sábado, 25 de septiembre de 2021

LOS ZOMBIES VIENEN MARCHANDO


El kirchnerismo firma su acta de defunción

Héctor M. Guyot

La nueva conformación del Gobierno resulta tan inesperada como curiosa. No hay duda de que se trata de una administración intervenida. Al Presidente solo le han dejado, acaso en otro acto de imprudencia, la palabra. Sin embargo, Alberto Fernández está intervenido por Cristina Kirchner tal como la vicepresidenta, a su vez, está intervenida por el peronismo más rancio. En un gesto desesperado, ella misma lo convocó tras la paliza sufrida en las PASO: a los bomberos que entran a apagar el incendio que devora la casa se les perdonan el prontuario y las ofensas recibidas. En medio de este doble juego de pinzas, el análisis fino de las tensiones que circulan entre todos estos enemigos íntimos agónicamente abrazados (nos salvamos juntos o nos hundimos juntos) hará las delicias de los observadores que ponen el foco en los turbios meandros de la lucha por el poder. Les dejo a ellos esta tarea ardua y necesaria para detenerme en una evidencia que, estimo, no conviene soslayar.
Más allá del resultado que deparen las elecciones de noviembre, la deriva de este gobierno supone la firma del acta de defunción del kirchnerismo. No porque se haya entregado, mientras las llamas avanzan, a los brazos de una quinta caballería que está en las antípodas de aquello que decía defender. Más bien, porque lo que esto denota es que el kirchnerismo nunca existió, que no fue en verdad más que una ilusión bien urdida, una máscara para ocultar al viejo peronismo con una cosmética que velaba la misma pulsión de siempre tras la pátina de una falsa épica ante la que sucumbió medio país.
En otras palabras, el relato fue un truco para esconder que Sabina Frederic y Aníbal Fernández son lo mismo. Así como son lo mismo Cristina Kirchner y Juan Manzur, o Santa Cruz y Tucumán. En esta línea, cerrar o abrir todo da lo mismo y no depende del avance o retroceso del virus, sino de aquello que los iguala a todos y hace que la izquierda y la derecha del peronismo sean, también, lo mismo. Hablo de la atracción excluyente por el poder, del hecho de que solo se inclinen ante ese dios y lo demás revista un carácter instrumental.
Las facciones mezcladas en el Gobierno confían en la fórmula que les ha permitido dominar la política nacional durante décadas: el Plan Platita. Lo dejó en claro Gollán
Las PASO tuvieron la virtud de poner en marcha un peronismo explícito que parece dispuesto a todo para no perder los privilegios y la impunidad que en la Argentina confiere el poder. Las facciones mezcladas en el Gobierno coinciden también en los medios para lograrlo, es decir, confían en la fórmula que les ha permitido dominar la política nacional durante décadas. Lo dejó en claro Daniel Gollán, candidato a diputado del oficialismo. “La foto [de la fiesta privada en Olivos durante la cuarentena dura] con un poco más de platita en el bolsillo es otra cosa”, contó que le dijo una señora en un barrio. “Eso es lo que valora la gente”, rubricó enseguida el exministro de Salud de la provincia. Traducido: los que mandan pueden violar la ley y caer en la corrupción más abyecta siempre que pongan algo de platita en el bolsillo de la gente para comprar su voto. A Gollán lo traicionó su inconsciente. Reflejó así la forma en que el kirchnerismo subestima y hasta desprecia a los pobres. ¿Puede sorprender entonces que para salvar la nave del naufragio Cristina Kirchner haya llamado, tanto en la Nación como en la provincia de Buenos Aires, a los expertos del clientelismo y de la trampa? El oficialismo no tiene más proyecto que el Plan Platita. Y lo pone en práctica con un desparpajo inédito, síntoma de una decadencia que parece el prólogo del fin de una era. Los pobres quieren algo más que poder llevarse el pan a la boca. Aspiran a un horizonte que el peronismo les niega.
A medida que el relato se oxida, Cristina se debilita. Y, débil como está, apela a los buenos muchachos. Eso daña todavía más el relato y exhibe su debilidad. Pero la cosa no está para sutilezas. Todos a cubierta y con el balde, hay que sumar músculo para achicar el agua, que sigue entrando y amenaza con empujar el barco por debajo de la línea de flotación. Ya arreglaremos las cuentas pendientes entre nosotros y a la vieja usanza, con el puñal bajo el poncho. Agradezcamos mientras tanto que las cosas feas con que nos tiramos entre nosotros (acusaciones de corrupción, de narcotráfico, de fraude electoral) no se han investigado en serio y por eso hoy podemos estar acá, juntos, unidos por la marchita, sonrientes y a los abrazos, remando todos para el mismo lado.


Al fin y acabo, parece un capítulo más en la historia de siempre. Primero, a cantar a coro para asegurar el voto. Después, a bajar la cabeza y alinearse detrás del más fuerte, para mantener el poder político y sindical acumulado a lo largo de décadas. Lo vienen haciendo desde el 83, frente una sociedad que reincide perpetuando la calesita y la trayectoria descendente de un país en el que solo prosperan los que administran el dinero de todos y los invitados a participar del festín corporativo. Esta vez, sin embargo, el parte climatológico ha puesto en duda el derrotero del barco, que en medio de la tormenta exhibe sin pudor lo que lleva en las bodegas. Esta vez, el agua en la que reman sin reglas y sin estilo se ha puesto más espesa.

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