Milei, frente a una pelea inminente y sin banderas partidarias
El Gobierno está convencido de que la estabilización de la economía alcanzará para “nivelar la cancha”, pero necesita que ese proceso concluya lo más rápido posible
Francisco Olivera
En la semana en que el Gobierno celebró el éxito más constatable de su programa económico, un IPC del 2,4% mensual, empezó también a quedar claro cuál será la principal contraindicación del modelo que propone: una tensión persistente con parte de un sector habituado desde hace décadas a convivir con el viejo orden, los empresarios.
Con algunos de ellos la pelea casi no se percibe,aunque sea inminente. Hay que detenerse en el contrapunto que tuvieron anteayer, en el seminario Propyme, Paolo Rocca y el secretario de Industria, Pablo Lavigne. La conversación fluyó y hasta resultó amable. Pero ambos supieron desde el principio que los separan no tanto los principios o el rumbo económico como la oportunidad y la magnitud de cada decisión. Amables, correctos y por momentos sonrientes, coincidieron en casi todo lo que pasó hasta ahora, desde el plan de estabilización que le permitió al Gobierno lograr el equilibrio fiscal, hasta los aumentos de tarifas y la desregulación de ciertas actividades, y mostraron desacuerdo sólo en el modo de poner en práctica lo que viene, que es vital. Una segunda etapa que sin dudas los hará confrontar.
La Casa Rosada pretende una economía abierta, competitiva, con mejores salarios y menos costos laborales e impuestos, todos conceptos loables que los empresarios están dispuestos a aceptar siempre y cuando la transformación empiece por la última parte, la que compete y más compromete al Estado. Hay ahí un choque de prioridades y de urgencias.
“Nivelar la cancha”, repiten en la Unión Industrial Argentina, que el martes por la mañana insistió en el reclamo delante de Federico Sturzenegger, un invitado siempre difícil de convencer. Lo recibió con una presentación a cargo de Diego Coatz, economista de la central fabril, que expuso la carga que los gobiernos nacional, provinciales y municipales ejercen sobre el sector privado. “Presión tributaria, saldos a favor y problemas de competitividad”, se llamaba el informe, que consignó que dos de cada tres empresas acumulan saldos a favor equivalentes a más de un mes de sus obligaciones mensuales de IVA, y que un 41% de ellas lo tiene en al menos un impuesto nacional. “Se financian con nosotros”, dijo después a la nacion uno de los presentes. Sturzenegger les prestó atención y pudieron hablar. Pero pocas horas después, ya sin el ministro, la reunión de junta directiva de la central fabril fue una catarsis extendida. Horacio Moschetto, secretario de la Cámara de la Industria del Calzado, reveló por ejemplo un dato desalentador: la feria del sector acaba de hacerse con 40% de productos importados. ¿Un anticipo de lo que viene?
La mala noticia es que el Gobierno no está ni siquiera para atenuarlo con paliativos. No habrá políticas sectoriales. Rocca y sus pares lo saben perfectamente. En el seminario de anteayer, no bien abrió el micrófono a preguntas, el empresario se sorprendió con que la primera del público iba dirigida a él, no al invitado principal, Lavigne. La hizo Silvina Sforzini, gerenta comercial y accionista de la metalúrgica Fundición San Cayetano; quería saber si el grupo Techint analizaba invertir en la acería de San Nicolás. Rocca se tomó unos instantes. Dijo que sí, que en algún momento había que ir pensando en cambiar la fuente de energía de los altos hornos para aprovechar la competitividad de la electricidad y del gas, pero recordó que, por ejemplo, en Europa, los acereros le decían que la Unión Europea les aportaba 1000 millones de dólares para hacer la reconversión. “Y, por lo que escucho de Pablo, me parece que acá no nos van a dar 1000 millones de dólares”, agregó, sonriente y mirando a Lavigne. “No hay plata”, le devolvió el funcionario, que aprovechó la anécdota para contestarle con la cosmovisión del Gobierno. “Pero se están financiando a tasas bajas, Paolo. ¿Cuánto pagan por las ON? ¡Seis puntos!”, empezó. Rocca corroboró la tasa. “Sí, estamos en seis puntos”, dijo. “Casi el bono del Tesoro americano, mirá, vas a tener una oportunidad”, cerró Lavigne.
El Gobierno está convencido de que la estabilización de la economía alcanzará para “nivelar la cancha”,
¿Temor por lo que aún pueda pasar o, más precisamente, volver?
pero necesita que ese proceso concluya lo más rápido posible, urgencia que el mercado no tiene. El riesgo país, una de las variables de la confianza, bajó drásticamente desde mitad de año pero, pese a la novedad del equilibrio fiscal, no perforó todavía los 700 puntos básicos. En el final de Macri, ya en default selectivo, ese indicador estaba en 400. ¿La memoria del establishment juega en contra? ¿Temor por lo que aún pueda pasar o, más precisamente, volver? Al Ministerio de Economía le vencen en enero unos 1000 millones de dólares de intereses y otros 2700 millones de capital. Incluso si los paga sin esfuerzo, quedan más vencimientos en el año y, sobre el final, un desafío más relevante: elecciones legislativas. Es el punto en que se encuentran la credibilidad en el modelo y las banderas partidarias.
El miedo le gana por ahora a la codicia, al menos en el mediano plazo. Por eso, puestos a elegir, algunos libertarios prefieren las medidas más drásticas: ¿sanear o mejorar Aerolíneas Argentinas? No, mejor privatizarla para que a un eventual sucesor de Milei no se le ocurra volver a dilapidar recursos. ¿Recuperar la total independencia del Banco Central modificando la carta magna? No, cerrarlo: hay que romper el instrumento del populismo.
En el fondo de estos dilemas subyace la incógnita de si la sociedad aprendió las lecciones del fracaso. Aunque el país pueda el año próximo volver a crecer. Los pronósticos indican que habrá al menos un 3% de efecto arrastre y un informe del JP Morgan proyecta incluso 8,5%. Resultados auspiciosos que no necesariamente despejen la desconfianza estructural. La Argentina tiene décadas de desmanejos.
Es entendible que los empresarios sigan aferrados a lo conocido. No bien salió el decreto 70 que desregulaba el sector de la salud, lo primero que hicieron las prepagas fue intentar recomponer de golpe sus desequilibrios de años. Eso las llevó en abril a un conflicto con la Casa Rosada y, como consecuencia de un largo proceso administrativo, a la imputación que acaba de hacerles la Comisión de Defensa de la Competencia por presunta cartelización. El Gobierno decidió anunciarlo esta semana en conferencia y a través del vocero presidencial. Más que una medida con sustento, un mensaje a todos: el decreto jurídicamente habilita a subir cuotas y entre las 7 imputadas hay dos prepagas, la de los hospitales Italiano y Británico, que son entidades sin fines de lucro.
Una manera de advertirle al establishment que el tiempo de la economía inflacionaria que recupera rápidamente rentabilidad con márgenes sobre el precio debería dar lugar a una más competitiva en la que se discuta todo, de costos con proveedores a salarios con los sindicatos. E impuestos, apuntaría la UIA.
El modelo que Milei pretende instalar es el que obliga a ser mejor que el otro para ganar. Delante de Rocca, Lavigne anticipó anteayer que habría sectores que deberán reconvertirse. Terminado el encuentro, el público integrado por pymes volvió a sorprender. Erich Zwiener, un ingeniero químico de 84 años, fundador y director de la firma Sotic, pidió el micrófono y advirtió a sus pares que notaba que le estaban pidiendo demasiado y muy rápido al Gobierno. “Por favor, aguantemos”, exhortó. “Gracias”, reaccionó Lavigne. La discusión es por el tiempo de aplicación. Rocca acababa de pedírselo al secretario: “Para aguantar la transformación”, precisó.
La variable industrial de siempre. El famoso “tutor” en el que muchos ya no creen. Dante Sica suele recordar una anécdota de sus tiempos como secretario de Desarrollo Productivo de La Plata. Todos los meses recibía a los productores horticultores, entonces todos integrantes de la colonia portuguesa, que venían a verlo con tapas de diarios que anticipaban catástrofes por la sequía o la inundación: “Peligran 1000 horticultores”, se leía. Un día el economista reaccionó: “Flaco, ¿cuántos horticultores son ustedes? ¿100.000? Porque todos los años peligran los mismos y todos los años venís vos”. Era en pequeña escala un cambio de régimen. Para un sector donde casi no hay descendientes de portugueses: está acaparado por bolivianos que han logrado progresar.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Resentimiento, odio y falta de verdad
La gente está cansada del “ellos o nosotros”, de la manipulación y la mentira montadas en sus demandas insatisfechas, y reacciona en consecuencia
El fracaso ocurre y tiene un final. El resentimiento no concluye: se retroalimenta. Es un medio con vistas a un fin cíclico e insalubre. En muchos casos, funciona como mecanismo frente a las propias debilidades, como excusa para no asumir el fracaso que le hubiera dado fin al problema. Basta una pequeña chispa para encender la llama del combustible acumulado que ha quedado atrapado en las entrañas, aquello que no se pudo digerir. La frustración es la parienta más suave del resentimiento. La violencia, la más trágica.
Muchos hablan de una predisposición de ciertos seres humanos al resentimiento. Otros encuadran esa emoción en el contexto socioeconómico-cultural del sujeto que aspira a salir del pozo y no lo consigue, no porque sea incapaz, sino porque no se lo permiten. Hay toneladas de bibliografía sobre el resentimiento de clase. Pero hay también quienes consideran que surge de una construcción individual y no social de quienes no aceptan perder, si hacerlo implica sentirse menos que los demás. Y en eso no hay clase que valga. Es un fenómeno transversal.
Hace pocos días, el reconocido economista norteamericano Paul Krugman se despidió de su labor de 25 años en The New York Times con un texto titulado de la siguiente forma. “Mi última columna: encontrar la esperanza en una era de resentimiento”. En ella, Krugman reflexiona sobre lo optimista que era la gente hace más de dos décadas, tanto en su país como en el resto de Occidente, optimismo que percibe que trocó en amargura y resentimiento y no “solo por la clase trabajadora, que se siente traicionada por las elites”, sino porque “lo más sorprendente es que hoy por hoy los más furiosos y resentidos (…) son megamillonarios que no se sienten lo suficientemente admirados”. Según Krugman, “lo que colapsó fue nuestra confianza en la clase dirigente: ya nadie confía en que quienes manejan las cosas sepan lo que están haciendo, ni damos por sentado que lo hagan con honestidad”.
Mucho antes, el periodista y corrosivo escritor español Julio Camba decía: “La envidia de los españoles no es aspirar al coche de su vecino, sino que el vecino se quede sin su coche”. La envidia es básicamente el deseo –no sano las más de las veces, aunque se hagan esfuerzos para aclararlo– de algo que no se posee. El resentimiento se ubica un peldaño más arriba de la envidia en la escalera de las emociones destructivas, junto con el rencor, la animadversión y el odio.
¿Trepó la envidia individual al resentimiento colectivo? A ambos pensadores les asiste parte de razón. Crisis financieras globales, escaladas bélicas, democracias débiles, legisladores que no legislan, justicias al servicio de los poderes políticos de turno y autoritarismos disfrazados de democracia han contribuido, entre otras cuestiones, a generar ese sentimiento que, en nuestro país, se cuece a fuego fuerte desde hace ya varias décadas. Nunca iba a ser gratuito poner las cosas en términos de “ellos o nosotros”. El kirchnerismo se preocupó por profundizar la grieta que venía –aunque no tan explotada– de mucho atrás y lo logró atizando el resentimiento con el esmero del que está dispuesto a seguir cavando en
El kirchnerismo se preocupó por profundizar la grieta que venía -aunque no tan explotada- de mucho tiempo atrás y lo logró atizando el resentimiento con el esmero del que está dispuesto a seguir cavando en beneficio propio, sin importar los costos que ello implique para el conjunto
Hay política de resentimiento, pero también resentimiento de la política. El economista Paul Krugman lo definió con claridad: “Lo que colapsó fue nuestra confianza en la clase dirigente; ya nadie confía en que quienes manejan las cosas sepan lo que están haciendo, ni damos por sentado que lo hagan con honestidad”. El daño por reparar es enorme y urge hallar una salida
beneficio propio, sin importar los costos que ello implique para el conjunto.
Si bien no ha sido la única fuerza en empuñar la pala de la confrontación, la ha transformado en su principal ariete. Entrenado en la fabulación, en la creación de realidades paralelas, relatos y ficciones con pretensión de verdades reveladas, el kirchnerismo llevó el resentimiento a niveles peligrosísimos, construyendo enemigos sobre la base del rencor social al que tanto aporte le ha hecho de forma deliberada. Se ha montado en demandas insatisfechas de ciudadanos de a pie para prometer soluciones a sabiendas de que nunca se cumplirían. La respuesta a tamaña manipulación la halló en las urnas en 2023 y explica en buena parte por qué hoy, a pesar de todo el enorme esfuerzo que están poniendo los ciudadanos frente a las duras medidas del Gobierno, sigue muy alta la vara de la confianza en él.
Pero cuidado. La sociedad argentina está lejos de encontrar el antídoto que la salve de los estragos de una nueva polarización enfermiza entre “ellos o nosotros”. Poco tiene que ver en eso el tono de la verba política, del que nadie duda que, por educación y tranquilidad emocional, debería bajar sin demoras. Lo grave es lo que subyace. Y lo que subyace en algunos sectores es que nuevamente podría apelarse al más rancio resentimiento para seguir sembrando el odio.
Decía el también periodista y escritor Arturo Pérez-Reverte en una columna publicada el año pasado en el diario ABC de España respecto de los ciudadanos locales y de por qué no escribía más sobre política: “Rencor es la palabra. Por razones históricas, sociales, culturales, no hace falta demasiado estímulo para resucitar o utilizar el viejo e indestructible rencor nacional: el nosotros y ellos, conmigo o contra mí. El no reconocer una virtud en el bando adversario ni un defecto en el propio. Ese rencor, manipulado por quienes, en su limitación intelectual, cobardía o vileza no disponen de otras herramientas, infecta las redes sociales, el periodismo, la vida. Y un público cada vez menos dispuesto a identificar la manipulación y la mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el dudoso producto que esa chusma pregona como si se tratara de crecepelo, recetas milagrosas o muñecas de tómbola”.
Gregorio de Marañón, notable científico y escritor, sostuvo en su obra Tiberio, historia de un resentimiento, escrita en 1939, que el resentido “llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión” y que “una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra”.
Aunque parezca difícil, queda la esperanza de salir de ese lugar tan oscuro porque, como escribió Krugman, “si bien el resentimiento alcanza para llevar a alguien al poder, a la larga no alcanza para que lo conserve” y que, en la práctica, “la gente se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que apuntan contra las élites en realidad son una élite a todos los efectos prácticos y empezará a hacerlos responsables de sus fracasos y promesas incumplidas. Llegado ese punto, la gente tal vez quiera escuchar a quienes no le discuten desde una posición de autoridad ni le hacen falsas promesas, sino que le hablan con la verdad lo mejor que pueden”.
En la semana en que el Gobierno celebró el éxito más constatable de su programa económico, un IPC del 2,4% mensual, empezó también a quedar claro cuál será la principal contraindicación del modelo que propone: una tensión persistente con parte de un sector habituado desde hace décadas a convivir con el viejo orden, los empresarios.
Con algunos de ellos la pelea casi no se percibe,aunque sea inminente. Hay que detenerse en el contrapunto que tuvieron anteayer, en el seminario Propyme, Paolo Rocca y el secretario de Industria, Pablo Lavigne. La conversación fluyó y hasta resultó amable. Pero ambos supieron desde el principio que los separan no tanto los principios o el rumbo económico como la oportunidad y la magnitud de cada decisión. Amables, correctos y por momentos sonrientes, coincidieron en casi todo lo que pasó hasta ahora, desde el plan de estabilización que le permitió al Gobierno lograr el equilibrio fiscal, hasta los aumentos de tarifas y la desregulación de ciertas actividades, y mostraron desacuerdo sólo en el modo de poner en práctica lo que viene, que es vital. Una segunda etapa que sin dudas los hará confrontar.
La Casa Rosada pretende una economía abierta, competitiva, con mejores salarios y menos costos laborales e impuestos, todos conceptos loables que los empresarios están dispuestos a aceptar siempre y cuando la transformación empiece por la última parte, la que compete y más compromete al Estado. Hay ahí un choque de prioridades y de urgencias.
“Nivelar la cancha”, repiten en la Unión Industrial Argentina, que el martes por la mañana insistió en el reclamo delante de Federico Sturzenegger, un invitado siempre difícil de convencer. Lo recibió con una presentación a cargo de Diego Coatz, economista de la central fabril, que expuso la carga que los gobiernos nacional, provinciales y municipales ejercen sobre el sector privado. “Presión tributaria, saldos a favor y problemas de competitividad”, se llamaba el informe, que consignó que dos de cada tres empresas acumulan saldos a favor equivalentes a más de un mes de sus obligaciones mensuales de IVA, y que un 41% de ellas lo tiene en al menos un impuesto nacional. “Se financian con nosotros”, dijo después a la nacion uno de los presentes. Sturzenegger les prestó atención y pudieron hablar. Pero pocas horas después, ya sin el ministro, la reunión de junta directiva de la central fabril fue una catarsis extendida. Horacio Moschetto, secretario de la Cámara de la Industria del Calzado, reveló por ejemplo un dato desalentador: la feria del sector acaba de hacerse con 40% de productos importados. ¿Un anticipo de lo que viene?
La mala noticia es que el Gobierno no está ni siquiera para atenuarlo con paliativos. No habrá políticas sectoriales. Rocca y sus pares lo saben perfectamente. En el seminario de anteayer, no bien abrió el micrófono a preguntas, el empresario se sorprendió con que la primera del público iba dirigida a él, no al invitado principal, Lavigne. La hizo Silvina Sforzini, gerenta comercial y accionista de la metalúrgica Fundición San Cayetano; quería saber si el grupo Techint analizaba invertir en la acería de San Nicolás. Rocca se tomó unos instantes. Dijo que sí, que en algún momento había que ir pensando en cambiar la fuente de energía de los altos hornos para aprovechar la competitividad de la electricidad y del gas, pero recordó que, por ejemplo, en Europa, los acereros le decían que la Unión Europea les aportaba 1000 millones de dólares para hacer la reconversión. “Y, por lo que escucho de Pablo, me parece que acá no nos van a dar 1000 millones de dólares”, agregó, sonriente y mirando a Lavigne. “No hay plata”, le devolvió el funcionario, que aprovechó la anécdota para contestarle con la cosmovisión del Gobierno. “Pero se están financiando a tasas bajas, Paolo. ¿Cuánto pagan por las ON? ¡Seis puntos!”, empezó. Rocca corroboró la tasa. “Sí, estamos en seis puntos”, dijo. “Casi el bono del Tesoro americano, mirá, vas a tener una oportunidad”, cerró Lavigne.
El Gobierno está convencido de que la estabilización de la economía alcanzará para “nivelar la cancha”,
¿Temor por lo que aún pueda pasar o, más precisamente, volver?
pero necesita que ese proceso concluya lo más rápido posible, urgencia que el mercado no tiene. El riesgo país, una de las variables de la confianza, bajó drásticamente desde mitad de año pero, pese a la novedad del equilibrio fiscal, no perforó todavía los 700 puntos básicos. En el final de Macri, ya en default selectivo, ese indicador estaba en 400. ¿La memoria del establishment juega en contra? ¿Temor por lo que aún pueda pasar o, más precisamente, volver? Al Ministerio de Economía le vencen en enero unos 1000 millones de dólares de intereses y otros 2700 millones de capital. Incluso si los paga sin esfuerzo, quedan más vencimientos en el año y, sobre el final, un desafío más relevante: elecciones legislativas. Es el punto en que se encuentran la credibilidad en el modelo y las banderas partidarias.
El miedo le gana por ahora a la codicia, al menos en el mediano plazo. Por eso, puestos a elegir, algunos libertarios prefieren las medidas más drásticas: ¿sanear o mejorar Aerolíneas Argentinas? No, mejor privatizarla para que a un eventual sucesor de Milei no se le ocurra volver a dilapidar recursos. ¿Recuperar la total independencia del Banco Central modificando la carta magna? No, cerrarlo: hay que romper el instrumento del populismo.
En el fondo de estos dilemas subyace la incógnita de si la sociedad aprendió las lecciones del fracaso. Aunque el país pueda el año próximo volver a crecer. Los pronósticos indican que habrá al menos un 3% de efecto arrastre y un informe del JP Morgan proyecta incluso 8,5%. Resultados auspiciosos que no necesariamente despejen la desconfianza estructural. La Argentina tiene décadas de desmanejos.
Es entendible que los empresarios sigan aferrados a lo conocido. No bien salió el decreto 70 que desregulaba el sector de la salud, lo primero que hicieron las prepagas fue intentar recomponer de golpe sus desequilibrios de años. Eso las llevó en abril a un conflicto con la Casa Rosada y, como consecuencia de un largo proceso administrativo, a la imputación que acaba de hacerles la Comisión de Defensa de la Competencia por presunta cartelización. El Gobierno decidió anunciarlo esta semana en conferencia y a través del vocero presidencial. Más que una medida con sustento, un mensaje a todos: el decreto jurídicamente habilita a subir cuotas y entre las 7 imputadas hay dos prepagas, la de los hospitales Italiano y Británico, que son entidades sin fines de lucro.
Una manera de advertirle al establishment que el tiempo de la economía inflacionaria que recupera rápidamente rentabilidad con márgenes sobre el precio debería dar lugar a una más competitiva en la que se discuta todo, de costos con proveedores a salarios con los sindicatos. E impuestos, apuntaría la UIA.
El modelo que Milei pretende instalar es el que obliga a ser mejor que el otro para ganar. Delante de Rocca, Lavigne anticipó anteayer que habría sectores que deberán reconvertirse. Terminado el encuentro, el público integrado por pymes volvió a sorprender. Erich Zwiener, un ingeniero químico de 84 años, fundador y director de la firma Sotic, pidió el micrófono y advirtió a sus pares que notaba que le estaban pidiendo demasiado y muy rápido al Gobierno. “Por favor, aguantemos”, exhortó. “Gracias”, reaccionó Lavigne. La discusión es por el tiempo de aplicación. Rocca acababa de pedírselo al secretario: “Para aguantar la transformación”, precisó.
La variable industrial de siempre. El famoso “tutor” en el que muchos ya no creen. Dante Sica suele recordar una anécdota de sus tiempos como secretario de Desarrollo Productivo de La Plata. Todos los meses recibía a los productores horticultores, entonces todos integrantes de la colonia portuguesa, que venían a verlo con tapas de diarios que anticipaban catástrofes por la sequía o la inundación: “Peligran 1000 horticultores”, se leía. Un día el economista reaccionó: “Flaco, ¿cuántos horticultores son ustedes? ¿100.000? Porque todos los años peligran los mismos y todos los años venís vos”. Era en pequeña escala un cambio de régimen. Para un sector donde casi no hay descendientes de portugueses: está acaparado por bolivianos que han logrado progresar.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Resentimiento, odio y falta de verdad
La gente está cansada del “ellos o nosotros”, de la manipulación y la mentira montadas en sus demandas insatisfechas, y reacciona en consecuencia
El fracaso ocurre y tiene un final. El resentimiento no concluye: se retroalimenta. Es un medio con vistas a un fin cíclico e insalubre. En muchos casos, funciona como mecanismo frente a las propias debilidades, como excusa para no asumir el fracaso que le hubiera dado fin al problema. Basta una pequeña chispa para encender la llama del combustible acumulado que ha quedado atrapado en las entrañas, aquello que no se pudo digerir. La frustración es la parienta más suave del resentimiento. La violencia, la más trágica.
Muchos hablan de una predisposición de ciertos seres humanos al resentimiento. Otros encuadran esa emoción en el contexto socioeconómico-cultural del sujeto que aspira a salir del pozo y no lo consigue, no porque sea incapaz, sino porque no se lo permiten. Hay toneladas de bibliografía sobre el resentimiento de clase. Pero hay también quienes consideran que surge de una construcción individual y no social de quienes no aceptan perder, si hacerlo implica sentirse menos que los demás. Y en eso no hay clase que valga. Es un fenómeno transversal.
Hace pocos días, el reconocido economista norteamericano Paul Krugman se despidió de su labor de 25 años en The New York Times con un texto titulado de la siguiente forma. “Mi última columna: encontrar la esperanza en una era de resentimiento”. En ella, Krugman reflexiona sobre lo optimista que era la gente hace más de dos décadas, tanto en su país como en el resto de Occidente, optimismo que percibe que trocó en amargura y resentimiento y no “solo por la clase trabajadora, que se siente traicionada por las elites”, sino porque “lo más sorprendente es que hoy por hoy los más furiosos y resentidos (…) son megamillonarios que no se sienten lo suficientemente admirados”. Según Krugman, “lo que colapsó fue nuestra confianza en la clase dirigente: ya nadie confía en que quienes manejan las cosas sepan lo que están haciendo, ni damos por sentado que lo hagan con honestidad”.
Mucho antes, el periodista y corrosivo escritor español Julio Camba decía: “La envidia de los españoles no es aspirar al coche de su vecino, sino que el vecino se quede sin su coche”. La envidia es básicamente el deseo –no sano las más de las veces, aunque se hagan esfuerzos para aclararlo– de algo que no se posee. El resentimiento se ubica un peldaño más arriba de la envidia en la escalera de las emociones destructivas, junto con el rencor, la animadversión y el odio.
¿Trepó la envidia individual al resentimiento colectivo? A ambos pensadores les asiste parte de razón. Crisis financieras globales, escaladas bélicas, democracias débiles, legisladores que no legislan, justicias al servicio de los poderes políticos de turno y autoritarismos disfrazados de democracia han contribuido, entre otras cuestiones, a generar ese sentimiento que, en nuestro país, se cuece a fuego fuerte desde hace ya varias décadas. Nunca iba a ser gratuito poner las cosas en términos de “ellos o nosotros”. El kirchnerismo se preocupó por profundizar la grieta que venía –aunque no tan explotada– de mucho atrás y lo logró atizando el resentimiento con el esmero del que está dispuesto a seguir cavando en
El kirchnerismo se preocupó por profundizar la grieta que venía -aunque no tan explotada- de mucho tiempo atrás y lo logró atizando el resentimiento con el esmero del que está dispuesto a seguir cavando en beneficio propio, sin importar los costos que ello implique para el conjunto
Hay política de resentimiento, pero también resentimiento de la política. El economista Paul Krugman lo definió con claridad: “Lo que colapsó fue nuestra confianza en la clase dirigente; ya nadie confía en que quienes manejan las cosas sepan lo que están haciendo, ni damos por sentado que lo hagan con honestidad”. El daño por reparar es enorme y urge hallar una salida
beneficio propio, sin importar los costos que ello implique para el conjunto.
Si bien no ha sido la única fuerza en empuñar la pala de la confrontación, la ha transformado en su principal ariete. Entrenado en la fabulación, en la creación de realidades paralelas, relatos y ficciones con pretensión de verdades reveladas, el kirchnerismo llevó el resentimiento a niveles peligrosísimos, construyendo enemigos sobre la base del rencor social al que tanto aporte le ha hecho de forma deliberada. Se ha montado en demandas insatisfechas de ciudadanos de a pie para prometer soluciones a sabiendas de que nunca se cumplirían. La respuesta a tamaña manipulación la halló en las urnas en 2023 y explica en buena parte por qué hoy, a pesar de todo el enorme esfuerzo que están poniendo los ciudadanos frente a las duras medidas del Gobierno, sigue muy alta la vara de la confianza en él.
Pero cuidado. La sociedad argentina está lejos de encontrar el antídoto que la salve de los estragos de una nueva polarización enfermiza entre “ellos o nosotros”. Poco tiene que ver en eso el tono de la verba política, del que nadie duda que, por educación y tranquilidad emocional, debería bajar sin demoras. Lo grave es lo que subyace. Y lo que subyace en algunos sectores es que nuevamente podría apelarse al más rancio resentimiento para seguir sembrando el odio.
Decía el también periodista y escritor Arturo Pérez-Reverte en una columna publicada el año pasado en el diario ABC de España respecto de los ciudadanos locales y de por qué no escribía más sobre política: “Rencor es la palabra. Por razones históricas, sociales, culturales, no hace falta demasiado estímulo para resucitar o utilizar el viejo e indestructible rencor nacional: el nosotros y ellos, conmigo o contra mí. El no reconocer una virtud en el bando adversario ni un defecto en el propio. Ese rencor, manipulado por quienes, en su limitación intelectual, cobardía o vileza no disponen de otras herramientas, infecta las redes sociales, el periodismo, la vida. Y un público cada vez menos dispuesto a identificar la manipulación y la mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el dudoso producto que esa chusma pregona como si se tratara de crecepelo, recetas milagrosas o muñecas de tómbola”.
Gregorio de Marañón, notable científico y escritor, sostuvo en su obra Tiberio, historia de un resentimiento, escrita en 1939, que el resentido “llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión” y que “una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra”.
Aunque parezca difícil, queda la esperanza de salir de ese lugar tan oscuro porque, como escribió Krugman, “si bien el resentimiento alcanza para llevar a alguien al poder, a la larga no alcanza para que lo conserve” y que, en la práctica, “la gente se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que apuntan contra las élites en realidad son una élite a todos los efectos prácticos y empezará a hacerlos responsables de sus fracasos y promesas incumplidas. Llegado ese punto, la gente tal vez quiera escuchar a quienes no le discuten desde una posición de autoridad ni le hacen falsas promesas, sino que le hablan con la verdad lo mejor que pueden”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.