domingo, 25 de septiembre de 2016

UN ASESINO LLAMADO PACO

Hoy el diario no habla de Ramón. Habla de otros pibes como Ramón que uno puede encontrar tirados en la esquina de cualquier villa o en los umbrales de los edificios. Es muy fácil reconocer a los Ramones que nos parten el alma y nos desgarran el corazón.
Tienen ojos pero no tienen mirada. Tienen piel pero no sienten. Parecen espectros. Se chocan con las paredes al caminar y hablan con la lengua pesada. Son los chicos del Paco. Son los hijos más desprotegidos y desamparados de esta sociedad. Son niños cada vez más chicos que fueron atacados por el principal enemigo del pueblo que es el Paco.


Creo que es la peor noticia que leí en el diario en mucho tiempo. Una nota de María Paz Paniego revela que entre los excluidos ahora consumen paco chicos desde los 10 años. ¿Se da cuenta lo que le digo? Piense en su hijo, en su nieto, en un sobrino de 10 años e imagine lo que puede ser de su vida y de su muerte si entra en ese pantano criminal del Paco. Es terrible la noticia porque hasta hace poco tiempo la edad de iniciación era a los 13 años. Pero ahora hay chicos como Ramón que vive en la calle a la vuelta de mi casa, que apenas cumplió los diez años y su cerebro y su cuerpito ya fue asaltado por el deshecho de la pasta de cocaína que ellos llaman casi familiarmente Paco.
Es letal el efecto que produce. En un par de meses les quema la cabeza y los transforma, pobrecitos, en despojos humanos. Ramón suele estar despierto deambulando cuatro días seguidos y después de desploma en cualquier lado y duerme por 48 horas. Ramón no tuvo y no tiene nada. Cuando puede hablar y caminar por su cuenta se dedica a pedir monedas, a hacer de campana en algún robo menor o directamente a vender paco para poder comprar paco.


Es un círculo vicioso del peor de los vicios. Es un círculo que lo asfixia y lo liquida como persona. Ramón no tuvo padres. O mejor dicho tuvo uno borracho que le pegaba todos los días y que intentó abusarlo. Una madre que no da abasto con los otros 7 hermanos y una condena casi inhumana a vivir sin casa sin escuela sin club, sin afecto, sin abrazos, sin risas, incluso, muchas veces, no tienen ni DNI. Les quitan hasta la identidad. Ellos se dirigen hacia los demás con la palabra “amigo” pero no tienen amigos. Como Ramón no tiene nada a veces se confunde y cree que el Paco es su amigo. Porque lo anestesia, lo duerme para que los golpes terribles de la vida le duelan menos mientras lo llevan directamente a la muerte.
Alguien debería rendir cuenta por haber dejado crecer a semejante enemigo. Y como en tantos otros temas optaron por ocultar el tema en lugar de solucionarlo y en el 2009 cerraron el Observatorio Argentino de la Droga y ya no tuvimos más datos certeros para combatir a este enemigo de todos.
El resultado es feroz. Cada día más chicos consumen más Paco y cada vez esos chicos son más chicos. Lo único que es cada vez más grande es el drama que tenemos y que tenemos que solucionar en forma urgente.


Lo miro a Ramón y me gustaría poder asegurarle eso. Que vamos a hacer algo por él. Lo miro fijo y me estremezco. Es un muerto en vida y un asesino en potencia. Tiene los ojitos chiquitos, las uñas mugrientas, los dientes picados. Le pregunto qué le pasa y me dice que nada. Nada de nada. Su voz es un hilito y casi no tiene fuerza para levantarse. No tiene olor a alcohol. Su cuerpo es un despojo. Es piel y hueso de verdad. Se mueve en cámara lenta y me pide 10 pesitos para la birra. Para el paco, le digo yo. “Si capo, para el paco, capo, no aguanto más capo. Dame diez pesitos.” La verdad es que no sé qué hacer. No tengo miedo porque está tan débil que con un empujón me lo saco de encima. Pero quien sabe si tiene una sevillana o un revólver. No sé qué hacer. Si llamar a una ambulancia o a la policía. O gritar mi espanto o pegarme un tiro en los huevos.
Ramón es argentino y su madre paraguaya. Vive o mejor dicho sobrevive en Ciudad Oculta. Es un sobremuriente del paco. Es un integrante de ese ejército de fantasmas degradados por la marginalidad y el maldito paco que forman más de 200 mil argentinos. ¿Escuchó bien? Más de 200 mil argentinos casi todos pobres de toda pobreza y casi todos pibes están fabricando su propia muerte con esas pipas asesinas. El humo les tritura las neuronas. En seis meses se convierten en monstruos con un lejano parecido a los seres humanos. Se transforman en adictos a la peor adicción de todas.
Es tan incontrolable la necesidad que tienen que casi de inmediato salen a robar lo que encuentran. Y si alguien les hace frente son capaces de asesinarlo. Y si no le hacen frente, también. Matan antes de morir. La vida vale diez pesos, capo. Ramón se pondrá violento en un rato. Nada lo calma. Solo el Paco y por media hora. Tiene 10 años pero parece mucho más. Su cara de pibe tiene rasgos de viejo.
Hay más de 200 mil ramones dispuestos a matar y a morir por el paco. ¿Qué estamos esperando los argentinos para reaccionar? ¿Qué están esperando los gobiernos para atacar a este enemigo de todos que es el paco? ¿No es suficiente drama social como para juntar al Presidente a los gobernadores a los intendentes y a la sociedad civil. ¿A nadie con poder se le ocurre iniciar una epopeya contra el paco? Convertirlo en un tema de estado. Convocar a todos los argentinos. Recuperar a esos miles ramones y extirpar el paco de la faz de nuestra tierra. Hay miles argentinos que son carne de cañón y este país no hace nada o hace muy poco por ellos. Es un genocidio silencioso que no vemos o que nos negamos a ver. Ya que hay tanta gente con ganas de instaurar la pena de muerte, sería bueno que no nos organicemos como sociedad con el estado a la cabeza y matemos al paco antes de que el paco nos mate a nosotros.

A. L.

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