortesía del filósofo. La claridad ha sido siempre una obligación estética.
—Una edición de 2005 de Safari accidental tiene en su portada una imagen de Salman Rushdie. Toda una osadía de su parte, en un momento donde muchos autores le habían dado la espalda tras la fatwa impuesta por el Khomeini. ¿Cuánto lo afecto la era de la cancelación?
—A todos nos afecta. Estamos ante una nueva Edad Media, un oscurantismo que obliga a que ciertos códigos morales sean superiores a la libertad de imaginar o la libertad de pensar. La Ilustración luchó mucho por defender la autonomía de la obra de arte, es decir, porque un libro pudiera ser interpretado al margen de la coacción del Estado o de la Iglesia. Aquello lo hemos perdido, porque ahora las editoriales en Estados Unidos, por ejemplo, tienen sensitive readers que buscan ver si los autores hieren ciertas sensibilidades. Todo esto no es más que una coraza hipócrita de un mundo profundamente desigual. No se trata de avalar las cosas que están mal y, en ese sentido, la literatura testimonial ha servido mucho, como la de Annie Ernaux.
—¿Cómo ha tomado las revelaciones de la hija de la Alice Munro, Premio Nobel de Literatura, quien tras la muerte de la escritora expuso que su madre había callado las violaciones cometidas por su padrastro?
—Es terrible, su actitud fue lamentable, es una decepción muy profunda. Creo que debió de haber tenido un castigo en vida, pero también la sensibilidad compensatoria de hablar en muchos de sus relatos de situaciones muy parecidas. No deja de ser una gran escritora siendo una pésima persona. La sensibilidad artística es una anomalía mental. No todo mundo siente la necesidad de escribir un soneto o de encerrarse a escribir. O sea, se necesita tener una cierta distorsión de la experiencia humana para concentrarse obsesivamente en esto. Quienes hacen esto no necesariamente son magníficas personas.
—Dedica varias páginas de su libro a la violencia, y a la violencia narco, en especial. ¿Cómo analiza el escenario político y social de México en la actualidad?
—El presidente López Obrador entrega un país sumido en la violencia, con cuotas de asesinatos récord, con una deuda pública enorme, con una disminución de la inversión en la economía, militarizado, tras haber favorecido una vez más a los grandes empresarios. Y al mismo tiempo es un presidente muy exitoso en el sentido de adhesión popular. Es decir, todos estos errores políticos no minaron su autoridad como figura pública. Redujo totalmente el apoyo a la ciencia, la salud, la educación y la cultura, prácticamente no tuvo una política exterior. Fue un estadista muy limitado y fue un activista muy exitoso. Además logró crear un partido que hace 10 años no existía y hoy tiene el 74% del control de la Cámara Del Congreso. López Obrador debe estar muy satisfecho de todos sus logros tácticos, pero no necesariamente dejó un mejor país. El gran enigma es si Claudia Sheinbaum va a establecer un sello propio o si va a seguir una política de mera continuidad.
—¿Hay diferencias entre López Obrador y Sheinbaum? ¿Confía en que la nueva presidenta pueda cambiar el curso de la violencia en México?
—Ella es una persona sumamente preparada, con mucha experiencia. Nunca ha cambiado de tendencia política, a diferencia de López Obrador, que pasó por varios partidos. Sheinbaum se ha mantenido más fiel a una misma tendencia y a nombrado especialistas para su gabinete y no a quienes le fueron leales. La oposición ha desaparecido, son partidos hundidos en la corrupción y la incompetencia. La verdadera oposición de Sheinbaum está al interior de su propio movimiento. Si se aparta demasiado de la tónica de López Obrador es posible que el partido la abandone. Yo soy optimista, pero es difícil lidiar con el Ejército, que está en la calle desde que el presidente Calderón le declaró la guerra al narcotráfico y que cada vez ocupa más tareas, incluso tareas cívicas. Mientras tanto, el narco creció en poder. López Obrador nos deja un problema enorme, que es una reforma judicial en la que los jueces van a poder ser votados en elección libre. Entonces, en un país donde una tercera parte del territorio está controlada por el narcotráfico, ¿quién va a elegir a los jueces en esa tercera parte? Si ya de por sí los jueces están sometidos al narcotráfico, pues ahora van a ser puestos por ellos.
—Sheinbaum le exigió al rey de España pedir disculpas con los pueblos originarios por las atrocidades cometidas durante la conquista. ¿Cómo analiza esto?
—Aquí ha cometido el error de reiterar un discurso de López Obrador. Luego el rey cometió el error de no contestar nada. Un dato concretísimo: cuando terminó la Colonia en México, el 70% de la población hablaba al menos una lengua indígena; hoy, el 6,6%. La destrucción del patrimonio cultural indígena ha sido obra del México independiente. De eso no hay la menor duda, y no se le puede achacar a España tantos años después.
—Expone en su ensayo el caso de China, donde se estudia regular las emociones mediante un chip. ¿Qué tan apocalíptico es ante el avance de la IA? ¿Podría decirme algo optimista?
—No quisiera que mi libro fuera visto como un canto del cisne apocalíptico del mundo que se fue, sino como un intento de seguir resistiendo, como siempre lo hemos hecho, desde nuestra humanidad, y la lectura desempeña un papel clave. Creo que la esperanza es una obligación ética. No es algo que requiera de estímulos para concebirse, es parte de la condición humana estar esperanzado y se le puede llamar milagro, prodigio o suerte. Mi libro busca concebir una solución posible, aunque la adversidad sea obvia. Y eso es solo propio de la naturaleza de lo humano y no de las máquinas.
Juan Villoro, en su última visita a Buenos Aires
Escritor y periodista, Juan Villoro nació en la Ciudad de México en 1956. Estudió Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Ha sido profesor en la UNAM, y profesor visitante en las universidades de Yale, Princeton, Stanford y Pompeu Fabra de Barcelona, así como en la Fundación Nuevo Periodismo, creada por Gabriel García Márquez.
Es columnista de Reforma (México), ha escrito para medios internacionales como The New York Times (EU), El País (España) y El Mercurio (Chile), entre otros. Fue director de La Jornada Semanal.
Su vasta obra comprende varios géneros, como la novela, el ensayo y el teatro. Ha recibido numerosos premios. Acaba de publicar Yo no soy un robot (Anagrama)


No soy un robot
La lectura y la sociedad digital
Juan Villoro
Una reflexión sobre cómo lo digital transforma nuestras vidas y nuestra relación con la lectura.
Somos ya seres digitales. Hemos pasado de la galaxia Gutenberg de McLuhan a la galaxia digital. ¿Cómo afecta a nuestra percepción de la realidad? ¿Qué derivas políticas suscita esta revolución tecnológica? ¿Cómo influye en el ejercicio del periodismo? ¿Cuál es el papel del libro y la lectura en esta nueva era? Juan Villoro responde a estas y otras preguntas en un ensayo que huye del academicismo y combina las pinceladas autobiográficas con la reflexión y la prospección especulativa.
Por estas páginas asoman los dispositivos móviles, las selfies y Twitter (ahora X), el control mediante el reconocimiento facial, internet y las mentiras virales, la lectura en red y la transformación del modo en que circula la información… Un nuevo contexto tecnológico que conduce a la «desaparición de la realidad». El libro explora las pistas anticipatorias en los países tecnológicamente más avanzados, como Japón o Corea del Sur; las profecías contenidas en la literatura visionaria de Bradbury y las viejas polémicas —ya presentes en Rousseau y Diderot— sobre realidad y representación, que vuelven a adquirir vigencia.
¿Hacia dónde nos dirigimos como ciudadanos y como lectores? Dice el autor: «Pasamos página gracias al siglo XII, leemos textos impresos gracias al XV, damos un clic gracias al XXI. La lógica de esa aventura depende de la manera de leer. […] Las tradiciones que perduran no son las que se aferran al pasado, sino las que no olvidan su futuro».
«El oficio del avezado crítico y la intuición del genuino creador» (Miguel García-Posada, ABC).
«Un excepcional ensayista» (Edmundo Paz Soldán).

Novela
El disparo de argón, Madrid: Alfaguara, 1991
Materia dispuesta, Madrid: Alfaguara, 1997
El testigo, Barcelona: Anagrama, 2004
Llamadas de Ámsterdam, Buenos Aires: Interzona, 2007
Arrecife, Barcelona: Anagrama, 2012
La tierra de la gran promesa: Random House, 2022

Cuento
La noche navegable, México: Joaquín Mortiz, 1980
Albercas, México: Joaquín Mortiz, 1985
La alcoba dormida, Caracas: Monte Ávila, 1992 (Antología de cuentos, incluye dos cuentos inéditos "Madona de Guadalupe" y "La merienda del Papa").
La casa pierde, México: Alfaguara, 1999
Los culpables, México: Almadía, 2007
El Apocalipsis (todo incluido), México: Almadia-Unach, 2014
Examen extraordinario, Fondo de Cultura Económica y Almadía, 2020 (Antología de cuentos, incluye dos cuentos inéditos "Acapulco verdad" y "Marea Alta").

Teatro
El filosofo declara, Editorial: Coordinación de Difusión Cultural [UNAM] / Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial [UNAM] 2010
Conferencia sobre la lluvia, México: Almadía, 2012
La guerra fría y otras batallas. Teatro reunido, México: Paso de Gato, 2018

Ensayo
Efectos personales, Barcelona: Anagrama, 2001
De eso se trata, Barcelona: Anagrama, 2008
con Martín Caparrós: Ida y vuelta: una correspondencia sobre fútbol, México: Seix Barral, 2012
con Ilan Stavans: El ojo en la nuca, Barcelona: Anagrama, 2014
La utilidad del deseo, Barcelona: Anagrama, 2017
La figura del mundo: Random House, 2023

Crónica y periodismo literario
Tiempo transcurrido. Crónicas imaginarias, México: Fondo de Cultura Económica, 1986
Palmeras de la brisa rápida: Un viaje a Yucatán, México: Alianza Editorial, 1989
Los once de la tribu. Crónicas de rock, fútbol, arte y más, México: Aguilar, 1995
Safari accidental: Planeta mexicana, 2005
Dios es redondo, México: Planeta, 2006
8.8: Miedo en el espejo, Barcelona: Candaya, 2011 (crónica del terremoto de Chile de 2010)
¿Hay vida en la Tierra?, México: Almadía, 2012
Balón dividido, México: Planeta, 2014
El vértigo horizontal, Barcelona: Anagrama, 2019

Literatura infantil y juvenil[
Las golosinas secretas, México: Fondo de Cultura Económica, 1985
El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, México: Alfaguara, 1992
Autopista sanguijuela, México: Alfaguara, 1998
El té de tornillo del profesor Zíper, México: Alfaguara, 2000
Cazadores de croquetas, México: SM, 2007
El libro salvaje, México: Fondo de Cultura Económica, 2008
El taxi de los peluches México: SM, 2008
La gota gorda, México: SM, 2010
La cancha de los deseos, México: SM, 2010
con Nicolás Echeverría; Bef (il.): La calavera de cristal, Madrid: Sexto Piso, 2012 (cómic)
La cuchara sabrosa del profesor Zíper, México: Fondo De Cultura Económica, 2015
El Profesor Zíper y las palabras perdidas, México: Fondo De Cultura Económica, 2022

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Toda la verdad sobre los años 70 empieza a aflorar
Es preciso una reflexión para liberar del odio a las próximas generaciones María
Eugenia EstenssoroIncidentes en Plaza de Mayo tras la retirada de Montoneros, en mayo de 1974
Durante medio siglo guardaron silencio. Pero hace un mes los cuatro hijos de Alberto Bosch, asesinado por Montoneros durante el secuestro de Jorge y Juan Born, publicaron una carta en X, contando su historia. Joven ejecutivo de Molinos Río de la Plata, Bosch iba en el asiento delantero y recibió cinco balazos en el cuello y el pecho cuando los terroristas interceptaron el auto en el que viajaba junto a los herederos del grupo Bunge & Born. Murió desangrándose sobre el asfalto, junto al chofer Juan Pérez.
La carta comienza así: “Hoy se cumplen 50 años del asesinato de nuestro Padre, Alberto Luis Cayetano Bosch Luro. Hecho aberrante y absurdo ocurrido el 19 de septiembre de 1974, cuando se dirigía a su trabajo, y cometido por la organización criminal terrorista Montoneros. Un grupo sanguinario que azotó con violencia desenfrenada a la población argentina durante los años 70, repartiendo terror, cometiendo crímenes de lesa humanidad y dejando miles de familias destrozadas. Y que contribuyó, por su irresponsabilidad e impunidad, y el temor de una sociedad golpeada por su violencia, al golpe de Estado de 1976, dando rienda suelta a más violencia y atroces crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura, sembrando más odio y división entre hermanos argentinos”.
Me sorprendió que una familia que jamás habló públicamente decidiera hacerlo ahora. También, que los hijos condenaran por igual los crímenes aberrantes de la guerrilla como de la dictadura. Algo que raramente ocurre en una Argentina dividida por disputas ideológicas, intereses políticos y económicos, así como por profundas heridas personales. La esposa de Alberto Bosch tenía 29 años cuando quedó viuda y debió exiliarse con cuatro niños de 10, 9, 8 y 2 años. “Fue muy traumático”, admitieron sus hijos Juan, Francisco y Jerónimo Bosch, durante una conversación que mantuvimos. La hermana mayor, Bernadette, no participó por estar delicada de salud.
“Hoy, a 50 años, no hay odio en nuestro corazón, si hubo mucho miedo y enojo, y persisten el dolor y la frustración”, continúa el texto. “Ningún responsable dio la cara. Nadie pidió́ perdón ni dio una explicación, lo que pudo haber aliviado algo el dolor, aun a falta de justicia”.
Los hermanos me explicaron que ésta no es una carta política: “Quisimos honrar a nuestro padre, que su muerte no fuera en vano. Es un llamado a los argentinos para que empecemos a respetar el dolor ajeno”. Ha tenido que pasar medio siglo para que los argentinos podamos escuchar todas las voces y acoger el dolor de todas las víctimas de “los dos demonios” que asolaron a nuestro país en la tenebrosa década del 70 del siglo XX. Sí, fueron dos demonios y no uno solo, por más que el kirchnerismo, el peronismo, la izquierda y las Madres y Abuelas de Plaza Mayo insistan en instalar un relato parcial y tramposo. No hay ni crímenes, ni secuestros, ni asesinatos nobles. El dolor tampoco tiene ideología.
Dos demonios: la guerrilla criminal e injustificable que se alzó en armas contra un gobierno constitucional, secuestrando y asesinando a miles de personas para hacer una revolución a la cubana en un país con 4% de pobreza; y la dictadura militar, cuya represión clandestina, ilegal y cobarde creó la fantasmagórica figura del “desaparecido”. Secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas sin juicio ni ley. Destruyeron y escondieron los cuerpos de sus víctimas o los arrojaron al mar pensando que así se lavaban las manos. Pero los cadáveres insepultos no solo continúan atormentando a los familiares que no encuentran sosiego sino que impiden apaciguar a una sociedad que ha quedado fijada en el pasado. “Nosotros pudimos enterrar a nuestro padre. Lo de los desaparecidos es de una crueldad bestial”, señalaron los hermanos Bosch con piedad, algo inusual en este debate.
Ponerse en el lugar del otro, compadecerse del sufrimiento ajeno, no justificar ni secuestros ni asesinatos por razones políticas, dejar en claro de qué lado están la Constitución y la ley y de qué lado el delito son los cimientos fundamentales de toda democracia republicana, basada en el respeto irrestricto a los derechos humanos. Por eso Raúl Alfonsín, no bien asumió en 1983, ordenó procesar legalmente tanto a las cúpulas militares como a las guerrilleras.
A fines de agosto, la vicepresidenta Victoria Villarruel organizó en el Senado un homenaje a las víctimas del terrorismo guerrillero, “ignoradas durante décadas por el Estado”, señaló. Inicialmente me pareció una justa reparación histórica. Pero en su encendida arenga Villarruel terminó emulando al kirchnerismo y los organismos de derechos humanos: negó la mitad de la historia. Desconoció que en democracia, durante el gobierno de Alfonsín, el Estado que ella representa comprobó a través de la Conadep que los militares que ella defiende instauraron un plan sistemático y clandestino de detención y exterminio de personas sospechadas de ser terroristas. Hicieron “desaparecer” al menos a 8961 detenidos, en lugar de juzgarlos y condenarlos ante tribunales civiles como manda la Constitución. Los culpables de actos criminales estarían presos, sabríamos quiénes fueron y qué hicieron, como ella reclamó en el Congreso. Pero los uniformados eligieron actuar como asesinos por fuera de la ley. Más preocupante es su reciente reivindicación en España de la ex presidenta Isabel Perón, una mujer incompetente que sumió al país en el caos y creó la tenebrosa Triple A, organización paraestatal y asesina que comenzó con el terrorismo de Estado que los militares continuarían a gran escala.
Con el mismo síndrome negacionista, reapareció en escena el comandante en jefe montonero Mario Firmenich. En un video publicitó la clase magistral que brindaría para que los jóvenes “evalúen” si hoy existen “condiciones permanentes” que ameriten emprender una acción política como la de Montoneros. El repudio fue tan generalizado que tuvo que recular y callar. Firmenich parece olvidar, ¿será la edad?, que la justicia federal que condenó a los militares también lo condenó a él a 30 años de cárcel por secuestrar y asesinar personas inocentes. Lo que es peor, el ex terrorista oculta que está en libertad porque él y los montoneros hicieron un “aporte al gobierno o a los bolsillos de Carlos Menem” con lo que quedaba del rescate de los Born, para ser indultados en 1990. Esto lo dijo el propio Jorge Born en un reportaje televisado que le hizo la periodista María O’Donnell. Allí describió las gestiones que hicieron Juan Bautista “Tata” Yofre, a cargo de la SIDE, y el exterrorista Rodolfo Galimberti, que supuestamente seguía prófugo de la Justicia, para recuperar parte del botín. Born señaló que tanto Menem como Galimberti recibieron dinero por su colaboración. Es decir, los “revolucionarios” Firmenich y compañía no solo aceptaron cobardemente quedar en libertad junto a Videla, Massera, Suárez Mason y Camps para salvar su pellejo, sino que también pagaron una coima para ser indultados por el presidente peronista y “neoliberal” Carlos Menem. ¡Y todavía tienen el tupé de dar cátedra! (Ver link, minuto 20.50: https://www.youtube. com/watch?v=0LzUo-1aeZQ)
Los que fuimos jóvenes o adultos en los años 70 y 80 conocemos muy bien los discursos irredentos de ambos bandos. Pero quienes crecieron durante la era kirchnerista solo escucharon una sola y atronadora campana. Por eso me parece auspicioso que empecemos a reconocer toda la verdad, todos los crímenes cometidos y todo el dolor padecido. No para culparnos o demonizarnos otra vez, sino para aprender del pasado y liberar a las generaciones venideras del odio y la venganza. En este sentido, es un gran avance el reconocimiento histórico que acaba de hacer el gobierno argentino, anunciando que indemnizará a los familiares de los conscriptos y oficiales muertos en combate mientras impedían que Montoneros copara el Regimiento de Infantería Monte 29 de Formosa, en octubre de 1975. El gobierno de Mauricio Macri había sancionado el decreto correspondiente, pero Alberto Fernández se negó a pagar.
“La victimización no es el camino” para sanar las heridas de este pasado desgarrador, señalan en su carta los hijos de Alberto Bosch. “Una sociedad madura que quiere progresar se compone de individuos que asumen su responsabilidad de aportar al bien común. No busca asignarse derechos sin reconocer los de los demás. Y tampoco busca quitarles esperanza y recursos a las generaciones futuras por un dolor del cual no han sido responsables. Son valores que procuramos transmitir a nuestros hijos, a quienes le debemos un mejor país, donde la convivencia y el respeto por el otro permitan que se desarrollen y que sus sueños se puedan hacer realidad”. Que así sea. 


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