J’Accuse: Roman Polanski acude a la precisión quirúrgica para retratar un escandaloso proceso judicial
El controvertido director trae a la pantalla la velada persecución antisemita de la que fue víctima un capitán del ejército francés a fines del siglo XIX, acusado de traición
P. D. V.
J’Accuse: Roman Polanski acude a la precisión quirúrgica para retratar un escandaloso proceso judicial
J’Accuse (Francia, 2019). Dirección: Roman Polanski. Guion: Robert Harris y Roman Polanski, basados en la novela de Robert Harris. Fotografía: Pawel Edelman. Edición: Hervé de Luze. Música: Alexandre Desplat. Elenco: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud, Mathieu Amalric, Laurent Stocker, Eric Ruf, Vincent Pérez, Michel Vuillermoz. Distribuidora: CDI Films. Duración: 131 minutos.
El 13 de enero de 1898, el diario L’Aurore publicó en su portada una carta abierta al presidente de Francia titulada “J’Accuse” (”Yo acuso”), que con la firma de Emile Zola revelaba el escándalo que rodeaba al caso Dreyfus, con la destitución y el destierro de un capitán del ejército francés tras una acusación de espionaje que escondía una persecución por antisemitismo.
Sin esta sucinta explicación, quienes desconozcan el acceso de la opinión pública a cómo el capitán Alfred Dreyfus fue injustamente despojado de su condición militar y encarcelado en la Isla del Diablo seguramente no podrán establecer en toda su dimensión la importancia que la denuncia de Zola tuvo para la historia de Occidente y para el futuro rol de la prensa. Porque J’Accuse la película, en la mirada del experimentado y polémico realizador Roman Polanski, no centra su objetivo en la figura de Zola, sino en la reconstrucción con fino detalle de todo el proceso judicial que, impregnado de corrupción, soportó el acusado entre 1894 y 1906. Es decir, Dreyfus como auténtico protagonista del caso, aunque no del film.
Al rol encarnado por Louis Garrel como el militar caído en desgracia se le contrapone aquí el que delinea Jean Dujardin como el teniente coronel Georges Picquart, quien asume un reemplazo en el servicio secreto y descubre, junto a los vicios que exhibía esa oficina de inteligencia militar, un error de procedimiento que escondía otras intenciones.
Aún frente a la excelencia con la cual Polanski acomete la realización de su ¿última? película debe advertirse que J’Accuse es una relato que necesita tiempo y cierta colaboración del espectador para que todo el entramado de la historia (ajustada al complejo caso real), sea plenamente abarcable a partir de la segunda mitad del film. Cuenta para ello con un equipo técnico donde se destaca una fotografía sólo disfrutable en la gran pantalla y un sólido elenco con los nombres más importantes del cine francés contemporáneo. La dirección de arte recrea al milímetro las tapas de Le Petit Journal que ilustraron el caso; y así la historia de J’Accuse (más allá de las analogías sobre el propio Polanski, como se sabe, con una condena judicial y terribles acusaciones sobre sus hombros), es abordada reflexivamente y sin emoción pero con precisión quirúrgica, demostrando que permanece inalterable y vigente en su alegato frente al deterioro institucional.
J’Accuse (Francia, 2019). Dirección: Roman Polanski. Guion: Robert Harris y Roman Polanski, basados en la novela de Robert Harris. Fotografía: Pawel Edelman. Edición: Hervé de Luze. Música: Alexandre Desplat. Elenco: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud, Mathieu Amalric, Laurent Stocker, Eric Ruf, Vincent Pérez, Michel Vuillermoz. Distribuidora: CDI Films. Duración: 131 minutos.
El 13 de enero de 1898, el diario L’Aurore publicó en su portada una carta abierta al presidente de Francia titulada “J’Accuse” (”Yo acuso”), que con la firma de Emile Zola revelaba el escándalo que rodeaba al caso Dreyfus, con la destitución y el destierro de un capitán del ejército francés tras una acusación de espionaje que escondía una persecución por antisemitismo.
Sin esta sucinta explicación, quienes desconozcan el acceso de la opinión pública a cómo el capitán Alfred Dreyfus fue injustamente despojado de su condición militar y encarcelado en la Isla del Diablo seguramente no podrán establecer en toda su dimensión la importancia que la denuncia de Zola tuvo para la historia de Occidente y para el futuro rol de la prensa. Porque J’Accuse la película, en la mirada del experimentado y polémico realizador Roman Polanski, no centra su objetivo en la figura de Zola, sino en la reconstrucción con fino detalle de todo el proceso judicial que, impregnado de corrupción, soportó el acusado entre 1894 y 1906. Es decir, Dreyfus como auténtico protagonista del caso, aunque no del film.
Al rol encarnado por Louis Garrel como el militar caído en desgracia se le contrapone aquí el que delinea Jean Dujardin como el teniente coronel Georges Picquart, quien asume un reemplazo en el servicio secreto y descubre, junto a los vicios que exhibía esa oficina de inteligencia militar, un error de procedimiento que escondía otras intenciones.
Aún frente a la excelencia con la cual Polanski acomete la realización de su ¿última? película debe advertirse que J’Accuse es una relato que necesita tiempo y cierta colaboración del espectador para que todo el entramado de la historia (ajustada al complejo caso real), sea plenamente abarcable a partir de la segunda mitad del film. Cuenta para ello con un equipo técnico donde se destaca una fotografía sólo disfrutable en la gran pantalla y un sólido elenco con los nombres más importantes del cine francés contemporáneo. La dirección de arte recrea al milímetro las tapas de Le Petit Journal que ilustraron el caso; y así la historia de J’Accuse (más allá de las analogías sobre el propio Polanski, como se sabe, con una condena judicial y terribles acusaciones sobre sus hombros), es abordada reflexivamente y sin emoción pero con precisión quirúrgica, demostrando que permanece inalterable y vigente en su alegato frente al deterioro institucional.
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Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson y Salma Hayek encabezan el elenco de este film que no trae nada nuevo, apenas una sucesión de rutinas desganadas, chistes gastados y mucho ruido
M. S.
Duro de cuidar 2: grandes nombres para una secuela
Duro de cuidar 2 (Hitman’s Wife’s Bodyguard, EE. UU-Reino Unido/2021). Dirección: Patrick Hughes. Guion: Tom O’Connor, Philip y Brandon Murphy. Fotografía: Terry Stacey. Música: Atli Orvasson. Edición: Patrick J. Duthie y Jack Hutchings. Elenco: Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson, Salma Hayek, Antonio Banderas, Morgan Freeman, Frank Grillo. Distribuidora: BF París. Duración: 100 minutos.
En 2017 se estrenó Duro de cuidar, una comedia de acción que funcionaba porque se enorgullecía de sus excesos. La forzada alianza entre un experto guardaespaldas y un criminal desquiciado dejaba a la vista, en clave de parodia descarada y ultraviolenta, unos cuantos clisés del policial contemporáneo. Como muchos creyeron que la historia daba para más llegó esta secuela inevitable, que terminó revelándonos un gigantesco equívoco. Todo había sido dicho en la película original, tan recargada que dejó exhaustos de ideas y de energías a quienes concibieron este regreso.
La primera Duro de cuidar tenía bastante mordacidad y los personajes sabían reírse de su propia desvergüenza. Si la idea era repetir (y recargar) la fórmula nada de eso funcionó. La secuela es un desfile de rutinas desganadas, chistes gastados, una narración con saltos y cambios de tono inexplicables y mucho ruido. Al ser todo tan gratuito, el desparpajo de la primera aventura se transforma aquí en pura vulgaridad. El cotizado elenco transpira la camiseta, pero está a la altura del contexto. Basta comparar a este pálido Ryan Reynolds con el de Free Guy. Queda el modesto disfrute de algunas panorámicas con bellos escenarios europeos (la campiña italiana, sobre todo) y de unos pocos chistes bien colocados; el mejor de ellos aparece después de los títulos finales.
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Duro de cuidar 2 (Hitman’s Wife’s Bodyguard, EE. UU-Reino Unido/2021). Dirección: Patrick Hughes. Guion: Tom O’Connor, Philip y Brandon Murphy. Fotografía: Terry Stacey. Música: Atli Orvasson. Edición: Patrick J. Duthie y Jack Hutchings. Elenco: Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson, Salma Hayek, Antonio Banderas, Morgan Freeman, Frank Grillo. Distribuidora: BF París. Duración: 100 minutos.
En 2017 se estrenó Duro de cuidar, una comedia de acción que funcionaba porque se enorgullecía de sus excesos. La forzada alianza entre un experto guardaespaldas y un criminal desquiciado dejaba a la vista, en clave de parodia descarada y ultraviolenta, unos cuantos clisés del policial contemporáneo. Como muchos creyeron que la historia daba para más llegó esta secuela inevitable, que terminó revelándonos un gigantesco equívoco. Todo había sido dicho en la película original, tan recargada que dejó exhaustos de ideas y de energías a quienes concibieron este regreso.
La primera Duro de cuidar tenía bastante mordacidad y los personajes sabían reírse de su propia desvergüenza. Si la idea era repetir (y recargar) la fórmula nada de eso funcionó. La secuela es un desfile de rutinas desganadas, chistes gastados, una narración con saltos y cambios de tono inexplicables y mucho ruido. Al ser todo tan gratuito, el desparpajo de la primera aventura se transforma aquí en pura vulgaridad. El cotizado elenco transpira la camiseta, pero está a la altura del contexto. Basta comparar a este pálido Ryan Reynolds con el de Free Guy. Queda el modesto disfrute de algunas panorámicas con bellos escenarios europeos (la campiña italiana, sobre todo) y de unos pocos chistes bien colocados; el mejor de ellos aparece después de los títulos finales.
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