miércoles, 5 de octubre de 2016

LA INDIFERENCIA MATA


El lugar: un local de la costa atlántica. Miles de jóvenes bailan al son de la música electrónica. En lo que llaman el main floor, algunos de ellos se administran pastillas entre sí mientras sus conversaciones giran en torno de temas tales como esperar los efectos de lo que tomaron, cómo les pegan las sustancias y si sienten que los ponen suficientemente rápidos. Otros impregnan los dedos en un polvo blanco del que es imposible determinar si es ketamina o una forma de utilizar grupalmente una dosis de cocaína.


Esta descripción, que a la luz de las escalofriantes circunstancias vividas últimamente adquiere ribetes inquietantes, no surge de una trama de ficción. Forma parte de un estudio impulsado a mediados de enero de 2007 por la Subsecretaría de Atención a las Adicciones de la Provincia de Buenos Aires con el fin de hacer una primera evaluación del uso de drogas de diseño y estimar la proporción de consumidores y los niveles de "naturalización" con que circulan las sustancias psicoactivas ilícitas.


Un grupo de observadores, entre los que había sociólogos, psicólogos y egresados de ciencias políticas con entrenamiento específico, registró sólo las situaciones en las que el uso de drogas se produjo a la vista de todos. El análisis de la experiencia, firmado por Hugo Míguez, psicólogo e investigador del Conicet, destaca que "el consumo no se presentó como una conducta individual, sino como parte de una práctica grupal de intercambio festivo e inducción a una actividad de baile con importante descarga física y emocional". Y agrega un dato estremecedor: de 150 jóvenes observados, casi el 30% había consumido pastillas, que en esa oportunidad se llamaban Butterfly y que probablemente contuvieran éxtasis.



De este estudio ya pasaron casi diez años. Una década en la que se insistió en recomendar "Deciles no a las drogas" mientras, como subraya Míguez en otro trabajo, esta vez de 2015, "la sociedad ya había dicho sí a otras sustancias psicoactivas, como el alcohol, el tabaco, los energizantes y otros productos de acceso libre y legal".

Explica Míguez: "En tiempos y ambientes donde la evanescencia marca los vínculos humanos, algunos grupos juveniles hallan en los encuentros musicales espacios para una salida rápida a las necesidades de identificación y expresión emocional (...) A las exigencias de una asociación intensa y una comunicación instantánea, uniones volátiles que terminan y se recrean todo el tiempo, se asoció también el consumo de sustancias psicoactivas como un recurso para facilitar la empatía automática, encubrir la sensación de cansancio e ignorar las inhibiciones". Y agrega: "La sobreestimulación por las sustancias es otro escenario para la ilusión de completar aquello que se piensa que no se es y alcanzar a sentir lo que no se siente".
Según cálculos citados por Richard Davenport-Hines en La búsqueda del olvido. Historia global de las drogas (Fondo de Cultura Económica, 2003), el negocio internacional de estas sustancias ilícitas genera anualmente una cifra equivalente al 8% de todo el comercio internacional, aproximadamente el mismo porcentaje que el turismo y la industria del petróleo.


Se cuenta que Einstein solía decir que es una locura seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Algo falla si todos los días amanecemos con noticias de que se secuestran cargamentos de drogas mientras la venta de sustancias psicoactivas, legales e ilegales, no deja de aumentar.
Mientras tanto, se envían mensajes que desconciertan: por un lado, la condena y, por el otro, la celebración de artistas, periodistas y deportistas que revelan sus problemas con las drogas como si fueran una medalla que acompaña el éxito profesional.


Ojalá hubiera una solución fácil, pero el problema es intrincado, y todo indica que no se resuelve con una ley. Por algo da escozor el relato del mítico jefe de policiales del diario Crítica, de Botana, Gustavo Germán González: "Dice un viejo tango que «los muchachos de antes no usaban gomina, no se conocía cocó ni morfina». Nunca he escuchado una mentira mayor. Los de 1900 eran más viciosos que los de la actualidad. Cocaína se consumía por kilos, pero no entre la gente de condición humilde, sino entre los de buena posición, y gente de teatro y cabaret...".



Pasan las décadas y se soslayan ríos de tinta aunque nadie está exento de verse envuelto en esta telaraña sin fin.

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