viernes, 26 de abril de 2024

LA MARCHA Y OPINIÓN


En la UBA, mezcla de sensaciones en el regreso a las aulas
“La marcha se desvirtuó”, dijeron alumnos ayer al evaluar la masiva movilización
María NöllmannConsignas políticas en Ciudad Universitaria
Las facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) amanecieron ayer como de costumbre, con corrientes de alumnos subiendo por sus escalinatas, entrando a las clases, reuniéndose en las cafeterías para terminar trabajos prácticos o hacer una última leída de sus apuntes antes de ingresar a un parcial.
Anteanoche, muchos de esos apuntes eran extendidos en medio de la marea humana que componían los estudiantes encolumnados de la UBA, que, en medio de la multitudinaria marcha en defensa de la educación pública y contra el recorte presupuestario a las universidades, intentaban avanzar sin éxito por la Avenida de Mayo a la Casa Rosada.
Por eso, si bien ayer la rutina fue retomada como siempre, para estudiantes, docentes y demás empleados, algo cambió. En aulas, pasillos y oficinas sobrevolaban una mezcla de emociones que iban de la emoción a la impotencia.
“Me conmovió muchísimo. Había alumnos, docentes, exalumnos, médicos de la UBA con sus guardapolvos, algunos marchando con sus títulos en mano”, contó en el comedor de la Facultad de Ciencias Médicas Ailsa Sullca, estudiante de Enfermería de tercer año, que había partido con la columna de la Plaza Houssay al Congreso.
La idea de la columna de la UBA, encabezada por una enorme pancarta que decía “Orgullo UBA” y secundada por banderas de sus facultades, era llegar a la Plaza de Mayo, donde estaba el escenario para el acto central que coronó la manifestación. Pero no fue posible por la multitud. Muchos estudiantes se quedaron con el sinsabor de no haber sido protagonistas de su marcha, que para muchos fue la primera.
Fue el caso de los estudiantes del Ciclo Básico Común (CBC) Francisco Grecco y Facundo Vázquez, de 19 años, a quienes encontró la nacion mientras tomaban mate en un pasillo de Ciencias Exactas antes de ingresar a una clase, en Ciudad Universitaria. “Las agrupaciones políticas se mandaban por calles internas y llegaban directo a la Plaza de Mayo. Las universidades, que veníamos todas juntas, nos planchamos ahí”, contó Grecco. “La marcha de desvirtuó, se metieron un montón de grupos políticos que no tenían nada que ver. Después vimos en la tele que había hablado una madre de Plaza de Mayo. Hubiese estado bueno que no se mezclaran las consignas para que el mensaje fuera claro. Por eso nosotros llevamos un libro o apuntes”, sumó otro de sus compañeros, que prefirió el anonimato.
Grecco reveló que votó a Milei en las elecciones presidenciales y que, de todas formas, participó en la marcha: “En esto se equivocó, lo sigo apoyando, pero también defiendo la educación pública”.
En las facultades más politizadas, las consignas también se mezclaron. Antes de la marcha, mientras jóvenes de distintas agrupaciones de Ciencias Sociales escribían sobre cartulinas y lienzos “Basta de Milei” y “Por un estudiantazo para derrotar el plan de Milei”, el docente Diego Muzio –uno de los organizadores de la movilización– explicaba a que, como sucede la nacion en cada marcha, las agrupaciones más radicalizadas intentarían “llevar agua para su molino” y remarcaba la intención general de no perder el foco, el recorte del presupuesto universitario.
Ayer, antes de ingresar a dar clases en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA (FADU, también en Ciudad Universitaria), el profesor de Introducción al Pensamiento Científico Ricardo Ibáñez analizó con optimismo la marcha. “Hace más de 30 años que soy docente, fui a varias marchas en la época de De la Rúa [Fernando], de Menem [Carlos]. Recuerdo una muy grande contra el recorte de presupuesto de López Murphy [Ricardo]. Pero esta fue la más grande, no fue solo la UBA. Se unieron muchas universidades nacionales”.
En la Facultad de Ciencias Económicas, frente a la Plaza Houssay, una empleada administrativa con más de 30 años en la UBA hablaba sobre su experiencia en la marcha. A diferencia de varios de sus compañeros, que definieron la experiencia como emocionante y positiva, ella fue más bien negativa. “Me indigna la utilización política de la oposición. Me molesta que haya ido Massa [Sergio], cuando también les cortó plata a educación y salud. ¡Fue a la marcha a mostrarse! Es una vergüenza que nos usen así”, afirmó

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¿Y si ninguno la está “viendo”?
Luciana Vázquez
La contundencia de la marcha universitaria de anteayer dispara dos preguntas. Una es una pregunta política: ¿el presidente Milei la ve o no la ve? El resultado de la marcha ¿puede sintetizarse tan fácilmente en el principio de revelación de una casta política y otra universitaria, los cotos cerrados de los “barones” universitarios, que queda deschavada? Así lo interpretó el presidente Milei el martes: “Día glorioso para el principio de revelación”, dijo en X. ¿O algo distinto está sucediendo? Por ejemplo, la aparición del germen de una resistencia social con eje en la clase media. ¿Milei está cultivando con manos de motosierra el bonsái de la impaciencia social, su propia 125?
La otra es una pregunta sobre los principios inconmovibles del mundo universitario estatal que fueron consignas claves del martes en la calle. Por ejemplo, la gratuidad y el ingreso irrestricto como garantía de inclusión social. O la calidad de la universidad pública. En ese punto, los premios Nobel argentinos fueron mencionados en estos días como prueba de la excelencia de la universidad pública y la culminación de un proceso virtuoso de equidad educativa y social con calidad que conduce hasta ese logro máximo. El sueño de “m’hijo el dotor” elevado a la enésima potencia. Pero las cosas no son tan simples.
Primero, hay señalamientos para hacer sobre esa relación causal que lleva supuestamente de la gratuidad y el ingreso irrestricto a la inclusión social de los pobres en la universidad pública. Entre los jóvenes de entre 18 y 24 años del 20% de los hogares de mayores ingresos, y que por edad deberían estar en el nivel terciario, tanto universitario como superior no universitario, el 71% está matriculado en ese nivel. Y aquí llega el contraste más inquietante: en el 20% de menores ingresos, el primer quintil, apenas el 24% de esos jóvenes están en la universidad o en la educación superior no universitaria. En el segundo quintil más pobre, la matriculación universitaria mejora algo, pero apenas alcanza al 34,1%.
En el lenguaje de la época, el IVA de la polenta que pagan los más pobres, que menos van a la universidad, está financiando la universidad de los más ricos, y eso, por efecto de “la gratuidad”. Un Hood Robin con disfraz de Robin Hood. Porque ya ha quedado claro: gratuito no hay nada.
La financiación indirecta vía impuestos, es decir, la gratuidad, es hoy una transferencia de recursos brutal desde los niveles socioeconómicos más bajos a los más altos, todo en pos de la falacia de la gratuidad y con el horizonte de la ilusión óptica de la inclusión: eso de “universidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode” que tanto se canta en las marchas universitarias.
En las clases medias, los más equiparables a los quintiles tres y cuatro de ingresos, la de los trabajadores, las cosas están mejor que entre los más pobres, pero no tanto como en el quintil de los más ricos, que por supuesto incluye a clases medias altas también en proceso de ajuste: nadie se salva del todo. En el tercer quintil, solo el 43,5% de los jóvenes entre 18 y 24 años están matriculados en la universidad, y en el cuarto quintil, el 52,4%. Los datos fueron elaborados por el especialista en educación del Banco Mundial Martín de Simone, sobre la base del Sedlac.
Es decir, los pobres del quintil 1 y del 2 que, en un 80% o 70% respectivamente, no pisan liberalmente la universidad financian las carreras universitarias de las clases medias. En cada historia de orgullo universitario y esfuerzo personal que se contó en estos días hay una contracara: la historia de millones de jóvenes de entre 18 y 24 años que no acceden a la universidad, pero la pagan indirectamente. En una Argentina donde domina la pobreza, bajo las luces más oscuras, una marcha que hoy defiende la gratuidad acríticamente se puede parecer más a un lobby exitoso, capaz de transformar un privilegio en un derecho intocable. El Tierra del Fuego de las clases medias.
El ingreso irrestricto tampoco viene cumpliendo su cometido de justicia social. Los más pobres no están en la universidad porque ni siquiera logran superar, en su mayoría, la secundaria. Aquellos pocos que llegan a la universidad enfrentan desafíos únicos para sostener ese esfuerzo educativo.
No se necesita examen de ingreso para seleccionar alumnos: de eso se encarga la pobreza. Entre 2000 y 2017, los niveles socioeconómicos medio y medio bajo aumentaron su presencia en la secundaria en un 19,3%, pero el más bajo creció apenas el 7,3%. La pobreza, y el bajo capital escolar y cultural que implica, es el gran filtro que regula el ingreso y la permanencia en la secundaria y mucho más, en la universidad pública.
La gratuidad y el ingreso irrestricto como la única vía virtuosa para expandir el derecho a la universidad quedan cuestionados también en la comparación con políticas universitarias opuestas de países vecinos, con ingreso y aranceles, pero que incluye mejor a los más pobres.
En el Chile “neoliberal” que el kirchnerismo denuesta, el 40% de los jóvenes de entre 18 y 24 años del primer quintil más pobre están en la universidad: una presencia de alumnos pobres 66% mayor que en la Argentina. Y ese crecimiento se da manteniendo niveles parecidos a los argentinos en los quintiles más ricos. La universidad chilena resulta más inclusiva y con menos desigualdad que la argentina.
Segundo, está el tema de la excelencia de la universidad pública. Los cinco premios Nobel argentinos, todos surgidos de la universidad pública, suelen darse como prueba. ¿Es tal la excelencia de la educación universitaria pública que produce tamaño resultado? Otra vez, las cosas no son tan sencillas.
La calidad de una universidad se juega por dos lados: efectivamente, por la capacidad de producir altos niveles de aprendizaje para todos sus estudiantes, o por su capacidad para filtrar y seleccionar a los estudiantes con mayor potencial. Bueno, buena parte de los éxitos de la universidad pública argentina se deben a esos filtros, aunque no haya examen de ingreso. Quedarse con los de mayor capital cultural es un atajo para garantizar calidad y mejores resultados educativos.
La universidad ha sido una institución restrictiva, y lo sigue siendo. La ilusión argentina de “m’hijo el dotor” hace pensar en alumnos de todos los sectores sociales que llegan a sus aulas desde siempre. Los datos no lo corroboran. Un caso vale como muestra: cuando el premio Nobel de Medicina César Milstein egresó de la UBA, en 1952, del universo total de adolescentes argentinos que por edad debían estar en la secundaria apenas estaban el 26%. La secundaria era para pocos y la universidad era todavía para menos, los más favorecidos por el capital cultural de sus hogares. La universidad era altamente restrictiva porque la secundaria también lo era. El horizonte universitario nunca estuvo tan cerca para los pobres como el mito argentino dice.
¿Hay que arancelar indiscriminadamente la universidad porque no beneficia a los pobres? ¿Hay que cerrarla porque no está tan clara su calidad? ¿Hay que “hacerla mierda” como dicen algunas voces del oficialismo? La respuesta es no. La universidad pública sigue siendo una institución vibrante y productiva de masa de buen capital humano, como plantea Juan Carlos Hallak, una “colimba” que, a pesar de todo, templa el carácter y el espíritu crítico, y sigue dando resultados. Podría dar muchos más, y para más personas. La cuestión es transformarla en un proceso de debate libre de preconceptos sin sustento real.
Por eso, la estrategia de Milei contra la universidad pública solo puede interpretarse como batalla cultural con fines políticos. Ni el modo en que practica el ajuste, aunque algo de ajuste sea entendible, ni el modo en que cuestiona su calidad apuntan a un proceso constructivo de mejora.
Si su idea es polarizar para gobernar, Milei corre riesgos. Como en 2001, cuando las clases medias coparon la plaza. O como en la 125, esa alianza tan particular entre el campo y la clase media de la ciudad que llevó a la consolidación del antikirchnerismo y a la derrota del kirchnerismo en las legislativas de 2009. O como en 2020, cuando el cierre indiscriminado de escuelas de Alberto Fernández se encontró con el reclamo de las familias de clase media convertidas en sujeto político. Fue entonces cuando su popularidad empezó a tambalear.
Para satisfacer sus demandas, la clase media viene retirándose al mundo privado. Pero cuando las crisis afectan cuestiones esenciales como escuelas cerradas o la universidad pública a donde asiste el 80% del sistema universitario total, la clase media se organiza. Eso suma un elemento imprevisible. ¿El Presidente lo está viendo?
El ingreso irrestricto tampoco viene cumpliendo su cometido de justicia social
Si su idea es polarizar para gobernar, Milei corre riesgos

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