Lo difícil es decirle a la jefa que perdió
Francisco Olivera
Luis D’Elía, la CTA y varios movimientos sociales organizaron una marcha para el 13 de este mes en la puerta del Congreso contra el presupuesto, que se presenta ese día
Son momentos de replanteos, eso explica el regreso de Antoni Gutiérrez Rubí a la estrategia proselitista; delimitar la responsabilidad del fracaso en las PASO es una obsesión para los kirchneristas
Dentro del vip del Frente de Todos, pasadas las 20.15, el día de las elecciones, muchos se preguntaban quién se atrevería a decirle a Cristina Kirchner que la información que iba llegando había cambiado para peor y que, probablemente, se venía una derrota. Estaban mal los resultados de boca de urna. Veinticinco minutos antes, a las 19.50, Axel Kicillof y Victoria Tolosa Paz habían llegado a dar saltos de euforia en La Plata. Pero alguien entró con la mala noticia y tenían que decírselo a la expresidenta, que viajaba en ese momento desde Río Gallegos.
Son momentos de replanteos. Eso explica el regreso del catalán Antoni Gutiérrez Rubí a la estrategia proselitista. En el Instituto Patria hay quienes empiezan a entender ahora qué se proponía Cristina Kirchner con su carta explosiva. Fue, dicen, un movimiento inverso al de la derrota de 2017, cuando ella advirtió que con su liderazgo no alcanzaba y decidió abrirse a otros espacios. Esta vez, agregan, la amenaza la obliga a replegarse, a cuidar sus votos en el conurbano. “Su 33 por ciento”, especifican. Parte de ese público no toleraría verla abrazada al FMI.
Delimitar la responsabilidad del fracaso del 12 de septiembre es una obsesión para los kirchneristas. Ella no perdió: sabía y no fue escuchada, distinguió Andrés Larroque hace dos semanas. La vicepresidenta lo plantea así en la carta. Este reparto de culpas incomoda a varios. A Massa, por ejemplo, que repite en la intimidad que, como él no armó las listas y sus intendentes afines tampoco llegaron a jugar a fondo porque ninguno estaba en condiciones de perder, sigue teniendo, intactos, los votos de 2013 y 2015. “Doce puntos”, calcula.
No hay buen ánimo. Militantes con cargos intermedios en empresas estatales empiezan a temer por el futuro. Sobre esta plataforma resbaladiza debe hacer pie Martín Guzmán para una múltiple tarea que determinará el futuro del espatonces cio: reactivar la economía, atenuar la inflación, acordar con el Fondo. ¿Está el organismo multilateral en condiciones de llegar a un entendimiento con un funcionario que no puede prometer ni aun las medidas más elementales? Luis D’Elía, la CTA y varios movimientos sociales organizaron una marcha para el 13 de este mes en la puerta del Congreso contra el presupuesto, que se presenta ese día. “No estamos contra el Gobierno, al contrario –explicó D’Elía anteayer en su programa de radio Rebelde–. Queremos darle al Gobierno el respaldo popular para sentarse con los buitres internacionales. El problema no es el 14 de noviembre, es marzo del año que viene: Macri firmó para enuna cuota de 20.000 millones de dólares para pagarle al Fondo. ¿De dónde lo vamos a sacar, eso? Estamos acorralados: la única salida es el pueblo en las calles”.
Pero son detalles de una inquietud más abarcadora. Hacía tiempo que entre los empresarios no se percibía tanto pesimismo. No solo por la dirigencia política: advierten que, de tan hastiada, la sociedad argentina no estará por muchos años en condiciones de soportar decisiones impopulares. Un reciente sondeo de la Universidad Austral muestra además un significativo desprecio por el sector privado. “¿Usted cree que es preferible un país donde la mayor parte de las acciones provengan del Estado o de las empresas privadas?”, se pregunta, y el 62% de los consultados opta por el Estado. En el sector ABC1, donde se supone que debería haber menos inclinación por la asistencia pública, la respuesta llega al 54%. Hay que ir al universo de mayores de 60 años del total para encontrar, con lo justo, la única ventaja en favor de la actividad privada: 44% contra 41% de la estatal.
Tal vez sean solo declamaciones. Pasa en muchos ámbitos. El de la salud, por ejemplo: más del 70% de los pacientes se atiende en el sistema privado. Hasta la ministra. Días atrás, internada en el Sanatorio Otamendi para ser operada del apéndice, Carla Vizzotti requirió que lo hiciera el mismo cirujano que, hace un año, también ahí, había operado a Mauricio Macri de un tumor benigno en el intestino grueso. No pudo ser. Ironías del plan de vacunación: el doctor, una eminencia en este tipo de intervenciones, había viajado a Estados Unidos para aplicarse la tercera dosis de Pfizer.
“Yo imagino una decadencia perpetua”, concluyó ante el la nacion líder de una cámara empresarial. Aquella fantasía del miércoles de las renuncias –un presidente abroquelado en derredor del peronismo y de Guzmán para una administración alejada de Cristina Kirchner– duró apenas esa tarde. Massa se lo viene anticipando a sus confidentes de modo drástico: “Ella es impredecible, no hay opción para romper: se la van a tener que fumar a Cristina en todo”. Es entendible que, con tantos reparos, hasta los más experimentados se hayan querido pasar la pelota para evitar decirle a la jefa lo peor: que perdió.
“Yo imagino una decadencia perpetua”, concluyó ante el la nacion líder de una cámara empresarial. Aquella fantasía del miércoles de las renuncias –un presidente abroquelado en derredor del peronismo y de Guzmán para una administración alejada de Cristina Kirchner– duró apenas esa tarde. Massa se lo viene anticipando a sus confidentes de modo drástico: “Ella es impredecible, no hay opción para romper: se la van a tener que fumar a Cristina en todo”. Es entendible que, con tantos reparos, hasta los más experimentados se hayan querido pasar la pelota para evitar decirle a la jefa lo peor: que perdió.
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