lunes, 28 de marzo de 2022

INVASIÓN A UCRANIA


La globalización ha entrado en una nueva transición
Julio María Sanguinetti Expresidente de Uruguay
La inhumana agresión del gobierno de Putin a Ucrania no solo ha sacudido la sensibilidad del mundo entero. También ha producido un impacto de muy diversos órdenes en una geopolítica mundial de la que hacía tiempo no se hablaba.
Nuestro mundo luce paradójico y anacrónico. ¿Quién podía pensar en una pandemia mundial, con tan vastas consecuencias sociales y económicas? ¿O en una guerra europea como la que estamos viendo asombrados en la cercanía de conmovedoras imágenes?
No solo de geopolítica se habla. También, nuevamente, de seguridad nacional, expresión que sonaba a Guerra Fría y dictaduras. Asumida la globalización como un hecho irreversible, las visiones particularistas se habían desvanecido. Ahora vuelven a aflorar. Y el tema no es solo militar, también es en las cadenas de abastecimiento, que van desde la energía hasta los precios agrícolas.
El caso de Alemania es paradigmático de ese impacto. Más allá de compartir la insuficiencia militar europea, que la priva de real poder negociador, su dependencia del gas ruso la enfrenta a un formidable desafío de reconversión energética. Y la descalifica, con una nota de peligrosa ingenuidad, haber confiado en un europeísmo que llegaba hasta Moscú.
Un gran economista y exministro uruguayo, Luis Mosca, decía días pasados que la globalización es como el virus del Covid, va mutando. Cambiando de ámbitos y procedimientos. Ese proceso comenzó ya en 2008, cuando se terminó la orgía financiera y comenzaron las restricciones. Siguió luego la preocupación estadounidense por la expansión china, que lo llevó a limitar la compra de productos de alta tecnología. Ahora irrumpe la necesidad de preservarse de la carencia de energía propia y de mantener el abastecimiento de productos esenciales en la alimentación y las cadenas industriales.
Naturalmente, la globalización es irreversible, porque las comunicaciones, el empleo de la tecnología y los hábitos de consumo de la sociedad digital no van a desaparecer. Pero la salvaguardia de intereses nacionales la limitará. Las sanciones a Rusia sacan a su petróleo del consumo occidental. Como consecuencia, la energía nuclear reaparece como una posibilidad cierta, descartando visiones ecológicas que la habían arrinconado. Francia, tradicional en esa fuente, encara ahora su ampliación. El carbón retorna a su antiguo protagonismo. Seguramente reaparecerá el discutido fracking.
Asegurarse abastecimiento de materias primas en industrias básicas llevará también a atar acuerdos bilaterales, que no tenían buena prensa en los últimos años, al privilegiarse los grandes espacios multilaterales. China, en cambio, paciente e inteligentemente fue avanzando, paso a paso, en América Latina, hasta instalarse como el gran socio comercial en casi todo el continente, con un acceso amplio a productos básicos. Europa y Estados Unidos hace tiempo que abandonaron esa práctica. Basta pensar que el acuerdo comercial de la Unión Europea con el Mercosur lleva casi treinta años de idas y venidas sin concretarse.
El otro impacto de la guerra es la inflación. Los Estados Unidos ya mostraban una aceleración insólita: cuando en febrero del año pasado superó el 7% interanual, resonó un estado de alarma general. El Fondo Monetario Internacional, que proyectaba una inflación del 3,9% como promedio mundial para 2021, tuvo que reconocer una realidad cercana al 6% y adelantar la suba de la tasa de interés.
En nuestra región sufrimos ya la presión inflacionaria. La Argentina, con su guarismo superior al 50%, se las verá difíciles para cumplir su acuerdo con el FMI, más allá de la generación de divisas del poderoso sector agroexportador. Brasil supera el 5% y por vez primera en décadas la nafta y el gasoil están más caros que en Uruguay.
Es muy difícil hacer pronósticos. La guerra, como suele pasar, se ha alargado más de lo que se pensaba y de lo que imaginaban los invasores. Ucrania no ha sido Crimea. Ni en lo militar, ni en lo
La OTAN, languideciente hasta hace poco, ha recobrado vigor
Occidente se ha mostrado unido en las sanciones a Rusia, y sus aliados lejanos, como Japón y Australia, no han vacilado en pronunciarse
político, ni en lo social. En dos oportunidades Rusia ha hablado de armas nucleares y el presidente de los Estados Unidos, de guerra mundial.
Más allá de estas trágicas posibilidades, está claro que se han dado realineamientos inesperados. La Organización del Tratado del Atlántico Norte, languideciente hasta hace poco, ha recobrado vigor. Occidente se ha mostrado unido en las sanciones a Rusia, y sus aliados lejanos, como Japón y Australia, no han vacilado en pronunciarse. Ha sido algo inesperado por lo espontáneo y fuerte.
China es quien ha quedado en una posición compleja. Aprovechó como nadie la globalización mundial y la libertad comercial propiciada por Occidente. A su amparo, en tres décadas, se transformó en una formidable potencia económica que desafía el poderío estadounidense. Tiene una fuerte sociedad estratégica con Rusia, solemnizada el 3 de febrero en una amplísima declaración de entendimientos y visiones estratégicas compartidas. De ahí su ambigüedad en el conflicto. La misma ambigüedad de nuestras autoproclamadas izquierdas latinoamericanas, que miran con simpatía la autocracia rusa, no solo autoritaria sino la expresión máxima de un capitalismo salvaje, expuesto obscenamente a la luz del día por esos multimillonarios que se han paseado hasta ahora por las grandes capitales exhibiendo su recién adquirida riqueza.
La globalización ha entrado en una nueva transición. Paradójicamente, no la protagonizan la ciencia y la tecnología, sino las armas, el petróleo y las materias primas.
Como la pandemia, otra revancha de la historia.

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