miércoles, 27 de abril de 2022

EL SHOW SE TERMINA....


Cristina Kirchner, guionista de la gran ficción nacional

Pablo Sirvén
La vicepresidenta de Argentina, Cristina Kirchner, encabeza la sesión del Senado antes de votar el acuerdo entre el FMI y el Gobierno, en el Congreso de Buenos Aires, el 17 de marzo de 2022
Con su despliegue fraudulento sobre el Consejo de la Magistratura -hacer pasar por minoría lo que en verdad es una mayoría que se dividió en dos- y con su meta aún más ambiciosa de ampliar la Corte de cinco a nueve miembros (en un movimiento exactamente inverso al que hizo en 2006 cuando propuso y logró achicar el supremo tribunal de nueve a cinco), Cristina Kirchner subrayó, otra vez, el triste lugar de actor de reparto que le reserva a Alberto Fernández.
La vicepresidenta recuperó su condición de autora implacable del libreto que le toca representar al kirchnerismo en estos tiempos. Así como tres años atrás su creativa pluma elevó a Fernández a la condición impensada de candidato presidencial, que las urnas convalidaron después al frente de la Casa Rosada, durante más de dos años se reservó para sí un papel intermitente y discreto de entrar y salir en escena. Pero ahora decidió no solo reescribir, una vez más, la historia, sino que se reservó para sí un protagonismo casi excluyente, lo que implica relegar a una mayor insignificancia al primer actor que ella había elegido, por carecer del sagrado fuego peronista. Un casting fallido, que no se (ni le) perdona.
La gran directora/autora nacional acaba de consumar su más profundo desaire hacia su malogrado pasante: sus operaciones desde su búnker en el Senado, contra el Poder Judicial, invisibilizaron por completo al Poder Ejecutivo. Lo pasó olímpicamente por arriba y lo ignoró. No está en su adn pedir permiso a nadie.
Alberto Fernández colaboró al autoningunearse, en vez de terciar en la grave disputa, tanto fuera a favor o en contra. ¿Nada tiene para decir un presidente de un país cuando su propia vice dirige sus cargados misiles hacia otro de los poderes del Estado?
Juan Manzur, el jefe de Gabinete, y otros del staff oficial salieron a expresar que la maniobra de la vice era legal (nadie se animó a decir si, además, era ética). Gabriela Cerruti, la portavoz de recurrente incontinencia verbal, fue de una inesperada franqueza al traer a colación un antecedente supuestamente similar de Cambiemos y rotularlo como “este tipo de trampas”.
Parecía que Fernández involucionaba de actor de reparto a conformarse con un simple bolo sin letra (la instancia mínima en la escala actoral), si no fuera porque, de pronto, pensando en 2023, exclamó: “¡Un carajo estamos perdidos!”. Hay una deriva histriónica albertista que emula el lugar equivocado y desopilante que ocupaba Peter Sellers en películas como La fiesta inolvidable y Desde el jardín.
La guionista en jefe de la gran ficción nac & pop debería apreciar las improvisaciones colaterales que su actor frustrado aporta para aligerar sus tensos libretos.
Desató un conflicto de poderes entre el Legislativo y el Judicial, puenteando al Ejecutivo, al que ni siquiera consultó
“Es momento de ayudar a Venezuela”, exclama en otra repentización Fernández, e incomoda al presidente ecuatoriano que lo visita. “Muchos de esos problemas -eufemismo de violaciones a los derechos humanos, persecución y cárcel a los opositores, éxodo masivo de sus habitantes, etc.- se han ido disipando con el tiempo”. ¿Sí?

Despunta un actor de comedia de enredos, muy en vena desde que se ofreció de portero del belicoso Vladimir Putin en América Latina. Lo que algunos podrían calificar de zoncera -que el Presidente se fuera a dar clases de derecho penal a la Universidad de José C. Paz justo cuando todo el país político, menos él, polemizaba acaloradamente sobre la conformación del Consejo de la Magistratura-, podría arrancarnos una sonrisa tierna si esto fuera una película. ¡¡¡Pero no es una película!!! Está pasando. Nos está pasando. Una tragicomedia, con toques dramáticos, de factura más bien berreta.
Si fuera un film de verdad, algunos chiflidos del público hubiesen sido inevitables que resonaran ante el recurso remanido de la tormenta de viento y polvo que envolvieron al Presidente en el lanzamiento de la obra del gasoducto Néstor Kirchner, muy similar al fenómeno meteorológico que en plena campaña cayó sobre Victoria Tolosa Paz en cuanto dijo que la autopista que se construye entre Ezeiza y La Matanza se llama Juan Domingo Perón. No vaya a ser que el clima también esté jugando su propio lawfare.
Se trajo a colación que Juntos por el Cambio había consumado un artilugio similar para ungir como representante de la mayoría en el Consejo, en 2016, a Pablo Tonelli. Los cambiemitas entonces apelaron a un recurso legislativo muy usual: ahondar consensos para alcanzar esa mayoría. Que una misma fuerza (travestida con distinto nombre) pretenda ahora ser mayoría y minoría a la vez en la conducción de un organismo no tiene parangón. No solo resulta un fraude a la vista sino que admitir el procedimiento como genuino es una invitación a que otras fuerzas imiten esa argucia partiéndose en pedacitos con tal de “alcanzar” esa minoría. Pero eso ya no sería una democracia, sino un circo.

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