Pequeños animalitos, de Hugo R. Correa Luna
Un mundo narrativo amplio y sin límites
José María Brindisi
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Los últimos años de la vida de Hugo R. Correa Luna (Buenos Aires, 1949-2020) propiciaron, hasta cierto punto, la reparación de una injusticia: la de la escasa circulación de su obra, que hasta entonces consistía –en términos de ediciones– en apenas un par de novelas y un lejano volumen de poesía. Dos novelas más, publicadas durante el bienio 2017-18 (Once campanadas a medianoche y, sobre todo, la extraordinaria Los árboles), lo situaron tardíamente en un ámbito literario en el que no abundan ni la elegancia de sus trazos ni la agudeza de su mirada. Luego de eso llegó el sacudón de esa otra injusticia, la de su repentina muerte, pero aquella instancia reparadora ha encontrado dos nuevos eslabones, que tal vez no sean los últimos.
Pequeños animalitos –el otro libro es el conjunto de poemas agrupados bajo el título La voz desanimada, editado por Paradiso– consta de tres extensos relatos, escritos a comienzos de la década de 1990, en torno a la familia Kashoga. Se trata de una misteriosa estirpe japonesa que ha migrado a la Argentina, anclando en un innominado paraje de –se presume– la provincia de Buenos Aires, con toda la carga bucólica y telúrica que podría esperarse, pero a la vez constituyendo algo así como un Nuevo Oriente enrarecido en la vecindad con otras familias de su mismo origen que, por razones no del todo claras, los desprecian.
Más que el contraste entre su sangre ancestral y las costumbres de esta tierra joven en que el destino ha depositado a los suyos, el conflicto que atraviesa a Juan del Corazón de Jesús Kashoga es, en el primero de los relatos, el de alguien que desea ser uno con el paisaje, como si este le diera sustento. El rizo al que refiere el título es una característica del pato macho –y hay aquí un ejemplar del mismo, suerte de antagonista literal y metafórico de Kashoga–, pero asimismo ilustra el desvío, el desvarío del que cualquiera puede ser víctima con solo tomar un primer sendero torcido. Parodia borgeana, pero de un Borges a su vez desteñido progresivamente en un registro a lo César Aira, “El rizo” es la primera de estas tres piezas absurdas, deliciosas, que se completan con “Begonias”, la más filosófica o existencial, y “Papel dorado”, ya un desmadre absoluto de múltiples resonancias cervantinas (y clásicas en general).
En un estilo que Correa Luna más adelante refinaría, y al mismo tiempo llevaría a ciertos extremos, el póstumo Pequeños animalitos le regala a los lectores una nueva oportunidad de disfrutar de la singular, finísima prosa del autor argentino, cuyos artilugios no parecen nunca quedar expuestos sino que construyen, con una naturalidad prodigiosa, un mundo cada vez más ancho. Un mundo al que, se diría, ni siquiera la muerte logra ponerle límites.
Pequeños animalitos
Por Hugo Correa Luna
Dábale arroz
160 páginas, $ 1500
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA