martes, 29 de junio de 2021

EL SUFRIMIENTO DE LOS NIÑOS......LA POBREZA, BUSCAR UNA FAMILIA Y UN FUTURO INCIERTO


La larga espera: la historia de Pía y otros miles de chicos que sueñan con tener una familia
Tenía 7 años cuando llegó y hoy es preadolescente; como ella, muchas niñas y niños pasan más de tres años viviendo en hogares; por qué los tiempos suelen extenderse más de lo previsto

M. A. y S. F
Antes de que el eco del riiiinnnnng se pierda en la calma de la siesta, la cara de Pía asoma detrás de una cortina. Está esperando, atenta, a lo que el timbre pueda traer a ese hogar del conurbano donde vive desde hace cuatro años.
Llegó en septiembre de 2017 y el recuerdo de la tarde en que se bajó de un patrullero le quedó grabado en tres frases: “Me trajo la policía. Había muchos gritos. Me dieron la mano”. Los gritos eran de dos de sus familiares, que se negaban a dejarla en el hogar. La mano que la contuvo, la de María Laura, su directora, que le dijo: “Quedate tranquila, todo va a estar bien”. En esas palabras, la Pía de 7 años leyó entre líneas que estaba dejando atrás la violencia, llegando a un lugar seguro. Caminó sin mirar atrás. No lloró. Fue hacia la casita de las muñecas y se puso a jugar en silencio. Jamás pidió por su familia de origen. Tampoco nadie llamó ni preguntó por ella.


Hoy Pía es una preadolescente de 11 años y sabe que el timbre anuncia visitas. Desde que empezó la pandemia, son pocas las que llegan y la emoción se aprieta en risas nerviosas, en gritos de alegría. Las chicas y chicos se agolpan en la puerta. “Llegaron los periodistas”, dice alguien del otro lado, mientras se escucha el ruido de una llave correr en la cerradura. Pegada a la operadora de turno (una de esas mujeres todo terreno que cuidan a los niños del hogar durante las 24 horas), está Pía. El pelo largo y lacio hasta la cintura, los ojos rasgados, los hoyuelos profundos, la risa tímida. María Laura y Angie −que es abogada, voluntaria y parte del equipo técnico de la institución−, le explicaron que ese mediodía vamos a conocerla y a contar su historia, que habla de la de muchas otras infancias y adolescencias que viven en hogares.
Las últimas cifras oficiales dan un número par, redondo: en el país hay 9748 chicas y chicos con “medidas excepcionales”, el término legal que describe la decisión de separarlos de sus familias de origen, tras sufrir distintas violencias, para ponerlos bajo protección del Estado. 9748 historias de infancias vulneradas en sus derechos más elementales. El reloj empieza a correr mientras se define su situación: si se logra revertir la causa que los apartó de sus hogares, los chicos vuelven con su familia de origen o ampliada −lo que ocurre en el 90% de los casos− y, si eso no es posible, se les busca una nueva por medio de la adopción. Entre tres y cuatro años es el tiempo promedio que, según referentes y organizaciones que trabajan en la materia, pasan institucionalizados. A veces menos. Otras, mucho más.

La historia de Pía y las trabas que hacen que siga esperando una familia
¿Cuáles son las trabas por las que hay niños que esperan más de cuatro años en hogares?


Pía −para preservar su identidad, en esta nota la llamamos con ese nombre que no es el suyo− es una de esas niñas que esperan. Ese mediodía, sus compañeritos juegan en el jardín bajo un sol de otoño. En total son 10 chicas y chicos los que viven en el lugar, que depende de una fundación, y donde se intenta brindar un cuidado personalizado y amoroso, que se parezca más a un “hogar familiar” y menos a una "institución”. En parte −solo en parte− lo consiguen. Sus ventanales abiertos al verde, la luz tenue que se filtra por las cortinas, el olor que dejó el almuerzo en la cocina, le dan al living una atmósfera cálida. En el centro, hay una mesa de madera donde se hace la tarea, se dibuja o se pasa el rato. A un costado, un perchero que rebalsa de pequeños abrigos, de distintos colores y tamaños. Detrás de una barra que separa ese ambiente de la cocina, una decena de tazas se secan sobre la mesada.
Del living se abre un pasillo que lleva a los cuatro cuartos y los baños: el de las niñas, el de los niños y el de las operadoras. Esos baños con duchas e inodoros separados en cubículos como los de cualquier club; ese pasillo despojado con una Virgen en el fondo (“la Virgen del pasillo”, la bautizaron los chicos); esos cuartos de cuchetas en las que se acumulan peluches donados; el perchero abarrotado y hasta las tazas de la mesada; todo recuerda que esa no es una casa de familia.
Según la ley, el plazo de las medidas excepcionales no debería superar los 180 días. En ese tiempo, se debería determinar y efectivizar la vuelta con la familia de origen o la declaración de adoptabilidad.

Pía (primera a la izq.) juega a las muñecas con otras tres niñas del hogar

La habitación de Pía es también la de Nadia, la otra preadolescente del hogar. Dicen que son mejores amigas. Tiene dos camas con acolchados de florcitas rosas, cada una con su mesita de luz. En la de Pía, hay un rosario, un recipiente de plástico con forma de Mignon y una carpeta marrón para hojas oficio. Es la de plástica, la materia que más le gusta. Le pregunto si me puede mostrar lo que hay adentro. Se sienta en la cama y la abre. El primer dibujo que me muestra es el de una nena con la cara partida: en el lado izquierdo tiene la figura de un pájaro de alas de fuego. “El ave fénix”, dice arriba, escrito en lápiz. − ¿Quién es? −le pregunto intuyendo la respuesta. −La profesora nos dijo que hiciéramos un autoretrato −responde Pía, sin darle demasiada importancia.
La niña del dibujo es ella. Pía, el Ave Fénix.
Pía atravesó las violencias más dolorosas que puede vivir una niña. En noviembre de 2019, dos años después de que llegó al hogar, el juzgado que lleva su expediente declaró su situación de adoptabilidad. Pasaron dos más y sigue esperando tener “una mamá y un papá” o “una mamá sola”, como pide cada vez que la escuchan. Esas oportunidades no son muchas. Ser oídos, ese derecho fundamental que tienen las niñas y los niños, en el caso de Pía y según señalan desde el hogar, en su juzgado lo respetaron pocas veces.
“Todos los días que vengo, apenas Pía me ve, me pregunta: ‘¿Qué dijo mi juez? ¿Encontraron familia? ¿Me están buscando familia?’ Siempre me pregunta lo mismo. ¿Cómo le decís: ‘No, porque no cumplen con su deber, no respetan los plazos, no son profesionales, vos sos un expediente que está en la mesa de una persona que no te conoce la cara?’ ¿Cómo le explicás eso a una chica que tiene once años? Es muy difícil”. La que habla es Angie. Tiene la voz entrecortada por la impotencia.

En el jardín, disfrutando de la hamaca antes de hacer la tarea
La abogada explica que las medidas excepcionales deberían durar, según la ley y aunque pueden prorrogarse, 180 días. En el caso de Pía, fueron más de 730. “Lamentablemente, eso pasa con frecuencia”, agrega María Laura. La espera silenciosa de Pía no es un caso aislado.
¿Por qué se tardó casi dos años en decidir que debía buscarse para la niña una nueva familia por medio de la adopción? María Laura y Angie se miran. No saben por dónde empezar. “Desde que ingresó al hogar, pasó más de un año para que el servicio local pidiera su adoptabilidad sin razonabilidad en el tiempo transcurrido, ya que había quedado claro desde un comienzo que la familia de origen y ampliada no podía ni quería hacerse cargo. Luego, el juzgado consideró que no se había fundamentado bien el trabajo del servicio con los familiares, se volvió a pedir una nueva evaluación y transcurrió otro año hasta que se dictó la sentencia de adoptabilidad”, resume Angie.
En el medio, estuvieron las audiencias a las que la familia de Pía no se presentó, los llamados sin responder, los documentos con términos judiciales que se perdieron en los cajones de la burocracia. Desde el hogar cuentan que su madre no tuvo ninguna intención de apelar la sentencia de adoptabilidad, pero que aún así los tiempos se dilataron.
“¿Quién se hace responsable de esa espera, de esos años que pasan?”, es la pregunta que se hace Angie todos los días. Tiene la certeza de que entre tantos actores que intervienen, las responsabilidades se licúan, y los que pagan los platos rotos son los niños.
Al contrario de lo que suele pensarse, son muy pocos los bebés que ingresan en el circuito de la adopción: la inmensa mayoría de las chicas y chicos tienen más de 6 años y muchos son preadolescentes o adolescentes. Pía tenía 9. Cuando cumplió 10, tuvo una crisis de llanto. “¿Cuándo me toca a mí?”, preguntó una y otra vez al ver cómo las niñas y los niños más chiquitos, incluso los que habían ingresado al hogar después de ella, eran adoptados antes.
La Navidad pasada, desde el hogar le propusieron a los chicos que escribieran en un papel sus deseos. Cualquier cosa, lo que quisieran. Es una actividad que se repite todos los años y las respuestas son variadas: desde una bicicleta hasta una pelota. En 2020, todos pidieron lo mismo: una familia.

“Quiero una mamá y un papá”, dice Pía mientras dibuja al sol abrazada por una compañerita más pequeña
Sin postulantes
Según los datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua), actualmente hay 3024 personas y parejas inscriptas para adoptar en la Argentina. Casi el 90% se anotaron para bebés de hasta dos años. Menos del 2% estarían dispuestas a ahijar a niñas y niños de 11, como Pía. Es encontrar una aguja en un pajar.
Pía está en 6° grado, le encanta la música, bailar, los helados y ver novelas. Es coqueta y disfruta de pintarse las uñas, de peinar su pelo largo. Poner en palabras sus emociones, lo que desea o quiere, es algo en lo que está trabajando. Lo que sí expresa de forma constante, es su deseo de crecer junto a una familia que la quiera y la cuide.

Una voluntaria peina el largo pelo de la niña
En febrero, la esperanza de Pía parecía cerca de concretarse: comenzó a vincular con una mujer que tenía la intención de adoptarla, pero que no tuvo las herramientas para contenerla y avanzar con el proceso. El sistema tampoco pudo o supo acompañar. “Está tratando de sobrellevar esa dolorosa y traumática situación de una adopción que no prosperó, además de la incertidumbre que le genera saber que dentro de poquito cumplirá la edad límite para estar en este hogar, que es 12 años”, cuentan desde la institución. María Laura y Angie no comprenden por qué en su caso aún no se llamó a una convocatoria pública, esa herramienta −la última− que tienen las juezas y los jueces para encontrarles una familia a los chicos a los que más cuesta hallarles una: un llamado abierto a toda la comunidad.
Cuando sea grande, Pía dice que quiere ser abogada, como Angie, para “defender los derechos de los chicos''. La semana pasada tuvo una noticia que la puso tan contenta como triste. Nadia, su amiga, comenzará el proceso de adopción con una familia que la recibirá junto a sus cuatro hermanitos más chiquitos. Para Nadia, que ya tiene 12, el sueño se hizo realidad cuando ya estaba por apagarse.

La familia que imagina, dibujada por ella misma
Hace unos días, Pía le preguntó a María Laura: ¿Qué voy a hacer si nadie me adopta? A la directora del hogar se le cerró la garganta: “Te van a adoptar. Y además nunca te vamos a dejar sola”. Lo que muchas infancias dan por sentado, para otras es un privilegio. Un abrazo amoroso, una mirada personalizada, un “¿a qué te gusta jugar?”, el cuento a la hora de dormirse. Antes de salir por la puerta del hogar, una niña de 6 años me agarra fuerte de la mano. Es menuda y tiene los ojos grandes. Me pide upa. Nos abrazamos. “¿A dónde vas?”, le dice María Laura y nos baja a las dos a tierra. Esa niña, como Pía, también espera que suene el timbre y vengan a buscarla.

Cuatro cumpleaños fueron los que Pía pasó en el hogar. El próximo, sueña que sea en familia

Pobreza infantil: la peor hipoteca
Solo aplicando políticas de Estado serias y duraderas, producto de amplios debates y fuertes consensos, podrán empezar a desandarse tantas injusticias
Las apabullantes cifras de pobreza e indigencia impactan ferozmente sobre las franjas etarias de la niñez y adolescencia argentinas, carentes de alimento suficiente, vivienda, salud y educación. Según los datos del Indec difundidos recientemente, 2020 finalizó con una pobreza infantil –menores de 14 años– del 62,9%, que representa casi 7 millones de chicos que viven en hogares que no tienen ingresos suficientes para comprar una canasta mínima de alimentos básicos. Ni los planes sociales ni otros subsidios como la Asignación Universal por Hijo alcanzan para rescatar a los millones de argentinos golpeados por la recesión, mayor inflación, deterioro de los ingresos y caída del empleo.
El enorme impacto de la pandemia empobreció aún más a las personas vulnerables y arrastró también hacia abajo a amplios sectores de la clase media. Estos nuevos pobres provienen de la industria, el comercio, la gastronomía, la construcción y de profesiones independientes afectadas principalmente por la disposición de medidas de confinamiento y aislamiento social estricto y prolongado.
La pobreza evidencia que una sociedad no ha logrado generar las respuestas apropiadas ni articular un sistema educativo equitativo. Toda una generación de chicos y jóvenes está creciendo sin recibir la educación que merecen. Esto se suma a la lamentable pérdida de la cultura del trabajo que contribuyó a forjar los cimientos de la Nación y que hoy nos devuelve ya varias generaciones que solo han sabido descansar en la ayuda del Estado, sin entrenamiento laboral alguno, faltos de ideales y carentes de esperanza de progreso sobre la base del propio mérito.
Las políticas de los últimos años han sido decididamente ineficientes. Los modelos utilizados han derivado en un asistencialismo que no solo ha multiplicado exponencialmente la pobreza, sino que ha vuelto cada vez más dependientes y vulnerables a millones de argentinos.
Un sistema que no puede dar cabida a los más desprotegidos confirma su falibilidad tanto como la incapacidad de una dirigencia para revertir un estado de cosas que se agrava año tras año y que no se resuelve posponiendo largamente las soluciones estructurales sin las cuales no se podrá modificar tan obsceno escenario.
Nos preocupa promover la educación como instrumento insustituible, pero si falta el alimento a edad temprana ningún niño podrá desarrollar sus capacidades. Tampoco si se enferma porque vive a la intemperie o hacinado.
En medio de las escandalosas cifras de pobreza y marginalidad no escuchamos alzarse muchas voces que reclamen por tanto derecho alevosamente vulnerado. Más bien podría decirse que nos hemos instalado en una indiferencia colectiva que sirve para acallar conciencias solo despertadas cuando un caso concreto le pone rostro y nombre a la tragedia, al exponer la indignidad y la ausencia de derechos en las que tantos viven cotidianamente sumergidos. Para entonces revictimizarlos en una impune exposición de las miserias humanas. De quienes las padecen y de quienes hacen la vista gorda.
La pobreza es otra pandemia que urge resolver. Con soluciones y reformas de fondo para las que será imprescindible acordar y sostener decisiones. No habrá futuro para nuestros niños y jóvenes si no levantamos la pesada hipoteca que pende sobre ellos y apostamos a su educación.
Nos preocupa promover la educación como instrumento insustituible, pero si faltan alimento y salud a edad temprana ningún niño podrá desarrollar sus capacidades

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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