sábado, 15 de octubre de 2016

GIORGIO BASSANI, CONOCELO....LECTURA IMPRESCINDIBLE


El lunes por la tarde, en el Museo del Libro y de la Lengua se desarrolló la jornada dedicada a conmemorar el centenario del escritor italiano Giorgio Bassani, el famoso autor de El jardín de los Finzi-Contini.

En el homenaje que se le rindió esta semana que termina participaron Alberto Manguel, Ezequiel Martínez, María Mazza, Gustavo Artuccio, Renata Bruschi, Jorge Aulicino, María Esther Vázquez, Daniel Campano, Alberto Daneri, Guillermo Piro, Néstor Tirri y, como invitada especial, Paola Bassani Pacht, la hija de Giorgio, que vino a la Argentina para ese homenaje.
Además se proyectaron escenas de la película Los anteojos de oro, de Giuliano Montaldo, basada en la nouvelle homónima de Bassani, y el documental Un autore, una città, de 1979, dirigido por Luigi Faccini, en el que Bassani habla de su vida, su obra y de Ferrara.
La intervención más esperada por el público y los expositores fue naturalmente la de Paola Bassani.

“Yo no leí los libros de mi padre hasta bastante grande, pero los conocía muy bien, porque él, antes de publicarlos, nos reunía a mamá, a mi hermano Enrico y a mí, y nos leía el que acababa de terminar.
Así tuve la primicia de todas sus obras. Enrico y yo éramos muy chicos cuando se inició ese ritual, pero mi padre decía que íbamos a comprender todo lo que nos iba a leer, aunque algunos podían pensar que no teníamos edad para seguir esos relatos”, así comenzó Paola Bassani la evocación del escritor.
“Podía ser implacable, cruel respecto de sí mismo y de lo que escribía. Cuando nos leyó la primera versión de La garza, me quedé deslumbrada por la pintura que hacía de la laguna a la que el protagonista, Edgardo Limentani, va a cazar y, sobre todo, me interesó la descripción de los flotadores que tenían como misión atraer a los pájaros.
Una vez publicado el libro, busqué ese fragmento y no lo encontré. Le pregunté por qué lo había quitado. Y me respondió: «Sobraba».
El trabajo en el cine como guionista le había enseñado a cortar, a eliminar todo lo que no era esencial. En ese sentido, le fue muy útil su colaboración con Mario Soldati, que era director y escritor y, por supuesto, la amistad con Michelangelo Antonioni y con Pier Paolo Pasolini. Papá y Pier Paolo se leían sus escritos y se los comentaban.

Pasolini, por ejemplo, fue quien dio el orden actual a Historias de Ferrara. De las tres adaptaciones de relatos de mi padre al cine, la mejor fue la de Una larga noche del 43, de Florestano Vancini. El guión era de Pasolini.
Pier Paolo le dijo algo muy cierto y muy hermoso a mi padre, en 1948: «Sólo pudiste escribir cuando perdonaste a tu padre». Mi abuelo era uno de los judíos burgueses de Ferrara que habían apoyado al fascismo.
Ferrara era una ciudad muy fascista y, hasta que se promulgaron las leyes raciales, en 1938, los judíos ferrareses eran partidarios del fascismo y de Mussolini porque los beneficiaba económicamente.
Mi padre estuvo en contra del fascismo desde el primer momento. No necesitó las leyes raciales para oponerse a Mussolini. Ya en 1936 formaba parte de los grupos clandestinos que se oponían a la dictadura.
Estuvo preso tres meses en 1943. Salió en libertad el mismo día en que cayó Mussolini. Por eso, se salvó de morir. Se dio cuenta de que no debía quedarse en una ciudad chica como Ferrara, donde todos se conocían.

Se fue a Florencia, donde Antonioni le había conseguido un lugar para esconderse. En Florencia, se quedó poco. Se había casado con mi madre. Los dos se fueron a Roma y allí se quedaron.”
“Mi padre era un hombre de una profunda melancolía; pero también era un hombre de acción, enérgico, vital. Había en él esa contradicción permanente.
Le importaba el pasado, la memoria, pero no se abandonaba a la nostalgia; luchaba por preservar lo que había sido, por eso creó Italia Nostra, una asociación cuya tarea era preservar el patrimonio natural y artístico italiano.
El pasado lo llevaba a actuar, a escribir, a enseñar, a leer en voz alta a sus alumnos a los grandes autores clásicos, pero también a los modernos, a los que estaban destinados a perdurar.
Él avanzaba, pero sin dejar de girar la cabeza para ver lo que dejaba atrás, porque lo que dejaba atrás, sostenía, estaba siempre presente. El pasado nunca deja de pasar.”

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