martes, 16 de abril de 2024

LA HISTORIA DE JULIO CÉSAR...EL GRAN CONQUISTADOR






Fue el conquistador más grande en la historia de Roma, pero cayó por culpa de su ambición
Julio César
Dejó su nombre ligado a los triunfos y el poder; empezó como soldado raso y llegó a ser el hombre más importante de su tiempo, pero cosechó muchos enemigos, que le pusieron fin a su vida
Carlos Manzoni
Empezó como soldado raso y terminó convertido en amo y señor de la república romana, pero en el camino, su ambición por el poder le hizo ganar varios enemigos que terminaron por quitarle la vida antes de que llegara a cumplir 57 años. Julio César, que de él se trata, dejó su nombre para siempre ligado al poder y los triunfos, pero también al hastío y la debacle que genera la desmesura.
Hijo de un político popular del mismo nombre y de Aurelia, una matrona romana, Cayo Julio César nació el 13 de julio del 100 Antes de Cristo (a.C.), en la Suburra, un humilde barrio de la Antigua Roma. El hombre que algún día manejaría todos los hilos de la mayor potencia de su tiempo tuvo su origen en una familia patricia de escasos recursos.
Único hijo varón, su infancia transcurrió en un ambiente femenino, junto a su madre y sus hermanas, Julia la Mayor y Julia la Menor. Tal como cuenta Miguel Ángel Novillo López, en su libro Breve Historia de Julio César, cuando éste tenía 15 años su padre murió de un ataque cardíaco mientras se calzaba, así que el joven Julio pasó a ser el pater familiae.
En el año 84 a.C. se casaría con Cornelia, con quien un año después tendría a su única hija, Julia. Luego de la muerte de Cornelia, en 69 a.C., se casó con Pompeya, de la que se separó en 61 a.C. (fue en ese momento cuando César pronunció la famosa frase “La mujer de César no solo tiene que ser honesta, sino que también tiene que parecerlo”). Por último, se casó con Calpurnia (aunque también tuvo de amante a Servilia y Cleopatra, reina de Egipto, con quien tuvo un hijo al que llamaron Cesarión).
Pero, más allá de sus asuntos sentimentales, es necesario retroceder hasta sus comienzos para tener una noción de lo que fue su carrera. Ubicado en el bando contrario al del dictador Sila, no tardó mucho en caer en desgracia. Muerto su oponente, volvió a Roma, pero decidió ir a estudiar retórica con el maestro Molón de Rodas.
Tal como relata Agustín Saade, profesor de la Universidad de Buenos Aires, que dicta la asignatura Historia Antigua II, fue justamente en un viaje a Rodas –isla griega que había sido conquistada por Roma en 297 a.C.– cuando lo capturaron unos piratas y ahí se empezó a vislumbrar la personalidad de Julio César. “Al ver que sus captores pedían solo diez talentos por su rescate, él les dijo muy enojado que era un hombre importante y que debían pedir 50 talentos”, comentó el historiador.
Pero no solo eso, les juró a sus captores que él iba a sobrevivir, iba a volver por ellos y los iba a crucificar. Tiempo después, reunió unos hombres, atrapó a los piratas y, efectivamente, los crucificó. Las víctimas, que habían entrado en confianza con él durante su cautiverio, suplicaron al menos morir decapitados, pero Julio César fue inflexible.
Él tenía bien claro que solo a través del ejército podría alcanzar lo único que todo romano anhelaba en esa época: la gloria. En Lesbos, cuando contaba con tan solo 19 años, tuvo el primer cara a cara con la muerte: un enemigo lo tenía en el suelo para rematarlo, pero justo en ese momento llegó un compañero en su auxilio y le salvó la vida.
Busto de Julio César
Era apenas un soldado raso del ejército romano, pero fue subiendo de rango hasta convertirse en un guerrero de elite. Muchos progresaron junto a él, pero César fue el único que alcanzó la excelencia: era calculador y precavido, pero sobre todo era un hombre de acción.
A los 40 años, hizo una jugada maestra al unir a Craso y Pompeyo, dos generales que estaban enfrentados a muerte. Los convenció de dejar los rencores de lado, para formar con él lo que se conoció como el Primer Triunvirato. ¿Su tajada? En el año 59 a.C. fue nombrado cónsul, el cargo más alto al que se podía acceder en la república romana.
Luego de un tiempo de aprobar leyes para Pompeyo y Craso, Julio César fue desplazado de su cargo y enviado a una provincia. Fue un trago amarguísimo para él, que corrió desolado a contarle su pena a su amante, Servilia. Esta, que era la madre de Bruto (considerado como un hijo por Julio César), pero además una de las mentes más brillantes de su época, no solo lo consoló, sino que le abrió los ojos. “Hay muchas oportunidades en las provincias”, le dijo. Y lo alentó a partir y forjar desde lejos su propio destino.
La Guerra de las Galias
Así fue cómo Julio César se instaló en el límite con la Galia, lo que hoy es Francia, Bélgica, parte de Suiza, Países Bajos y Alemania. Este era un territorio aún no conquistado por los romanos, poblado por feroces tribus que amenazaban con invadir Roma (que protegía esa frontera con cuatro legiones). César vio una oportunidad allí y decidió invadir Galia, asumiendo dos riesgos: ser derrotado por los galos y morir en sus manos o ganar y ser declarado traidor por el Senado, ya que no se podía invadir territorio sin autorización (se trataba de un delito penado con la muerte).
En el año 58 a.C., César invadió Galia con cuatro legiones de 20.000 hombres e hizo algo nunca visto: abandonó las líneas romanas de suministro y obligó a sus hombres a vivir de lo que encontraban en la tierra conquistada. Para 56 a.C. ya había conquistado la mayor parte del territorio galo. Cuando se empezaron a ver los reportes de estos éxitos (escritos por él mismo), el pueblo romano comenzó a verlo como un héroe y más soldados se unieron a su ejército, entre ellos un joven perteneciente a la rama plebeya de familia de los Antonios llamado Marco Antonio.
Para su gran conquista, César se aprovechó del hecho de que las tribus galas estaban divididas, algo que le permitió derrotarlas una a una, por separado. Pero cuando solo le quedaba una porción de Galia por morder, emergió ante él un despiadado general galo, Vercingetorix, que unió a todas las tribus bajo su mando y decidió impedir el avance final romano.
La primera estrategia que aplicó Vercingetorix fue la del “campo arrasado”, es decir, hizo quemar todo a su paso para que las legiones romanas murieran de inanición. Luego, se atrincheró en la ciudad de Alesia con 60.000 hombres. Pero Julio César, con gran lucidez, lo hizo caer en su propia trampa: ordenó construir un muro alrededor de Alesia y cortó la posibilidad de suministros.
El líder galo, a punto de morir de hambre junto con su gente, recibió la noticia de que un gran ejército venía en su ayuda. Julio César también se enteró y llevó a cabo otra de sus genialidades: mandó a construir un nuevo muro, quedando así todo el ejército romano en una franja de unos 180 metros entre el muro de Alesia y el muro que lo separaba de los atacantes de refuerzo.
Llegaron más galos de los que César esperaba, 120.000. Con solo 60.000 romanos, debía enfrentar la batalla final: si llegaba a ser derrotado, lo perdería todo, pero si ganaba, sería el mayor conquistador en la historia de Roma. Vercingetorix arengó a su gente y los gritos que llegaban hasta los romanos eran aterradores. Entonces, César se paró ante sus hombres y les dijo: “Escuchen. Son gritos de desesperación. Quieren matarnos a todos, pero no lo voy a permitir. Somos soldados romanos y volveremos a Roma como conquistadores”.
La batalla fue tremenda. En un momento, los galos superaban a los romanos, pero César sacó otro as de la manga: abrió él mismo el muro exterior y mandó a su caballería en un movimiento envolvente contra los atacantes exteriores. Estos pensaron que estaban rodeados y escaparon. Desde el interior de Alesia, Vercingetorix supo en ese preciso instante que todo estaba perdido y se rindió a sus pies. César había triunfado una vez más.
La rendición de Vercingetorix en la versión inglesa de "Asterix el Galo", 1959Éditions Albert René
Sabiendo lo que le esperaba, Julio César emprendió el regreso a Roma, una ciudad donde ya había sido declarado traidor por, como se dijo, invadir territorio extranjero sin permiso del Senado. En esa condición llegó hasta el borde del río Rubicón. Si cruzaba con un ejército ese límite, que dividía la Galia Cisalpina de Italia, automáticamente sería tomado por invasor de Roma.
Julio César no dudó y el 11 de enero del 49 a.C. tomó una de las decisiones más recordadas de la historia: “Cruzó el Rubicón”. Desde ese día, esa expresión es usada para indicar que se ha sobrepasado un límite y que ya no hay posibilidad de dar marcha atrás. Según algunos historiadores, es allí mismo cuando pronuncia otra famosa frase: “Alea jacta est”, que en latín significa “la suerte está echada”.
Se desató así una terrible guerra civil contra Pompeyo y los optimates, la facción aristocrática del Senado. Pero César no solo tenía al pueblo de su lado, ya que era considerado el mayor conquistador romano hasta ese momento, sino que también tenía un gran ejército, por lo que terminó triunfando (aunque no es él quien mata a Pompeyo, puesto que este muere a manos de los egipcios, a quienes había recurrido para pedirles ayuda).
En julio del 46 a.C., César ya se había convertido en amo y señor de Roma, con un poder enorme y, además, legitimado por el Senado como dictador por un plazo sin precedentes de 10 años. Hay que recordar que el término dictador en la república romana no tenía el significado que tiene hoy, sino que se refería a un magistrado que tenía autoridad ejecutiva para un mandato otorgado por el Senado.
Pero no conforme con eso, César fue más allá y poco después se nombró a sí mismo dictador perpetuo. Para adornar aún más su figura, en septiembre de ese mismo año 46 a.C. celebró sus triunfos con un fausto jamás antes visto (que incluyó, entre otras cosas, la ejecución de Vercingetorix).
El hombre que alguna vez fue un soldado raso se había convertido en un dios y ahora no alcanzaba el mármol para esculpir estatuas en su honor. Amado por su ejército, por su pueblo y por parte del Senado, César estaba en su mejor momento. Pero... tanto brillo estaba a punto de llegar a su fin, y de la manera más abrupta y sangrienta.
La desmedida ambición, el acaparamiento de todo el poder en sus manos y la intención de eternizarse en su cargo no eran actitudes que les gustaran a todos. En el camino hacia su gloria personal cosechó muchos enemigos, que empezaron a pensar que más que un dios, era un verdadero peligro para la república. En cierto sentido, como opinó Mary Beard, la historiadora británica especialista en Roma Antigua, en una entrevista en el diario español El Mundo: “El populismo empezó con Julio César”.
En los idus de marzo (el día 15 de ese mes) del año 44 a.C., un grupo de senadores convocó a César sorpresivamente al Foro para leerle una petición. Tal como se reconstruye en Breve Historia de Julio César, justo al pasar por el Teatro de Pompeyo, camino al Foro, el dictador fue interceptado por los propios senadores y conducido a una habitación anexa, donde le entregaron la petición.
Cuando César empezó a leer, Tulio Cimber le tiró de la túnica, algo que estaba prohibido hacerle a semejante autoridad. Esa era la señal que esperaba el resto de los confabulados para hacer lo que habían planificado: asesinar al dictador que se había “adueñado” de Roma. Al instante, Servilio Casca le hizo un corte en el cuello con una daga. Entonces, César le clavó un punzón de escritura en el brazo y le dijo: “¿Qué haces villano?”.
La muerte de Julio César, de Vincenzo Camuccini (1806), que se encuentra en el Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles
Casca pidió auxilio al resto de los conspiradores y, ahora sí, la suerte estaba echada: el grupo completo de senadores se fue encima de Julio César y le asestó 23 puñaladas. Entre ellos estaba su hijo adoptivo, Bruto –como se dijo, el hijo de su amante, Servilia–.
Sobre su muerte hay decenas de versiones, que han sido aportadas por historiadores, dramaturgos, novelistas, poetas y cineastas, ya que la descripción de su asesinato la escribieron entre varios y muchos años después de que sucediera. Los primeros que escribieron sobre esto fueron los historiadores romanos Plutarco, Suetonio, Dion Casio, entre otros, pero a lo largo lo han seguido muchos más.
Por esta razón, como señaló Mary Beard, muchos detalles de este magnicidio siguen siendo hasta la actualidad una incógnita. Por ejemplo, no hay certeza alguna de que César haya dicho la famosa frase en latín Tu quoque, fili mei (”Tu también, hijo mío”), dirigida a Bruto, al ver que este estaba entre sus asesinos. Incluso hay quienes afirman que, en el caso de que la hubiera dicho, lo habría hecho en griego y no en latín.
Lo que sí está claro es que sus asesinos fueron muchos y que le asestaron 23 puñaladas, aunque, tal como informó Antistio, el médico de Cesar, que fue el primero en examinar el cadáver, solo una de esas puñaladas resultó mortal –la que se le dio por la espalda y le llegó al corazón–, ya que las otras 22 fueron muy débiles.
Se terminó así la vida de quien es considerado uno de los personajes más importantes de la historia y el mayor conquistador romano que se haya visto jamás. Alguien que dejó su sello en la Roma Antigua, que tiene un mes en su honor y cuyo nombre quedó para siempre como una forma de designar al jefe máximo: no solo la mayoría de los emperadores romanos se llamaron así, sino que “zar”, en ruso, y “káiser”, en alemán derivan de la palabra César. Asombroso, para alguien que empezó a forjar su destino como un simple soldado raso.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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