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domingo, 25 de septiembre de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA


La madrugada que marcó un quiebre en la hegemonía del kirchnerismo
El voto "no positivo" de Julio Cobos
Julio Cobos recuerda su famoso “voto no positivo” en julio de 2008, en la sesión del Senado en que se rechazó la resolución 125 que el Gobierno quería imponer al campo; una larga noche que tuvo en vilo al país

Mariano De Vedia
Tras una extenuante sesión en el Senado, la madrugada del 17 de julio de 2008 marcó una bisagra en la historia política reciente. En lo que muchos señalan como la primera manifestación pública de la grieta, el vicepresidente Julio Cobos emitió su “voto no positivo”, que inclinó la balanza tras el empate en 36 votos para cada lado, y enterró la posibilidad de que el gobierno de Cristina Kirchner impusiera las retenciones móviles que había dispuesto en marzo de ese año con la resolución 125, resistida por el campo, en el contexto de un país dividido, con rutas cortadas y supermercados vacíos.
“El resultado de la votación en el Senado me obligó a desempatar. La primera consecuencia fue la tranquilidad y la paz social. La situación estaba bastante alterada. Estaban las rutas cortadas y había una crispación política y social muy grande. Y fue, claro, el quiebre total en la relación entre la presidenta y el vicepresidente de la Nación”, recordó Cobos, hoy diputado nacional por Juntos por el Cambio, al remontarse a los momentos más tensos de aquella decisión, en un diálogo 
Más allá de que el “voto no positivo” permitió distender las horas de mayor tensión en el enfrentamiento con los productores rurales y le asestó un duro golpe al kirchnerismo, en tiempos en que aún vivía Néstor Kirchner, todos los protagonistas de esa historia ocupan hoy espacios diametralmente opuestos al de aquella madrugada.
Cristina Kirchner, que llevaba ocho meses como presidenta, es hoy vicepresidenta y ocupa en el Senado el mismo despacho en el que Cobos meditó profundamente y en soledad su voto. “Está exactamente igual. Boudou lo había pintado todo de blanco, pero después lo despintaron”, acotó el extitular del Senado.
"La situación estaba bastante alterada. Estaban las rutas cortadas y había una crispación política y social muy grande", recuerda hoy el diputado nacional Julio Cobos
El propio Cobos es ahora diputado por la oposición. El único llamado que atendió en esas horas decisivas fue el del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, hoy presidente de la Nación. “Vos votá a favor. La Presidenta recibirá mañana, a las 8, a la Mesa de Enlace, y ahí se va a llegar a un acuerdo”, fue el insistente pedido que le hizo. “Con más razón, si se van a reunir mañana, dejemos todo stand by y ahí van a encontrar una solución. Con poco se arregla”, le replicó el vicepresidente.
Martín Lousteau, autor de la 125 en su gestión como ministro de Economía, y Miguel Pichetto, que presidía el bloque de senadores kirchneristas y procuraba la aprobación de la 125, están ahora en Juntos por el Cambio. Sergio Massa, actual hombre fuerte del gabinete de Alberto Fernández, asumió como jefe de Gabinete días después de la derrota en el Senado y el lunes siguiente a la votación asistió en la Casa Rosada a la reunión en la que Cristina Kirchner le recriminó a Cobos su decisión.
“Yo le pedí la audiencia. Estaban Massa y Florencio Randazzo (ministro del Interior). La Presidenta no los dejó hablar a ninguno de los dos. Yo le dije que en un gobierno de concertación y pluralidad las decisiones de trazo grueso debían ser acordadas y que había que escuchar a las partes. Siempre le recordaba que habíamos asumido un compromiso de mayor institucionalidad y de grandes acuerdos. Ese había sido el eslogan del frente formado con parte del radicalismo que gobernaba cinco provincias y muchos municipios. Ella insistía en que tenía atribuciones para tomar la medida”, explicó el exgobernador de Mendoza, hoy de 67 años.
Cristina Kirchner y Julio Cobos el 28 de octubre de 2007
-¿No habían acordado previamente con la Presidenta una posición en común sobre la crisis con el campo?
-Cuando se produjo la escalada del conflicto, yo recibía mensajes de intendentes radicales de Córdoba y de la pampa húmeda, que mostraban que la cosa venía mal. Alrededor de Semana Santa hablé del tema con Randazzo, quien lo consultó a Néstor Kirchner. El mayor quiebre se produjo cuando Cristina habló de los piquetes de la abundancia. Ya había rutas cortadas y se agravaba el problema.
Cobos recuerda que Alberto Fernández, como jefe de Gabinete hacía grandes esfuerzos para acercar posiciones, pero no daban resultado. La Presidenta me pidió que fuera a Rosario a la inauguración de una planta automotriz con el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, pero no pude llegar por los piquetes. Cuando volvía, veía manifestaciones y cacerolazos. No sabía qué pasaba y eran las reacciones por ese discurso. Me fui a la Casa de Gobierno y pedí hablar con ella”, rememoró. Cuando esperaba ser atendido, veía por TV las imágenes del discurso de la Presidenta, que denunciaba los piquetes de la abundancia. “Acá sonamos”, fue su pensamiento inmediato.
-Hablé con ella y le transmití mi preocupación. Una de las pocas voces oficiales que se escuchaban era la de Luis D’Elía. Me quedé hasta la 1 de la mañana con Alberto Fernández y vimos el incidente de D’Elía con los ruralistas. Muchos intendentes radicales me pedían que lo frenáramos. A partir de ahí el conflicto con el campo fue creciendo.
-¿No se pudo frenar antes?
-Cuando Lousteau renunció al Ministerio de Economía, yo pensé que al irse el responsable del área y autor de la medida, la 125 iba a quedar sin efecto. Pero no, se mantuvo el conflicto.
-¿Tenía algún diálogo con la Presidenta?
-Sí, hasta que la medida fue enviada al Congreso. Yo le mandaba notas de mi puño y letra a Cristina. Cuando fui gobernador, Roberto Lavagna puso un impuesto a los vinos espumantes y con José Luis Gioja (San Juan) y Alberto Rodríguez Saá (San Luis) negociamos con Néstor Kirchner y con Alberto Fernández, para sustituirlo a cambio de inversiones. Al principio, incluso, a espaldas de Lavagna. Duró diez años esa excepción. Yo le daba esas ideas a Cristina, por escrito para que las leyera tranquila, tratando de buscar una salida.
Miguel Pichetto y Julio Cobos
La crisis con el campo fue in crescendo y cuando detuvieron al dirigente rural Alfredo De Angeli (hoy senador) por cortar la ruta, Cobos llamó a la Presidenta desde su oficina del Senado.
-Cristina, ¿qué están haciendo?
-No nos pueden cortar la ruta.
-Pero esto es incrementar más el conflicto. Y nadie sale a hablar, el único que habla es D’Elía. Si no sale nadie, salgo yo a hablar.
-No. Ya va a salir Randazzo, apenas termine esta situación y liberen a De Angeli.
-Bueno, pero yo mientras voy a ir hablando con los dirigentes del campo.
La Presidenta le cortó el teléfono, pero un minuto después lo llamó.
-Ya que vas a hablar con ellos, deciles que…
-No, si les digo esas cosas, mejor no los llamo.
“Ya en las cartas que le mandaba, le sugería que enviara la resolución al Congreso. Incluso, era una forma de sacarse de encima el problema”, reveló Cobos.
Señales y anticipos
Cobos le adelantó a unos diez legisladores oficialistas, entre ellos el radical Daniel Katz, que iba a fijar su posición por escrito, en un artículo. Alberto Fernández se enteró y le pidió que le mandara previamente el texto. “Le aclaré que se lo podía mandar, pero que la nota iba a salir publicada, porque era mi opinión y yo me hacía responsable”, reveló.
Cristina Kirchner y Alberto Fernández, en 2008
Los medios recogieron su opinión, en la que pedía una convocatoria al diálogo y la intervención del Congreso.
“Fue el primer cimbronazo. El lunes siguiente vinieron a mi oficina los senadores José Pampuro (presidente provisional del Senado) y Miguel Pichetto (jefe del bloque oficialista) a pedirme explicaciones. Terminaron admitiendo que ellos estaban de acuerdo, pero me anticipaban que tenían que ir a la Casa Rosada para hablar del tema.
A los pocos días, Fernández le pidió a Cobos que concurriera a un acto en la Casa de Gobierno porque la Presidenta iba a hacer un anuncio importante. “Fui y Cristina anunció el envío de la resolución 125 al Congreso. Carlos Kunkel se levantó y me dijo: Esto te lo debemos a vos”.
Julio Cleto Cobos, hoy, en su despacho de la Cámara de Diputados
“Ni una coma”
Una vez que llegó el tema al Congreso comenzaron otros problemas. Cristina Kirchner no quería que le sacaran ni una coma. “Yo convoqué a los gobernadores. Hablé con todos, pero solo vinieron tres: Juan Schiaretti, Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá. Nosotros proponíamos que se enriqueciera la resolución. Pero, a partir de ahí, la relación fue más tensa. Yo hacía esfuerzos para que se lograra un acuerdo y ese acuerdo era posible modificando, no ratificando el texto inicial”, contó.
-¿El Gobierno no aceptaba cambios?
-Exacto. Si no me querían dar poder a mí para impulsar modificaciones, lo podrían haber hecho a través del bloque propio de senadores. Yo venía de Mendoza con esa mentalidad, cuando había alguna situación complicada, me apoyaba en el vicegobernador para que buscara equilibrios y consensos en la Legislatura. ¿Para qué forzar algo que uno sabe que no va a salir o que va a generar problemas si sale?
-¿En Diputados no se generó tanta tensión?
-Se aprobó por siete votos, pero se mantuvo la misma resolución 125, sin cambios. En el Senado se estaba lejos de un empate, pero muchos comenzaron a cambiar de opinión y dar vuelta su voto: Ramón Saadi (Catamarca), Teresita Quintela (La Rioja) y Elena Mercedes Corregido (Chaco). Los citaban en la Casa Rosada y volvían convencidos de votar en contra.
-¿Cómo fue el desenlace?
-El día de la sesión, cuando se empezó a hacer el conteo de la votación y se percibía un empate, me empezó a llamar todo el mundo. Y no atendí a nadie. Pablo Verani (Río Negro) trataba de negociar un cuarto intermedio. Se perfilaba el 36-36. Yo impulsaba esa salida para ganar tiempo y buscar algún acuerdo. No querían. Todos estaban agotados y querían cerrar la historia. Al único que atendí cuando ya estaba por volver al recinto fue a Alberto Fernández, a través de José Pampuro.
Julio Cobos y un momento de tensión el 17 de julio de 2008, el día del voto "no positivo"
En ese momento de tensión, el diálogo fue el siguiente:
Cobos: -Esto está muy mal. Que Pichetto pida un cuarto intermedio, si no lo voy a pedir yo.
Fernández: -Vos nos pediste que lo tratara el Congreso. Vos nos metiste en esto. Hacete responsable”.
Cobos: -Yo me hago responsable. Pero te estoy diciendo que voy a votar en contra. La solución es un cuarto intermedio y buscar un acuerdo.
Fernández: -Vos votá a favor. Después, la Presidenta recibe mañana, a las 8, a la Mesa de Enlace, y avanzan en un acuerdo.
Cobos: -Pero mejor. Que quede esto en stand by y que Cristina reciba al campo, les acerquen propuestas. Con poco esto se arregla.
“Pero el Gobierno no quería saber nada. Yo volví a la sesión, pedí un cuarto intermedio y me dijeron que no. Solo María Eugenia Estenssoro (CCoalición Cívica) levantó la mano”, precisó el exvicepresidente.
Y reveló un dato que pocos conocen: “Pampuro se acercó y me dijo que estirara mi discurso para ver si convencía al bloque. Incluso, después me confesó que les propuso irse él del recinto, para que yo no tuviera que desempatar. Pero no lo dejaron. Cuando me hizo señas de que no había más por hacer, voté”.
-¿Consultó con alguien esa decisión?
-No, yo ya tenía la decisión tomada. Obviamente, en mi familia estaban muy preocupados.
-¿El Gobierno sabía entonces que el voto de desempate iba a ser negativo?
-Sí, por eso les sugería que pidieran un cuarto intermedio. Yo no quería ningún protagonismo. No me dieron nunca a mí facultades para arreglarlo.
-¿Ese fue el origen de la brecha política que persiste hoy?
-Ahí comenzó la famosa grieta. Siempre había algún adversario: los medios, el campo, el Poder Judicial. Veníamos de la grave crisis de 2001. El único año con inflación de un dígito fue 2005. Había tres puntos de superávitr del PBI, reservas en el Banco Central, balanza comercial positiva, un único tipo de cambio, no había precios cuidados. Era un momento ideal para estabilizar la economía, pero las cosas no se dieron.
-No era la primera vez que había un conflicto entre el vicepresidente y el Presidente.
-Sí, la propia Cristina con Alberto Fernández. Ordenó votar en contra el acuerdo con el Fondo Monetario. Fue el voto de la oposición lo que le permitió ahora a Massa seguir negociando. A la Presidenta nunca le critiqué un funcionario, no hice ninguna adjetivación. Traté de solucionar con las herramientas que tenía a mi alcance un conflicto. Y solucionamos el conflicto, De hecho, después le permitió a Cristina ganar las elecciones presidenciales en 2011.
Julio Cobos hoy, en su despacho en la Cámara de Diputados de la Nación
Julio Cobos, ayer y hoy
Julio César Cleto Cobos nació en Godoy Cruz, Mendoza, el 30 de abril de 1955. Estudió en el Liceo Militar General Espejo y se graduó de ingeniero civil en la Facultad Regional Mendoza de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), de la que fue luego profesor y decano.
Dedicado a la política, ingresó en la Unión Cívica Radical y fue secretario de Obras Públicas y ministro de Ambiente y Obras Públicas de la provincia de Mendoza, antes de ser gobernador, entre 2003 y 2007. En su gestión creó el Servicio Cívico Voluntario, para capacitar a jóvenes en distintos oficios.
Promovió el diálogo frente al kirchnerismo y fue elegido por Néstor Kirchner para acompañar la fórmula presidencial encabezada por Cristina Kirchner en 2007. La crisis con el campo marcó un quiebre en la relación y se mantuvo como vicepresidente, en medio de la resistencia del oficialismo.
Volvió después a la UCR. Fue elegido senador y diputado nacional, y actualmente respalda el lanzamiento de Gerardo Morales y Facundo Manes para las elecciones primarias de 2023, donde se definirán las candidaturas.
En su vida personal, el año pasado fue padre de una niña, Isabella, fruto de la relación con su nueva pareja, Natalia Obon. De su matrimonio anterior tiene tres hijos. Además, es abuelo de cinco nietos.

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lunes, 19 de septiembre de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA



Semana Santa: el momento en que el oficialismo y la oposición defendieron juntos la democracia
Raúl Alfonsín, en el balcón de la Casa Rosada durante los episodios de Semana Santa de 1987; a su izquierda, Antonio Cafiero y José Luis Manzano
Miguel Ángel Toma recuerda cómo el peronismo renovador se instaló en la Casa Rosada para acompañar al gobierno de Raúl Alfonsín, ante la conmoción por el levantamiento carapintada de Aldo Rico; “si se rompía el orden constitucional todos éramos boleta”, recuerda
Mariano De Vedia
En medio de tantas crisis que sacudieron al país, la recuperación de la democracia puede mostrar, como cantaba Sui Generis, que “hubo un tiempo que fue hermoso”. En una situación atípica, el oficialismo y la oposición dejaron de lado sus diferencias e hicieron un frente común para defender la estabilidad constitucional, frente al levantamiento carapintada de Semana Santa, en abril de 1987, cuando gobernaba el presidente radical Raúl Alfonsín.
“En la Argentina de hoy es difícil pensar algo así”, rememoró el dirigente justicialista Miguel Ángel Toma, en aquel momento diputado nacional y vicepresidente de la Comisión de Defensa, que se instaló en la Casa Rosada, junto a pesos pesados del peronismo renovador, como Antonio Cafiero, Carlos Grosso y José Luis Manzano. Toma fue el vocero de ese grupo ante la prensa, con la misión de mostrar cohesión con el gobierno radical y actuar codo a codo con el secretario general de la Presidencia, Carlos Becerra, y el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena.
La foto histórica del balcón de la Casa Rosada, con un presidente radical rodeado de dirigentes peronistas, constituye una postal casi imposible de lograr. La imagen refleja una tensión que se trasladaba a la Plaza de Mayo, colmada al igual que otras plazas en el interior.
“Nos propusimos tomar las decisiones por consenso. La mayoría teníamos menos de 40 años y éramos conscientes de que el país estaba a un paso de retroceder a los tiempos oscuros”, explicó Toma, en un extenso diálogo
Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero, en el balcón de la Casa Rosada, en una acción conjuntra entre el oficialismo y la oposición, ante la rebelión carapintada de 1987
A los 72 años, Toma tiene en claro las diferencias con el escenario de confrontación que hoy vive el país, con un kirchnerismo que domina la escena. “En ese tiempo existía la conciencia de que en los grandes temas centrales y estratégicos no podíamos disentir”, resumió, a 35 años de distancia.
Esa sintonía entre el oficialismo y la oposición fue el punto de partida para acuerdos básicos, que con el correr de los años –en las sucesivas presidencias de Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa- derivaron en la sanción de las leyes de defensa nacional, seguridad interior y de inteligencia, todas ellas aprobadas casi por unanimidad y vitales para temas sensibles en una democracia que se iba consolidando.
“Alfonsín no intentó un rédito personal, ni sectorial, ni buscó fracturar a la sociedad. Convocó a todos. Se avanzó en una política de Estado a partir de una crisis porque había un demócrata en el Gobierno y había demócratas en la oposición. Hoy no hay demócratas en el Gobierno. No hay tipos con la estatura de Alfonsín, que después de un cimbronazo de esa naturaleza llamó a pensar políticas en conjunto”, describió el exlegislador. Y marcó un contraste notable con el panorama actual: “Hoy hay un Alberto Fernández que dice que los periodistas son una banda que sirve a intereses políticos y económicos, que nosotros –la oposición- también somos una banda y la Justicia lo mismo. Somos los odiadores”.
Cómo se llegó
Miguel Ángel Toma, en la Casa Rosada, durante la Semana Santa de 1987; a su lado, Raúl Rabanaque Caballero (Partido Intransigente)
En la Semana Santa de 1987, el avance de los juicios a los militares había generado la reacción de varios oficiales, encabezados por el teniente coronel Aldo Rico, que se acuartelaron en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. “Sus planteos no estaban para nada claros. Había infinidad de interpretaciones, desde el intento de un golpe de Estado hasta la reivindicación de las Fuerzas Armadas. Era una situación muy confusa. Pero lo percibíamos como una amenaza a la democracia, recientemente recuperada”, recordó el exdiputado Toma.
En su visión, el contexto sumaba dos circunstancias históricas: el radicalismo había vuelto al poder después de 20 años y el peronismo había perdido por primera vez una elección, en 1983.
“La UCR ya había hecho su proceso de cambio, con el liderazgo de Alfonsín. Los que veníamos demorados éramos los peronistas, que habíamos iniciado la renovación, tras la derrota de 1983. Eso llevó a que nuestra generación avanzara en la ocupación de espacios institucionales partidarios”, explicó.
-¿Era fuerte la disputa en el peronismo?
-Sí. El peronismo renovador había recuperado el control del partido, a partir de la figura de Cafiero en la provincia de Buenos Aires. En Capital, ya había empezado la renovación en 1985, cuando la lista de candidatos a diputados fue encabezada por Grosso, Eduardo Vaca, Roberto Digón y yo, en cuarto lugar. En esa elección Cafiero ingresó como diputado nacional, pero a través de un frente con la democracia cristiana, porque el partido en la provincia lo controlaba Herminio Iglesias.
-¿Cómo era la convivencia con el radicalismo? ¿Había tensiones?
-Había debates fuertísimos, pero también acuerdos muy sólidos. Cuando la continuidad institucional estuvo en riesgo nos encontró a todos juntos y esto se verificó en la asonada de Rico. Nosotros teníamos una fractura interna en el bloque de diputados: el PJ ortodoxo, conducido por el sindicalista petrolero Diego Ibáñez, y el peronismo renovador, que era mayoritario, encabezado por Jose Luis Manzano. De allí surgen otras figuras, como José Manuel de la Sota, Jorge Busti, José Octavio Bordón, Diego Guelar. Y en el radicalismo había figuras extraordinarias, como Juan Carlos Pugliese, César Jaroslavsky, Jesús Rodríguez, Raúl Baglini, Federico Storani, Marcelo Stubrin, todos de un alto nivel.
-De todos modos, el PJ impide la reforma sindical.
-Había una oposición del conjunto del peronismo porque todavía tenía una presencia muy fuerte el sector ortodoxo, que se modificó tras la elección parlamentaria de 1985. Eso produjo un cambio generacional y una actitud distinta en la oposición.
-¿El sector sindical pesaba?
-Pesaba, pero con diferencias. Una cosa eran los gremios ortodoxos, pero del lado nuestro había un sindicalismo más actualizado, incluso con Saúl Ubaldini. Había una confrontación muy dura, como lo muestran los 13 paros generales de la CGT. Pero también existía la conciencia de que en los grandes temas centrales y estratégicos no podíamos disentir.
Miguel Angel Toma, a los 72 años, recuerda los esfuerzos comunes del oficialismo y de la oposición por defender la democracia
Todo se compartía
Para Toma, la expresión más clara de ese acuerdo entre las fuerzas políticas fue Semana Santa. “Ahí estuvimos de acuerdo y todos pusimos el hombro por encima de nuestras diferencias para defender la democracia”, afirmó el dirigente.
Así, abordó las coincidencias entre aquel peronismo que intentaba reponerse de la caída electoral de 1983 y el radicalismo de Alfonsín desde una perspectiva intelectual e histórica. “No planteábamos la realidad desde el pensamiento del filósofo Ernesto Laclau, el teórico reivindicado por el kirchnerismo, que enseña que para acumular poder tenés que construir un enemigo y demonizarlo. Partíamos de la concepción del abrazo de Perón y Balbín, de la unidad nacional”, expone.
Con el tiempo se habló de que el balcón de la Casa Rosada, el mismo al que se había asomado Juan Domingo Perón el 17 de octubre de 1945, presentaba riesgos de fisuras y una capacidad limitada. Pero nadie reparaba en prevenciones arquitectónicas, ante la amenaza militar.
Las urgencias políticas de ese momento se reflejan en la famosa foto del balcón, cuando en un momento de máxima tensión Alfonsín anuncia a la multitud reunida frente a la Casa Rosada que irá a Campo de Mayo a intimar la rendición de los sediciosos. Al lado del presidente radical aparecen Cafiero, Manzano, Grosso y otros dirigentes de primera línea de la oposición. El propio Alfonsín los invitó a que lo acompañaran en el balcón. “No nos metimos de guapos, ni nos colamos”, precisó
-Me instalé desde el primer día de la crisis en la Casa Rosada, junto a Becerra y Jaunarena. Yo era el vocero del peronismo renovador, en apoyo a las acciones que desarrollaba el Gobierno para neutralizar la amenaza.
-¿Cómo era la convivencia con los radicales en esas jornadas de tensión?
-Los principales referentes del peronismo renovador estábamos en contacto permanente. En el momento de máxima tensión, Diego Guelar, Grosso, Cafiero y Manzano fueron a Campo de Mayo para acompañar a Alfonsín. Yo expresaba nuestra posición en los medios, en la Casa Rosada. Estábamos poniendo el cuerpo, no solo en forma declamativa. Una foto muestra a Grosso y Jesús Rodríguez parando a la gente en la puerta de Campo de Mayo para que no ingresaran, porque teníamos miedo de que se produjera un enfrentamiento entre civiles y militares. Había muchas personas enardecidas.
-¿Había un límite en ese acompañamiento?
-Acompañamos absolutamente. A nosotros no nos preocupaba si esto consolidaba o no a Alfonsín. O si nos consolidaba a nosotros. Sabíamos que si se rompía el orden constitucional todos éramos boleta. Nadie se salvaba. Existía un interés superior y estratégico que nos unificaba.
Aldo Rico,, en Campo de Mayo, con oficiales del Ejército que participaron del primer levantamiento carapintada, en 1987, en un desafío al gobierno de Raúl Alfonsín
-¿Benefició, finalmente, al PJ esa movida?
-Había, por supuesto, muchas especulaciones. En la práctica, aún sin proponérnoslo, benefició al peronismo. Porque nos dio lo que nos faltaba frente a la percepción del peronismo anterior, que era corporativista y no comprometido con la democracia. Nos dio chapa de demócratas. Pero no fue un resultado buscado, sino la consecuencia de una conducta motivada por un interés superior. Eso fue muy importante para la elección presidencial de 1989, que vino después.
-¿Qué tipo de conversaciones mantenían?
-Seguíamos todo minuto a minuto. Yo estaba en comunicación permanente con Becerra y Jaunarena. Y nosotros teníamos militares, asesores nuestros que formaban el “grupo de los 33 orientales” y nos pasaban las novedades que había en las fuerzas.
El surgimiento de ese grupo de convivencia entre peronistas y militares se remonta a comienzos de los años 70, antes de la asunción presidencial de Héctor J. Cámpora, con la creación del Comando Tecnológico Peronista (CTP), una agrupación política destinada a la formación de equipos técnicos y planes para un eventual acceso al gobierno. Los jefes de la CTP eran Julián Licastro, José Luis Fernández Vanoli –ambos militares que habían sido echados del Ejército por negarse a reprimir en el Cordobazo - y Carlos Grosso, un licenciado en letras que había sido seminarista jesuita, militaba en el peronismo y dictaba clases de literatura hispanoamericana en el Colegio Máximo de San Miguel, donde Toma fue uno de sus alumnos.
“En el CTP armábamos el Boletín Informativo Peronista (BIP), que distribuíamos a 250 oficiales, a los que queríamos comprometer para que se sumaran al campo nacional y popular”, explicó el exlegislador. En 1978, ya en el gobierno de Jorge Rafael Videla, hubo una filtración y llegó la Policía, que entre otros materiales se llevó un listado con los nombres de los 250 oficiales a los que les llegaba el boletín. En pocos días, el Ejército echó a los 33 más activos. “Cuando volvió la democracia nosotros los llevamos como asesores en temas de defensa. Los llamábamos ‘los 33 orientales’ y en los sucesos de Semana Santa nos anticipaban cómo repercutía el levantamiento en las unidades militares. Compartíamos toda esa información con Becerra y Jaunarena”, reveló Toma.
La escena del balcón
-¿Los tomó de sorpresa la decisión de Alfonsín de ir a Campo de Mayo?
-No, nos anticiparon a nosotros la decisión. Yo les avisé por teléfono a Cafiero y a Grosso. Cuando lo anunció en el balcón, nosotros lo sabíamos y organizamos que algunos se trasladaran a Campo de Mayo para ayudar a contener a la gente. Guelar los llevó a ellos en un auto. También fueron Oscar Alende, líder del Partido Intransigente, el sindicalista Hugo Curto, por la CGT, y empresarios como Roberto Favelevic, que presidía la Unión Industrial Argentina, entre otros.
-En el balcón Aparece Vicente Saadi, identificado más con el peronismo ortodoxo.
-Claro. Saadi era senador y presidía nuestro bloque, Pero la renovación arrastró a todos en el peronismo. La impronta del peronismo ya era nuestra.
-¿Qué posición tenía Carlos Menem?
-Menem había apoyado el plebiscito por el Beagle, al que Saadi se opuso. Menem ya estaba en esa tesitura. A partir de Semana Santa se constituye el triunvirato del peronismo: Cafiero, Menem y Grosso. Al año siguiente hicimos el evento más trascendente de la historia del peronismo: la interna Menem-Cafiero. La estructura partidaria la manejaban de punta a punta Cafiero y los gobernadores, más toda la estructura de los bloques del Senado y de la Cámara de Diputados e hicimos una elección tan transparente que nos ganó Carlos Menem. Los que manejaban el aparato perdieron contra el outsider. Menem ganó con los “rojo punzó”, pero gobernó con la renovación.
-¿Nunca volvieron a presentarse condiciones para un acercamiento entre el oficialismo y la oposición?
-El radicalismo adoptó la misma postura con Menem en 1990, cuando se produjo el alzamiento de Villa Martelli, con Seineldín. Yo, como presidente de la Comisión de Defensa, fui rápido a la Casa Rosada a ver al Presidente, y él ya estaba desayunando con César Jaroslavsky, presidente del bloque de la UCR.
"Alfonsín convocó a todos. No buscó fracturar a la sociedad", rememoró el exdiputado peronista Miguel Ángel Toma
Miguel Ángel Toma, ayer y hoy
Referente del peronismo porteño, Miguel Ángel Toma nació el 18 de septiembre de 1949, en Buenos Aires. Estudió en el Colegio Máximo, de San Miguel, y es egresado de la Facultad de Filosofía y Teología, con el título expedido por la Universidad del Salvador. Siguió esa carrera luego de cursar un año como seminarista entre los jesuitas, cuando en la misma sede cursaba Jorge Bergoglio su último año de teología.
Fiel a sus inquietudes políticas y sociales, Toma dio sus primeros pasos en el peronismo junto a Carlos Grosso y, tras la recuperación de la democracia, en 1983, se enroló en el peronismo renovador, liderado por Antonio Cafiero. Fue diputado nacional durante cuatro períodos y actuó, entre otras áreas, en la Comisión de Defensa. Acompañó la presidencia de Carlos Menem y, a partir de la articulación con sectores del radicalismo, participó de la elaboración por consenso de las leyes nacionales de defensa, de seguridad interior y de inteligencia, sancionadas en distintos períodos y sobre temas que siempre consideró estratégicas.
Fue titular de la Secretaría de Inteligencia durante el gobierno de Eduardo Duhalde y hoy milita en el Peronismo Republicano, con Miguel Ángel Pichetto, Ramón Puerta y Juan Carlos Romero, entre otros. Hoy su medio de vida y actividad laboral es a través de su consultora TCC Advice, dedicada a la gestión empresarial, comercial y administrativa.

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lunes, 12 de septiembre de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA


La Conadep: nueve meses frenéticos, entre miedos y conspiraciones, para gestar el mayor documento sobre el horror de la dictadura
Ernesto Sabato en la Conadep (YouTube)
Graciela Fernández Meijide rememora el trabajo de la comisión que creó Alfonsín en 1983 para investigar las violaciones de los derechos humanos, cuando todavía los militares involucrados retenían una importante cuota de poder
Astrid Pikielny
“El día previo a entregarle el informe a Alfonsín nos robaron la documentación sobre Mar del Plata y había que rehacerla. Estaba claro que teníamos topos, gente que tenía acceso e interfería. Esa noche varios nos quedamos a dormir en el piso del Centro Cultural San Martín, en el suelo, para custodiar la información. Tiramos algunos colchones entre las pilas y pilas de papeles. No había computadoras. Al día siguiente, apenas pude secarme la transpiración con una blusa, cambiármela por otra y salir corriendo a la entrega en la Casa Rosada”, recuerda Graciela Fernández Meijide, a 39 años del documento conformado por 50.000 páginas que dio forma al “Nunca Más” y sirvió como prueba para la condena de los comandantes en el juicio a las juntas militares.
La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) había sido creada por un decreto del presidente Raúl Alfonsín, el 15 de diciembre de 1983, cinco días después de su asunción. Y tras nueve meses de trabajo, el informe de la primera Comisión de la Verdad del mundo -una experiencia que inspiró a otros países con pasado dictatorial- había consignado testimonios de sobrevivientes y sus familiares, listas de desaparecidos y la cantidad y la ubicación de los centros clandestinos de detención y tortura.
Fernández Meijide nunca olvidó la cara de desesperación de Pablo cuando se lo llevaron aquella madrugada del 23 de octubre de 1976 del departamento familiar. La angustia insoportable. La búsqueda incesante. El peregrinaje por distintos organismos de derechos humanos. Durante años, para poder conciliar el sueño, había imaginado que le pegaba un tiro en la frente a Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Roberto Viola
Con las fotocopiadoras todavía calientes por la impresión frenética de las hojas que faltaban, algunos miembros de la Conadep que habían pasado la noche en su centro operativo ya estaban listos para entregarle el documento a Alfonsín.
El primero en salir rumbo a la Casa de Gobierno fue el escritor Ernesto Sábato, el presidente de la comisión. A la hora señalada, lo recogió un auto de la policía para su traslado.
Graciela Fernández Meijide, con Hebe de Bonafini, en una imagen de 1984
“Sale en un Ford Falcon verde. Eran los autos de la Policía. Nosotros salimos más tarde, llegamos a la Casa de Gobierno y vemos que Sábato todavía no había llegado. Esperamos. Nos llamó la atención”, dice Fernández Meijide. Eran apenas 40 cuadras las que tenía que recorrer el auto y para entonces Sábato ya debía estar ahí. “Rápidamente afloró la paranoia y pensamos que lo habían secuestrado. No, en realidad la gente había hecho detener el auto al reconocer que era Sábato el que iba adentro. Lo querían tocar. Sábato se había convertido en el símbolo de la denuncia y la justicia. Se había convertido en un héroe nacional”, evoca quien llegó a convertirse en activista por los derechos humanos por una tragedia personal que la eyectó a la vida pública: la desaparición de su hijo Pablo, de 17 años.
Alfonsín convocó personalmente a algunos de los miembros de la APDH. Les pidió, “por la Patria”, que colaboraran con la Conadep. Quienes finalmente integraron la comisión, considerados intachables en sus respectivos ámbitos y disciplinas, habían mostrado compromiso por los derechos humanos
Fernández Meijide nunca olvidó la cara de desesperación de Pablo cuando se lo llevaron aquella madrugada del 23 de octubre de 1976 del departamento familiar. La angustia insoportable. La búsqueda incesante. El peregrinaje por distintos organismos de derechos humanos. Durante años, para poder conciliar el sueño, había imaginado que le pegaba un tiro en la frente a Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Roberto Viola. Esa escena era lo único que podía calmaba y hacerle conciliar el sueño. “Como no los iba a matar, me propuse llevar a los responsables a la Justicia”, dice. Y recuerda que, frente a esa tragedia inimaginable, nadie hizo justicia por mano propia.
Después de nueve meses extenuantes, que incluyeron viajes a todos los rincones del país y vuelos internacionales para recoger testimonios de sobrevivientes y exiliados, el informe que fue hito de la democracia recuperada estaba listo para ser depositado en manos del presidente.
Durante la dictadura militar, Alfonsín había tenido un rol activo como miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), un organismo plural y ecuménico que llegó a reunir más de 4000 denuncias de desapariciones. Durante la campaña de 1983, el radical había rechazado la ley de autoamnistía militar, que derogó apenas asumió, y eligió como fecha de su juramento el 10 de diciembre: el Día Universal de los Derechos Humanos.
Alfonsín convocó personalmente a algunos de los miembros de la APDH. Les pidió, “por la Patria”, que colaboraran con la Conadep. Quienes finalmente integraron la comisión, considerados intachables en sus respectivos ámbitos y disciplinas, habían mostrado compromiso por los derechos humanos: Ricardo Colombres (ex rector de la UBA), Hilario Fernández Long (decano de la Facultad de Ingeniería), Carlos Gattinoti (pastor evangélico de la Iglesia Metodista), Gregorio Klimovsky (epistemólogo), Marshall Meyer (rabino estadounidense, fundador del Movimiento Judío por los Derechos Humanos), Jaime de Nevares (obispo católico), Eduardo Rabossi (filósofo), Magdalena Ruíz Guiñazú (periodista), Santiago Marcelino López, Hugo Diógenes Piucill y Horacio Huarte (diputados radicales en representación del Congreso) y, por un breve período, el médico René Favaloro.
Además de los “miembros plenos”, hubo varios secretarios: Daniel Salvador, Raúl Peneón, Alberto Mansur, Leopoldo Silgueira, Agustín Altamiranda y la propia Fernández Meijide, encargada de recibir y sistematizar las denuncias, una tarea que ya había desempeñado anteriormente en la APDH.
“Se suponía que también iban a integrar la Conadep tres diputados y tres senadores del peronismo y del radicalismo. Pero del peronismo no fue nadie. No quisieron. (Vicente Leónidas) Saadi, que era el presidente del Senado, tampoco mandó senadores peronistas”, recuerda Fernández Meijide.
Raul Alfonsin y su ministro del Interior, Antonio Tróccoli, reciben a la Conadep en la Casa Rosada, el día en que le entregaron el informe final que fue la base del "Nunca Más"archivo
Los años previos
Sentada en el living de su departamento del barrio de Belgrano, con 91 años y una maculopatía en progreso que compromete su visión, Fernández Meijide reconstruye en detalle las encrucijadas previas a la creación de la Conadep y la demanda de los organismos de derechos humanos y de las juventudes políticas de que se hiciera una bicameral en el Congreso. “Los organismos decían que una bicameral iba a llevar a los militares a declarar ante la representación del pueblo. Alfonsín era consciente de que los militares tenían todavía un poder amenazante y no quería verlos desfilar por el Congreso. En ese momento, Alfonsín pensaba que los militares tenían que ser juzgados, pero por su tribunal natural, que es el Tribunal Supremo de las Fuerzas Armadas. Algunos pensábamos -y se demostró que teníamos razón- que los militares jamás se juzgarían a sí mismos. Con una bicameral se habrían pasado seis meses discutiendo quién era el portero: si un peronista o un radical. Entonces, Alfonsín decide crear la Conadep y convoca a referentes de distintas profesiones”.
“Esa comisión empieza a trabajar y a tomar testimonios. Algunos se espantaban. Otros se desmayaban. Algunos de ellos habían estado en la APDH pero no habían leído en detalle cada testimonio. Además, partían algunas delegaciones a buscar desaparecidos en distintos lugares del país. ¿Qué hacían los servicios de Inteligencia? Le mandaban cartas anónimas a algún familiar diciendo que su hijo en ese momento estaba en tal cuartel. Esa familia pedía que fueran. ¿Sabés las veces que terminaron yendo a manicomios, por ejemplo, al Moyano, buscando sobrevivientes? Eso aumentaba la desesperación. De Nevares se dio cuenta de que esas falsas denuncias los iban a tener recorriendo el país sin sentido. Y me pide que sea la secretaria de Denuncias”.
Fernández Meijide se tomó un par de días para pensar el ofrecimiento. Sentía que traicionaba a los organismos que seguían pidiendo la creación de una bicameral. Finalmente, reunió a su familia y les comunicó su decisión de aceptar la propuesta, con algunas condiciones. “Llevar gente de los organismos entrenada en recibir testimonios -vos les decías un nombre y ellos sabían el grupo entero que había caído- y que los secretarios pudiéramos estar presentes en las reuniones políticas de esa comisión con voz, aunque fuera sin voto. Éramos cinco secretarios”.
“Llevamos los formularios de las denuncias de la Asamblea a la Conadep, que después fuimos perfeccionando. El nombre de la víctima, la circunstancia de la desaparición, el nombre del denunciante, todo lo que te podían decir. En la Asamblea yo les había hecho firmar expresamente si autorizaban que ese testimonio se elevara al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. La mayor parte dijo que no”.
Graciela Fernández Meijide con sus hijos; Alejandra y Pablo, abajo, y Martín, parado a su lado
La colaboración con la flamante Conadep dividió posturas en Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. “Hebe (de Bonafini) no estaba de acuerdo. Estaba en contra de todo lo que fuera institucional, pero algunas Madres se rebelaron e ingresaron en el área de Documentación. Abuelas no tenía suficiente cantidad de personas, pero sí llevó toda la documentación”.
El ingreso de Fernández Meijide a la Conadep fue crucial. Ya era una figura destacada dentro de los organismos, había recibido miles de denuncias y le gente no solo la conocía, confiaba en ella.
Al llegar por primera vez al Centro Cultural San Martín, recuerda, vio la custodia armada apostada en el lugar, por orden del Ministerio del Interior. “Cuando me encontré tipos con armas delante de los pobres familiares les dije: ‘Ustedes se van a un cuarto y se quedan encerrados ahí, que no los vea nadie’. Y después hablé con el ministerio y les dije que pusieran custodia afuera, pero que no podíamos intimidar a los familiares con tipos armados, aunque estuvieran de civil. Tal vez esos tipos eran los que nos robaban información”.
Los secretarios de las juventudes políticas de todos los partidos mandaron colaboradores, a excepción del peronismo. “Cuando reuní a los colaboradores les expliqué cómo había que tomar las denuncias y recuerdo que les dije: ‘Ustedes entraron en un terreno que nunca van a poder dejar, no van a poder dejar de pensar en esto; van a quedar muy marcados’. A muchos les jodió la vida familiar porque era tanto el horror que volvían a la casa y solo podían hablar de lo que habían leído o escuchado. Empezamos a recorrer el país; le pasamos el peine fino”.
Graciela Fernández Meijide
Rápidamente, la Conadep duplicó las denuncias que había recibido anteriormente la APDH. “Había gente del interior más profundo que ni sabía que existían los organismos. También se presentaron familias de la alta burguesía que no habían querido denunciar antes porque pensaban que ´los organismos de derechos humanos estaban llenos de comunistas´”, dice. Y viene a su memoria, una historia, entre tantas. “Teníamos el caso de una chica francesa desaparecida que posiblemente hubiera entrado en Montoneros. Su madre había venido a la APDH durante la dictadura, pero no quería que su hija figurara en ninguna lista porque su marido no estaba de acuerdo. Entonces, pusimos ese caso, pero con una observación: que no se haga público el nombre. Empieza la Conadep y vuelve esa señora con un señor, su marido, que era de la OAS -la Organización del Ejército Secreto-, una organización terrorista de extrema derecha francesa que estaban en contra de la descolonización de Argelia”. Fernández Meijide recuerda con exactitud la cara de ese hombre, cómo estaba vestido, el peinado, su actitud contrariada. “Esos tipos habían venido acá a entrenar en torturas, por lo tanto, él sabía exactamente por todo lo que había pasado su hija. Yo reconozco a la señora y la saludo igual que a cualquier hijo de vecino para no dejarla en evidencia. Finalmente, él termina denunciando la desaparición de su hija. Fue desgarrador ver cómo el padre que antes se había resistido a hacer la denuncia termina privilegiando el amor por su hija”.
Los represores
Algunos represores también se acercaron a la Conadep a dar información y fue la secretaría de Raúl Aragón, no la de Fernández Meijide, la encargada de recibirlos. Habían participado de los grupos de tareas y cuando acabó la persecución política, se dedicaron a robos, secuestros y otros delitos por cuenta propia. “Albano Harguindeguy había metido presos a 300 represores. Algunos de ellos pedían venir a declarar. No sabíamos si era para aliviar su pena o simplemente para salir de la cárcel un rato y entretenerse. Escupían para arriba. Sentían que ellos eran víctimas de sus superiores. Decían que los superiores se iban a salvar, por eso te daban información”.
Graciela Fernandez Meijide declara en el Juicio a las Juntas
Fernández Meijide explica por qué eligió derivar a Aragón el testimonio de los represores. “Tenía la impresión de que en algún momento yo podría estar interrogando al que había asesinado a mi hijo y no saberlo”.
En ocasiones tuvo que intervenir. “Cuando el caso tenía mucha carnadura y los que tomaban la denuncia no tenían suficiente información me pedían que yo leyera los testimonios, y en algunos casos los presenciara. Por ejemplo, me tocó estar interrogando a dos tipos que eran de un grupo de tareas y, habitación de por medio, tener a una de las personas a quienes ellos habían secuestrado y baleado y que había sobrevivido. Yo tomé el testimonio de quien había sido la víctima, Carlos Scarpati. Y los que lo habían detenido y llevado herido a Campo de Mayo me contaron exactamente lo mismo que me había contado Scarpati en la otra habitación”, detalla. “Ellos no solo me dieron información, sino que nos entregaron las llaves de la casa de las Madres. Todos los organismos teníamos topos y habían duplicado las llaves. Les dije: ‘Ahora denme las llaves de la Asamblea Permanente’. “Ah, esas no las hicimos nosotros”.
Más de 800 personas declararon durante las 530 horas que duró el Juicio a las Juntas. La Justicia comprobó que hubo un plan sistemático de detención, tortura y desaparición de personas. Las condenas se conocieron el 9 de diciembre de 1985
Escuchar diariamente los relatos del horror de las víctimas y sus familiares potenciaba el clima de nerviosismo, presión y angustia entre los que recibían las denuncias. “Era tan grande la tensión que un psicoanalista se ofreció a atenderlos. Y lo hizo. Porque apenas se rozaban, saltaban chispas. En el ínterin los militares se dieron cuenta de que nosotros estábamos avanzando en serio”.
Los centros clandestinos
Para reconstruir los planos de los centros clandestinos, la Conadep trabajó con arquitectos, fotógrafos y el testimonio de sobrevivientes. Quienes tomaban las denuncias se fueron haciendo “especialistas” en los distintos centros clandestinos y se dividían los casos según intuyeran que la víctima podía haber estado en uno u otro. “A esa altura los que tomaban los testimonios conocían los centros como si hubieran estado ahí”, dice Fernández Meijide.
Graciela Fernández Meijide, en una imagen de 1983
“Una vez que teníamos varios testimonios de los que habían estado en un centro clandestino, les hacíamos dictar los planos a un arquitecto que trabajaba con nosotros, y les preguntábamos quiénes de ellos estarían dispuestos a volver a entrar y reconocer los lugares. Casi todos aceptaban. Por un lado, estaba la tensión de volver al lugar en donde habían permanecido secuestrados, pero al mismo tiempo estaba la reivindicación de decir ‘lo que yo conté, ahora se puede probar’. Recuerdo a uno de los muchachos que rascó unos camastros que estaban pintados y dijo: ‘En este van a aparecer mis iniciales’. Y efectivamente abajo de esa pintura estaban sus iniciales. En lo personal eso los conmocionaba, obviamente. A nosotros también”.
Escuchar diariamente los relatos del horror de las víctimas y sus familiares potenciaba el clima de nerviosismo, presión y angustia entre los que recibían las denuncias
Pero Fernández Meijide destaca que lo que produjo una prueba real que allanó el camino de la Justicia fue la aparición de secuestrados que habían sido puestos en libertad. “Aparecieron como 600 sobrevivientes que nosotros no sabíamos que existían. En la ESMA hubo un staff que estuvo dos años trabajando para Massera, a los que les decían que no hicieran la denuncia cuando se contactaban con la familia. Aparecieron Miriam Lewin, Graciela Daleo, aparecieron todos los que habían sobrevivido”.
“Con esos testimonios, aumentó muchísimo la calidad de la prueba. Con ellos pudimos reconstruir el lugar donde habían estado y después ir juntos al lugar. Con los planos y las fotografías se hacía un informe que se elevaba a la Comisión de Legales, se hacía un expediente que firmaba Sábato e iba a la Justicia. Si hubiéramos elevado a la Justicia todas las denuncias no se hubiera podido hacer nada. Lo único que podíamos hacer era que convergieran las denuncias y aumentarles la calidad de la prueba. De hecho, cuando empezó el Juicio a las Juntas ya había 54 casos tramitando en Tribunales”.
La Conadep también logró identificar a los responsables de cada centro de detención. “Hacíamos el listado de los oficiales que estaban en servicio y revisábamos los ascensos en los diarios, que salían siempre. Así construimos el listado de los responsables de superficie de cada centro clandestino”.
¿El final?
Durante los últimos meses de trabajo en la Conadep, Sábato, Aragón y Fernández Meijide tuvieron custodia: habían recibido denuncias que decían que “eso” no iba a terminar sin que antes los mataran a los tres. “Yo me negué a que el Ministerio del Interior me pusiera custodia; me había pasado la dictadura pensando que cualquier día me mataban. Y ellos me dijeron: ‘Pero entonces el responsable era Videla, ahora somos nosotros’. Con eso me jodieron. Tuve que decir que sí”.
El juicio que llevó al estrado a nueve integrantes de las juntas comenzó el 22 de abril de 1985. Además de presenciar varias sesiones, Fernández Meijide dio testimonio. También, lo hizo Enrique, el padre de Pablo, y dos compañeros del hijo. “Fue muy conmocionante”, describe. “Lo más impresionante fue la frase: ‘Señores, de pie’. Y que se tuvieran que poner de pie quienes sojuzgaron la vida, la honra, los bienes de la gente”.
Más de 800 personas declararon durante las 530 horas que duró el Juicio a las Juntas. La Justicia comprobó que hubo un plan sistemático de detención, tortura y desaparición de personas. Las condenas se conocieron el 9 de diciembre de 1985.
Graciela Fernández Meijide en una marcha por los derechos humanos en 1983
A pesar de la ausencia física, dolorosa por siempre, es difícil saber si Fernández Meijide siente que pudo, a pesar de todo, honrar la memoria de su hijo. “¿Qué sé yo? Me falta Pablo. A Pablo le quitaron el derecho a crecer, a elegir ser lo que quisiera ser. Un hombre de bien, un facineroso. Él quería ser médico. Tenía 17 años. Jamás me voy a olvidar el testimonio de una madre con un hijo también desaparecido. En el juicio, cuando ella terminó, dijo: “Señores jueces: yo sé que mi hijo ponía bombas. Pero se merecía un juicio como este”.
Fernández Meijide, ayer y hoy
Graciela Fernández Meijide, hoy, en su casa
Graciela Fernández Meijide nació en Avellaneda (provincia de Buenos Aires) en 1931. Es profesora de francés, actividad que ejerció hasta 1976, cuando desapareció su hijo Pablo. A partir de ese momento, empezó a colaborar en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y en 1983 integró la Conadep.
En 1993 fue elegida diputada por la Capital Federal y al año siguiente, participó de la Asamblea Constituyente que reformó la Constitución. Luego fue senadora y en 1997, ya conformada la Alianza, fue elegida diputada por la provincia de Buenos Aires hasta 1999, año en el que fue designada ministra de Desarrollo Social. Desempeñó ese cargo hasta 2001. Con el fracaso de la Alianza decidió retirarse de la vida política partidaria y dedicarse a escribir libros. Publicó, entre ellos, La ilusión, La historia íntima de los derechos humanos en la Argentina y Eran humanos, no héroes.
En la actualidad es presidenta honoraria del Club Político Argentino y disfruta de la vida familiar con sus hijos Alejandra y Martín, y sus nietos.

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lunes, 29 de agosto de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA



La furia de 2001: la noche en que casi invaden la quinta de Olivos y que presagió el derrumbe de Fernando de la Rúa
Ya renunciado, Fernando De la Rúa se prepara para dejar su oficina en la Casa de Gobierno, el jueves 20 de diciembre de 2001
Hernán Lombardi, que era ministro de Turismo en 2001, rememora la madrugada dramática del 20 de diciembre; mientras se cocinaba el fin del gobierno, una multitud estuvo a punto de tomar la residencia presidencial
Paz Rodríguez Niell
“La quinta está rodeada. Hay que evacuar al Presidente y a su familia”. Eran las 2:30 del 20 de diciembre de 2001. Fernando de la Rúa había declarado el estado de sitio y su gobierno agonizaba. Faltaban tres horas para el amanecer y la quinta de Olivos ya no era un lugar seguro, o al menos eso pensaba el responsable de la custodia presidencial.
Hernán Lombardi, que era ministro de Cultura, Turismo y Deportes, la recuerda como la noche más tensa de su vida. Había comido con De la Rúa y su mujer, Inés Pertiné, en la casa presidencial, con el sonido de fondo de las cacerolas que llegaba desde la calle. El Presidente se había ido a su habitación y él se decidió quedarse. “Lo dejamos en su casa y nos fuimos a las oficinas de adelante. Yo todavía quería trabajar unos temas de turismo”, se sonríe Lombardi. El país estaba en llamas.
Fernando de la Rúa y Hernán Lombardi
“Salimos y me viene a buscar el responsable de la Casa Militar [el vicealmirante Carlos Carbone], que había asumido unos pocos días antes. Me dice: ‘Mire, ministro, tenemos la quinta rodeada y amenazan con tomarla. Hay que trasladar al Presidente a Campo de Mayo’. Yo tenía la responsabilidad operativa esa noche porque era el único ministro presente. Varios estaban en el Hotel Elevage intentando una negociación con el peronismo”.
Lombardi relata que el jefe de la Casa Militar lo llevó entonces hasta la sala donde están todos los monitores que muestran las imágenes que toman las cámaras dispuestas a lo largo del muro que rodea a la quinta, apuntando hacia afuera. “Ahí vemos cómo la policía de la provincia de Buenos Aires se iba retirando. Se ve cómo se iban pasando la posta y se iban yendo. Donde hay un policía ya no hay nadie y en la cámara de al lado, lo mismo. La policía de la provincia es la responsable de custodiar del lado de afuera -subraya Lombardi-. Cuando se va, se empieza a trepar gente al muro por los cuatro costados. Tenías a unas 2000, 3000 personas sentadas en el muro con las piernas para adentro.”
Era una noche cálida y Lombardi y Carbone salieron al parque a evaluar la situación. “De nuevo, me dice: ‘¿Qué hacemos? En Campo de Mayo tenemos seguridad’. Para mí no era una opción. Le contesté: ‘Bajo mi responsabilidad, el presidente constitucional de los argentinos a Campo de Mayo no va. Nos quedamos acá’. Yo pensaba: ‘Que nos maten acá… qué se yo”, dice hoy Lombardi.
La tapa de LA NACION del 20 de diciembre de 2001
Siete meses antes, sin saberlo, De la Rúa le había salvado la vida a su ministro. Lo convocó de improviso a una reunión de urgencia y eso lo obligó a suspender un viaje. Lombardi tenía previsto tomar un vuelo con destino a Trelew a las 4:00. Fue el 28 de abril de 2001. La avioneta cayó y murieron todos sus pasajeros; entre ellos, Germán Sopeña, secretario general de Redacción , Agostino Rocca, presidente de Techint, y José Luis Fonrouge, director de Parques Nacionales. Como Lombardi se bajó a último momento, había documentos del avión que lo incluían en la tripulación y la TV, durante algunos minutos, lo dio por muerto. “Mi mamá me llamó. Yo le decía que estaba bien y ella no me creía. ‘¿Cómo vas a estar bien si la televisión dice que estás muerto?”
La madrugada del 20 de diciembre, Lombardi pensó en la muerte. No quería dejar la quinta de Olivos. “Estábamos rodeados. Tampoco es que los muchachos se hubieran tomado muy a bien que pretendiéramos salir”, dice, levanta las cejas y ladea la cabeza. Cuenta el historiador Marcelo Larraquy que en el momento de mayor tensión de la noche Carbone les ordenó a los suyos que sacaran las ametralladoras pesadas y las dispusieran en el parque apuntando hacia el muro. Lombardi no recuerda que eso se haya concretado, sí que aparecieron unos parlantes “como de verdulero”, muy viejos. “Serían seis. Nosotros éramos unos 10 funcionarios y habría 20 de la Casa Militar. Nada más. Nos repartimos los megáfonos, salimos en grupos de tres o cuatro y empezamos: ‘Señores, este es un lugar de máxima seguridad. Sus vidas corren peligro, no salten’. Los tipos te tiraban las cajas de tetrabrik. Eran barrabravas, punteros políticos, empleados de sindicatos… Sabíamos que si se descolgaba uno y entraba, era un desastre”.
Lombardi está convencido de que la policía bonaerense respondió a una orden jamás admitida de abandonar al Presidente. “¿Quién toma la responsabilidad institucional de dejar sin custodia al Presidente de la Nación?”, dice con tono indignado. La provincia de Buenos Aires era gobernada por el peronismo. El gobernador era Carlos Ruckauf y el ministro de Seguridad, Juan José Álvarez.
La noche anterior a la renuncia de De la Rúa: el recuerdo de Hernán Lombardi
“Yo me presenté después en la causa por el complot que tenía el juez Oyarbide [Norberto]. Le pedí que citara al comisario que había sacado a la policía para que dijera quién le dio la orden de dejar sin custodia al Presidente la Nación”, relata Lombardi. “Y la prueba más clara es cómo terminó todo –sostiene-. Cerca de las 5:00 se bajaron y se fueron todos juntos. Simultáneamente recibieron la orden y se terminó. En ese momento yo me abracé con el jefe de la Casa Militar, a quien casi no conocía. Habíamos visto el horror.”
Para Lombardi, De la Rúa fue víctima de un “golpe institucional” que además de ser promovido desde la política fue apoyado por sectores económicos que tenían deudas en el exterior o que proponían “una economía absolutamente cerrada”. Lombardi sostiene que si bien las causas de la caída fueron múltiples –advierte que los problemas empezaron con la devaluación de Brasil, antes incluso de elección que gana De la Rúa-, hubo un complot peronista en el empujón final. El 19 a la tarde, cuando el Presidente le anunció a su gabinete que planeaba decretar el estado de sitio, Lombardi fue de los que recomendó que se circunscribiera a la provincia de Buenos Aires y no se dispusiera en todo el país, para marcar dónde estaba el foco del caos.
“¿La gente tenía hambre? Sí ¿Estaba mal? Sí. Ahora, ¿alguien me va a hacer creer que el 18 de diciembre tenía hambre y había que saquear supermercados y el 22 de diciembre ya se había solucionado todo y no había ningún saqueo? Es evidente que había una dirigencia política en la provincia de Buenos Aires que fomentó y le tiró nafta al fuego”, dice Lombardi.
La policía reprime con gases los saqueos producidos en un supermercado mayorista de Ramos Mejía a la mañana del 19 de diciembre de 2001
En ese clima de descontrol, con una Plaza de Mayo a la que llegaba a protestar cada vez más gente, la discusión entre los ministros por el alcance que tenía que tener el estado de sitio fue “fuertísima, tal vez la más fuerte” que tuvo ese gabinete, según recuerda Lombardi, y se impuso la idea de que fuera nacional para “mostrar la gravedad de la crisis”.
La idea fue siempre, dice el exministro, evitar una megacrisis. “Cualquier analogía con la situación actual mirémosla porque se pueden sacar aprendizajes. Yo creo que las megacrisis son malas y hay que evitarlas por todos los medios. Alguien puede pensar, si querés, que es como un granito: me lo saqué, supuró y chau, pero no, no es así porque se llega a niveles de pobreza intolerables y después reconstruir el tejido social es algo que lleva años.”
Durante la noche del 19 de diciembre, después de la comida, Lombardi no volvió a hablar con De la Rúa. El 20 a primera hora, cuando el ministro estaba saliendo de Olivos, recibió un llamado: el Presidente le encomendaba comunicarse con Domingo Cavallo para formalizar su salida del gabinete. “De la Rúa era un hombre tremendamente apegado a las formas y no quería que su ministro se enterara por la radio de que le habían aceptado la renuncia”, cuenta Lombardi.
Hernán Lombardi, Fernando de la Rúa y Darío Lopérfido
La salida de Cavallo se había comunicado, informalmente, la noche anterior. Pareció haber sido una medida para contener la protesta y recuperar el control, pero no dio resultado. La difusión de la noticia coincidió con el comienzo de los desbordes y la represión en la Casa Rosada y en el Congreso. La calma volvió casi al amanecer, igual que en Olivos. Duró solo unas horas. Después, se agudizaron la violencia y la represión, que entre el 19 y el 20 de diciembre provocaron la muerte de 39 personas.
“Cuando llego a la Casa Rosada al día siguiente, ya era la tarde, De la Rúa anuncia un cambio más amplio del gabinete tratando de descomprimir la situación y mientras tanto espera una respuesta de peronismo”, relata Lombardi. De la Rúa le había propuesto al PJ lugares en su gabinete para superar la crisis. “Esa tarde pasaron dos cosas: los gobernadores peronistas se habían ido a San Luis porque se inauguraba el aeropuerto de Merlo. Se suben al avión y se quedan sin celulares, y no le dan la respuesta. Y por otro lado, el senador radical Maestro [Carlos], le advierte: “No te vamos a apoyar”.
Hernán Lombardi: "No queríamos que De la Rúa se fuera en helicóptero"
“De la Rúa dice -cuenta Lombardi-: ‘No me dieron una respuesta y otra noche así no podemos pasar porque esto es una catástrofe.”
Con la decisión de dejar el gobierno tomada, recuerda Lombardi, Adalberto Rodríguez Giavarini -que era el canciller- le dice a De la Rúa que tenía que renunciar “de puño y letra”. “Así lo hace, escribe su renuncia, la lee y la manda a Legal y Técnica, con la idea de que llegue al Senado de día, antes de que cerrara la mesa de entradas. Después nos agradece, se despide de nuevo de nosotros y sube al terraza. Siempre cuento que en la terraza me dijo: ‘¿Por qué llora Hernán?’. Yo le dije: ‘Esto es muy terrible, presidente”. En este punto del relato Lombardi se frena, como si 20 años después no pudiera superar el recuerdo de ese final, y hace un largo silencio.
Después vino la imagen icónica de la caída. “Nosotros teníamos plena conciencia: no queríamos que se fuera en helicóptero, pero la custodia le dijo que no podía cruzar caminando al helipuerto, que tenía que irse por la terraza. A esa altura, cuando renunciaste, ya nadie te da bola”.
Hernán Lombardi, ayer y hoy
Hernán Lombardi, en su departamento de Belgrano
Hernán Lombardi es ingeniero civil y empezó a militar en política en la agrupación radical Franja Morada. Antes de ser funcionario de De la Rúa, trabajaba en la empresa familiar que es dueña del complejo hotelero Torres de Manantiales y del Palacio San Miguel, entre otras propiedades. Durante la presidencia de De la Rúa, además de ser ministro, fue secretario de Turismo y administrador de Parques Nacionales.
En 2002 volvió a los negocios familiares y montó una consultora política y cultural que trabajó en Chile, Perú, Ecuador, Paraguay y España.
En 2007 regresó a la función pública como ministro de Cultura de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires. Cuando Macri ganó la presidencia, lo nombró al frente del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos. Hoy es diputado nacional por la provincia de Buenos Aires (con mandato hasta 2025) y secretario de Movilización del Pro. Es uno de los dirigentes más cercanos a Macri.

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domingo, 21 de agosto de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA



Carlos Ruckauf y el triunfo de Raúl Alfonsín: la intimidad de una derrota que el peronismo no vio venir
La jura de Raúl Alfonsín
Dos meses antes del histórico cierre de campaña de la UCR y de que Herminio Iglesias quemara el cajón, el PJ ya tenía datos que le auguraban que perdería; las opciones que analizaron, el efecto Isabelita y el debut de las encuestas
Astrid Pikielny
“Yo tenía la información de que perdíamos la elección dos meses antes del acto multitudinario de la 9 de Julio y de que ocurriera lo del cajón de Herminio [Iglesias]”, recuerda Carlos Ruckauf, a 39 años del triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones que marcaron la recuperación democrática en la Argentina.
Con la dictadura en retirada después de la derrota militar en la guerra de Malvinas y el llamado a elecciones, los partidos políticos comenzaron la campaña electoral. Y el Partido Justicialista estaba convencido de que ganaría los comicios. Una vez más.
Sin embargo, hubo una persona clave que le anticipó a Ruckauf, candidato a senador por la Capital y a cargo del comando de campaña de ese distrito, que el radicalismo llevaba la delantera en la intención de votos a nivel nacional. Nadie le creyó a esa persona que vaticinó la derrota, cuenta Ruckauf.
El recuerdo de Ruckauf, a 39 años del triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones de 1983
“En el medio de la campaña aparece alguien que luego tuvo mucho predicamento: el encuestador Julio Aurelio. Nadie lo conocía y nadie lo atendía. Me lo presentan. Y me dice:
-Mire, yo le quiero contar que yo estoy haciendo una cosa que en la Argentina no se conoce: se llaman encuestas. Hemos hecho una encuesta sobre estas elecciones. Y se está perdiendo.
-Sí, ya sé que pierdo en la Capital.
-No, se está perdiendo la elección nacional.
-¿Estás seguro?
-Totalmente.
-¿Por cuánto?
-Siete puntos.
-¡Siete puntos! No, no puede ser.
-¿Por qué no las lee?
“Nos pasamos una hora leyendo los datos. Era la primera vez que leía una encuesta. A Luder le pareció que no podía ser cierta. Y yo creo que la quema del cajón fue la ratificación de lo que la gente ya tenía en la cabeza”, explica Ruckauf, sentado en el escritorio de su departamento en Palermo.
La llegada al poder de Raúl Alfonsín sorprendió al peronismo
El sociólogo Julio Aurelio, que había sido rector en la Universidad de Mar del Plata en los años setenta, ya había fundado su consultora Aresco, en España. Y cuando acercó esas encuestas a los principales referentes del peronismo y al propio Ítalo Luder, el candidato a presidente, esos números fueron desestimados.
En esa elección que hizo historia y dejó atrás décadas de inestabilidad institucional y golpes militares, la fórmula peronista obtuvo el 40,1% de los votos y el candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, el 51,7%.
Los candidatos
“Luder había sido el último presidente provisional durante la licencia de Isabel y su período en Ascochinga. Y había tenido una actitud muy digna cuando los militares le ofrecen prácticamente hacer un proyecto a la uruguaya con un presidente títere. Se niega y durante todo el tiempo en que empieza el proceso político Luder es el único que no arma una rosca buscando la candidatura”, dice quien fue ministro de Trabajo durante el gobierno de Isabel Perón. Ruckauf tenía 31 años cuando asumió en esa cartera, el 15 de julio de 1975, un mes después del ajuste, la devaluación y la política de shock implementada por el ministro de Economía Celestino Rodrigo. Un episodio traumático que sería bautizado como el “Rodrigazo”.
En 1983, Ruckauf era el presidente del Partido Justicialista en la Capital y Herminio Iglesias, el presidente del partido en la provincia de Buenos Aires.
Ruckauf recuerda que varios querían encabezar la fórmula: Ángel Robledo, Raúl Matera y Antonio Cafiero.
Herminio Iglesias quema un cajón que lleva escrito UCR en plena campaña presidencial
“Luder era el candidato de Lorenzo Miguel. Si la candidatura la aprobaban las 62 Organizaciones era muy difícil que se pudiera evitar porque se elegía por congreso y la mayoría de los congresales respondían a la estructura que en ese momento estaba en pie. Si bien los dirigentes habían estado presos y los gremios intervenidos, cuando devuelven los gremios, la estructura existente es la que está. No había dirigentes políticos que tuvieran un aparato. Por ejemplo, Ángel Robledo, que era otro precandidato, se apoya en un sector gremial. Cafiero, que venía del vandorismo, curiosamente se convierte en el candidato de los 25 [la Comisión de los 25 sindicatos combativos de la CGT que enfrentaron la dictadura] de Roberto Digón, que era muy amigo mío. Y después estaba obviamente la gente que respondía a la vieja idea de Montoneros y su cabeza era don Vicente Saadi. Los congresales aprobaron que el candidato debía ser Luder. El candidato a vicepresidente se discutió más porque había varios, pero [Deolindo] Bittel era muy respetado por todos nosotros y había tenido una actitud ejemplar cuando viene a la Argentina Patricia Derian, la secretaria de Derechos Humanos de los Estados Unidos, y Bittel le acercó un documento escrito por él muy duro sobre las violaciones a los derechos humanos en la Argentina”.
Ruckauf describe el perfil de las opciones que estaban sobre la mesa. “Robledo era un hombre inteligente, pero estaba enfermo. Matera era demasiado orgulloso. Saadi respondía a un espacio que no era el nuestro. Cafiero había pasado del vandorismo a los 25, y si bien se lo quería, no lo iban a aceptar para presidente. Y muchas veces en la política argentina, cuando hay una estructura de mucho poder, eligen al que no tiene aparato”, explica.
“Me acuerdo de una reunión en un bar en la que estaban presentes los distintos sectores del Concejo Deliberante de la Capital Federal. Y había un señor que no estaba con nadie. Me pongo a tomar un café con el que estaba solo. Y entonces le digo: ‘¿Usted por qué no está de acuerdo con nadie?’. Me contesta: ‘Porque yo quiero ser el presidente del Concejo, y para ser el presidente del Concejo no tengo que ser de nadie porque entonces soy de todos’. Esta es un poco la característica que tenía Luder: el prestigio de haber sido un tipo serio en su momento, de no haberse rendido a los militares”.
El afiche de Ruckauf como candidato a senador
Durante el interregno en el que Luder reemplaza a Isabel Perón en la presidencia, creó el Consejo de Seguridad Interior integrado por el presidente y los jefes de las FFAA y firmó el decreto para “aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el país”.
“Firmamos, sí”, dice Rukauf en plural. “El decreto original decía ‘aniquilar los elementos subversivos’. Ese es el decreto que trae el Ministerio de Defensa a la reunión del gabinete nacional donde estaban presentes los tres jefes de Estado Mayor. Robledo y yo nos opusimos y sostuvimos que una cosa era el accionar y otra cosa eran las personas. Hubo un cambio por idea de Robledo, que era un tipo brillante, una idea que yo apoyé; y eso se mandó al Parlamento sujeto a su aprobación. Mucho tiempo después alguien me dijo que haberlo mandado al Parlamento aceleró el golpe militar porque ellos no querían que el Parlamento rechazara eso. Pero estábamos en una situación muy complicada”.
Finalmente, la fórmula peronista de 1983 ratificada en la convención partidaria quedó integrada por Luder y Bittel. Ruckauf disiente con aquellos que piensan que Luder estaba demasiado relacionado a una figura desvalorizada como Isabel Perón. “Luder no estaba para nada pegado. Yo creo que no, no lo sentí nunca. Al contrario. Todos estábamos asociados al gobierno de Isabel. Todos veníamos de ahí”.
También se definió que el candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires fuera Herminio Iglesias. La relación entre Ruckauf e Iglesias no era buena.
“En una reunión, en ese momento, le dije a Herminio: ‘Los que sirven para pelear no siempre sirven para gobernar’. Se enojó mucho, era un problema. Después tuvimos muchas discusiones porque yo no permití que entrara en la campaña de Capital: era un salvavidas de plomo porque estaba muy rechazado por los sectores medios y también por muchos sectores nuestros en la provincia de Buenos Aires que, de hecho, terminaron haciendo un fuerte corte de boleta”.
María Estela Martínez de Perón
“Había comandos de campaña diferenciados en cada distrito. Yo manejaba el comando Capital y estaba en contacto con Luder que me propone un switch. Originalmente yo era el primer candidato a diputado nacional, pero me propone que vaya de senador. ‘Me mandás al muere, no le puedo ganar a los radicales en la Capital’, le dije. ‘Sí, pero vas a ser mi ministro de Acción Social’, me contestó. Luder estaba absolutamente convencido de que el candidato del PJ iba a ser presidente. De hecho, en la Unión Cívica Radical, donde tuve, tengo y tendré muchos amigos, varios pensaban que el camino para ellos era casi irremontable, salvo don Raúl [Alfonsín]. A tal punto que en la provincia de Buenos Aires fue candidato [Alberto] “Titán” Armendáriz porque pensaban que no se le podía ganar al PJ en ese distrito”.
Fotos de campaña
La estrategia electoral del PJ se concentró en reforzar las lealtades de los votantes peronistas tradicionales y desatendió el acercamiento al electorado independiente. Dentro del variado universo peronista estaba Guardia de Hierro que, con un estilo confrontativo, apeló a la consigna “somos la rabia”.
“Después de Perón, el peronismo no fue una sola cosa nunca más. Y Guardia tenía esa consigna, ‘somos la rabia’, como respuesta a aquello de ‘muerto el perro, se acabó la rabia’. Yo estaba absolutamente en contra de todo lo que fuera propaganda negativa. Son los que con esa consigna vienen a pedir mi cabeza en el PJ Capital liderados por Guillermo Seita. Decían: ‘¡Renuncien! ¡Mariscales de la derrota!’ En ningún lugar nosotros aceptábamos carteles con eso. No vas a encontrar ningún cartel cerca mío en toda la campaña que diga eso. Jamás. A mí me había parecido un acierto radical cuando ellos empezaron a decir ‘Somos la vida’. Y cuando Alfonsín cita el Preámbulo de la Constitución, muchos en el peronismo lo tomaban como algo superficial. Se reían. Yo decía: ‘No se equivoquen. Está planteando el camino exactamente opuesto al que plantea Guardia: el camino de la institucionalidad, de la unión nacional, que es el camino que nosotros planteamos toda la vida’. Toda la vida habíamos hablado de unión nacional. Uno puede tener diferencias sobre la ejecución, pero Alfonsín tomó el concepto de unión nacional y lo llevó adelante. Y apuntó a lo que los sectores medios estaban pidiendo”, reconstruye Ruckauf.
Deolindo Bittel e Italo Luder
La imagen más potente del cierre de campaña fue la quema del ataúd con las siglas UCR, el 28 de octubre de 1983. Un exultante Herminio Iglesias prendía el fuego entre la imagen de Eva Perón, una corona fúnebre, el sindicalista ortodoxo Norberto “Beto” Imbelloni y el empresario Carlos Spadone, que daban su aprobación. Esa foto en blanco y negro del acto de cierre de campaña fue el capítulo final de una derrota que estaba en marcha.
“Más allá de mis diferencias con Herminio, hay que desmitificar una cosa: el malestar del último tramo del gobierno de Isabel estaba en la gente. Más allá de mis diferencias con él, porque es fácil buscar chivos expiatorios, dos meses antes de la elección, Aurelio tenía el dato de que perdíamos y todavía nadie había quemado un cajón. Si no hubiera sido por la quema, poca gente común hubiera sabido quién era Herminio. En la provincia tenía mala fama, pero otra vez teníamos la sensación de que se podía ganar con cualquier candidato. Esto se repite hoy: el kirchnerismo cree que gana en la provincia con cualquier candidato”, dice Ruckauf.
“Yo estaba en ese acto de la 9 de Julio, pero no vi la quema -recuerda-. Es muy interesante esto porque yo llegué a mi casa eufórico. Habíamos triplicado el acto radical. Y entonces mi mujer me dice: ‘¿Por qué estás tan contento si vamos a perder?¿No viste lo que hizo Herminio?’ La imagen del cajón en llamas ya estaba en la televisión.”
Durante esa campaña, el peronismo convalidó la autoamnistía militar; eso empujó a Alfonsín a denunciar un pacto entre militares y sindicalistas. “Estaba en la cabeza de la gente la presunta complicidad con los militares, pese a que nos habían hecho mierda, pero no importa. Imagino que en algún momento Raúl ve esa encuesta y se le ocurre eso de denunciar el pacto militar-sindical. Lo cierto es que estábamos perdiendo”.
Lorenzo Miguel
Mientras Ruckauf recorre el año 83, viene a su memoria una anécdota que ilustra aquella derrota que el peronismo no vio venir. “En casa trabajaba una señora que todavía hoy trabaja con nosotros. Empezó cuando nació mi hija Laura, hace 51 años. Antes de la elección, me reúno con mis chicos y les digo: ‘Miren, papá va a perder la elección. El lunes, en el colegio, los van a cargar, pero hay que bancársela; vamos a ganar a nivel nacional’. Bueno, los chicos se van a dormir y esta señora me dice: ´Doctor, ¿le puedo decir algo? En mi barrio -ella es de José C. Paz- la gente vota al Alfonsín, no al Luder. Son todos peronistas, pero todos dicen que el Alfonsín parece más peronista que el Luder’. Alfonsín parecía peronista en sus dichos, en su forma de acercarse a la gente. Mucha gente veía que el peronista era Alfonsín y no Luder.”
“La señora nunca más erró una elección -cuenta Ruckauf-. Acertó todas, inclusive cuando Fernández Meijide le gana a Chiche Duhalde”.
El día después
La derrota inesperada de un movimiento que se consideraba a sí mismo imbatible sorprendió al Partido Justicialista. Y solo hubo desazón, desconcierto y desconsuelo.
“Nunca pensamos que íbamos a perder. Nos agarró tal depresión que no pensamos mucho en ese momento. Pero mi sensación, a la distancia, es que el horror del ‘76 se tenía que pagar. Después de Perón, el peronismo no fue una única cosa. Ya no estaba el poder de Perón y esto estalla durante el gobierno de Isabel: el malestar del último tramo de ese gobierno estaba en la cabeza de la gente. El peronismo se dividió en muchas partes, muchas de ellas contradictorias: avanzan las organizaciones guerrilleras, avanza la ultraderecha y, para mí, la sociedad retuvo este conflicto y lo cobró en el momento de la elección que gana Alfonsín. Y Alfonsín era un gran seductor. Después de la muerte de Perón, el peronismo terminó siendo muchas cosas. De hecho, hoy se ve eso. ¿Qué tiene que ver Pichetto con Cristina? O Menem con Cristina”, dice Ruckauf.
Raúl Alfonsín durante el cierre de campaña de 1983
Y sostiene sobre Alfonsín y Luder: “Creíamos que ganábamos así que la sensación fue de enorme desconsuelo. Pero yo no creo que hubiera un mejor candidato que Luder en ese momento. Y, además, enfrente teníamos ‘un pajarito llamador’, es decir, un personaje absolutamente carismático, hábil.”
La UCR venció en las elecciones presidenciales en dieciséis de los veinticuatro distritos electorales, incluyendo la provincia de Buenos Aires. Esa derrota produjo “un inmenso temblor interno” en el peronismo, que después dio inicio a la Renovación. “En Santa Fe, [Raúl] Carignano; en la Capital, [Carlos] Grosso y yo; en La Pampa, [Rubén] Marín; en Córdoba, [José Manuel] De la Sota; en Mendoza, [Octavio] Bordón”, enumera Ruckauf mientras recorre de memoria los distintos distritos de la Argentina.
“Luder era un tipo magnífico, un estadista. Hubiera sido un excelente presidente en Suiza. Pero a los argentinos nos gustan tipos más sanguíneos. Quienes estuvieron con Luder hasta el último momento vieron cómo, en ese instante final, se vació el mundo que estaba alrededor; quedaron unos pocos”.
Ruckauf, ayer y hoy
Carlos Ruckauf
Nació en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires (1944). Trabajó como dactilógrafo en una compañía de seguros y comenzó a hacer carrera en el Sindicato del Seguro, donde llego a ser secretario adjunto. Ahijado de José Ignacio Rucci primero, y de Lorenzo Miguel, después, fue nombrado ministro de Trabajo del gobierno de María Estela Martínez de Perón, cargo que conservó hasta el golpe militar de 1976.
Estudió abogacía y ocupó diversos cargos públicos de relevancia: diputado nacional, embajador en distintos destinos y ministro del Interior y vicepresidente del gobierno de Carlos Saúl Menem. Entre 1999 y 2002, fue gobernador de la provincia de Buenos Aires; y luego, durante el gobierno de Eduardo Duhalde, se desempeñó como ministro de relaciones Exteriores.
Apasionado por la cocina desde siempre, Ruckauf planea hacer un programa de cocina en YouTube con su nieto. Los largos tiempos en la cocina, dice, los ayudan a pensar y ordenar sus ideas. En la actualidad, publica columnas de opinión en distintos medios de la Argentina.

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lunes, 15 de agosto de 2022

HISTORIA EN 1º PERSONA


Carlos Corach y el pacto de Olivos: las negociaciones secretas y sospechas cruzadas que antecedieron el acuerdo
Carlos Corach sobre el Pacto de Olivos y el vínculo Alfonsín - Menem - 
El exsecretario general de la Presidencia y exministro del Interior de Carlos Menem relata las conversaciones con Raúl Alfonsín y las prevenciones que el líder radical tenía con su jefe y con él en particular; “Nadie cede para perder”, dice sobre las motivaciones de entonces
Astrid Pikielny
“Mire. Acá está. Lo tenía preparado porque sabía que a usted le iba a interesar”, dice Carlos Corach. Y acerca un cuadro que, pocos minutos antes del encuentro   colgaba en una de las paredes de su estudio en el centro porteño.
Es el pacto de Olivos, escrito en una vieja Olivetti por un oficial de la Policía Federal de la custodia; en ese entonces no había una computadora en la quinta de Olivos. Esas hojas mecanografiadas, hoy amarillentas y a las que les faltan puntos y comas, llevan las firmas de Carlos Menem y de Raúl Alfonsín. Corach no recuerda si Menem se lo ofreció o él se lo pidió, pero sí recuerda la decisión de enmarcar ese “documento histórico” que recibió, dedicado, de manos de quien fue su jefe durante más de 10 años: “Para Carlitos Corach, mi compañero, mi abrazo con afecto y admiración”.
Esas hojas originales preservadas detrás del vidrio que consignan el Núcleo de Coincidencias Básicas, dice el exfuncionario de Menem, reflejan la madurez política de la dirigencia y dan origen a un hecho fundamental: la reforma constitucional de 1994.
La tapa de LA NACION del 15 de noviembre de 1993
Sentado de espaldas a un pequeño busto de Menem, una imagen de Perón y decenas de objetos que marcan una filiación política partidaria, el exsecretario general de la Presidencia y exministro del Interior desde 1989 hasta 1999, define y defiende la política como el arte del acuerdo.
“El tango se baila de a dos. Y los acuerdos son de a dos o más personas. No es un acto unilateral. La base de cualquier acuerdo, acá y en cualquier parte del mundo, es que las partes ceden mutuamente. Ceden porque estiman que pueden ganar. Es una cesión provisoria de expectativas. Pero deben tener, primero, la voluntad de acordar. Segundo, el coraje de apostar. Y tercero, la impresión de que van a ganar. La base del acuerdo es la expectativa de ceder para ganar. Nadie cede para perder. Y la esencia del acuerdo es que esa sensación tiene que ser compartida”, explica Corach.
“Discrepo absolutamente con quienes critican la palabra ‘acuerdo’ y lo relacionan con el ‘contubernio’. El yrigoyenismo contribuyó mucho a esta concepción de que el acuerdo era algo oscuro, sucio y bochornoso. El radicalismo tiene un apotegma absolutamente incompatible con las prácticas políticas modernas civilizadas: ‘Que se rompa pero que no se doble’. Y la política es doblarse, acordar. No es confrontar. Por supuesto que hay que tener en cuenta en qué época y en qué circunstancias históricas se dijo eso. El radicalismo contribuyó mucho a esa idea y después cambió. Ojo, yo fui radical y respeto mucho a la Unión Cívica Radical y su papel histórico”, dice quien dio sus primeros pasos políticos en el partido fundado Leandro Alem.
Carlos Corach durante una conferencia de prensa después de una reunión de gabinete, el 18 de enero de 1996, en Olivos
También discrepa con quienes se han empecinado en calificar a las reuniones que se mantuvieron entre el oficialismo justicialista y el principal partido de la oposición, el radicalismo, como “reuniones clandestinas y secretas con objetivos espurios”. “Me parece una injusticia”, agrega.
De esas reuniones que comenzaron en 1993 y finalmente definieron el pacto de Olivos, participaron Luis Barrionuevo, una figura decisiva en todo el proceso, y Enrique “Coti” Nosiglia, por parte del radicalismo. Algunas de ellas tuvieron lugar en la casa del excanciller Dante Caputo, a pocos metros de la quinta de Olivos.
“Hay varias reuniones: una en Casa de Gobierno, otra en Olivos, en la casa de Caputo. Son los prolegómenos del acuerdo de Olivos. En esos acercamientos entre Alfonsín y Menem tiene un papel preponderante Barrionuevo. Yo no estaba. Después, Menem lo recibe a Alfonsín en la Casa de Gobierno, cuando ya se está por concretar el acuerdo. Yo estuve muchas veces con ellos dos. Menem tenía la firme intención de que fuera por consenso. Y los radicales temían que Menem impulsara en soledad la reforma de la Constitución e introdujera elementos conflictivos en el texto constitucional. Menem no iba a hacer eso nunca, pero en el radicalismo había ese temor. Entonces, ellos obturaron esa posibilidad acercándose”.
Carlos Menem y Carlos Corach durante un desfile de la Policía en el Rosedal, el 8 de noviembre de 1996
El resultado de ese acuerdo entre el peronismo y el radicalismo, el pacto de Olivos, fue primicia del periodista Carlos Pagni en el diario Ámbito Financiero, el 7 de noviembre de 1993. Su título: “Hacer la historia a mate”.
Reforma y reelección presidencial
Corach niega que la finalidad del pacto de Olivos haya sido la búsqueda de la reelección de Menem. “De hecho, dos meses después de la asunción de Menem, en 1989, se plantea la idea de una reforma constitucional. Cambia el gobierno y se instala el tema. Están las tapas de los diarios de ese momento. Y Alfonsín también había querido impulsar una reforma cuando creó, en 1987, el Consejo para la Consolidación de la Democracia. La gente cree que, de pronto, Menem dijo en 1993: ´Termino el período, quiero que me reelijan´. Era imposible pensar en una reelección en ese momento, en 1989″, dice. Eran meses de hiperinflación y saqueos en la Argentina.
“Al principio, Alfonsín no quería que nosotros hiciéramos la reforma. Y nosotros no quisimos que la hiciera él: la obstruimos, de alguna manera. Él quería hacerla a través del Consejo para la Consolidación de la Democracia. Y nosotros queríamos hacerla nosotros. ¿Qué es lo que lo mueve a Alfonsín a cambiar de actitud frente a la posibilidad de reforma? Íbamos a convocar a un plebiscito para que la sociedad se expidiera sobre la necesidad o no de hacerla. Y Alfonsín estaba seguro de que lo íbamos a ganar. La amenaza del plebiscito impactó sobre el radicalismo, porque además nosotros habíamos conseguido la aprobación del Senado a la reforma de la Constitución. Yo había negociado con el senador Leopoldo Bravo su voto, que era decisivo. El sanjuanino Bravo nos ayudó con el quórum del Senado y se aprobó con su voto. Después, cuando se hizo el acuerdo de Olivos, ya no fue necesario”, explica.

Carlos Corach sobre el Pacto de Olivos y el vínculo Alfonsín - Menem

Finalmente, Menem y Alfonsín acordaron la reducción del mandato presidencial, la atenuación del presidencialismo a través de la incorporación de la figura del “ministro coordinador” o jefe de gabinete, el sistema de elección directa por doble vuelta para el presidente y vicepresidente, el cambio en la designación y la remoción de jueces “ajeno a contingencias político partidarias”, la elección directa “del intendente de la Capital”, la eliminación del requisito confesional para ser Presidente, entre otras modificaciones.
Menem y Alfonsín
Corach rememora los inicios del tenso vínculo entre Alfonsín y Menem. “Al principio la relación entre ellos no era buena. Alfonsín tenía mucha prevención hacia Menem. Pero Menem no tuvo la culpa de ese final de Alfonsín y accedió a asumir el gobierno seis meses antes. Menem tenía muy buena predisposición hacia Alfonsín. Yo debo confesar que nunca lo escuché a Menem hablar mal de nadie. Nunca. Y he hablado mucho tiempo con él. Durante su presidencia, antes de la presidencia y después de la presidencia. Nunca lo oí dirigirse despectivamente a nadie o hablar mal de nadie”.
“En un primer momento, Alfonsín tuvo una relación conflictiva con el gobierno y conmigo en particular. Eso cambió cuando empezamos a negociar el acuerdo de Olivos y la reforma de la Constitución. Y terminamos teniendo una gran relación con Alfonsín. Pero al principio su opinión sobre mí era negativa. Me atribuía algunas cosas que no había hecho o en las que no había tenido ninguna participación. Después eso cambió, a tal punto que Alfonsín me terminó considerando una figura indispensable para solucionar los problemas que se iban planteando. Yo funcionaba como un aval. Yo era un negociador duro, pero Alfonsín apreciaba en mí la consecuencia: cuando yo acordaba algo se cumplía. Quizás tardábamos en acordar, pero lo que se acordaba se cumplía”.
Una tapa de la revista Humor con Chacho Álvarez y Carlos Corach que el exfuncionario de Carlos Menem conserva en su estudio
Y viene a su memoria una anécdota que refleja esa relación que, según revive hoy Corach con algo de orgullo, pasó del conflicto y la hostilidad a la confianza. “Menem inicia una gira por la India y Holanda y yo estaba en la comitiva. En esos días estábamos negociando el tema de las consecuencias del acuerdo de Olivos que desemboca en la reforma de la Constitución. Era un viaje fascinante y yo ya había mandado mi valija a Ezeiza temprano. Más tarde, me subo al auto que me está llevando al aeropuerto y me llama Menem. Me dice: ‘Carlitos, me acaba de hablar Alfonsín. Quiere que vos te quedes porque sos el único en quien confía para llevar a buen término las conversaciones para la reforma de la Constitución’. Por una parte, era una enorme responsabilidad y un enorme halago. Y por otra parte, una enorme desilusión porque estaba muy entusiasmado con el viaje. Después me llamó Alfonsín, me pidió disculpas: ´Yo lo hago porque confío en usted´. Hubo que sacar la valija del avión”.
La foto del pacto de Olivos: el 14 de noviembre de 1993. Raúl Alfonsín se saluda con Carlos Menem. Detrás, Eduardo Menem, Carlos Ruckauf y Eduardo Duhalde
Después del pacto de Olivos, Alfonsín sufrió un deterioro profundo en su imagen personal. Y una merma importante en el caudal de votos de su partido. “Alfonsín era un hombre de una extraordinaria valentía política. Cuando él tomaba una resolución no medía el costo personal-político. Porque él sabía que la reforma de la Constitución, en las condiciones que él accedió a hacerla, tuvo un costo político y personal muy grande para él”.
“¿Qué bastaba para que se cumpliera el acuerdo? La palabra de Alfonsín y Menem. Alfonsín sabía que Menem iba a cumplir porque las características de Menem eran esas. Y Menem sabía que la palabra de Alfonsín valía. Menem tenía un gran respeto por Alfonsín”.
Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, Corach reconstruye el clima posterior a las largas conversaciones y negociaciones que culminaron en el pacto de Olivos. “La sensación era de una gran tranquilidad y de una gran satisfacción. Creíamos y creemos que habíamos alcanzado un punto inédito en la historia argentina. Era la primera vez en la historia que una Constitución se iba a terminar sancionando por consenso. Hasta ese momento cada reforma había estado sujeta a las relaciones de fuerza del momento histórico. La Constitución de 1853 fue consecuencia de la derrota de [Juan Manuel de] Rosas en Caseros; la de 1860 fue en el contexto de la guerra entre la Confederación Argentina y Buenos Aires; la de 1949 fue una imposición del peronismo; la de 1957 fue una imposición de los militares”, enumera.
“La reforma de 1994 fue acotada por el compromiso del radicalismo y del justicialismo de respetar el núcleo básico de coincidencias. El Frente Grande y las otras fuerzas políticas votaban lo que querían. Alfonsín se instala en Santa Fe. La comisión redactora era bastante grande y estaban dos personas que eran muy amigas en ese momento: la señora [Elisa] Carrió y la señora Cristina [Fernández de Kirchner]. . Eran íntimas. Eran dos mujeres preparadas, sabían de lo que hablaban. Pero usaban excesivamente su oratoria, digamos”.
Además de ser uno de los convencionales constituyentes, Corach fue presidente de la Comisión Redactora de la Convención Constituyente de 1994.
“Si usted me pregunta si hay cosas malas que yo encuentre en la reforma, no las encuentro. Si usted me pregunta si hay cosas que no se implementaron, hay. Por ejemplo, no se implementó bien o no se implementó en toda su magnitud el Consejo de la Magistratura. No tiene un funcionamiento como el que habíamos previsto la designación y remoción de los jueces. Pero también hay que tener en cuenta que hay aspectos de la Constitución de 1853 que todavía no se han instrumentado y estamos hablando de una Constitución que tiene más de 170 años”.
El texto del Pacto de Olivos, dedicado por Carlos Menem a Carlos Corach
“Uno de los aspectos de la reforma del 94 que no cumplió las expectativas de quienes la promovieron es la disminución del poder presidencial. La creación de la figura del jefe de gabinete no tuvo las consecuencias que muchos preveían, que era atenuar el poder del presidente. Creo que la única manera de darle una jerarquía que disminuyera el poder presidencial era hacerlo responsable ante el Parlamento y designado por el Parlamento. Si hubiéramos logrado tener jefes de gabinete con responsabilidad parlamentaria, los gobiernos de la Argentina hubieran sido distintos. El jefe de gabinete terminó siendo un ministro más que está a tiro de decreto, con lo cual no tiene ningún poder especial. Así que esa es una de las grandes frustraciones. A la luz de las cosas, creo que deberíamos haber mantenido el Colegio Electoral como un ámbito de negociación interesante, sobre todo en los procesos electorales argentinos, donde hay mucha confrontación”.
El jefe
“Exotismo”, dice Corach cuando se le pide una impresión sobre la primera vez que vio a Carlos Menem. Lo conoció fugazmente cuando era gobernador de La Rioja. Después lo vio cuando Menem salió de la cárcel Las Lomitas. Luego su vínculo se profundizó: Corach era apoderado de Antonio Cafiero en la interna de 1988 en la que finalmente, y para sorpresa de los propios peronistas, triunfó Menem.
“Era un hombre de patillas tipo Facundo Quiroga. Su modelo era Quiroga. Tenía una manera bizarra de vestirse: pantalones blancos, zapatos blancos. Y siempre creyó que iba a ser Presidente. Me acuerdo que la oposición había llenado de carteles poniéndolo a Menem junto con los líderes internacionales que gobernaban en el mundo, diciendo: ´¿Usted se lo imagina?´. Como diciendo: ‘¿A este melenudo se lo imagina entre ellos?’. Se lo tuvieron que imaginar y ver. Tuvieron que constatarlo.”
“Le cuento una anécdota: en 1982-1983 yo era ayudante del escribano Deolindo Bittel. Un día llama Zulema y le dice a Bittel: ‘¿Por qué no lo llevan de candidato a Presidente a Carlos?’. Estamos hablando del 82. Y lo que es muy interesante es que después, en la interna Menem-Cafiero del 88, en la que el 90% del peronismo creía que ganaba Cafiero, el propio Cafiero por medio de Eduardo Menem le ofrece la vicepresidencia a Menem. Y la contestación de Menem fue negativa: ´Yo voy a ser Presidente o no soy nada´. Ese era Menem. Tenía una gran seguridad en sí mismo. Esa enorme confianza en sí mismo es lo que le permitió gobernar con la seguridad con la que gobernó. Menem sabía que él era el jefe. Entonces podía convocar a ministros que supieran más que él porque el jefe era él”.
Carlos Menem y Carlos Corach, en la inauguración de la Feria de las Naciones de 1998
Corach recuerda a Menem como alguien “naturalmente era propenso al diálogo y al consenso”, y dice que nunca fue partidario de la confrontación, ni en los peores momentos. “En lo único que fue inflexible fue en los levantamientos militares. Había que convencer, seducir o convivir. No confrontar. Menem siempre buscaba el atajo del consenso para todo. Menem era de naturaleza seductora, carismáticamente hablando. Era muy difícil que alguien se entrevistara con Menem y saliera con los mismos prejuicios con los que había entrado. Menem seducía por su personalidad, por su carisma y porque se interesaba en seducir”.
Corach cuestiona dos decisiones de su jefe. “Hay dos situaciones en la que no lo vi a la altura. Cuando buscó la re-reelección, que era política, jurídica y constitucionalmente imposible, y no haberse presentado en el balotaje, aún sabiendo que iba a perder las elecciones con [Néstor] Kirchner, en 2003. En las elecciones democráticas hay que jugar. A veces se pierde y a veces se gana.”
En los pasillos del estudio de Corach se exhiben caricaturas, ilustraciones y portadas de diarios y revistas que lo tienen como protagonista. Los dibujos de Hermegildo Sábat conviven con las tapas de la revista Humor de Andrés Cascioli, la revista Noticias y las ilustraciones de Nik, Caloi, Paz y Rudy.
El vocero entrenado, el espadachín del menemismo en las conferencias de prensa matinales, el arquero que atajaba todas las preguntas del periodismo e instalaba la agenda mediática que le convenía al gobierno de Menem, disfruta de esa galería de imágenes que lo satirizan. Recrea  el momento en el que se publicó cada una de ellas y la década del noventa, con todos sus claroscuros, pasa como un ramalazo.
“Seguí viendo a Menem prácticamente hasta que falleció”, dice antes de despedirse. “Era un hombre muy hospitalario. La última vez que estuve con él no era el de siempre. Lo acompañé en una entrevista que dio para una serie de Amazon. Lo entrevistó [Luis] Novaresio. Esta entrevista se hizo poco tiempo antes de que Menem muriera. Pero estaba muy bien y muy lúcido. Reconozco en Menem su condición de líder. Y tuve por él un gran respeto personal.”
Corach, ayer y hoy
Retirado de la política, Carlos Corach ejerce la abogacía
Carlos Vladimiro Corach (1935) es abogado, egresado de la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor de Derecho Constitucional Argentino y Comparado y fue academic visitor en el St. Anthony’s College de la Universidad de Oxford (2002-2005).
Aunque sus inicios en la vida política lo ubican en el radicalismo, fue en el justicialismo donde desarrolló una carrera política. Fue apoderado del Partido Justicialista (1976-1988 y 2002); secretario Legal y Técnico de la Presidencia y ministro del Interior durante los mandatos de Menem.
También fue convencional constituyente y presidente de la Comisión Redactora de la Convención Nacional Constituyente de 1994, y senador por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (2000-2001).
Retirado de la política partidaria, sigue ejerciendo como abogado.

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