viernes, 19 de abril de 2024

Narciso Ibáñez Menta , fue censurado, tuvo que exiliarse y llevaba un arma por miedo a un ataque de la Alianza Libertadora




El maestro del terror que odiaba las máscaras, fue censurado, tuvo que exiliarse y llevaba un arma por miedo a un ataque de la Alianza Libertadora
Narciso Ibáñez Menta en El pulpo negro
Asustó a varias generaciones de argentinos y su última aventura televisiva, El pulpo negro, será recordada por siempre por quienes crecieron en los años 80
Guillermo Courau
No parecía de este planeta. Mirada penetrante, rictus implacable, silencios inquietantes y una voz cavernosa de dicción perfecta que helaba la sangre. En cine, teatro, televisión o en persona, Narciso Ibáñez Menta sostenía idéntica máscara, deambulando entre la gente como uno más. Aun cuando esa gente tuviera la convicción interna de que si en verdad era humano, seguramente, como Fausto, había hecho un pacto con el diablo.
Y así debió ser, porque cada elemento de su aterrador aspecto se mantuvo inalterable desde su juventud hasta los últimos años de su vida. Siendo justos, Narciso daba una explicación más terrenal sobre este tema, pero no habría que descartar que fuera para camuflar su probable sociedad con Belcebú: “La fórmula para no envejecer es muy sencilla. Nada de operaciones estéticas, ni de visitas a Rumania. Hay que tener siempre el mismo peso, hacer una sola comida por día, no andar de boite en boite, no beber salvo un vaso de vino tinto en alguna ocasión especial, no fumar demasiado y no ser demasiado rico como para poder dejar de trabajar. Eso es todo”.
Contra lo que muchos creen, el “maestro del terror” no había nacido en nuestro país, sino que era argentino por decisión. Su alumbramiento en Asturias, el 25 de agosto de 1912, fue trashumante. Puesto que, hijo de dos actores -Narciso Ibáñez y Consuelo Menta- su destino también fue el de trasladarse de pueblo en pueblo, de sala en sala, de público en público. Cuenta la leyenda, creada y fomentada por él mismo, que Narciso debutó ocho días después de su nacimiento en el teatro Campos Elíseos de Bilbao.
Asequible o no, sí hay datos de que a los tres años salió solo en un escenario de Granada durante un intervalo sin permiso de sus padres, se dirigió a la audiencia y dijo: “Señoras y señores, ahora ustedes verán cómo imito todo lo que acaban de ver”. Desde ese día repitió la misma rutina todas las funciones, y a los cinco años interpretó su primer papel. Recién comenzaba 1921 y ya con el apodo de Narcisín debutó en el Teatro de la Comedia de Buenos Aires: “Empecé en la zarzuela y el sainete. Cantaba y actuaba”, recordaría años después.
Sin embargo, la adolescencia lo llevó a buscar complejidad, otros trabajos que lo desafiaran. Había hecho lo mismo durante, literalmente, toda su vida y se sentía con la seguridad, fuerza y juventud de saltar al vacío. Y así fue que una noche, como si se tratara de un episodio de aquellas Historias para no dormir, el joven Narciso Ibáñez Menta murió trágicamente.
El hombre que asustó a toda la Argentina.
Balada del diablo y la muerte
Quien aseguraba que “hay muchos tipos de muertes: uno puede morir y resucitar muchas veces. Lo malo es cuando no se resucita”, un día se hartó del artista que era y empezó a odiarse. Narciso tenía que desaparecer para siempre: “Narcisín es un antepasado que me perjudica, quisiera hablar de él en tercera persona. Era un rebelde, y ya desde que cumplí 12 años me resultó antipático. Tenía que matar a Narcisín”, le contaba el actor en 1970.
Y para lograrlo decidió esconder su rostro detrás de máscaras, casi siempre abominables. Y merced a ellas construir una trayectoria que, sumada a esa voz cavernosa que apareció en la adolescencia, se convertiría en un rasgo distintivo que lo haría único. El fantasma de la Ópera, Drácula, el hombre que volvió de la muerte, la galería de engendros imaginados por Edgar Allan Poe, hasta el mismísimo Hitler. Todos y cada uno fueron materia prima para que Ibáñez Menta se refugiara en ellos, para que los reinterpretara, dejando una huella inalterable. Quizás como una forma de que cada uno de ellos aportara desde su perversidad, los elementos necesarios para asesinar elegantemente y de una vez por todas al actor a cara descubierta que alguna vez fue.
“Es una leyenda que yo prefiera las composiciones -decía en 1974 para destruir su propio mito-. Es un sacrificio enorme, terrible, desmesurado que significa pasarse cuatro, cinco o seis horas delante del espejo transformándose. ¿Qué más quisiera yo que levantarme, lavarme la cara, a lo sumo dejarme crecer la barba y salir a escena tranquilo y descansado? Lo que ocurre es que yo muy rara vez he sido galán, siempre compuse. Y la gente se ha acostumbradoa las caracterizaciones, me ven así, esperan eso de mí. Pero creo que yo he roto la rutina en la materia. Aprendí en Nueva York con Lon Chaney padre, que fue el maestro de todos. Pero no me conformé con esa rutina. Busqué otras normas, otras formas. Traté de desterrar la careta, la simple cara pintada e intenté transferir humanidad a esos muñecos. Estar horas y horas solo, delante del espejo, rodeado de esas pastas que yo mismo preparo, me enseñó a meterme en el yo de mis personajes. No, lo mío es mucho más que pintarme la cara”.
En favor del intérprete hay que decir que la mayor parte de su performance cinematográfica fue alejada del horror, con poquísimas excepciones de Obras maestras del terror (1960) y algunos trabajos realizados en España; algo parecido le sucedió en el teatro. Sin embargo, fue la televisión la que lo colocó en ese pedestal, del que no se pudo bajar más: “No sé por qué me encasillan. Que “Narciso gusta del gran espectáculo, de las máscaras del terror”, ¿no ven que en televisión tengo que hacer concesiones. El público pide terror porque alguna vez fue un éxito y ya no pueden imaginarme distinto. La gente nos tipifica. Luis Sandrini es un gran actor, pero cuando quiere salirse de su personaje choca contra el rechazo del público. Además, en este momento -la entrevista es de 1970- lo que conmueve a las masas es la combinación de sexo y terror. He estado en Londres y lo que he visto era de espantarse. El horror, por lo menos, es más decente. A ningún chico se le va a ocurrir convertirse en vampiro”.
Cuando la Argentina le dio la espalda
Aunque su trabajo se encuadraba en el género del entretenimiento, su creciente popularidad había golpeado (para bien y para mal) al poder de turno. En tiempos de El muñeco maldito, era derrocado Arturo Frondizi, asumiendo la presidencia José María Guido. “Hubo uno de esos extraños cambios de gobierno, aparecieron los malditos de turno y hubo un señor que me tomó un odio muy especial, y de esto tengo testigos, porque hubo gente que trataba de esconder las latas de mi material. Pero un buen día, este señor que me tenía un odio ancestral, las encontró y las mandó a borrar”. La cita quedó registrada en el libro El artesano del miedo, donde también se habla de los problemas del actor con la Alianza Libertadora. “Tuve que andar dos años con un revólver en la guantera. Intentaron quemar mi coche y me rompieron el frente del teatro. Un artista necesita vivir en libertad total”.
Narciso Ibáñez Menta en Es usted el asesino
A Obras maestras del terror le siguió un ciclo de similares características, aunque más orientado a la ciencia ficción. Mañana puede ser verdad comenzó en 1962, pero tuvo un paso fugaz por canal 7, porque luego del episodio “Los bulbos” fue levantado sin mediar explicación. Tanto Narciso como su hijo Chicho Ibáñez Serrador (que oficiaba de director) quedaron en la calle. Era la segunda vez -la primera había sido en 1946- que la patria que había adoptado como propia le daba la espalda: “Yo era productor del ciclo, por lo tanto el canal debía entregarme una cantidad por programa y a mi vez asumir todos los gastos: elenco, escenografía, etc. Verano del 62, cambio de gobierno. Y como todos los cambios de gobierno en este país se empieza todo de nuevo. Dejan de pagar lo anterior. Las cosas siguen su marcha, los compromisos están tomados, los resuelvo de mi propio bolsillo. La deuda llegó a seis millones, nadie dejó de cobrar un peso pero me dejaron en la ruina. Tuve que hacer las valijas e irme”.
Su decisión fue indeclinable: dejar atrás para siempre la Argentina y volver a España. “No pude luchar más y me fui a España donde volví a empezar de cero. Estuve un año y medio sin hacer nada, ¿sabe usted? Trabajé en un programa de TV de mi hijo y le pedí que por favor pusiera mi nombre en último término y con letras pequeñitas. Afortunadamente, en cuatro años reconquisté lo que en la Argentina me había costado casi una vida entera”.
A partir de entonces, Ibáñez Menta continuó su relación profesional con nuestro país, pero a sabiendas que jamás volvería a ser su hogar, una herida en el corazón que volvía a sangrar en cada visita: “Cada vez que por la calle me para ahora la gente para saludarme, para decirme que se alegran de que yo esté en Buenos Aires, se me abre algo en el pecho. Los quiero, los quiero mucho. Pero recuerdo también lo que me dijo un amigo en esos días: ‘tuvieron que tenerte en persona para recordar que aún vivías, antes de eso desconfiaban de que fueras un éxito’. No se refería a la gente, naturalmente”.
La memoria del olvido
Si bien el momento de su realización fue una gran desilusión para él, los sub 50 recuerdan a Narciso Ibáñez Menta por su último trabajo en torno al género de terror: El pulpo negro. Alejandro Romay, amigo del actor y mandamás de canal 9 en los años 80, le había asegurado que su vuelta sería sin condiciones y que él podría hacer y deshacer lo que quisiera con el material, según creyera conveniente. Con 72 años, el maestro vio la oportunidad de dejar un legado resumido en 13 capítulos. Y también su despedida del género y en la Argentina, el lugar en donde había creado al “amo del terror”.
Sin embargo, comenzaron las grabaciones y también la desilusión para el protagonista. Los efectos especiales que había imaginado y que en Europa podían hacerse realidad, en el canal 9 de Romay eran impracticables. Cuando lo escrito se volvía imagen, el resultado era bizarro, no terrorífico. Y ni siquiera su entrega e impronta alcanzaron para salvar al producto de la burla.
En el documental biográfico Nadie inquietó más, de Gustavo Leonel Mendoza, el actor Juan Carlos Puppo (amigo de Narciso y parte del elenco de El pulpo negro) recordaba la infausta experiencia: “El canal 9 no cumplió con él, con lo que le había prometido para esas grabaciones. Hubo efectos que no se pudieron hacer. Él quería presentar al personaje, poniendo a los que íbamos a ser los asesinos alrededor de una mesa muy larga. Entonces, estando charlando nosotros ahí, de pronto se abría la mesa y él aparecía de pie. Era un efecto que amaba hacer, y que no se pudo concretar. Cuando fuimos al primer ensayo de El pulpo negro, todos en el elenco teníamos en nuestra mesa el libreto porque creíamos que íbamos a leer, pero Narciso no lo tenía. Y entonces hizo el capítulo de memoria”.
Pero no todo fue negativo porque, obviando lo artístico, desde su estreno en mayo de 1985, El pulpo negro fue un éxito para el canal, promediando más de veinte puntos de rating. Y como coletazo, una nueva generación que no había visto nada de su obra interior, reivindicó su vida y su obra. No resultó como Narciso habría esperado pero, a su manera, había vuelto a la Argentina.
“Un actor no es como un escritor, un músico o un pintor, que hacen una obra y eso queda para siempre. Un actor debe estar siempre haciendo algo porque si no su nombre, su carrera, se esfuma y termina por desaparecer. Y eso es algo que los actores no podemos permitir en vida”. Y Narciso Ibáñez Menta estuvo a punto de desaparecer. De su trabajo en nuestro país no queda casi nada: fortuita o intencionalmente (depende de la época) los tapes fueron quemados o borrados. Apenas unas pocas imágenes rescatadas por coleccionistas permiten admirar su obra local. Sí, en cambio, su paso por la televisión española -que incluye nuevas versiones de muchos guiones locales- se ha conservado e incluso pasado a alta definición.
De esta manera, el actor que falleció en 2004 a los 91 años -y cuya asignatura pendiente no era una obra de terror sino protagonizar Ricardo III- pasó a la inmortalidad. Quizás por sus obras más legendarias, por las nuevas generaciones que lo siguen descubriendo, por su peso específico como un artista único. O por el inusual acto bondadoso de un Belcebú porteño, infinitamente agradecido de, alguna vez, haber intentado hacer negocios con él.

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