viernes, 19 de abril de 2024

LA DESIGNACIÓN DE LA CORTE Y SANTIAGO DE ESTRADA


La designación de La corte Un llamado a la responsabilidad

Facundo Suárez Lastra

De las tareas que asigna la Constitución a los senadores, aprecio como una de las más importantes la de otorgar acuerdo a la propuesta del presidente para integrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
La Corte, uno de los tres poderes del Estado, tiene la particularidad de no quedar sometida a la evaluación popular periódica que significa una elección. Los presidentes, los vicepresidentes, los senadores y los diputados deben renovar sus mandatos mediante una elección cada cuatro o seis años según el caso. Limitación adecuada que apunta a evitar la perpetuación en los mismos puestos de poder a los ciudadanos a quienes se ha otorgado representación.
Al designar un miembro de la Corte, el presidente y el Senado, con su acuerdo, están asignando una posición principal en el Estado a quien, dependiendo de la edad o la propuesta, adquiere un poder que podría perpetuarse por hasta 45 años, sin revalidación electoral. De aquí que se pueda considerar estos acuerdos la tarea más importante a cargo del Senado de la Nación y, en consecuencia, la idoneidad, integridad, trayectoria e independencia de todo tipo de intereses sectoriales son fundamentales al momento de evaluar a los candidatos propuestos.
La sorpresiva propuesta del presidente Milei de dos candidatos para integrarla ha comenzado a tener fundados reparos en distintos ámbitos: a los antecedentes de uno de los dos candidatos, el juez Lijo, y también al hecho de que durante varios años ninguna mujer formará parte de ella.
Por su obviedad, no abundaré en argumentos a favor de la integridad de los jueces y de la imporlas tancia de la incorporación de mujeres a la Corte; me concentraré en resaltar la importancia de que el Senado no otorgue el acuerdo para la designación del juez Lijo. No estamos frente a una negociación más de las que son habituales, razonables y sanas en una sociedad plural. Estamos frente a una decisión que marcará el carácter del tribunal superior de la Nación y la calidad institucional de nuestro país por años que exceden en mucho el mandato de un gobierno.
Así como el electorado manifestó una firme voluntad de cambio frente a un modelo agotado, incapaz de resolver los desafíos de la estabilidad de la moneda, de generar empleos suficientes y bien remunerados por parte del sector privado, plagado de injusticias, agobio a los contribuyentes por la elevada y excesiva presión tributaria y corrupción generalizada, hay que apelar a esa misma capacidad de entendimiento para que se comprenda que solo con instituciones sólidas, conducidas por personas capacitadas e íntegras, se podrá sacar al país adelante.
El Congreso está llamado a tener un papel fundamental en la posibilidad de que, por fin, nuestro país tome el rumbo del progreso sostenido en el tiempo. No puede ser una fuerza conservadora convertida en dique de contención de los cambios que la sociedad reclama y necesita, ni tampoco convalidar el destrato a instituciones, al pluralismo y al diálogo y sobre todo la falta de empatía con el sufrimiento de los sectores populares y la clase media.
Hay claras señales de la sociedad de entender la necesidad de cambios y aceptar el esfuerzo y aun en muchos casos el sacrificio que implican, en la esperanza de que un nuevo rumbo nos saque de la decadencia que se está volviendo crónica. Esta actitud requiere como contrapartida por parte de los gobernantes, ejemplaridad, empatía con el sufrimiento, austeridad, humildad y también buenos modales, aunque esto parezca una nimiedad.
Apelo a que los senadores de mi partido, el radicalismo, asumiendo la responsabilidad de la hora, tengan la conducta cívica que este tiempo reclama y contribuyan a que el Senado en su conjunto rechace esta propuesta del Presidente y lo exhorte a enviar una propuesta a tono con la necesidad de integridad institucional que se requiere.
No se trata de procurar un frente opositor para torcer la voluntad del oficialismo y anotarse una cornada más en la pelea de dos bueyes bravos. Se trata del ejercicio a pleno del poder propio que, a poco más de un tercio de los presentes en el Senado, permita abrir un diálogo del que surja una propuesta que integre a la mujer y sea intachable.
No es hora de cálculos oportunistas ni de negociaciones por las urgencias de hoy que comprometan el mañana; es hora de que se entienda, como entendió Leandro Alem, que en política no se hace lo que se puede, se hace lo que se debe. ●

Dirigente radical, diputado nacional (MC) y exintendente de la ciudad de Buenos Aires


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Una dilatada y destacada trayectoria pública
Carlos A. de Kemmeter

Luego de una dilatada y destacada trayectoria pública, el pasado 8 de abril falleció en Buenos Aires Santiago Manuel de Estrada. El mundo político lo llora. La Iglesia agradece todos sus desvelos. Aquellos que lo han conocido atesoran su testimonio de integridad, hombría de bien y honestidad. Nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1935, en el seno de una familia de sólidas raíces cristianas y tradición argentina. Llevaba en los íntimos hábitos de la sangre el germen que marcaría su vida de político y dirigente católico amante de “nuestro” país, como le gustaba decir.
Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas, se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires y luego ejerció diversos cargos durante su extensa vida pública, en diferentes gobiernos que siempre lo convocaron para contar con su capacidad, su criterio y su experiencia. Cargos que nunca buscó, sino que le fueron ofrecidos en mérito a sus valores. Era un verdadero “hombre de Estado”, que ocupó funciones en los tres poderes de gobierno, y que transmitía un profundo conocimiento y experiencia sobre el funcionamiento de la cosa pública.
Entre otros cargos, fue secretario del fuero penal de la Capital Federal, subsecretario y secretario en materia de Seguridad Social, subsecretario de Desarrollo Social, titular de PAMI, embajador ante la Santa Sede durante el pontificado de Juan Pablo II; fue electo diputado nacional, legislador, vicepresidente primero de la Legislatura porteña, miembro de la Auditoría General de la ciudad de Buenos Aires, y fue secretario de Culto de la Nación.
Como lo destacó en sus emotivas palabras el cardenal Mario Poli en la misa de cuerpo presente que se celebró en la Iglesia del Pilar, Santiago de Estrada fue un hombre de la verdadera política, comprometida con el bien común y el servicio auténtico a los demás; con una sensibilidad y preocupaactuaba ción especial por los pobres, los enfermos y los vulnerables. Un hombre de escucha, de diálogo y de construcción de puentes. Una persona de consejo.
Y fue además un hombre de profunda fe, una persona cercana a la Iglesia, un caballero cristiano de arraigada coherencia que transmitió –con el ejemplo elocuente de su conducta– la difusión de las verdades evangélicas, y que prodigaba su caridad para la ayuda concreta de los demás. Era un hombre noble, sereno, de riqueza interior, con la capacidad de escuchar a todos quienes se acercaban en busca de criterio y auxilio, y con la mirada comprensiva de quien acoge la necesidad del otro y procura paliarla.
Hizo suyas las palabras de Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio”. Y ese testimonio se veía enriquecido e iluminado aún más por la luz de su humildad, pues en silencio y sin alardes, con la naturalidad y sencillez de quien se sabe portador de una misión, y con la íntima convicción de que esta se cumple en mayor medida si se ejecuta sin estridencias.
Era consciente de que quien ha recibido más debe dar más. De que el legado patriótico y cristiano es un don, pero también una tarea responsable. De que la autoridad debe dar vida a los demás a través del servicio verdadero y comprometido. Como decía Saint-Exupéry, parecerá que ha muerto, pero no será verdad. Tal como transmiten las palabras del poeta latino Horacio que pueden leerse en la pared de entrada de la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro de la ciudad de Buenos, en la placa recordatoria de su bisabuelo José Manuel de Estrada: “non omnis moriar” (“no moriré del todo”), Santiago vive y vivirá siempre. No solo porque ya vive la vida del Padre en Cristo, sino porque jamás la patria dejará que su recuerdo perezca.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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