lunes, 23 de noviembre de 2020

LA RESPONSABILIDAD DEL VOTO ES DEL CIUDADANO ...TERMINEMOS CON QUE OTROS SON CULPABLES...¿ACCIÓN PSICOLÓGICA?


Qué publican los medios cuando la opinión no es pública

Adriana Amado
 Sebastián Dufour


Cada elección reaviva el debate de qué le hacen los medios a la gente. Que si manipulan su voto, si la llevan de narices hacia posiciones ajenas o si no le hacen nada. Lo que no se discute es que llegan los resultados y nada tienen que ver con lo que analistas, periodistas y consultores habían anticipado. La brecha entre prensa, encuestas y escenario electoral delata una pérdida de influencia de la política mediática en la opinión pública. O, quizá, que la opinión dejó de ser pública.
Las elecciones de los Estados Unidos trajeron a las pantallas del mundo un mapa pintado en dos colores. Una amplia franja central coloreada de rojo republicano mientras que la costa oeste y el extremo noreste aparecían de azul demócrata. La prensa de los estados azules ha venido comentando el malestar racial y el rechazo al presidente Trump. Pero desconocemos qué dijeron los medios en los estados en que el voto republicano aumentó en los sectores con menos educación y entre los latinos y en sectores afroamericanos. Ese voto es contradictorio solo para nuestra ignorancia. A veces olvidamos que The New York Times es un diario de una gran ciudad situada en un estado del tamaño de la provincia de La Pampa. O que la CNN es una cadena de Atlanta, la capital del estado de Georgia, donde el conteo inicial dio una diferencia de 0,17% para el ganador.
De los medios de la costa este y de las celebridades de la costa oeste, el mundo se enteró del apoyo a Biden. Más raro fue encontrar en la prensa de prestigio voces conservadoras como Dan Bongino, FoxNews, Breitbart y Jesus Daily, aunque fueron los enlaces con más interacciones en Facebook según Alex Schultz, chief marketing officer de la plataforma. Como pasa con esos programas de alto rating que raramente alguien reconoce ver, es complicado dar apoyo público a lo que critica la prensa de referencia. Según un estudio del Pew Research, los grupos más subestimados en las encuestas electorales son los republicanos, porque el votante progresista está más predispuesto a participar. O a mostrar su adhesión en las redes sociales, tal y como hicieron la mayoría de las celebridades globales.
Las opciones que no tienen buena prensa configuran lo que se llama el voto vergonzante (shy vote). Se registró en 2015 con los tories en Reino Unido, en 2016 y 2020 para republicanos en Estados Unidos y en Brasil con el voto a Bolsonaro en 2018. También en las dos últimas elecciones argentinas para la coalición de Juntos por el Cambio que, con resultados dispares, repitió el fenómeno de voto subestimado en las tendencias previas. En eso consiste la idea de espiral de silencio: al expresarse más una opinión, la contraria tiende a silenciarse, aunque eso no significa que no exista.
La hipótesis de la espiral del silencio fue desarrollada hacia los años ochenta por Elizabeth Noelle-Neumann, que planteó que la opinión pública era, precisamente, la que puede hacerse pública sin temor a represalias. La corrección política del progresismo tiene ese efecto paradójico de expresar una aparente unanimidad en ciertos valores que no necesariamente tengan consenso lejos de la mirada social. Lo que se dice en Twitter o en las encuestas no necesariamente refleja lo que se hace en el cuarto oscuro o en la intimidad del hogar.
En la construcción de climas de superioridad moral, los medios se encierran en una espiral que silencia la expresión en contrario al punto de olvidar que puede tratarse de una conformidad superficial que disimula en la opinión lo que luego aparece en los comportamientos. En sociedades polarizadas, las conversaciones sinceras se corren de los muros públicos a las conversaciones privadas. El meme que no compartiríamos públicamente lo distribuimos con el selecto círculo de afinidades. No en vano desde 2015 las cuatro principales mensajerías superaron en cantidad de usuarios a las cuatro principales redes sociales, según un cálculo de Business Intelligence.
Cuando se intensificaron las conversaciones por fuera de los radares tradicionales de la prensa y las encuestas, crecieron las teorías conspirativas que postulan manipulaciones masivas de votantes por mensajes de texto. Pero la pregunta incómoda es qué sociedades son estas en que la discusión política se corrió de la prensa al mensaje directo y la militancia prefiere la clandestinidad de las cuentas anónimas. O mejor, por qué el espacio público convoca al silencio.
Hace diez años, Manuel Castells explicaba esta mutación de la comunicación política por la que medios y sociedad van por carriles separados. Decía en su libro Comunicación y poder que "la ausencia de noticias sobre acontecimientos conocidos o la descarada manipulación de la información socavan la capacidad de los medios para influir en el receptor, limitando así su relevancia en la política mediática". Así como la pérdida de ascendente explica la limitación de los medios para incidir en el comportamiento electoral, la falta de sintonía con buena parte de la sociedad también explica la crisis de esos medios que no logran el sustento de una audiencia. La democracia sufre el efecto colateral de una prensa que, al aleccionar a la sociedad en lugar de escucharla, obtura la expresión pública de las posiciones denostadas por el discurso publicado.
Para incidir en los procesos sociales, los medios tienen que tener probada influencia. Para eso, tienen que ser confiables
Para incidir en los procesos sociales, los medios tienen que tener probada influencia. Para eso, tienen que ser confiables. Mientras ciertos líderes exigen a los medios fidelidad a las versiones oficiales y los acusan de mentir cuando ofrecen una versión alternativa, la sociedad se protege con la desconfianza. Ahí reside la diferencia de la política con el periodismo que se orienta a la ciudadanía. La política pide lealtad a los partidarios, a los funcionarios, a los periodistas y premia con cargos, nombramientos, información filtrada. Los medios no pueden exigir lealtad a sus lectores y la confianza es un premio en sí mismo que se gana con lentitud y es arrebatada en un instante. La lealtad se exige. La confianza se concede.
A este dilema entre lealtad o confianza responden las políticas de etiquetado de información sospechosa o políticamente operada que las redes establecieron en los últimos años para advertir a sus lectores que lo que van a ver no ha sido verificado por medios de referencia. Twitter lo aplicó tanto al señor Trump como a la usina de noticias rusas RT. En actitud similar coincidieron señales tan disímiles como ABC, CBS, CNBC, CNN o Fox News cuando interrumpieron el discurso presidencial ante la evidencia de que portaba noticias falsas. Para cierto periodismo es más cómodo transcribir la información porque la dice alguien de autoridad, sea gobierno o universidad, y esperar que la desmentida venga de la embajada de Suecia o de la revista The Lancet. Responder a la autoridad debida o ser parte conversación expandida. Lealtad a la fuente o confianza de las audiencias.
Si algo tienen que ver las elecciones norteamericanas con lo que pasa en la Argentina, es que los defectos de la prensa y la política son más fáciles de ver en el líder ajeno que en el contexto propio. Allá como aquí, los medios leales son redituables, pero para subsistir hay que ser confiable.

Doctora en Ciencias Sociales; investigadora de medios y periodismo
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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