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viernes, 6 de julio de 2018

PACO Y TUBERCULOSIS....EN AUMENTO


La cara más oscura del paco: avanza la tuberculosis en las villas porteñas
Es una enfermedad que muchos creen erradicada; sin embargo, el índice de contagio entre jóvenes adictos que viven en asentamientos del sur de la ciudad es muy alto y similar al de algunas zonas de África; mata a cientos de personas por año y la solución requiere un abordaje casi personalizado
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La Pepo vive en la villa Zabaleta desde que nació. Empezó a consumir paco a los 15 años y hoy, con 35, pasó por muchas recuperaciones y recaídas. Soledad, su verdadero nombre, contrajo tuberculosis -una enfermedad que muchos pueden creer que fue erradicada de nuestro país-, y como abandonó reiteradas veces el tratamiento desarrolló una cepa muy resistente y difícil de curar. Siempre terminaba internada en el Hospital Muñiz, del que se escapó 17 veces por su adicción. Patricia Figueroa, a cargo del Hogar Hurtado, uno de los centros barriales del Hogar de Cristo, en Barracas, la conocía bien. La había acompañado mientras estaba internada y también la encontraba en las calles del barrio. La última vez que la vio, en 2016, Pepo estaba embarazada de cinco meses y Patricia buscó, por todos los medios, convencerla de la importancia de tratarse correctamente para que su bebé naciera sano. La joven entendió que la esperaban meses muy difíciles, pero estaba decidida a curarse de su enfermedad y su adicción, dos caras de las misma moneda.
La tasa de tuberculosis crece ininterrumpidamente desde 2013 en las villas de la ciudad de Buenos Aires según datos del Ministerio de Salud de la Nación. La pobreza, el hacinamiento, el consumo de drogas, la desnutrición y la exclusión aumentan su posibilidad de contagio y propagación.
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Soledad necesitaba un tratamiento muy complejo porque tenía una extrema resistencia a la medicación. Su adicción al paco era tan fuerte que pidió que la internaran presa en la Unidad 22 del Servicio Penitenciario Federal, la sección carcelaria del Muñiz, para no poder escaparse. Eso requirió un trámite muy complicado: le escribió una carta al juez, pero no tuvo respuesta. Entonces se buscó una vieja causa que la involucraba en el robo de un celular y, tras muchas idas y venidas, el tribunal dictó su encarcelamiento dentro del hospital. Así pasó los cuatro últimos meses de su embarazo y su hija nació sana.
La llamaron Abigaíl, pero ella le dice Manuelita porque mientras estaba embarazada y encarcelada le cantaba la canción de María Elena Walsh con la letra adaptada: "Manuelita vivía en Zabaleta, pero un día se marchó.". Tiene 2 años y está con el papá, porque Pepo hoy está en situación de calle. Se recuperó de la tuberculosis, pero no aún de su adicción, aunque la siguen acompañando para que lo logre. Esta es la parte más difícil de todas.
Su caso fue inspirador para abrir la Casa Masantonio, en 2016, un dispositivo barrial que queda al lado del Hogar Hurtado, para el acompañamiento integral de los usuarios de paco y enfermos de tuberculosis y VIH. El "hospitalito", como también lo llaman los vecinos, nació al lado de la villa 21-24 y desde allí hacen el acompañamiento específicamente a los que padecen estas enfermedades y necesitan tomar diariamente medicación para curarse. "Esta tarea se hace solo con la fuerza de la comunidad. No hay individualidades, somos un montón de personas que ayudan a otros a recuperar el sentido de la vida", explica Figueroa.
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Según el último boletín del Ministerio de Salud de la Nación, de 2015 a 2016, la cantidad de enfermos aumentó de 24,3 a 26,5 cada 100.000 habitantes en todo el país y el 50% de ellos se concentran en el área metropolitana. En el cordón sur de la ciudad, las tasas son comparables a las de algunos países de África (120 cada 100.000 habitantes) y son 20 veces más numerosas que en el norte.
"La Ciudad Autónoma de Buenos Aires responde al modelo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), caracterizado por concentrar muchos habitantes de poblaciones pobres en áreas de urbanización acelerada en circunstancias de vulnerabilidad. Muchos pacientes llegan al hospital cuando la enfermedad está avanzada y en un estado de deterioro importante. Resulta difícil sostener el tratamiento por las circunstancias en las que viven", explica Marcela Natiello, médica infectóloga y neumonóloga, actual coordinadora del Programa Nacional de Control de la Tuberculosis.
La tasa de éxito del tratamiento es del 50% si se hace con rigurosidad. Una de las principales causas de su abandono es su duración, que puede estar entre seis meses y dos años, según su gravedad. Muchos pacientes, al verse un poco mejor o por la dificultad de trasladarse, abandonan. Muchas veces, el mismo hospital es el que los excluye debido a que la enfermedad viene acompañada por adicciones, malas condiciones de vida y casi ninguna posibilidad de mantener un compromiso.
Masantonio es el único dispositivo en el país con este fin específico y recibe también pacientes de las villas 1-11-14 y 31, principales centros de población vulnerable a contagiarse estas enfermedades. Trabajan en articulación con el Estado que los subsidia, les provee la medicación y les facilita el ingreso a los hospitales para su curación. El gran mérito de estos centros barriales es el trabajo comunitario que hay detrás y les permite a todos los que ingresan recuperarse integralmente como personas. Tienen voluntarios, médicos y profesionales que hacen el seguimiento, los escuchan, les dan un lugar para compartir la comida, les suministran diariamente los remedios que necesitan, los acompañan a hacerse los análisis al hospital y los ayudan a reinsertarse en la sociedad. También se ocupan de que tramiten el DNI, algo que parece simple, pero para ellos es recuperar identidad y dignidad.
Una cruda realidad
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La problemática del consumo de esta droga en la ciudad de Buenos Aires fue tratada en profundidad en un informe solicitado por los curas villeros y realizado en 2016 por un equipo multidisciplinario del Consejo de la Magistratura. El resultado fue un crudo diagnóstico, recogido en el libro El paco, donde también se plantean propuestas activas, como la creación de un tribunal de alta complejidad que trabaje en el territorio brindando acceso a la Justicia a los adictos y sus familias.
En 2001, el paco hizo su eclosión de la mano de la crisis socioeconómica, y su consumo nunca dejó de crecer. Se adueñó de jóvenes sin esperanzas, que viven en "ranchadas", hacinados, desnutridos, con una salud muy deteriorada y con una gran propensión a contraer tuberculosis y VIH, entre otras enfermedades. "En la actualidad, uno de cada tres pacientes con tuberculosis internados en el Hospital Muñiz [que atiende el 50% de los casos de toda la ciudad] consume paco. Por lo tanto, la asociación paco y tuberculosis se ha convertido hoy en un serio problema de salud pública", explica Jorge Poliak, exjefe de neumonología del Hospital Penna y hoy voluntario del hospitalito de Barracas.
La tuberculosis es un bacilo que ingresa en los pulmones por vía aérea a partir de la eliminación de pequeñas gotas de saliva al toser, hablar o expectorar.
"La tristeza que estos chicos llevan adentro los hace muy vulnerables: no tienen proyectos ni encuentran motivos para vivir. Por eso llegan al hospital cuando ya está muy avanzada la enfermedad y muchas veces abandonan su tratamiento una y otra vez para volver al consumo", explica Gustavo Barreiro, miembro fundador de Masantonio. Uno de los mayores logros de este dispositivo es que, una vez recuperados, muchos pacientes encuentran un sentido a sus vidas en el acompañamiento y la recuperación de sus pares. Traen a sus familiares, amigos o chicos que conocen y ven por las calles, sin rumbo y con una mala perspectiva de f
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"Conocí a Patricia [Figueroa] cuando estuve internado en el Muñiz. Me visitaba, me traía comida y me hacía compañía. Cuando me recuperé, empecé a ir a la casita y ahora soy acompañante. Todo esto me cambió la vida, siento que soy útil por primera vez. Antes no tenía un objetivo. Ahora, a los pibes que trato de rescatar les explico que acá no se fijan de dónde venís ni la vida que hiciste. Te ayudan a vivir", cuenta Johnny, que tiene 29 años y trabaja desde hace un año como voluntario.
En 2016 hubo 757 muertes por esta enfermedad, 5% más que el año anterior, y dos de cada tres fueron personas menores de 65 años. "Necesitamos que los médicos piensen más en la tuberculosis. Hasta 2012, la tasa venía disminuyendo y eso hizo que se dejara de hablar de ella. Por esta razón, hay mucho diagnóstico tardío y muertes evitables. Si un paciente tiene tos y expectoración por más de 15 días se le debe hacer un análisis. Es fácilmente detectable y totalmente curable", explica el médico epidemiólogo Marcelo Vila, asesor subregional de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
En 2014, se aprobó la Estrategia Fin de la Tuberculosis de la OMS, que se propone erradicar esta enfermedad para 2035. Uno de los pasos principales a seguir es la prevención y la atención integrada centrada en la persona. En su visita al país, la OPS observó los centros de salud y la Casa Masantonio y destacó: "Su experiencia de abordaje de tuberculosis con población vulnerable es un valioso ejemplo de participación comunitaria efectiva".
Santiago Giménez es médico infectólogo y es el coordinador médico de Masantonio y del centro barrial Padre Carlos Mugica, en la villa 31. Su trabajo más difícil no es diagnosticar el tratamiento, sino generar un vínculo de confianza para que los pacientes vuelvan todos los días a recibir su medicación. "La importancia de este dispositivo es sostener el tratamiento para cortar la transmisibilidad, y eso está en relación con lo que la OMS llama políticas audaces. Entre otras cosas, facilitarles un lugar para vivir si están en situación de calle o darles un incentivo económico para que puedan llegar. Se genera una acción comunitaria donde se sienten protegidos, recuperan una identidad y se cuidan entre ellos", explica Giménez.
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Julio Gestal, conocido por todos como el negro Julio, confirma lo que dicen los que están cuerpo a cuerpo y día a día en estos barrios. Él mismo se define como único autor de su caída y agradece mucho lo que hacen los "curitas" por él y toda la gente de la villa 31. Diseñador gráfico y traficante de drogas desde muy joven, tuvo mucho dinero y una vida llena de lujo y desorden. A los 37 años, la Justicia lo condenó a siete años de prisión por delito de robo y tráfico de drogas. Perdió todos sus bienes y también a su hijo, que se fue a vivir a Europa con la mamá. Al salir de la cárcel, empezó a consumir paco y terminó viviendo en un parador de la Ciudad. Allí, unos compañeros le propusieron ir a ver al padre Guille [Guillermo Torre], de la parroquia Cristo Obrero.
Desde ese día, hace cinco años, está viviendo en la villa. Se recuperó de su adicción y hoy acompaña a otros. Camina por las calles de la 31 y todos lo conocen, lo saludan. Recorre las cárceles para llevarles la medicación a los "pibes del barrio" y fue encontrando su lugar. Sueña con ir a ver a su hijo a Europa, con quien está recuperando la relación lentamente. "¿Viste cuando Scarface dice 'el mundo en mis manos'? Yo me sentía así. Lo tuve todo y lo perdí todo. Estuve destrozado. Me recuperé, y hacer esto todos los días es lo mejor que me pasó en la vida", se sincera.
Las cifras a nivel nacional

11.560 casos de tuberculosis en 2016

Incluyendo casos nuevos, recaídas y con antecedentes de tratamientos previos. Según el último boletín del Ministerio de Salud de la Nación, publicado en marzo de 2018, hay jurisdicciones que multiplican por siete la tasa promedio nacional, que es de 26,5 cada 100.000. Los lugares por encima del promedio son Jujuy, Salta, ciudad de Buenos Aires, Chaco, Formosa, Buenos Aires y Corrientes

1932 fueron niños y jóvenes

Los chicos y adolescentes menores de 20 años representan el 17% de los casos. De ellos, el 53% correspondió a jóvenes de entre 15 y 19 años que fueron diagnosticados por síntomas respiratorios. Además, el informe oficial menciona que el 50% de los enfermos fueron personas de 20 a 44 años y que seis de cada 10 eran varones

757 Muertes

En 2016 la mortalidad fue 5% más alta que la registrada en 2015. Además, en 2016 la mortalidad por tuberculosis fue mayor en varones (65,2%) que en mujeres (34,8%). Dos de cada tres muertes ocurren en personas menos de 65 años. Y se registraron 26 muertes por tuberculosis en menores de 20 años, lo que representó una tasa de 0,18 muertes cada 100.000 habitantes


Casa Masantonio
Ubicado en Barracas, este dispositivo fue creado en 2016 para dar contención a personas en situación de consumo y con enfermedades complejas
64 casos de tuberculosis
54% completaron el tratamiento y 40%, con tratamiento en curso
6% pérdida de seguimiento (todos de otros barrios sin posibilidad de abordaje territorial)
88% menores de 45
66% hombres, 25% mujeres y 9% transgénero
73% sin vivienda (en situación de calle, en paradores o dispositivos terapéuticos)
49 pacientes con VIH

T. S. B.

domingo, 25 de septiembre de 2016

UN ASESINO LLAMADO PACO

Hoy el diario no habla de Ramón. Habla de otros pibes como Ramón que uno puede encontrar tirados en la esquina de cualquier villa o en los umbrales de los edificios. Es muy fácil reconocer a los Ramones que nos parten el alma y nos desgarran el corazón.
Tienen ojos pero no tienen mirada. Tienen piel pero no sienten. Parecen espectros. Se chocan con las paredes al caminar y hablan con la lengua pesada. Son los chicos del Paco. Son los hijos más desprotegidos y desamparados de esta sociedad. Son niños cada vez más chicos que fueron atacados por el principal enemigo del pueblo que es el Paco.


Creo que es la peor noticia que leí en el diario en mucho tiempo. Una nota de María Paz Paniego revela que entre los excluidos ahora consumen paco chicos desde los 10 años. ¿Se da cuenta lo que le digo? Piense en su hijo, en su nieto, en un sobrino de 10 años e imagine lo que puede ser de su vida y de su muerte si entra en ese pantano criminal del Paco. Es terrible la noticia porque hasta hace poco tiempo la edad de iniciación era a los 13 años. Pero ahora hay chicos como Ramón que vive en la calle a la vuelta de mi casa, que apenas cumplió los diez años y su cerebro y su cuerpito ya fue asaltado por el deshecho de la pasta de cocaína que ellos llaman casi familiarmente Paco.
Es letal el efecto que produce. En un par de meses les quema la cabeza y los transforma, pobrecitos, en despojos humanos. Ramón suele estar despierto deambulando cuatro días seguidos y después de desploma en cualquier lado y duerme por 48 horas. Ramón no tuvo y no tiene nada. Cuando puede hablar y caminar por su cuenta se dedica a pedir monedas, a hacer de campana en algún robo menor o directamente a vender paco para poder comprar paco.


Es un círculo vicioso del peor de los vicios. Es un círculo que lo asfixia y lo liquida como persona. Ramón no tuvo padres. O mejor dicho tuvo uno borracho que le pegaba todos los días y que intentó abusarlo. Una madre que no da abasto con los otros 7 hermanos y una condena casi inhumana a vivir sin casa sin escuela sin club, sin afecto, sin abrazos, sin risas, incluso, muchas veces, no tienen ni DNI. Les quitan hasta la identidad. Ellos se dirigen hacia los demás con la palabra “amigo” pero no tienen amigos. Como Ramón no tiene nada a veces se confunde y cree que el Paco es su amigo. Porque lo anestesia, lo duerme para que los golpes terribles de la vida le duelan menos mientras lo llevan directamente a la muerte.
Alguien debería rendir cuenta por haber dejado crecer a semejante enemigo. Y como en tantos otros temas optaron por ocultar el tema en lugar de solucionarlo y en el 2009 cerraron el Observatorio Argentino de la Droga y ya no tuvimos más datos certeros para combatir a este enemigo de todos.
El resultado es feroz. Cada día más chicos consumen más Paco y cada vez esos chicos son más chicos. Lo único que es cada vez más grande es el drama que tenemos y que tenemos que solucionar en forma urgente.


Lo miro a Ramón y me gustaría poder asegurarle eso. Que vamos a hacer algo por él. Lo miro fijo y me estremezco. Es un muerto en vida y un asesino en potencia. Tiene los ojitos chiquitos, las uñas mugrientas, los dientes picados. Le pregunto qué le pasa y me dice que nada. Nada de nada. Su voz es un hilito y casi no tiene fuerza para levantarse. No tiene olor a alcohol. Su cuerpo es un despojo. Es piel y hueso de verdad. Se mueve en cámara lenta y me pide 10 pesitos para la birra. Para el paco, le digo yo. “Si capo, para el paco, capo, no aguanto más capo. Dame diez pesitos.” La verdad es que no sé qué hacer. No tengo miedo porque está tan débil que con un empujón me lo saco de encima. Pero quien sabe si tiene una sevillana o un revólver. No sé qué hacer. Si llamar a una ambulancia o a la policía. O gritar mi espanto o pegarme un tiro en los huevos.
Ramón es argentino y su madre paraguaya. Vive o mejor dicho sobrevive en Ciudad Oculta. Es un sobremuriente del paco. Es un integrante de ese ejército de fantasmas degradados por la marginalidad y el maldito paco que forman más de 200 mil argentinos. ¿Escuchó bien? Más de 200 mil argentinos casi todos pobres de toda pobreza y casi todos pibes están fabricando su propia muerte con esas pipas asesinas. El humo les tritura las neuronas. En seis meses se convierten en monstruos con un lejano parecido a los seres humanos. Se transforman en adictos a la peor adicción de todas.
Es tan incontrolable la necesidad que tienen que casi de inmediato salen a robar lo que encuentran. Y si alguien les hace frente son capaces de asesinarlo. Y si no le hacen frente, también. Matan antes de morir. La vida vale diez pesos, capo. Ramón se pondrá violento en un rato. Nada lo calma. Solo el Paco y por media hora. Tiene 10 años pero parece mucho más. Su cara de pibe tiene rasgos de viejo.
Hay más de 200 mil ramones dispuestos a matar y a morir por el paco. ¿Qué estamos esperando los argentinos para reaccionar? ¿Qué están esperando los gobiernos para atacar a este enemigo de todos que es el paco? ¿No es suficiente drama social como para juntar al Presidente a los gobernadores a los intendentes y a la sociedad civil. ¿A nadie con poder se le ocurre iniciar una epopeya contra el paco? Convertirlo en un tema de estado. Convocar a todos los argentinos. Recuperar a esos miles ramones y extirpar el paco de la faz de nuestra tierra. Hay miles argentinos que son carne de cañón y este país no hace nada o hace muy poco por ellos. Es un genocidio silencioso que no vemos o que nos negamos a ver. Ya que hay tanta gente con ganas de instaurar la pena de muerte, sería bueno que no nos organicemos como sociedad con el estado a la cabeza y matemos al paco antes de que el paco nos mate a nosotros.

A. L.