martes, 2 de abril de 2024

RAUL PORCHETTO


Raúl Porchetto. “Tengo la autoridad para decir las cosas, aunque no para tener la razón”
El artista superó una serie de problemas de salud y está listo para volver a cantar; repaso de una rica trayectoria
 Mauro Apicella El autor de “Reina madre” vive la mayor parte del tiempo en las sierras cordobesas
Raúl Porchetto jamás perdió el tono juvenil de su voz. Cumplirá 75 años a fines de este año y, sin embargo, mantiene la frescura vocal que tenía cuando grabó sus primeros discos, en los setenta o, ya en los ochenta, cuando cantó hitos de su carrera registrados en los discos Metegol, Che pibe y Reina madre.
Claro que no todas fueron rosas. desde la pandemia, el contagio de Covid-19 derivó en una neumonía bilateral y en otras enfermedades. Y si bien pudo recuperarse, el proceso fue lento. recién el año pasado volvió a subirse a los escenarios con la seguridad y la tranquilidad que tenía en otros tiempos. desde lugares pequeños hasta el auditorio de Belgrano, junto a una banda que incluye a sus hijos y a su nuera.
El 12 de este mes, en un formato de grupo más reducido, se presentará en Café Berlín. allí, no solo cantará temas de reciente factura, sino que también viajará cuatro décadas en el tiempo, hacia esos discos más de fusión que grabó desde la segunda mitad de los setenta. Porque Porchetto, además de ser considerado un cantautor del rock argentino, fue también el anfitrión de muchas reuniones musicales. Solo para dar algunos ejemplos, ya en su primer álbum, Cristo Rock (1972), grabaron los músicos de La Pesada y un muy joven Charly García, quien todavía no había grabado su primer álbum con Nito Mestre, al frente de Sui Generis. Varios años después, en la sala de ensayo donde se preparaba su disco Metegol, comenzó a gestarse el grupo G.I.T.
al mismo tiempo –entre éxitos como “algo de paz”, “Metegol”, “Che pibe, vení votá” y “Bailando en la vereda”– fue un bicho raro del rock de aquellas primeras décadas. Como resultado de eso, tiene muchas anécdotas desperdigadas entre los arcones de su casa, en medio de las altas cumbres de las sierras cordobesas, donde vive desde hace 38 años, y en el departamento de Buenos aires que lo recibe como visitante esporádico.
Hay reflexiones y anécdotas de un hombre de setenta y pico; hay recuerdos, los de un niño que heredó una guitarra con la que tocó Carlos Gardel y los de un joven que no logró evitar los atropellos y la censura de la última dictadura.
–¿Conservás aquella guitarra?
–Sí, muy bien guardada. Tiene más de cien años. Mi abuelo era íntimo amigo de Barbieri (Guillemo, abuelo de Carmen y guitarrista de Gardel). Y cuando iba Gardel a cantar a Mercedes, usaban esa guitarra. Yo la heredé, aunque no conocí a mi abuelo, porque falleció muy joven, a los 48 años. La recibí a los 9 años y con esa guitarra comencé a estudiar. Es parte de mi ADN.
Si la infancia de Porchetto transcurrió entre el barrio de Flores y la ciudad bonaerense de Mercedes, donde vivía la familia de su madre, no es raro entender cómo hoy su vida transcurre entre el campo y la ciudad. Entre su lugar en el mundo y el lugar al que vuelve para hacer música y para reencontrarse con su familia.
–Se te ve muy activo. ¿Cómo está tu salud?
–Tuve todos los Covid-19 y una neumonía bilateral durante tres meses y otras complicaciones. Pero no me interné, tuve dietas estrictas.
–¿Eso te hizo cambiar la manera de vivir o profundizar?
–Profundicé. Lo que existe siempre es un presente. El pasado es un presente que sucedió y el futuro es un presente que va a suceder. El problema es que uno nunca está en ese presente. Muy pocas veces estamos en el instante. Y todo lo que pasó me ayudó a valorar cada instante. La vida, el universo, a veces te da una palmadita y otras un boleo que te da vuelta. Creo que fue eso. El asunto es estar alerta. Honro la vida en la tierra. No dejo de sorprenderme. Más allá de la música y de haber estudiado en un conservatorio, también estudié muchas otras cosas. Información académica. Pero no sé absolutamente nada. Todo aquello sirve como GPS, como guía. Hay 8000 millones de personas en el planeta girando a 30.000 kilómetros por hora alrededor del sol. Y cada uno tiene una visión de Dios, de la vida, de su filosofía.
–¿Y a veces querés tomar distancia y te vas a la montaña?
–No lo había pensado así. Pero creo que siempre fui medio marginal, desde la panza de mi madre. Esto me recuerda a El lobo estepario, de Hermann Hesse. El primer tema que escribí, a los 11, hablaba de la naturaleza. Eso me movilizó siempre. Para mí, eso es tener señal y estar en red. Cuando uno está fuera de la naturaleza, por más que lo sabe, no dimensiona cuánto se va estupidizando. Y te quedás sin señal porque no entendés al otro. Nuestra vida es totalmente virtual. Está armado para que eso se mantenga.
–¿Hace cuántos años elegiste ese lugar?
–Vivo a 1000 metros de altura, con energía de paneles, a 7 kilómetros del poblado más cercano, donde viven unas 100 personas. Pero no fue de un día para el otro. Compramos con mis padres un terreno y yo estaba trabajando bien en ese momento.
–¿Cómo fue tu infancia entre Mercedes y el barrio de Flores?
–Me dio visiones diferentes y lindas. Nunca quise ser hijo único, porque tengo amistades que son hermandades. La vida me regaló eso. El embarazo de mi mamá se había complicado, tuvo un golpe; yo había quedado enredado y ella casi pierde la vida. No pudo tener más hijos por eso.
–¿Ellos se dedicaban a la música?
–Mi mamá era maestra y poeta. Mi padre era asesor impositivo y luego, director de Obras Públicas de San Martín. Dos seres especiales que me dieron una gran libertad. Mi lenguaje era la música. Mi camada del rock argentino era contracultural. Estudié Derecho hasta que me di cuenta de que tenía que respirar música.
–Lo raro de tu carrera es haber tenido un repertorio y cambiado de repente hacia una obra llamada Cristo Rock para convertirla en tu primer disco. ¿Quizá La Biblia de Vox Dei entusiasmó al sello discográfico para grabar algo así?
–Era una época de obras conceptuales. Probablemente la compañía habrá hecho esa asociación que decís. Por mi parte, había una contradicción. Había estudiado en colegio católico. Una cosa era lo que había dicho nuestro Señor y otra era la realidad. Un fin de semana me encerré a componer esto y el domingo a la noche lo llamé a Charly [García] y le dije: “Carlitos, hay cambio de planes”. Porque nosotros ya veníamos ensayando. “Y él me dijo: si te lo aceptan, dale”. Le mostré lo que había hecho y le encantó. Después lo escuchó el productor Jorge Álvarez y también le gustó. Una vez, en una entrevista, me dijeron que si hubiera escrito algo así en época de Inquisición estaría muerto. Y mi respuesta fue: “Me alegro mucho porque tienen un asesinato menos en su haber”. Era difícil hablar de algunas cosas.
–Algo similar te pasó con “Che pibe, vení votá”, donde decías que a los jóvenes solo los querían para votar y para ir a la guerra. O en “Reina madre”, que es la guerra contada desde la voz de un soldado inglés.
– Y sí, en el 82 cantaba “Algo de paz” y “Che pibe, vení votá”. Compuse “Reina madre” en plena guerra, pero me la prohibieron. Me amenazaron y hubo periodistas que dijeron que era una traición a la patria. Decían que era desvalorizar a los nuestros. Y no, al contrario. Dios no estaba de nuestro lado ni del lado de los ingleses. En Río Gallegos un militar me dijo: “Nunca más cantes esta canción acá. Ahora la entendí”. Y yo le contesté: “Con todo respeto, no creo que la haya entendido porque si no, no me diría eso”. Roger Waters, que vio la letra traducida al inglés, me preguntó cómo me había animado a cantarla durante la dictadura. Y he tenido el honor de que excombatientes me hayan honrado con una medalla [por el aniversario de los 40 años de la Guerra de Malvinas]. En cuanto al joven: ahora está incorporado, pero en ese momento no. Era: “Sí pibe, vení y vota”, pero no estaba pensado para que los de ninguna parcialidad pudieran ser parte de la construcción de la democracia.
–¿Pasaste por otras situaciones similares por las canciones?
–Una vez me chuparon. Me tuvieron 24 horas. Fue al final de un recital en Río Segundo. Me subieron a un Falcon verde y me llevaron a un calabozo de un metro por un metro. Por suerte, como fue después del recital se corrió la voz y se lo debo a Daniel Ripoll [editor de la revista musical Pelo], que empezó a moverse. Llamó a la madre de mis hijos para preguntarle si yo estaba ahí en casa. Y comenzaron a buscarme. Estuve en una comisaría y después me dijeron que me habían llevado porque no había pagado un hotel, cuando en realidad yo nunca pagaba los hoteles, de eso se encargaba la gente que me contrataba en cada lugar.
–¿El cristianismo te acompañó toda la vida?
–Sí. La película que me alentó fue Hermano Sol hermana Luna, de la vida de San Francisco de Asís. Me gusta la búsqueda espiritual, no tanto la religiosa.
–Generaste relaciones fraternales con gente como Gladys Motta, la mujer que recibió los mensajes de la Virgen de San Nicolás de los Arroyos.
–Se dio de una forma mágica. Yo había ido a San Nicolás a pedir por la salud de un familiar. También quería conocer a esta señora. Me dijeron que una de las apariciones de la Virgen fue en un campito que antes era un basural. Cuando fui ya lo habían limpiado un poco. Me arrodillé en la tierra y pedí por mi familiar. En ese momento yo vendía muchos discos. Y una persona me tocó la cabeza. Levanté los ojos y era una mujer que amablemente me dijo: “Discúlpeme, ¿no le firma un autógrafo a mi hija?”. Me quedé “anonadado”, según hubiera dicho mi abuela. Me acerqué, le pregunté cómo se llamaba para firmarle el autógrafo y después me dijo: ‘¿Sabés quién es mi mamá? Es la que ve a la Virgen’”.
–En los 80 llegaste a los puntos más altos de popularidad, luego la publicación de discos comenzó a espaciarse.
–Sacaba un disco cada nueve meses. Después, en los 90, había cosas que ya no me representaban. Aunque hubo gente como Fito [Páez], que en los 90 hicieron cosas maravillosas. El arquetipo de esa década era medio facho. La imagen valía más que el individuo. Fue más materialismo. Y creo que una cosa no excluye a la otra. A mí me generaba erupción la frase: “Hay que cortar tickets”. Cosa que no estaba mal, pero lo primero es el acto creativo. El arte busca la excelencia.
–¿Cómo ves a las generaciones actuales de músicos?
–Hay gente muy buena, con una poética que se está recuperando después de un materialismo casi apocalíptico. El arte siempre es cultura, pero no al revés. Y para mí es fundamental contagiar a generaciones nuevas y a los de mi generación. Con la edad que tengo siento la autoridad para decir las cosas, aunque no la autoridad para tener la razón. La cultura es como el ego de una nación. Es lo que uno ha acumulado, lo que ha aprendido y lo que da las vivencias y las decantaciones. El arte es el espíritu y el ADN de esa nación, porque busca lo trascendente y pertenece a una geometría que es sagrada. Hacer un reduccionismo de eso o darle implicancias diferentes es casi un atentado al cielo. Porque no hay límites. El arte busca la excelencia, aunque no la encuentre. Y tiene eso a lo que se refería “Franchesco” de Asís: tiene la primera inocencia intacta. Sea creyente o ateo. El genio que logra la atemporalidad y su expresión artística tiene esa primera inocencia intacta porque volvió a tener señal con la red. Estar conectado con el todo y el uno. El arte es el alma de una nación.
–No imagino cómo entra esa descripción en el contexto actual, con una presión por tener muchos “clics” y reproducciones.
–Las redes son un instrumento. No quiero estar ahí tres horas porque me deshumanizo. Pero no me asusta. Tampoco me asusta la inteligencia artificial. Si no hay inteligencia humana, que por lo menos haya inteligencia artificial. La inteligencia humana es casi torpe y grotesca. Va a los ponchazos y mal, por desesperación. Eso tiene que ver con una angustia existencial. Porque estamos sin señal. El asunto es adónde nos quedamos. Los cambios no son de arriba hacia debajo ni de derecha a izquierda. Son cambios de conciencia. Las bibliotecas de la humanidad están escritas con sangre y los cambios se entienden con violencia. Por eso digo que la ignorancia es atrevida y la violencia tiene estrategias para todo. Solo queda inerte ante una acción de paz. Desde ese lugar hay que cambiar el estado de conciencia. El desafío es amar un poquito al otro como uno se ama a uno mismo

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