miércoles, 29 de noviembre de 2023

CENTROAMÉRICA Y ECONOMÍA


De la república bananera al narco-Estado
Sergio Ramírez

El nombre científico del banano es Musa paradisiaca. Una musa que se pudre si le faltan los cuidados adecuados, desde que el racimo es cortado de la mata, es transportada luego por barco en bodegas refrigeradas, y necesita de cámaras de maduración hasta que llega a los supermercados.
Su historia es larga, desde que, en 1870, el capitán Laurence Dow Baker, al mando de la goleta Telegraph, compraba bananos en Kingston, Jamaica, y los vendía en el puerto de Boston con una ganancia exorbitante. Una fruta sabrosa, nutritiva, y más barata que las manzanas: con 25 centavos se compraba un racimo de 12 bananos, frente a solo 2 manzanas. Sam Zemurray era un inmigrante judío de Besarabia que a los 18 años compraba en el puerto de Nueva Orleans los bananos que llegaban de Honduras pasados de madurez para fabricar vinagre, y se le ocurrió que el mejor negocio estaría en cultivarlos. A los 21 años había hecho suficiente dinero como para comprar un vapor viejo en el que viajó a Honduras en 1910, y adquirió 20 kilómetros cuadrados de tierras junto al río Cuyamel. A su regreso contrató una partida de mercenarios encabezados por dos personajes de película, Guy “Machine” Molony y Lee Christmas, para que armaran una tropa que ayudara a volver al poder al general Manuel Bonilla, quien vivía exiliado en Nueva Orleans tras haber sufrido en 1907 un golpe de Estado.
Una vez reinstalado Bonilla en el palacio presidencial en Tegucigalpa, Zemurray fundó la Cuyamel Fruit Company, que recibió exención de todo tributo fiscal y autonomía en sus operaciones bananeras. A partir de entonces, Zemurray pasaría a ser conocido como el todopoderoso Banana Man. Un diputado, decía, resulta más barato que una mula.
Los hermanos Giuseppe, Félix y Luca Vaccaro, inmigrantes de Sicilia, empezaron importando cocos en 1899 desde el puerto de La Ceiba, otra vez Honduras, para crear en 1906 la empresa Vaccaro Brothers, dedicada también al banano, gracias a la generosa concesión que les otorgó el mismo general Bonilla. Y se dedicaron también a la producción de hielo para refrigerar los barcos de transporte, de los que llegaron a tener una flota de 35.
En 1924 crearon la Standard Fruit Company, la gran rival de la United Fruit, fundada en Costa Rica, con la que competían por el control del hielo, guerra en la que terminaron triunfando porque acapararon todas las hieleras en Nueva Orleans, con lo que Giuseppe pasó a ser conocido como el Ice Man.
William Sydney Porter, cuyo nombre de pluma es O’Henry, estaba empleado como cajero del First National Bank en Austin cuando en 1895 fue acusado de desfalco. En la víspera del juicio huyó en un barco de carga que salía de Nueva Orleans hacia el puerto de Trujillo, Honduras, y allí escribió la novela Coles y reyes. El título viene del poema de Lewis Carroll “La morsa y el carpintero”, que aparece en A través
del espejo: “Ha llegado el momento –dijo la Morsa– de hablar de muchas cosas: de botas y botes y betún, y de coles y reyes…”. En el libro, Trujillo pasó a ser Coralio, y Honduras, la república de Anchuria, y fue en esas páginas donde O’Henry acuñó el término “república bananera”: “En esos tiempos teníamos tratados con casi todos los países extranjeros excepto con Bélgica y aquella república bananera de Anchuria…”, dice el narrador.
El cónsul de EE.UU. en Honduras, en arranque de sinceridad, escribía en 1917: “…el territorio controlado por la Cuyamel Fruit Company es un Estado en sí mismo, dentro de otro Estado… alberga a sus empleados, cultiva plantaciones, opera ferrocarriles, terminales, líneas de vapores, sistemas de agua potable, plantas eléctricas, comisariatos, clubes…”. La historia, que se repite en Centroamérica con aterradora constancia, ha quitado preeminencia al banano y le ha dado la compañía de diversas agroindustrias y concesiones mineras a cielo abierto que envenenan los ríos, acaparan el agua y convierten en páramos los bosques. Pero el reinado supremo es del tráfico de drogas, la cocaína y el fentanilo, que significa compra de diputados, jefes de policía, generales de cinco estrellas, ministros y presidentes de la república, para asegurarse la impunidad y controlar vías de transportes, pistas aéreas, puertos marítimos y aduanas. Y así hemos pasado de la república bananera al narco-Estado.
Es lo que nos cuenta Carlos Dada, fundador del periódico digital
El Faro en El Salvador, con prosa de novelista y rigor de cronista, en Lospliegues de la cintura, que presentamos recientemente en Madrid.
En tres de las crónicas se desnuda la intimidad del poder político en Honduras, la república de Anchuria de O’Henry, con el crimen organizado: según testimonio del jefe de la banda de narcotraficantes Los Cachiros, Devis Leonel Rivera Maradiaga, preso en EE.UU., los presidentes Porfirio Lobo y Juan Orlando Hernández recibieron cuantiosos sobornos a cambio de facilitar las operaciones de la droga. Lobo se libró de ser juzgado en los tribunales federales, no su hijo Fabio, que cumple condena en una cárcel de Nueva York, adonde fueron a dar luego Hernández, aún bajo juicio, y su hermano Tony, diputado, condenado a cadena perpetua.En las demás crónicas de Dada aparece esa Centroamérica tan actual y tan antigua de las soberanías nacionales cedidas en almoneda al mejor o al peor postor; la corrupción que todo lo corroe, el asesinato político que ha tenido por víctimas tanto a un arzobispo hoy elevado a los altares, monseñor Romero de El Salvador, como a Bertha Cáceres, dirigente de la etnia lempa muerta a tiros por oponerse a las explotaciones mineras en Honduras; el genocidio contra los pueblos indígenas en Guatemala; las masacres campesinas del Mozote en El Salvador, la represión despiadada contra los jóvenes en las calles de Nicaragua en 2018.
Los pliegues ocultos de “la dulce cintura de América” del Canto general de Neruda.
Escritor; exvicepresidente de Nicaragua

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Salarios y productividad en la Argentina
Carlos Moyano Walker
En la mayoría de los países los salarios en moneda constante aumentan en la medida en que mejora la productividad, pero eso no ocurre en la Argentina. La productividad de la mano de obra es la relación existente entre el valor de la producción y la mano de obra empleada para obtenerla. Los factores que determinan el crecimiento de la productividad son muchos, pero básicamente se requiere equilibrio macroeconómico.
La mayor eficiencia se atribuye generalmente, en primer lugar, a un aumento del capital físico. Pero en los últimos años otros factores fueron cobrando mayor importancia, desplazando al capital físico como la principal fuente de desarrollo. Hoy se atribuye importancia creciente al nivel de la educación y la extensión de la enseñanza a sectores más amplios de la población, al estado de los conocimientos, a nuevas técnicas, a la I & D y la investigación aplicada, las economías de escala, la especialización y la mejor organización empresaria, al gerenciamiento y la formación de los cuadros directivos. Estos factores hacen que la producción de las empresas aumente aun cuando la cantidad de obreros sea la misma.
Es difícil ponderar estadísticamente la incidencia de cada uno de estos factores en la mejora de la productividad, pero lo relevante es poder determinar si la productividad aumenta y en qué medida. En general se admite que a estos efectos el índice más utilizado es el que surge de relacionar el volumen físico de la producción con la cantidad de personas ocupadas. Dadas su importancia dentro del PBI y su mayor homogeneidad, vale concentrarse en la industria manufacturera para saber cómo evolucionó la productividad en la Argentina.
Hecha esta salvedad, es muy útil para saber qué pasó en los últimos años en el país una interesante estrabajo tadística que publica el Indec desde 2016, que permite relacionar el PBI con el personal ocupado y la remuneración pagada en cada uno de los distintos sectores de la economía.
Según esta información, el PBI de la industria subió 19,4% entre 2016 y 2022, a pesar de las caídas de 2017 y 2020, esta última por la pandemia del Covid. En el mismo período, el número de asalariados ocupados en la industria subió solo 10,2%. Como consecuencia, la productividad de la mano de obra aumentó 8,4%. Pero la remuneración del trabajo asalariado por puesto de trabajo en valores constantes cayó 26,8%. Y, más drástico, la remuneración comparada con la productividad fue cayendo todos los años y se redujo 32,5% entre 2016 y 2022.
El aumento de la productividad en la industria en los últimos años tuvo un efecto negativo sobre la distribución del ingreso. La misma fuente registra una baja en la participación de la remuneración del asalariado de la industria dentro del PBI industrial del 46,5% al 31,4% entre 2016 y 2022.
La causa de esta paradoja es la enorme inflación que ha corroído el poder de compra de los salarios. Medida por los precios al consumidor, la inflación promedió el 50% anual en los últimos 7 años. Para que esta tendencia negativa se revierta, es necesario lograr una estabilidad en los precios que permita el aumento de los salarios reales. Un plan de estabilización debe incluir una fuerte reducción del gasto público para que sea financiable, la eliminación del déficit fiscal y la consiguiente emisión monetaria descontrolada. También requiere como condición que las empresas estén sujetas a una mayor competencia a través de la eliminación gradual del cierre de la economía que desde hace décadas sufre el país, impidiendo su crecimiento. Esta debería ser una verdadera “política de Estado” de largo plazo

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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