domingo, 13 de octubre de 2024

Transforma aeronaves en desuso en sillones, mesas y esculturas que llegan a costar hasta 50.000 dólares


Diseña muebles de lujo con aviones desguazados
Agustín Soler transforma aeronaves en desuso en sillones, mesas y esculturas que llegan a costar hasta 50.000 dólares
Vivian UrfeigUn sillón hecho con descartes de un Mohawk 0V-01 (izq.); Agustín Soler con el motor de un Boeing 737
El más vendido es el carrito de comidas que se convierte en cava
Cuando Agustín Soler era chiquito se la pasaba desarmando autos de juguete, a motor, para fabricar “implantes” o brazos mecánicos que incorporaba a los muñecos. Pero su verdadera pasión siempre fueron los aviones. Y su mejor plan, verlos despegar y aterrizar desde la Costanera. Después de renunciar a la gerencia de ventas corporativas de una automotriz, el ingeniero industrial que se subió por primera vez a un avión a los 20 años invirtió sus ahorros para dar un giro de 360 grados a su vida. Con US$40.000, compró su primera aeronave en desuso para hacer lo que más le gusta: desmantelarla.
Con el fuselaje, las turbinas, los motores, las alas y hasta los trolleys –los carritos donde se apilan las bandejas de comida– desarrolla muebles, objetos de decoración y equipamiento para casas y oficinas. Desde 2018, cuando arrancó con Estilo Hangar, su emprendimiento empezó a ganar altura y sus mesas, sillones, escritorios y esculturas ambientan desde condominios en Punta del Este y Miami, hasta desarrollos de Real Estate en Río de Janeiro y San Pablo.

Agustín, de 35 años, ya va por su séptimo avión desmembrado. En la fábrica instalada en Munro transforma tanques en mesas, ventanillas en relojes individuales, o de usos horarios múltiples, los más pedidos por empresas que trabajan con clientes internacionales. El producto más vendido es el carrito de comidas que se convierte en cava o estación de café y tiene un costo de entre 800.000 y 2 millones de pesos. Las piezas más caras, sin embargo, cuestan entre 30 y 50 millones de pesos.
Como toda la línea de muebles, se fabrican por pedido, a medida y son únicas. ¿Ejemplos? El sillón revestido en cuero que resulta de un tanque de nafta o la mesa de reuniones para 12 personas cuya estructura está realizada en titanio y aluminio y cuenta con superficie de vidrio templado. Se trata de una pieza que formó parte del Boeing 707 matriculado como TC-94 o también conocido como LV–LGO, cuyo vuelo inaugural data de 1968.

–Dejaste de ser gerente en una compañía para transformarte en tu propio jefe. ¿Cómo fue el proceso?
–Yo trabajaba en relación de dependencia, en Volkswagen. Estaba a cargo de las ventas corporativas, pero siempre tuve ganas de emprender un proyecto propio. Quería que involucrara un aspecto aspiracional, que generara impacto. Buscaba esa sensación que provocan los viajes; vértigo, curiosidad, sorpresa, paisajes desconocidos y formas de vida. Investigué desarrollos europeos y norteamericanos que usaban piezas de aviones para el diseño de muebles, y me fascinó. Tenía toda la exclusividad, la singularidad y la distinción que soñaba, con el plus de mi pasión por la mecánica. El mercado era, y sigue siendo, similar al del arte, los valores están por las nubes.
–¿Dónde conseguiste el primer avión de desguace?
–Busqué por internet, con palabras clave: reciclaje, remate, desguace aviones. Me volví loco. En Facebook encontré un avión a la venta que ya estaba dado de baja para volar. Era un Fokker -127 de la aerolínea CATA, que operaba desde Morón hasta que quebró, en 2008. Con ahorros y algo de dinero que pedí prestado lo compré por US$40.000. El fuselaje estaba intacto, aunque los interiores no se encontraban en buen estado.
–¿Cuál de los siete aviones que compraste fue el más caro?
–El último, un Airbus 340, enorme, que se fue de presupuesto: US$100.000. Fue el avión de mayor alcance del mundo hasta que apareció el Boeing y quedan muy pocos ejemplares. Sin embargo, los mayores costos se los llevan los trámites administrativos, todo lo que implica desarmarlos, el mantenimiento, los permisos y seguros y las grúas y carretones viales para circular.
Entre las piezas emblemáticas, Agustín señala que las que más llaman la atención son las ventanillas que transforma en relojes con la hora de hasta tres o cuatro ciudades distintas, o en mesas, altas y bajas. Y entre las más exclusivas del catálogo figura una mesa de directorio para 12 personas realizada con el tanque auxiliar de combustible de una aeronave Mohawk, que asciende a US$50.000.
Cada pieza cuenta su propia historia. Pero hay una muy especial, la del Boeing 747, que fue retirado de servicio antes de su vencimiento. Agustín movió cielo y tierra para conseguir, al menos, alguna de esas piezas que hasta el día de hoy representan una leyenda aérea. Una versión dice que el avión quedó excluido de la flota porque era el preferido de una azafata que siguió volando aún después de su muerte. Su espíritu comenzó a manifestarse en el avión, aterrando a los ingenieros encargados de su mantenimiento: nadie quería trabajar en ese avión porque desaparecían herramientas, se escuchaban ruidos misteriosos, y hasta algunos aseguran haber visto a la azafata, con su uniforme, caminando por la aeronave vacía.
–¿Qué partes del avión espectral lograste conseguir?
–Algunas, como los trenes de aterrizaje, fuselaje y ruedas. A los operarios les encanta esta historia. Y a los clientes les fascina.
–¿Alguna vez quisiste ser piloto?
–Sí, pero viajar no estaba contemplado en un presupuesto familiar de 9 hermanos. El mayor era fanático de las revistas de aeromodelismo que traían piezas de aviones militares para completar. Me conformaba con eso, hasta que a los 20 años volé por primera vez a Estados Unidos, invitado por familiares. Hoy veo cómo mi hijo de un año se fanatiza por el volante y me emociona. La gente lo filma en la plaza porque anda en un camioncito eléctrico a pedal. Algo del “adn tuerca” heredó.

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