Convirtió una exestación de servicio en un hospedaje de pueblo que fascina
De 1913. En Huanguelén, en el oeste bonaerense, transformaron una emblemática YPF que había dejado de funcionar hace 50 años
Leandro Vesco
HUANGUELéN.– “Quiero cambiar la historia de mi pueblo”, cuenta Alejandrina Pérez Bravo en la exestación de servicio YPF de este pueblo que se disputan cuatro distritos en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Decidió reciclarla y convertirla en un hospedaje. La Torre llamó a su proyecto y, en poco tiempo, transformó la dinámica de la localidad. “Todos sueñan con poder dormir en una estación de servicio”, dice.
La Torre está frente a la plaza donde se desarrolla toda la actividad de Huanguelén, de 6000 habitantes, cuyo ejido urbano pertenece a Coronel Suárez y Guaminí, y su territorio rural, a Daireaux y General Lamadrid. Data de 1913 y fue la primera estación de servicio del pueblo. Por allí pasó gran parte de la historia de la comunidad. Durante muchos años estuvo abandonada, hasta que en 2022 Pérez Bravo decidió darle una nueva oportunidad. Hoy vive en Estados Unidos, pero el lugar es propiedad de su familia y pasó su infancia allí. Viajera y andariega, tuvo la visión: “Poder darle al visitante la posibilidad de vivir en el corazón de una pequeña localidad”.
La estación de servicio, que tenía taller y gomería, era el punto de encuentro por excelencia, pero el transcurso del tiempo y algunos factores que contribuyeron a aislar al pueblo –como el cierre del tren, la clausura de una fábrica aceitera y la falta de mantenimiento de la ruta de acceso– horadaron alternativas de desarrollo. Hace 50 años, dejó de funcionar. A partir de ese momento, tuvo distintos destinos comerciales y parecía que sus días terminarían con una demolición.
Pérez Bravo buscó conocer el mundo y expandir su horizonte. Se fue primero a Alemania y luego a Brasil. Pero al pago chico la llamó y volvió. La vieja estación de servicio familiar estaba en pie, aunque con el signo del paso del tiempo. Con sus conocimientos de hotelería, comenzó a trabajar con la Asociación de Corredores de Turismo Carretera (ACCT) en la organización del hospedaje para corredores en todo el país. Mientras, en su cabeza nacía una idea: convertir la estación en un hospedaje.
En 2020 puso manos a la obra. La restauración, que le llevó dos años, fue autogestiva. “Hice todo sola”, cuenta Pérez Bravo. Tenía en claro que no quería modificar nada del diseño exterior. “Es un edificio que nos da identidad”, aclara. Tiene dos plantas; en la versión actual, ella ubicó abajo el living, con un sofá, un televisor, un juego de comedor y una cocina. El efecto es especial: mientras el pueblo despliega su movimiento natural, el huésped cocina en una platea preferencial, solo los vidrios y las cortinas separan la intimidad de la exposición. Arriba están las dos habitaciones y una terraza con una panorámica a la plaza principal; a un costado, un rincón deseado: una parrilla con una pila de leña.
Terminó con las obras en 2022, pero también fue el año en que decidió irse nuevamente. Esta vez el destino fue un pueblo del condado de Larimer, en Colorado, con un nombre llamativo: Loveland. Allí trabaja como recepcionista de un hotel, y su pareja, en una empresa de IT. Este año regresó al pueblo para estar más cerca de La Torre. Lentamente, desde su puesta en marcha, fue emergiendo como un destino de culto entre los viajeros que están a la pesca de experiencias inolvidables. El boca a boca fue tejiendo una red en estas tierras yermas del oeste bonaerense. “Entran fascinados”, describe Pérez Bravo sobre la impresión que tienen los visitantes cuando la conocen.
Existe un antecedente reciente de una restauración semejante en Alicia, un pueblo de Córdoba, donde Federico Melliá se hizo cargo del edificio y lo convirtió en un bar, lo que transformó su pueblo en un destino turístico. “Es una experiencia que no te olvidás nunca”, define Pérez Bravo. Panadería, carnicería, almacén, heladería, todo está a un minuto de La Torre. El tiempo corre de otra manera, el auto queda en la galería y no se usa hasta que se decide regresar. Durante la estadía todo se hace caminando. “Salís y todo el mundo te saluda”, grafica.
“Es algo distinto, es curioso, dan ganas de conocerla”, dice Leandro Villar, periodista local. En un pueblo alejado y acostumbrado a una vida sin sobresaltos, La Torre movió el statu quo pueblerino. Nostalgia, sentido de pertenencia y emociones, principalmente entre los viejos pobladores, que veían cómo se estaba deteriorando. “Le da una nueva imagen al pueblo”, reconoce. “Quiero que Huanguelén sea conocido por Larralde y por La Torre”, se ilusiona Pérez Bravo. Hace mención a un ícono del folclore nacido aquí: José Larralde.
Sólida y nuevamente en el centro delaescenasocialdeHuanguelén,la exestación le da al pueblo una apertura hacia el turismo que antes no tenía. La tarifa para dos personas de viernes a domingos es de $50.000; para tres personas, $65.000. Los viajeros que se hospedan en La Torre no resultan defraudados. Son aquellos que buscan una vivencia única, y lo logran. “La experiencia de habitar un edificio icónico de un pueblo fue fantástica”, define Lorena Pujol. Encontró momentos de reflexión durante sus días en Huanguelén. “Me hizo sentir que todo se puede resignificar, que no hace falta derribar las edificaciones antiguas y construir otras”, expresa. “No derribó ‘lo viejo’, lo mejoró; no borró la historia, le dio un sentido de familia”, remata Pujol.
“Acá bajás mil cambios”, dice en sintonía Pérez Bravo. “Quise hacer una casa que sea la casa de todos los que vengan”, confiesa la mujer, que salió a conocer el mundo y volvió al lugar donde nació para cambiarlo, recuperando el edificio más querido de Huanguelén
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