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viernes, 2 de junio de 2023

ADVERTENCIA


Nuevo mapa de las ciudades con mayor peligro sísmico en el país
Después de 40 años, el Inpres actualizó las zonas con mayores posibilidades de que ocurran terremotos
Mendoza está clasificada como una de las zonas de mayor peligrosidad sísmica
Un sismo es un fenómeno natural que escapa de la voluntad humana y, por lo tanto, no puede predecirse. Ante tal incertidumbre, y después del gran terremoto de San Juan de 1944, que ocasionó aproximadamente 10.000 muertos, miles de heridos y la destrucción total de alrededor del 80% de las construcciones existentes, se creó, en 1972, el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (Inpres) con el objetivo de medir los sismos en la Argentina y ejecutar planes de prevención.
El año pasado, en coincidencia con el 50° aniversario del organismo, el Inpres publicó una nueva edición del Manual de Prevención Sísmica, que incluyó un mapa actualizado de la peligrosidad sísmica –la probabilidad de que ocurran movimientos sísmicos– en cada zona del país.
Dicho mapa, que fue propuesto para actualizar el que formalmente se encuentra vigente desde 1983, mostró que las zonas norte y centro de Mendoza y el sur de San Juan son los territorios argentinos con mayores chances de sufrir terremotos ya que ambas provincias tienen áreas clasificadas como “zona 4”, cuya peligrosidad sísmica se considera “muy elevada”.
Por su parte, La Rioja, Tierra del Fuego, Salta y Jujuy tienen “zonas 3”, donde la peligrosidad es “elevada” y el resto del país presenta índices de peligrosidad “moderados”, “reducidos” o “muy reducidos”.
Silvia Moreno, ingeniera del Inpres, dijo a que el Manual la nacion de Prevención es una bibliografía que se actualiza permanentemente y que nunca pierde validez. “Uno debe conocer el fenómeno para poder actuar. Por eso este manual se hizo para concientizar, entender rápidamente qué es un terremoto y saber cómo actuar ante uno”, argumentó.
En cuanto al mapa actualizado, Moreno explicó que sirve para saber en qué zona de peligrosidad se está: la “zona 4” tiene peligrosidad muy elevada mientras que la “1” presenta peligrosidad muy baja.
“En la Argentina, el centro y sur de San Juan y el centro y norte de Mendoza son ‘zona 4’. Eso implica que allí las construcciones tienen condiciones que deben cumplir en cuanto a resistencia, ductilidad y tipo de materiales”, ejemplificó.
Sin embargo, ese indicador no considera la vulnerabilidad sísmica, que es la susceptibilidad de una comunidad y su entorno físico a sufrir daños ante la ocurrencia de un sismo, lo que incluye tanto las fragilidades edilicias como la capacidad de respuesta ante un evento natural. “La combinación de peligrosidad y vulnerabilidad nos da el riesgo sísmico –la probabilidad de sufrir consecuencias adversas ante un sismo–. San Juan, por ejemplo, es una zona de alta peligrosidad, pero baja vulnerabilidad, por lo tanto el riesgo sísmico es bajo. Mendoza tiene menor peligrosidad, pero una construcción más antigua”, planteó Moreno.
Sin cambios drásticos
Según la vocera del Inpres, el nuevo mapa propuesto para reemplazar el de 1983 no presenta cambios drásticos con respecto a su antecesor, pero sí incluye una diferencia importante: hoy está en funcionamiento una red de monitoreo más amplia que en aquella época, que incluye sensores en la Patagonia y en Buenos Aires que antes de 2015 no existían. “No ha habido grandes cambios, pero ahora contamos con información que antes no teníamos disponible. Hoy podemos registrar sismos que antes no”, sostuvo.
La Red Nacional de Estaciones Sismológicas cuenta actualmente con 50 centros distribuidos en todo el país. De acuerdo con los datos publicados en el Manual, esta red se incrementa año a año con el objetivo de registrar la sismicidad en todo el territorio nacional.
De acuerdo con el Inpres, sismo y terremoto son sinónimos y representan el proceso físico de liberación súbita de energía de deformación acumulada en las rocas del interior de la Tierra, que se manifiesta por desplazamientos de bloques anteriormente fracturados. Una parte importante de la energía liberada en este proceso se propaga en forma de ondas sísmicas, las cuales son percibidas en la superficie de la Tierra como una vibración.
Al representar los epicentros de los sismos registrados en la Argentina, se observa que la mayor parte de la actividad sísmica se ha concentrado históricamente en la región centro-oeste y noroeste del país.
“Si bien la región noroeste ha soportado terremotos destructivos en los últimos 400 años, estos no han afectado mayormente a las zonas densamente pobladas y, en consecuencia, no se le ha dado al problema sísmico la importancia que realmente tiene en función del elevado nivel de peligro sísmico potencial. El terremoto del 25 de agosto de 1948, con epicentro en la zona este de Salta, fue quizás el de mayor trascendencia de la región por los daños que produjo”, señala el Manual.
“Totalmente diferente ha sido la situación en la zona centro-oeste del país, donde los terremotos se han constituido en verdaderos desastres regionales. El terremoto del 20 de marzo de 1861 marca el inicio de una serie de eventos sísmicos que afectaron a San Juan y Mendoza. Este terremoto destruyó totalmente a la ciudad de Mendoza, dejando un saldo de muertos equivalente a la tercera parte de la población, según los informes de la época. Por otra parte, el terremoto del 15 de enero de 1944, que destruyó a San Juan, representa con sus 10.000 muertos, la mayor catástrofe de toda la historia argentina”, señalaron los autores del documento.
A nivel mundial, la mayor concentración de la actividad sísmica entre 1990 y 2010 se dio en el llamado “Cinturón de fuego del Pacífico”. Allí han tenido lugar los mayores terremotos registrados durante el último siglo: Chile, en 1960, y Alaska, en 1964

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viernes, 2 de diciembre de 2022

ADVERTENCIA


Democracia o populismos radicales, el dilema de hoy
Un futuro de progreso común nos exige recomponer los lazos políticos para enhebrar los acuerdos alrededor de un programa de reconstrucción económica y social que nos saque del pantano en el que estamos sumergidos
Liliana De Riz
El presidente de China Xi Jinping llega a la cumbre de la APEC, el sábado 19 de noviembre de 2022, en Bangkok. 
El mundo de hoy es cada vez más complejo y peligroso. La sociedad de redes transformó las formas de la comunicación y creó burbujas en las que impera el deseo de cada uno. El lazo social que preocupaba a Durkheim es cada vez más frágil. Cisnes negros asoman por doquier.
El futuro es pura amenaza no solo porque una guerra nuclear se vuelve verosímil. Lo que nos parecía imposible se torna probable. Un rasgo definitorio de las transformaciones en curso es la velocidad de los cambios que hace más difícil aún generar los conocimientos y las aptitudes para adaptarnos.
Moisei Ostrogorski decía en la primera década del siglo XX: “Los partidos políticos han sido exitosos para asegurarse el control del gobierno, pero han fracasado miserablemente en sus funciones representativas”. La insatisfacción con la representatividad viene de lejos, pero hoy ataca el corazón mismo de la legitimidad de la autoridad al desconocer los resultados de elecciones libres y competitivas cuando no conforman a los perdedores y al manipular las reglas electorales cuando no benefician los intereses de los poderosos de turno.
El tiempo desgasta a los gobiernos incapaces de dar soluciones a los problemas concretos de la gente. Sin embargo, esto no debe ser justificativo para cuestionar a la democracia como régimen político. Cuando se aduce que la velocidad de las transformaciones imposibilita enhebrar consensos y, por lo tanto, no hay tiempo para poder vivir en democracia, como lo hace Xi Jinping, se abre camino a las autocracias que conculcan las libertades de cada uno y que no son más justas para todos como prometen. Los argentinos ya lo experimentamos con los sucesivos golpes militares que venían a ordenar el “caos” y prometer futuros de grandeza. Solo nos sumieron en el horror.
En América Latina, como en Europa y en Estados Unidos, asoman derechas radicales que intentan canalizar el descontento y la rebeldía con propuestas antisistema, cuyo blanco es la democracia entendida como un juego de castas corruptas. Las derechas que crecen son las derechas autoritarias, las derechas antiliberales que prometen eficiencia de la mano de liderazgos disruptivos que hacen política negando la política y echan mano a un discurso populista. El pueblo –casi siempre bajo la forma de los consumidores– vs. la casta.
Una mirada a la región muestra que la debacle de los partidos tradicionales desató la radicalización de los extremos del arco político. Fue el caso de la Concertación y la Alianza de la derecha en Chile, del APRA y Acción Popular en Perú; del PRI y el PAN en México; del estruendoso declive del Centro Democrático, el partido de derecha liderado por el ex presidente Álvaro Uribe, en Colombia; del PNL y el PUSC en Costa Rica. El ascenso de Petro, en Colombia, y de Andrés López Obrador, en México –ambos presidentes de izquierda– fue consecuencia del derrumbe de los partidos que dominaron la política nacional de esos países durante décadas. En México conviven hoy dos opciones democráticas, el lopezobradorismo y sus adversarios. Como en México, en Colombia preocupa la radicalización de sectores de la derecha con escaso peso electoral que se quedaron sin opción para encontrar un lugar en democracia.
En la Argentina, Milei encarna la tendencia antisistema y ultraliberal en economía que caracteriza a las derechas radicales como Vox en España o Bolsonaro en Brasil, admiradoras de Trump y conectadas entre sí en una suerte de internacional de derechas. Esta tercera fuerza, autodefinida de derecha, es una novedad en la Argentina. Hoy, no hay otras fuerzas políticas en las que el término aparezca en sus denominaciones. Hay que remontarse a finales de los años 20 cuando se formó la Confederación de las Derechas, integrada por los partidos conservadores para tener registro del uso del término. El Frente Nacional en esa época reunió a conservadores, nacionalistas y liberales. Más tarde, la Federación de Partidos de Centro se presenta en las elecciones de 1963, sosteniendo la candidatura presidencial del ingeniero Emilio Olmos como un agrupamiento que era en realidad de partidos conservadores. La denominación “centro” había sido ya reivindicada en la convención constituyente de 1957 por esos mismos partidos. La Unión de Centro Democrático aparecerá en 1982 con el liderazgo definidamente liberal del ingeniero Álvaro Alsogaray, quien nunca consiguió superar sus diferencias con los partidos de antigua raigambre conservadora desde noviembre de 1956, en que lanzó, en el Teatro Maipo, el Partido Cívico Independiente.
La identificación de derecha en el espectro ideológico aparecía políticamente incorrecta en una cultura política dominada por la idea de una sociedad igualitaria e integrada. Hoy, la sociedad está fracturada entre los que no tienen y los que tienen y, en el medio, las clases vulnerables que ven sus ingresos carcomidos por la inflación y sufren una presión impositiva que los indigna. Milei canaliza la rebeldía, sobre todo de los jóvenes que no ven una salida en una sociedad a la que describe bien la metáfora de la playa de estacionamiento. Ya no hay ascenso social ni futuro de progreso. Por lo tanto, hay desánimo y pesimismo, sentimientos que, combinados con la intolerancia de una sociedad polarizada, alimentan liderazgos disruptivos dispuestos a arrasar con lo existente. El electorado que se autodefine de derecha crece en las encuestas.
Lo distintivo del sistema político argentino ha sido la larga duración del clivaje peronismo versus radicalismo y el hecho de que derechas e izquierdas habitaran en ambas formaciones políticas, incluso con distribuciones parecidas (circa 2011). Torcuato Di Tella estaba esperanzado en un futuro del sistema de partidos que sumara a radicales y peronismos tanto en un polo socialdemocrático como en un polo de derecha para conformar un bipartidismo estable. El mundo en que reflexionaba Di Tella no es el de hoy. Juntos por el Cambio agrupa a la UCR, PRO y otras formaciones políticas menores, incluido el Peronismo Republicano. El Frente de Todos no termina de conciliar sus diferentes vertientes, atravesado por los conflictos de autoridad en una inédita fórmula presidencial bicéfala.
En la Argentina, como en el resto de las democracias occidentales, el centro se debilita. La derecha extrema crece. En Brasil, la centroderecha, el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, fue diezmada por el bolsonarismo. En Chile, parte de la centroderecha se unificó con la extrema derecha que llevó a Kast a la fórmula presidencial. En Francia, el centro sobrevivió con Macron y una colección de restos de partidos en extinción.
Lula logró un apretado triunfo en Brasil y la distribución institucional de fuerzas resultante incentivará una política moderada. La marea roja no llegó a Estados Unidos y aunque el trumpismo sobreviva, queda claro allí, como en Brasil, que el dilema hoy es entre democracia y autocracias vestidas de populismos radicales. Con Lula ganó la democracia, y en las elecciones intermedias de Estados Unidos, también ganó la democracia.
Acaso sea esta una clara señal que desaliente los fanatismos, que solo conducen a la violencia. No lo sabemos con certeza, pero es un paso importante y una advertencia para los argentinos: construir un futuro de progreso común nos exige recomponer los lazos políticos como condición para enhebrar los acuerdos alrededor de un programa de reconstrucción económica y social que nos saque del pantano en el que estamos sumergidos.

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