domingo, 4 de agosto de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Maduro, así en Caracas como en París
— por Carlos M. Reymundo Roberts

Qué caribeño es este Nico Maduro. Fraude, todo bien, pasa en las mejores familias; pero insólito que no tuviera organizado algo más presentable. Nadie esperaba un fraude tan ligero de ropas. Un fraude machazo y transparente que va de cabeza al Guinness. En las redes ya se comenta que hay cuatro cosas en la vida que no se pueden elegir: el país de nacimiento, la familia, la suegra y el presidente de Venezuela.
Yo me enteré del triunfo opositor por el tuit tempranero de Milei. Enseguida apareció el ministro de Defensa bolivariano, un general, para decir que había ganado Maduro. Los dos tenían razón. Javi hablaba del escrutinio, y el milico acababa de hablar con Maduro.
A los ansiosos les digo: calma, radicales, ya van a aparecer las actas de votación que todo el mundo le viene reclamando a Nico. Las que van a mostrar son el fruto, esta vez sí, de un trabajo concienzudo, hecho por expertos chinos que desde hace cuatro días y cuatro noches no levantan el trasero de la silla. Amigos de Caracas me cuentan que estas flamantes actas están quedando una pinturita. Mucho mejor que las verdaderas.
Ya pasaron seis días: demasiado tiempo sin que se conozcan las benditas papeletas; el problema es que se demoró la llegada de la misión enviada por Xi Jinping: técnicos informáticos, photoshopeadores, calígrafos, artistas plásticos, falsificadores. Tipos muy grosos. Buena reacción de Maduro: dijo que lo último que haría es dejar ese trabajo en manos de los mismos que se encargaron del fraude.
Puse que “todo el mundo” estaba reclamando las actas. Exageré. Cristina no pidió nada. Ha guardado silencio, algo llamativo estando en juego valores por los que dejaría el pellejo: la democracia, los derechos humanos y la continuidad de Maduro. Algunos creen que hablará cuando los chinos terminen su faena. Otros la imaginan preocupada: un cambio de gobierno en Caracas podría destapar los negocios entre dos pillos terribles: Chávez y Néstor. Se especula también con que mantuvo una prudente reserva por si era llamada como mediadora; antes de pasar a la clandestinidad, Corina Machado describió las condiciones morales y políticas que debería tener quien asuma esa responsabilidad, y sí, parecía estar hablando de Cristina. Hoy a la tarde Cris dará un discurso en México, y no descartemos que sea sincera: “Si yo pido que Maduro muestre las actas, Maduro va a pedir que yo muestre mi título de abogada”.
No hay riesgo, señora. Nico está ocupado en mejorar su performance. Más de veinte muertos, algunos cientos de heridos y mil y pico de detenidos le resultan cifras austeras para saludar el tránsito de dictadura a tiranía. Intentan calmarlo con las noticias que llegan del Helicoide, el “shopping del terror”, sede de la policía secreta del chavismo: los detenidos están hablando. “Parecen bilingües”, sonrió Diosdado Cabello, el segundo del régimen. Hasta nuevo aviso, los canales de televisión tienen prohibido emitir programas informativos y de opinión. Deben reemplazarlos por música. Música china.
Marcos Galperin dijo que “al comunismo se lo puede votar para que te gobierne, pero no se lo puede votar para que deje de gobernarte”. Con esa mala onda, imposible prosperar en el mundo de los negocios.
Kicillof, chambonazo per sécula seculórum, se negó a hablar sobre la crisis venezolana con la excusa de que apenas es “el gobernador de una provincia”. Y remató: “Pregúntenle a Cristina”. Es chambón, pero tierno. Acaba de perder una inversión de 30.000 millones de dólares y él, como si nada. Tiro una idea, por la que cobraré derecho de autor: es el personaje ideal para un cómic; o para Gran Hermano,o como asistente de Francella en El encargado. Kichi, toda la fe. Se te abre un mundo.
También Macri encontró su lugar. En el acto de anteanoche en La Boca presentó su nueva identidad: un poco oficialista, un poco opositor, counselor, lobista, headhunter, padre, amigo, censor... Pero lo más novedoso: ¡lo bien que habló! Nada de aquel ingeniero tan ingenieril. Articulado, pícaro, vibrante... Quién lo iba a decir: a la vejez, viruela. No sé si encontró inspiración en la impronta espiritualista de Juliana o en el estilo hipnotizador de Kichi. Entrevistado después en LN+, quiso decir “Milei” y dijo “Messi”. Cero blooper: te desnudaste, Mauri. Bueno, lógico. Es lo que decís en la intimidad: “Este tipo se animó a hacer lo que nosotros jamás hubiésemos hecho”. En tu discurso había quedado claro: si Messi se lesiona o se retira, ya tenés los botines puestos. El segundo tiempo.
Me llega por video una recreación de los Juegos de París. Es una carrera en la que compite Nico Maduro, en condiciones especiales. Larga solo, y después de dar unos cuantos pasos saca un revólver y dispara al aire, la señal para que larguen sus rivales. Aun con esa ventaja, algunos se le van a acercando, y entonces con el mismo revólver los va dejando fuera de acción. Para facilitarle las cosas, porque no le dan las piernas, los que sostienen la cinta de llegada corren hacia él, que, victorioso, alza los brazos. A los que protestan, plomo.
Caracas 2024, sede del espíritu olímpico.

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El fraude modelo Copperfield
Pablo Mendelevich
Es hora de reconocer que había cierta ingenuidad en la expectativa de que una dictadura terminase sus días vencida por la fuerza del sufragio. Las dictaduras terminan de mil maneras diferentes (eso si no se postulan inmortales, como la de Corea del Norte), pero el desalojo producido por un aluvión de votos opositores no está entre los epílogos más comunes.
Envalentonada, unida, liderada con eficacia, la oposición venezolana sorteó persecuciones, proscripciones, trabas de todo tipo. Lo intentó esta vez con un discurso sosegado, pero el derroche de corrección cívica no conmovió al régimen. Arrinconado por vaya a saber qué datos precisos, Nicolás Maduro encomendó su suerte a una precaria versión de realismo mágico. Tras fabricar el domingo bocas de urna truchas para calentar el triunfalismo, emergió proclamándose tan invicto como Alejandro Magno. Al mismo tiempo denunciaba que lo habían hackeado desde Macedonia del Norte. Por un puñado de kilómetros no fue Grecia. Podría haber informado que el hackeo llegó del Partenón, por lo menos habría sido más gracioso.
Ni quema ni robo de urnas, cero dibujo de resultados, nada de falsificar documentación electoral y armar una buena farsa, cosas que quizás habría hecho un experto en fraudes de estilo conservador. Venezuela estrenó el modelo Copperfield, escrutinio invisibilizado. Gané yo. Y al que me discute primero le digo fascista, después lo reprimo, más tarde lo pongo preso y luego lo condeno por boicotear la democracia. Fin, remataría Manuel Adorni.
Los que insisten con que en Caracas no hay una dictadura tal vez puedan aportar un listado de todas las democracias en las que a los diplomáticos de los países que objetan falta de transparencia electoral se los expulsa y a quienes en el orden doméstico discuten los resultados se los amenaza con purgar en la cárcel varios años de condena por delincuentes.
Maduro ya había dado señales de que delante de una derrota él no iba a ser la clase de perdedor que felicita al vencedor para luego sentarse de a dos a organizar la transición y transferir el poder en una emotiva ceremonia (trámite, este último, que el estratega bolivariano programó para 2025). Ningún gobernante que viene de proscribir uno tras otro a los candidatos opositores, acorralado por causas de lesa humanidad, pasible de ser juzgado por tribunales internacionales, cuestionado por medio planeta, se comportaría en caso de ser derrotado con republicana humildad. Mucho menos el robusto excolectivero Maduro, segunda marca del chavismo, contracara de Winston Churchill. En 1945, al terminar de vencer a Hitler, Churchill perdió las elecciones, algo que él no esperaba. Enseguida emitió un comunicado que decía que la decisión del pueblo británico había quedado bien clara en los votos.
¿Por qué habría que esperar que Maduro de repente se volviera otra cosa, por no decir que se inmolara? Lo que primero se le ocurrió fue el fraude mágico. Hasta estuvo a un tris de decir que el recuento de los votos no es de incumbencia pública, que nadie se entrometa.
Pero este dictador, cuyo escaso relieve intelectual a veces no deja apreciar su probada habilidad para sobrevivir en el poder, se metió ahora en un callejón, no sin salida pero de salida incierta. Solo puede imaginarse una riesgosa profundización del autoritarismo y puede temerse un agravamiento de la violencia callejera. Si Maduro terminara cayendo sería, antes que debido a los votos, como corolario del proceso desencadenado por su última creación, el fraude peor disfrazado de la era moderna.
La campaña con eje en el desgarro por la diáspora del venezolano medio produjo la conversión de miles de sufragantes chavistas, mientras el burdo guion del fraude aceleraba las divisiones internas de los viejos aliados de América Latina y de España, temerosos, antes que nada, de una nueva ola migratoria. Parece increíble en este contexto que se siga exaltando la pacífica jornada electoral del domingo como certificado de la plenitud de la democracia.
Maduro fue ofrendado el lunes con un empático apoyo entonado por un grupo de militantes kirchneristas, a quienes él también retribuyó cantando, ocasión que sirvió para mostrar que afina mejor de lo que gobierna. La letra hablaba de “los soldados de Perón”, aunque es probable que el destinatario no haya sabido que esa era una contraseña de los Montoneros. Además de definirse previsiblemente como peronista, el presidente de Venezuela dijo ser “evista”. Chávez conocía bastante más de historia argentina. Maduro difícilmente sepa que la extraordinaria transferencia de votos que Corina Machado produjo en favor del hasta hace poco desconocido Edmundo González Urrutia se parece a la de Perón con Cámpora. A Machado la proscribió Maduro creyendo que así dejaba a la oposición pulverizada. A Perón le impidió ser candidato la dictadura de Lanusse sin imaginar que el sustituto Cámpora se alzaría con la mitad de los votos.
Es hora de reconocer que hubo cierta ingenuidad en la expectativa de que una dictadura terminase sus días vencida por la fuerza del sufragio

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