Triste: ningún premio Nobel para Milei
CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS
Odio ser mensajero de malas noticias, pero no me queda otra. En la Casa Rosada cunde el desánimo, por no decir la bronca, por no decir que en cualquier momento Milei clava una cadena nacional para llenarse la boca de insultos –algunos, inéditos– y anunciar que el país está en guerra. ¿Con quién? ¿Con el Reino Unido gobernado por la lacra laborista? ¿El Brasil de Lula? ¿La Santa Cruz de los Kirchner, donde recibieron con huevazos a Martín Menem? No. Con los suecos del Nobel, por no haberlo tenido en cuenta. “¡Zurdos!” “¡Ignorantes!”. Y una última adjetivación, ocurrente: “¡Zapatos!”.
Anteayer se conoció el de Literatura y no repararon –protesta– en su actividad tuitera, profusa, carismática y comprometida. “Pensar que hace años se lo dieron a Bob Dylan por componer temas que después cantaba Alberto Fernández…”. Pasó el de la Paz, ayer, y tampoco. Los noruegos se lo dieron a una ONG japonesa. Cualquiera. Él creía tener sobrados méritos: terminó con los piquetes, tijereteó las jubilaciones sin que volara una piedra, calmó las fieras en Rosario, en las Naciones
Unidas les ofreció un ramo de laurel a las dictaduras más sangrientas y, wow, pacificó la quinta de Olivos.
Queda el que más busca, el de Economía, que se anunciará pasado mañana. Fue postulado por al menos cuatro cartas, ceremoniosas y documentadas: de Trump, Elon Musk, Sturzenegger y Karina. Básicamente sostienen que los cambios que implementó terminaron con 80 años de decadencia del país: el fortalecimiento del peso frente al dólar, prolongar la vida del cepo, garantizar la continuidad del Banco Central y ponerse a disposición de los chinos. “No atiendan lo que prometió en la campaña: vean lo que está haciendo ahora”, escribió Karina, que pronto viajará a Pekín con sus tres sombreros: jefa de La Libertad Avanza, canciller y hermana. Lamentablemente, al Gobierno ya le adelantaron que Javi no debe ilusionarse tampoco con el de Economía. Se lo van a dar a un economista.
Yo entiendo las aspiraciones del Presi, y si no presenté mi propia carta fue porque nadie me la pidió. Pero convengamos en que darle el Nobel ahora suena un tanto prematuro. Especialmente, en esas tres disciplinas. En Eco, por ejemplo, yo esperaría: cuando la pobreza caiga del 53% al 51, 52, Santi Caputo monta un buen circo –tipo “el milagro argentino”– y se vuelven a mandar. Javi le tenía fe al combito primoroso de inflación en baja, acumulación de reservas, frente fiscal despejado, suba de los títulos de la deuda… Tremendos pergaminos si no compitieran con esa rareza sociológica de que en medio año cinco millones de pobres salieron de abajo de las piedras. En Liter no me presentaría como tuitero –qué saben de redes los suecos–, sino que iría al frente con el libro que presentó en mayo en el Luna Park; ¿lo acusaron de plagiar párrafos enteros? Que los borre. Lo mismo para el de la Peace: que elimine entrevistas, tuits, retuits y discursos. Acaso pudo haber intentado con el de Química, por conseguir la fusión de moléculas en principio antagónicas: Scioli en un gobierno anticasta, Lijo en la Corte Suprema. O con el de Medicina, hasta que mandó cerrar un hospital psiquiátrico. Un meme dice que si siguen con el ajuste en salud mental van a llegar a la mismísima… Uh, me olvidé el remate.
La gran noticia de la semana es que el veto a la ley que daba más fondos a las universidades públicas fue confirmado por el Congreso. ¡Marche otro asado! Total, no hay Nobel de Educación. Fue clave el apoyo de Macri, al que Javi le pidió que antes de que Pro fijara su posición se reuniera con Santi Caputo. Por Dios, qué intrigas me suscita ese encuentro. Se detestan, se necesitan, se bardean, se juntan. Pero, bueno, parece que Santi lo convenció. En ese rubro es un capo: para hablar con Pablo Moyano se hace camionero; con Grabois, revolucionario; con Vicky Villarruel, facho; con Macri, Juliana.
En las familias de diputados peronistas y radicales devenidos en héroes por bancar a Milei pueden darse diálogos como este: Papá, ¿vos votaste a favor de que a abu le recorten la jubilación? Bueno, sí, dejame explicarte que… Papá, ¿es cierto que votaste para que las universidades tengan que ahorrar apagando las luces? Es cierto, voté eso, pero… Papá, no te vuelvo a votar.
Al enterarme de que el oficialismo consiguió blindar el veto gracias también a ausencias por razones de salud (resfríos, conjuntivitis, calambres), como las de la cordobesa Alejandra Torres y el chubutense Jorge Ávila, me pregunto si es mucho pedirle a la tecnología que en esos casos puedan votar digitalmente desde su casa. Las dos cámaras sesionaban así en pandemia. Es cierto que se vieron en pantallas cosas muy feas. OK, retiro la propuesta.
Javi, da vuelta la página de los Nobel. El año que viene, duro en el gym y vas por el de Física.
Marche un asado por el veto a la ley de universidades; total, no hay Nobel de Educación
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Avanza la sombra de la violencia política
Héctor M. Guyot
La polarización que hoy contamina la política es síntoma de la magnitud de la crisis que sufre el país. El voto a Javier Milei nació de una sociedad exhausta y empobrecida, degradada en lo cultural y lo político por la hegemonía de un kirchnerismo –máscara modelo siglo XXI del peronismo– que construyó un poder personalista sobre la base de la ideología, la violencia verbal y la adoración al líder.
La voracidad del saqueo, unida a la ineptitud en la gestión y la falta de escrúpulos, elevó los índices de pobreza y de inflación. En medio del desgobierno, con el país casi en estado terminal, el voto ungió al candidato que representaba las antípodas ideológicas de lo que había.
El hecho de que la inflación de septiembre haya descendido al 3,5%, la más baja desde 2021, confirma que el populismo fiscal y la corrupción corporativa han sido causas determinantes de la debacle. En esto el electorado no se equivocó: se decidió por el candidato que prometía acabar con el déficit fiscal y el curro como si de una cruzada religiosa se tratara. Pero Milei representa las antípodas del kirchnerismo en esto y no se me ocurre en qué más. Para muchos, es suficiente. Confían en que la baja de la inflación pondrá en marcha la economía y, quién sabe, superada la recesión empezarán a aliviarse los insoportables índices de pobreza. Pero hay un problema: los entusiastas eligen olvidar que Milei supone al mismo tiempo una continuidad respecto del kirchnerismo. Como Cristina Kirchner, también construye un poder personalista sobre la base de la ideología, la violencia verbal y la adoración al líder. Más de lo mismo. La violencia política, que traía una fuerte inercia, recibió con los libertarios un nuevo empujón. Y hoy permea de modo alarmante en toda la sociedad.
La disputa sobre los recursos de la universidad pública elevó ese índice fatídico. En el Congreso, un asunto que merece un debate inteligente se convirtió en una puja política a matar o morir y eso se trasladó a la calle. La televisión mostró las imágenes de un influencer libertario que, identificado como tal, fue agredido por manifestantes que participaban de la marcha contra el veto a la ley de financiamiento universitario. Tuvo que correr para salvar el pellejo. Pero la soberbia maniquea que exhibió después ante las cámaras de LN+ lo mostró como algo más que una víctima. Era también un canal de la violencia. “Hay que dejar en claro quiénes son los buenos y quiénes los malos”, dijo, y en la categoría de “los otros” englobó a “los orcos”, “los socialistas”, “esas mierdas”. Hasta el chico de Rappi que con su bicicleta protegió al influencer del ataque de la horda –un muchacho mucho más consciente y maduro que su protegido, ejemplar en muchos aspectos– aludió con desprecio a “los zurdos” cuando fue entrevistado al otro día.
Venimos del odio y perseveramos en él. Esto es peligroso. La agresión verbal es violencia, y más cuando apunta a negar la existencia del otro o el derecho a sus propias ideas. Pero de nada servirá encender las alarmas si no advertimos con claridad que esta violencia está siendo fogoneada desde la misma Presidencia de la Nación. La forma en que se expresan estos chicos muestra la influencia que Milei ejerce sobre ellos. Desde arriba, desde el cargo de máxima responsabilidad, baja el ejemplo más nocivo para la convivencia política y social. Lo cuestionamos hasta el hartazgo en el caso de Cristina. ¿Por qué naturalizarlo ahora?
Las excusas para tolerar lo intolerable han sido varias. Hay quienes dicen que los insultos de Milei son una prueba de su autenticidad. “Él es así”, justifica su entorno. Me inclino a creerles, pero mi inquietud aumenta: la cosa, entonces, no tiene remedio. Otros minimizan el asunto, como si fuera solo una cuestión de forma. Quienes señalamos la tendencia del presidente libertario al agravio brutal “no la vemos”: nos distrae un aspecto “estético”, secundario, y nos perdemos lo principal. Pero fondo y forma son inescindibles, y más en política. Están también los que no dicen nada, contentos o resignados ante el hecho de que el léxico de la política se enriquezca con expresiones como “les cerramos el orto”, “ratas miserables”, “zurderío inmundo”, “ensobrados”, “degenerados fiscales” o “casta putrefacta”.
Pido disculpas por reincidir de distintas formas en este tema. Pero empiezo a ver cómo se expande entre los jóvenes el mismo desprecio ciego con el que el Presidente insulta a quienes considera sus enemigos (el periodismo independiente incluido) y a aquellos que no se cuadran ante su voluntad.
Para peor, quienes iniciaron este ciclo de violencia política para imponer un pensamiento único y consagrar a una Cristina eterna siguen echando leña al fuego. En una semana, diputados oficialistas fueron agredidos a pedradas en la Universidad de La Plata, a Martín Menem le llovieron huevazos en Río Gallegos y jóvenes libertarios denunciaron el ataque de una patota antes de un acto de Karina Milei en La Plata. También el kirchnerismo depende de que sus militantes crean que del otro lado se esconde el mismísimo demonio.
Sin darnos cuenta, nos deslizamos por la banquina hacia las aguas estancadas de una sociedad cada vez más dividida e intolerante, más violenta, empujados por el fanatismo de quienes deberían ofrecer el ejemplo contrario. Una sociedad atenazada por los extremos (el mileísmo y el kirchnerismo se necesitan mutuamente), donde el espacio convivencial de centro se diluye, incluso porque quienes están llamados a defenderlo ceden y se encolumnan detrás de uno u otro polo, en un escenario donde quedan excluidos el matiz, la duda y la disposición al diálogo.
La Argentina hoy necesita fundamentalmente dos cosas: reordenamiento económico, y allí Milei acumula hasta ahora logros innegables, pero después de 20 años de kirchnerismo también necesita paz y concordia, además de sana convivencia política. Y allí el Presidente nos retrotrae al pasado.
Somos una sociedad atenazada por los extremos
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