El Presidente, en el laberinto de la política real
El Presidente, limitado por las restricciones del sistema republicano, apela a sus dotes de agitador para inflar la esperanza social; las trampas que le pone la urgencia de resultados
Martín Rodríguez Yebra
Javier Milei durante el acto por las islas Malvinas
AJavier Milei lo enorgullece presentarse como un talibán. Es una curiosa operación metafórica para resaltar su convicción inquebrantable, a fuerza de identificarse con lo contrario a sus ideales: un fundamentalista islámico que odia la libertad individual.
La elección de una etiqueta deliberadamente exagerada refleja la necesidad de autoafirmación de un hombre que se enfrenta a la encrucijada existencial entre el credo que porta como una segunda piel y la responsabilidad institucional que ganó en las urnas. El agitador Milei que sacudió de raíz el sistema político expresa la incomodidad de ser el presidente Milei, a cargo de ordenar el caos que con tanta eficiencia supo denunciar.
El sistema republicano funciona para él como un laberinto. “Hay muchas más restricciones de las que vos creés”, le dijo Milei el martes a su amigo Alejandro Fantino, en una conversación de tres horas muy reveladora de los dilemas íntimos del líder que gobierna la Argentina en estos tiempos de crisis profunda. Reivindicó su opinión de que “el Estado es una organización criminal”, “un enemigo”, “una máquina de represión”. Y enfatizó que tiene una clara visión del mundo, “un Norte” inamovible, pero que solo “un utópico imbécil” puede ignorar que “el mundo es el que es” y que es inviable llegar en línea recta a ese destino definitivo.
Su amanecer al pragmatismo es, a su modo, un ejercicio de empatía. Milei alimenta con su talento de activista la paciencia de quienes confiaron en él y se enfrentan a la crudeza del presente. Los que lo aplaudieron decir que se cortaría un brazo antes de poner un impuesto y ahora ven venir la reimposición de Ganancias. Los que se ilusionaron con la dolarización. Los que creyeron que el ajuste iba a recaer, como decía el Milei candidato, sobre “la casta” y no sobre “los argentinos de bien”.
Asume el carácter experimental de su misión cuando repite siempre que puede que es el primer presidente libertario de la historia de la humanidad. Pero ruega comprensión. “Tenemos que adaptarnos para llegar adonde queremos”, reflexiona.
La ilusión no debe decaer. Milei funda su fortaleza en el respaldo de la opinión pública, ciclotímica por naturaleza. No solo es el Presidente de mayor fragilidad parlamentaria desde 1983, sino que la construcción política le da alergia. Es refractario a los aliados en oferta y la dinámica de su liderazgo expone al universo libertario a estallidos periódicos, como dejó al desnudo el miércoles la crisis del bloque oficialista de diputados.
La luz al final del túnel
Milei se carga al hombro la misión de mostrar la luz al final del túnel. Sus cifras de imagen positiva se mantienen bien por encima de la línea de flotación (sobre el 50%). La macroeconomía presenta señales que lo entusiasman: equilibrio fiscal, dólar quieto, bonos para arriba. La contracara es el freno a la actividad y el fantasma posible de una disparada del desempleo. ¿Es tan sólida la esperanza en la sociedad? Saben quienes asesoran al Presidente que una cosa es anticipar la recesión y otra, vivirla.
Toca contorsionarse en la arena ideológica. La ofensiva contra las empresas de medicina privada por los aumentos que inquietan a la clase media encaja dificultosamente en la caja de herramientas de un liberal ultraortodoxo. Milei lo dejó entrever cuando dijo que él no aprieta a los ejecutivos para que bajen los precios como hacía Guillermo Moreno: “No te pongo una pistola en la mesa para obligarte, te explico de qué se trata”, se justificó.
El malestar por las cuotas de las prepagas encendió una señal de alerta que el Presidente tuvo que atender. Ahora se suman las subas de tarifas de servicios públicos, detrás de las cuales está directamente el Gobierno. Otro desafío a la tolerancia ciudadana.
Milei y su gente perciben que han entrado en la zona de turbulencias. La ansiedad por mostrar resultados lo lleva a exasperarse con los que señalan dudas. La furia con el periodismo crítico se espeja con el fastidio que le causan los economistas que distinguen inconsistencias en su plan. Miguel Ángel Broda, gurú de la ortodoxia y exempleador de Milei, dijo que el ajuste aplicado por el Gobierno “fue excesivo, burdo e insostenible”. Domingo Cavallo, ídolo del neonoventismo que está en el poder, advirtió sobre el atraso cambiario y la repercusión negativa que tendrá en el objetivo de levantar el cepo al dólar. Carlos Rodríguez, el profesor que acompañó a Milei en su primera reunión con el FMI cuando era candidato, no para de marcar incongruencias entre el rumbo actual y la filosofía liberal.
Milei desparrama agresiones a los agoreros: “Imbéciles”, “estúpidos”, “ignorantes”. A menudo les adjudica la defensa espuria de intereses malsanos.
Tanta ansiedad por mostrar que el plan funciona lo empuja a cometer bloopers inexplicables. Un hombre como él, que se vanagloria de analizar obsesivamente todos los índices de la economía, se apoyó en los datos de una cuenta de redes sociales para anunciar que hay “deflación” en los productos de la canasta básica. “¡Caída de precios, Fantino, caída de precios! Se va a derrumbar como un piano la inflación”, dijo ante su interlocutor. Dos horas después se reveló que el supuesto bot de la cadena Jumbo era la parodia de un bromista anónimo. Su ministro de Economía, Luis Caputo, había usado también ese termómetro imaginario en una entrevista anterior.
Para matizar el derrumbe de la actividad apeló a los datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME): “Cuando tomás el dato de ventas de CAME vas a ver una ve corta. Lo que creíamos que estaba mucho más lejos, está más cerca de lo que imaginamos. Por eso están tan nerviosos”. Alfredo González, el director de la entidad, salió a despegarse un rato después.
“La caída en las ventas de las pymes fue de 28,7 por ciento en enero, de 25,8 por ciento en febrero y marzo, 12,6 por ciento”, dijo, al negar siquiera la expectativa de una reactivación en curso. Se cae a menos velocidad, pero aún a niveles históricos.
El autoelogio, a veces precipitado, es un rasgo constitutivo del personaje de Milei. Se presenta a menudo como un visionario. El que “la ve”. En esos afanes, suele incurrir en olvidos y contradicciones.
Juró en su charla con Fantino que en marzo ni él ni sus ministros se dieron cuenta de que sus sueldos habían aumentado. “¿Sabés por qué? Porque los que estamos en el gabinete no miramos los recibos de sueldo. ¡Todos vienen por el bronce! Estamos todos yendo contra la que tenemos guardada. ¿Vos creés que podemos vivir con lo que estamos ganando?”. La declaración es sugestiva porque revisa su reciente afirmación (muy a tono con el discurso antipolítica) de que concibe la presidencia de la Nación como “un trabajo más”. ¿Qué trabajador ignora el salario que gana?
Ese mismo día relató que la ceremonia que encabezó la semana pasada en Ushuaia junto a la general estadounidense Laura Richardson fue “el mayor acto de soberanía que se hizo en los últimos 40 años”. Y auguró: “Es el primer paso para empezar a pensar la recuperación de Malvinas. ¡Dale, que la saquen del ángulo!”.
La charla con Fantino siguió así: –O sea, ¿moviste esa pieza pensando en que a futuro podemos pedir que nos devuelvan lo que es nuestro?
–Obvio. Por la vía diplomática. Once minutos después, ya hablando de otro tema, Milei contó cómo es su método de toma de decisiones y quiso dar un ejemplo.
–Estamos en reunión de gabinete y nos informan del desplante del gobernador de Tierra del Fuego a la general Richardson. ¿Ah, sí? Entonces, ante ese desplante, dije: “Termino la nota con Bloomberg, me subo al avión y voy yo a saludarla”. –Ah, ¿no ibas a ir?
–No. Frente al desplante, viajé. Le di yo la recepción.
La genialidad estratégica de la versión uno y el rapto de dignidad de la versión dos se cuentan con la misma pasión. Igual que cuando le declara la guerra al narcotráfico y a renglón seguido defiende el derecho de blanquear dinero sin límites: “Si querés usar 50 palos verdes, me importa un rábano”. No cree en “leyes de los políticos que quieren robarle plata a la gente”.
De más está decir que el blanqueo propuesto en el nuevo paquete legislativo que impulsa el Gobierno no es a costo cero. Las restricciones –ya lo advirtió– están ahí, siempre presentes.
El error de Benegas Lynch
Por eso, considera que Bertie Benegas Lynch cometió “un error” al expresar su desdén por la educación pública. No era la oportunidad de tocar un tema tan espinoso, removido ya en la campaña de las propuestas originales de los libertarios. El hijo del intelectual al que Milei considera su prócer personal tuvo el premio consuelo después de la reprimenda: le ofrecieron, escándalo interno mediante, la presidencia de la estratégica Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados.
Quienes lo siguen tienen que aprender a nadar en un mar de contrastes. Independientemente de las convicciones profundas de Milei, hay que saber adaptarse a los cambios repentinos. Lo único sagrado y que no debe desafiarse es la autoridad presidencial y la percepción de que es un hombre en guerra con una casta corrupta. Por eso no dudó en cortar cabezas cuando quedó expuesto negativamente ante la opinión pública por el aumento no comunicado de los sueldos en el Poder Ejecutivo. Y también por eso ordenó ejecutar a Oscar Zago como jefe del bloque libertario cuando el diputado sugirió –casi burlonamente– que Milei había avalado con un emoji del celular la designación de Marcela Pagano en la Comisión de Juicio Político.
“Mi Norte es Murray Rothbard”, pregona el Presidente. Como si al final del zigzag al que lo obliga el ejercicio de su cargo esperase decretar la desaparición del Estado. Decía el gurú libertario que inspiró el nombre de uno de los perros de Milei: “Las funciones del Estado se dividen en dos: las que se pueden privatizar y las que se pueden eliminar”.
La odisea particular del discípulo argentino está plagada de obstáculos y trampas, que acaso lo obliguen –restricción a restricción– a cambiar definitivamente el destino. A fin de cuentas, una incógnita primordial de estos tiempos convulsos es si “el talibán” Milei quedará en la historia como el hombre que derrumbó un sistema decadente o si será capaz de construir uno nuevo.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Otro federalismo. Ideas para un progreso parejo del territorio nacional
Roy Hora y Fabio Quetglas ensayan propuestas de largo plazo para el AMBA y para abordar el desajuste sociodemográfico de la Argentina
Inés Beato Vassolo

La Argentina fue el sueño de los perseguidos del mundo. Desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del XX recibió a generaciones de inmigrantes que desearon integrarse a una nación que se percibía exitosa. Tuvo la quinta red ferroviaria más importante del mundo; la segunda ciudad más grande de la faja atlántica del 1800 –Buenos Aires–, y un sistema educativo, público y obligatorio, por demás sofisticado.
Además, nació federal. Pero ese federalismo siempre funcionó mal, y, tras años de deterioro ininterrumpido, hoy es el más desigual del planeta. Las provincias son altamente heterogéneas en sus vertientes sociales y productivas; el régimen de coparticipación genera brechas fiscales y el principal Estado es la punta del iceberg de un desajuste mayor: su capital, La Plata, es invisible para la mayoría de los bonaerenses, y sus últimos gobernadores han sido, casi todos, porteños.
"‘La clase dirigente no ha sido eficaz en encontrar soluciones sofisticadas a los desafíos territoriales que tenemos por delante”, dice Roy Hora"
Las anteriores son observaciones de Roy Hora y Fabio Quetglas, quienes reflexionaron, en diálogo sobre el agotamiento metropolitano y el gran desequilibrio entre la provincia y la ciudad de Buenos Aires, y lo que se suele llamar “el interior”. Hora, desde su rol de historiador e investigador del Conicet, y autor de libros como Historia económica de la Argentina en el siglo XIX (Siglo XXI, 2010) y La vida política. Argentina 1880-1930 (Taurus, 2015). Quetglas, como diputado nacional y director de la Maestría en Ciudades de la Universidad de Buenos Aires.
Rigurosos, realistas y, de a ratos, optimistas, los intelectuales se dispusieron a descifrar algunos de los engranajes que podrían ponerse en funcionamiento para rediseñar el plan territorial y sociodemográfico del país. Coinciden en que “no falta historia sino proyección” y que sobran las alternativas posibles para crear una economía equilibrada en todo el territorio, con motores que excedan la explotación agraria e industrial tradicionales y abran paso a la producción de energías renovables, la bioeconomía y la industria del conocimiento.
“Hoy es mucho más diverso este país en términos de sus oportunidades de desarrollo”, afirma Hora, luego de advertir que, en el último tiempo, “la clase dirigente no ha sido eficaz en encontrar soluciones sofisticadas a los desafíos territoriales que tenemos por delante”.
Fabio Quetglas y Roy Hora
Parados en casos de éxito federal como el de la ley 1420, sancionada en 1884 –que instauró la educación primaria común, gratuita y obligatoria–, y el posterior refuerzo de la ley Láinez (1905) –que impulsó la creación de escuelas en los lugares más postergados del país–, Hora y Quetglas convocan a las élites políticas a hacer un ejercicio de largo plazo para instalar “la agenda de una generación y no de un gobierno” y retomar, en palabras del historiador, “la promesa fundacional de igualdad, que persigue un nivel mínimo de bienestar, independientemente del lugar geográfico en el que uno viva”.
El desfase federal, sin embargo, se dio de manera temprana en el país. “Nació en el siglo XIX, al unirse provincias-estado pobres con otras ricas, con el agravante de que el país se había estructurado mirando hacia la minería altoperuana y, de golpe, cuando todavía dos tercios de la población vivía de Córdoba hacia arriba, se abrió al comercio atlántico y se expandió al calor del capitalismo y de la economía dinámica”, explica Hora.
Con esos antecedentes a cuestas, el desacomodo del presente radica en dos cuestiones, según el historiador: “La diferencia enorme del ingreso per cápita y esperanza de vida entre los distintos distritos y, el hecho de que Buenos Aires, que representa el 38% de la federación, sea un estado problemático y socialmente heterogéneo”.
Quetglas refuerza el punto: “La gente de las provincias quiere una relación distinta con el centro y la saturación metropolitana demanda un crecimiento equilibrado. El federalismo 2.0 tiene que volver a apuntar a la integración y el desarrollo, para que nacer en cualquier lugar del país signifique posibilidades homogéneas de progreso”.
El especialista en ciudades y diputado radical por la provincia de Buenos Aires considera que la Argentina “parte de una buena base, en tanto es rica en el rubro de los activos”. Enseguida, enumera: “No tiene conflictos bélicos. Tiene ciudades de menos de 50.000 habitantes con buena infraestructura, servicios públicos y estándares de seguridad casi europeos. Tiene 40 años de continuidad democrática, que permiten que los gobiernos de proximidad sean cada vez más consistentes y menos asistenciales, y transiten hacia políticas que exceden la limpieza, los sepulcros y las tareas urbanas básicas. Tiene una identidad muy fuerte, vinculada a logros y dolores compartidos, que se cristaliza en los mundiales o en las estadías en el exterior. Y tiene potencial productivo en la minería, en el turismo y en la explotación agrícola, legumbrera, frutal y ganadera, entre otras áreas”.
El historiador Roy Hora
Entonces, un golpe de realidad. “Que vayan solo 200.000 turistas a Puerto Madryn, con un fenómeno casi único en el mundo como es el de las ballenas, es un fracaso como nación”, dice Quetglas. E insiste en que, así como la provincia de Mendoza se integra al mercado global a través del vino, el Estado nacional tiene que generar normativas para que otras provincias y regiones del país puedan desenvolverse con igual éxito. “El Noroeste podría ser una potencia legumbrera y minera; el Noreste, un polo de forestoindustria. No hay regiones inviables, lo que falta es un marco institucional que permita desplegar los potenciales de cada una”, afirma.
Si bien Quetglas sostiene que el reequilibrio territorial es una operación difícil de llevar adelante y que no hay demasiados ejemplos de federalismos aceitados para tomar de referencia –de los 35 países de América, en efecto, solo unos pocos, como Brasil, México, Venezuela, Canadá y Estados Unidos, son federales–, pueden tomarse, dice, ideas de algunas de sus políticas.
“Es clave el rol de las élites locales. Son muchas las provincias sostenidas por el sector público que deberían generar otras alternativas de posibilidad económica”, sostiene Quetglas
“Canadá desarrolló un federalismo asimétrico dándole un tratamiento diferencial a Quebec por su condición francófona. Nosotros nunca nos animamos, siendo heterogéneos, a conceder una asimetría pactada a alguna región. Aplicar las leyes de igual manera de Ushuaia a La Quiaca es desconocer la realidad preexistente”, dice Quetglas.
Y suma otras estrategias que podrían ponerse sobre la mesa del debate político: “En Europa se han promocionado regiones tirando de la demanda, es decir, con planes enfocados en que el consumidor reconozca el valor de los bienes y productos y los elija, en vez de subsidiar a los productores. Promocionar el consumo de frutas y hortalizas, 80% de las cuales son producidas en el territorio nacional, haría muy bien al Alto Valle de Río Negro o de San Rafael de Mendoza, por ejemplo”.
La eterna discusión
Ligadas por completo al esquema federal, la coparticipación de impuestos y la distribución de fondos entre el Estado nacional y las provincias, cimientos del equilibrio fiscal, han permanecido en la nebulosa desde su institucionalización, en 1988, detrás de la ley 23.548. “Hay campos que tributan enormemente y un sector público que no mejora las rutas. Subsidiamos servicios urbanos con una tremenda presión fiscal sobre las actividades agrícolas y nos sorprende que la gente migre a las ciudades donde van los recursos”, sintetiza Quetglas.
Por su lado, Hora agrega: “La Argentina tiene un sistema de agentes que recaudan impuestos y otros que gastan y que, en general, están muy desentendidos del problema de generación de riqueza global. La reciente renuencia de los gobernadores de restituir el impuesto a las ganancias habla del horizonte provinciano que hoy domina la discusión”.
Quetglas asiente. “Es clave el rol de las élites locales. Son muchas las provincias sostenidas por el sector público que deberían generar otras alternativas de posibilidad económica”. Y señala, en referencia a la actual puja entre el presidente Javier Milei y los gobernadores: “El ajuste implica responsabilidad. Se puede salir de regímenes promocionales si se lo hace de manera inteligente y paulatina. Quitar abruptamente los subsidios al transporte público en ciudades como Cipolletti (Río Negro), Resistencia (Chaco) o Paraná (Entre Ríos), y que la gente no pueda moverse porque le resulte oneroso, puede conducir al colapso de esos centros urbanos”.
"El enclave porteño no solo se ve envuelto en medio de esta barahúnda metropolitana, sino que, además, es para el historiador uno de los reflejos más claros del desajuste federal que atraviesa al país"
“Resolver el asunto bajando una palanca es una renuncia al pensamiento”, enfatiza Hora. En esta línea, refiere al bajo nivel de innovación y creatividad en las políticas económicas y urbanas que promueve la dirigencia. “Hay una renuncia a la ambición de pensar respuestas creativas a todos estos problemas. Se identifican, pero no se crean coaliciones reformistas para abordar soluciones de fondo porque la urgencia demanda resolver, por ejemplo, las paritarias docentes”.
Quetglas coincide con el historiador, pero destaca uno de los pocos ejemplos de provocación intelectual que se le vienen a la mente: “[El economista] Luis Rappoport, junto a otros especialistas, trabajó en una propuesta muy creativa que sugiere atar un porcentaje de la coparticipación de impuestos a la generación de empleo privado en las provincias, incentivándolas a crear trabajo por fuera del Estado. Si bien no ha prosperado, al menos abre un canal de discusión”.
–¿De dónde sacamos más incentivos para inducir a las élites políticas a tratar estos asuntos?
–FQ: El agotamiento metropolitano es un gran disparador. El hecho de que existan votantes que reconocen tanto estrés convivencial puede impulsar un cambio. No hay enormes experiencias de buena calidad de gestión de estas áreas urbanas, pero sí está claro que la convivencia de poderes sobre un mismo territorio es uno de los grandes problemas a solucionar, y que, si no va a existir un gobierno específico para el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), al menos hay que darle una coordinación que evite conflictos básicos como el de la convivencia de dos universidades con una misma oferta educativa ubicadas a pocas cuadras una de la otra.
–¿Fue un error haberle concedido autonomía a la ciudad de Buenos Aires en 1994?
–RH: No lo creo. La intendencia no podía seguir estando sometida al capricho del presidente de turno. Pero es todavía una asignatura pendiente resolver la integración de uno y otro lado de la General Paz.
El enclave porteño no solo se ve envuelto en medio de esta barahúnda metropolitana, sino que, además, es para el historiador uno de los reflejos más claros del desajuste federal que atraviesa al país.
“La unidad nacional se resolvió a costa de la centralidad política de Buenos Aires, que tenía enorme relevancia en la Federación. Pero, al separarse la ciudad de la provincia, esta última quedó sin un centro político en torno al cual pudiera constituirse una clase dirigente sólida y una ciudadanía que oficiara como sujeto político”, dice Hora.
Alejandro Guyot
Y continúa: “En la mayoría de las provincias hay una esfera pública cuyo núcleo está en la capital, en donde funcionan los diarios, el canal de TV y los actores más importantes discuten los temas locales. Sin embargo, La Plata es invisible para la mayor parte de los bonaerenses, dos tercios de los cuales miran los canales porteños y no se enteran de lo que pasa en la legislatura. Por otro lado, no hace falta haber nacido en la provincia para conducirla. De [Eduardo] Duhalde en adelante (1991-1999), salvo excepciones como Felipe Solá (2002-2007), todos los gobernadores han sido porteños”.
Para el historiador, la creación de La Plata como polo rival de la ciudad de Buenos Aires no salió bien. “Además de ambiciosas, las iniciativas deben ser realistas; capaces de movilizar voluntades sin mistificar conciencias”, dice.
–¿Vale la pena pensar en generar ciudades de cero, en el marco de la organización territorial?
–FQ: No estaría mal fundar una ciudad en el lugar en donde se justifique hacerlo, pero tenemos mucho para trabajar con lo que ya existe. Hay localidades en las que disminuyó la cantidad de habitantes porque se les fue el ferrocarril y su actividad económica declinó. Debemos pensar más allá del famoso “gobernar es poblar” del siglo XIX [frase de Juan Bautista Alberdi] porque la agenda de reconfiguración del siglo XX trae temas vinculados al ambiente, al cambio climático, a la diferenciación de actividades económicas que tienen o no licencia social, a la conectividad, etcétera, y obliga a construir un imaginario de futuro al cual apuntar.
Y en esa agenda, la calidad de vida es fundamental. “Tandil, Tres Arroyos y Olavarría podrían resultar más atractivas que el AMBA para una persona que produce servicios y conocimiento intensivo. El reequilibrio territorial basado en este tipo de ciudades con alta calidad de vida es una nueva clave para el federalismo argentino, que ayudaría a pasar de un federalismo irresponsable a uno legítimo, bueno para el prestigio de las políticas locales”, insiste Quetglas. “A pesar de que existan emergencias, no pueden esperarse las condiciones ideales para pensar la política. Lo dice una frase poética: no hay otro tiempo que el que nos ha tocado”, concluye.
AJavier Milei lo enorgullece presentarse como un talibán. Es una curiosa operación metafórica para resaltar su convicción inquebrantable, a fuerza de identificarse con lo contrario a sus ideales: un fundamentalista islámico que odia la libertad individual.
La elección de una etiqueta deliberadamente exagerada refleja la necesidad de autoafirmación de un hombre que se enfrenta a la encrucijada existencial entre el credo que porta como una segunda piel y la responsabilidad institucional que ganó en las urnas. El agitador Milei que sacudió de raíz el sistema político expresa la incomodidad de ser el presidente Milei, a cargo de ordenar el caos que con tanta eficiencia supo denunciar.
El sistema republicano funciona para él como un laberinto. “Hay muchas más restricciones de las que vos creés”, le dijo Milei el martes a su amigo Alejandro Fantino, en una conversación de tres horas muy reveladora de los dilemas íntimos del líder que gobierna la Argentina en estos tiempos de crisis profunda. Reivindicó su opinión de que “el Estado es una organización criminal”, “un enemigo”, “una máquina de represión”. Y enfatizó que tiene una clara visión del mundo, “un Norte” inamovible, pero que solo “un utópico imbécil” puede ignorar que “el mundo es el que es” y que es inviable llegar en línea recta a ese destino definitivo.
Su amanecer al pragmatismo es, a su modo, un ejercicio de empatía. Milei alimenta con su talento de activista la paciencia de quienes confiaron en él y se enfrentan a la crudeza del presente. Los que lo aplaudieron decir que se cortaría un brazo antes de poner un impuesto y ahora ven venir la reimposición de Ganancias. Los que se ilusionaron con la dolarización. Los que creyeron que el ajuste iba a recaer, como decía el Milei candidato, sobre “la casta” y no sobre “los argentinos de bien”.
Asume el carácter experimental de su misión cuando repite siempre que puede que es el primer presidente libertario de la historia de la humanidad. Pero ruega comprensión. “Tenemos que adaptarnos para llegar adonde queremos”, reflexiona.
La ilusión no debe decaer. Milei funda su fortaleza en el respaldo de la opinión pública, ciclotímica por naturaleza. No solo es el Presidente de mayor fragilidad parlamentaria desde 1983, sino que la construcción política le da alergia. Es refractario a los aliados en oferta y la dinámica de su liderazgo expone al universo libertario a estallidos periódicos, como dejó al desnudo el miércoles la crisis del bloque oficialista de diputados.
La luz al final del túnel
Milei se carga al hombro la misión de mostrar la luz al final del túnel. Sus cifras de imagen positiva se mantienen bien por encima de la línea de flotación (sobre el 50%). La macroeconomía presenta señales que lo entusiasman: equilibrio fiscal, dólar quieto, bonos para arriba. La contracara es el freno a la actividad y el fantasma posible de una disparada del desempleo. ¿Es tan sólida la esperanza en la sociedad? Saben quienes asesoran al Presidente que una cosa es anticipar la recesión y otra, vivirla.
Toca contorsionarse en la arena ideológica. La ofensiva contra las empresas de medicina privada por los aumentos que inquietan a la clase media encaja dificultosamente en la caja de herramientas de un liberal ultraortodoxo. Milei lo dejó entrever cuando dijo que él no aprieta a los ejecutivos para que bajen los precios como hacía Guillermo Moreno: “No te pongo una pistola en la mesa para obligarte, te explico de qué se trata”, se justificó.
El malestar por las cuotas de las prepagas encendió una señal de alerta que el Presidente tuvo que atender. Ahora se suman las subas de tarifas de servicios públicos, detrás de las cuales está directamente el Gobierno. Otro desafío a la tolerancia ciudadana.
Milei y su gente perciben que han entrado en la zona de turbulencias. La ansiedad por mostrar resultados lo lleva a exasperarse con los que señalan dudas. La furia con el periodismo crítico se espeja con el fastidio que le causan los economistas que distinguen inconsistencias en su plan. Miguel Ángel Broda, gurú de la ortodoxia y exempleador de Milei, dijo que el ajuste aplicado por el Gobierno “fue excesivo, burdo e insostenible”. Domingo Cavallo, ídolo del neonoventismo que está en el poder, advirtió sobre el atraso cambiario y la repercusión negativa que tendrá en el objetivo de levantar el cepo al dólar. Carlos Rodríguez, el profesor que acompañó a Milei en su primera reunión con el FMI cuando era candidato, no para de marcar incongruencias entre el rumbo actual y la filosofía liberal.
Milei desparrama agresiones a los agoreros: “Imbéciles”, “estúpidos”, “ignorantes”. A menudo les adjudica la defensa espuria de intereses malsanos.
Tanta ansiedad por mostrar que el plan funciona lo empuja a cometer bloopers inexplicables. Un hombre como él, que se vanagloria de analizar obsesivamente todos los índices de la economía, se apoyó en los datos de una cuenta de redes sociales para anunciar que hay “deflación” en los productos de la canasta básica. “¡Caída de precios, Fantino, caída de precios! Se va a derrumbar como un piano la inflación”, dijo ante su interlocutor. Dos horas después se reveló que el supuesto bot de la cadena Jumbo era la parodia de un bromista anónimo. Su ministro de Economía, Luis Caputo, había usado también ese termómetro imaginario en una entrevista anterior.
Para matizar el derrumbe de la actividad apeló a los datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME): “Cuando tomás el dato de ventas de CAME vas a ver una ve corta. Lo que creíamos que estaba mucho más lejos, está más cerca de lo que imaginamos. Por eso están tan nerviosos”. Alfredo González, el director de la entidad, salió a despegarse un rato después.
“La caída en las ventas de las pymes fue de 28,7 por ciento en enero, de 25,8 por ciento en febrero y marzo, 12,6 por ciento”, dijo, al negar siquiera la expectativa de una reactivación en curso. Se cae a menos velocidad, pero aún a niveles históricos.
El autoelogio, a veces precipitado, es un rasgo constitutivo del personaje de Milei. Se presenta a menudo como un visionario. El que “la ve”. En esos afanes, suele incurrir en olvidos y contradicciones.
Juró en su charla con Fantino que en marzo ni él ni sus ministros se dieron cuenta de que sus sueldos habían aumentado. “¿Sabés por qué? Porque los que estamos en el gabinete no miramos los recibos de sueldo. ¡Todos vienen por el bronce! Estamos todos yendo contra la que tenemos guardada. ¿Vos creés que podemos vivir con lo que estamos ganando?”. La declaración es sugestiva porque revisa su reciente afirmación (muy a tono con el discurso antipolítica) de que concibe la presidencia de la Nación como “un trabajo más”. ¿Qué trabajador ignora el salario que gana?
Ese mismo día relató que la ceremonia que encabezó la semana pasada en Ushuaia junto a la general estadounidense Laura Richardson fue “el mayor acto de soberanía que se hizo en los últimos 40 años”. Y auguró: “Es el primer paso para empezar a pensar la recuperación de Malvinas. ¡Dale, que la saquen del ángulo!”.
La charla con Fantino siguió así: –O sea, ¿moviste esa pieza pensando en que a futuro podemos pedir que nos devuelvan lo que es nuestro?
–Obvio. Por la vía diplomática. Once minutos después, ya hablando de otro tema, Milei contó cómo es su método de toma de decisiones y quiso dar un ejemplo.
–Estamos en reunión de gabinete y nos informan del desplante del gobernador de Tierra del Fuego a la general Richardson. ¿Ah, sí? Entonces, ante ese desplante, dije: “Termino la nota con Bloomberg, me subo al avión y voy yo a saludarla”. –Ah, ¿no ibas a ir?
–No. Frente al desplante, viajé. Le di yo la recepción.
La genialidad estratégica de la versión uno y el rapto de dignidad de la versión dos se cuentan con la misma pasión. Igual que cuando le declara la guerra al narcotráfico y a renglón seguido defiende el derecho de blanquear dinero sin límites: “Si querés usar 50 palos verdes, me importa un rábano”. No cree en “leyes de los políticos que quieren robarle plata a la gente”.
De más está decir que el blanqueo propuesto en el nuevo paquete legislativo que impulsa el Gobierno no es a costo cero. Las restricciones –ya lo advirtió– están ahí, siempre presentes.
El error de Benegas Lynch
Por eso, considera que Bertie Benegas Lynch cometió “un error” al expresar su desdén por la educación pública. No era la oportunidad de tocar un tema tan espinoso, removido ya en la campaña de las propuestas originales de los libertarios. El hijo del intelectual al que Milei considera su prócer personal tuvo el premio consuelo después de la reprimenda: le ofrecieron, escándalo interno mediante, la presidencia de la estratégica Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados.
Quienes lo siguen tienen que aprender a nadar en un mar de contrastes. Independientemente de las convicciones profundas de Milei, hay que saber adaptarse a los cambios repentinos. Lo único sagrado y que no debe desafiarse es la autoridad presidencial y la percepción de que es un hombre en guerra con una casta corrupta. Por eso no dudó en cortar cabezas cuando quedó expuesto negativamente ante la opinión pública por el aumento no comunicado de los sueldos en el Poder Ejecutivo. Y también por eso ordenó ejecutar a Oscar Zago como jefe del bloque libertario cuando el diputado sugirió –casi burlonamente– que Milei había avalado con un emoji del celular la designación de Marcela Pagano en la Comisión de Juicio Político.
“Mi Norte es Murray Rothbard”, pregona el Presidente. Como si al final del zigzag al que lo obliga el ejercicio de su cargo esperase decretar la desaparición del Estado. Decía el gurú libertario que inspiró el nombre de uno de los perros de Milei: “Las funciones del Estado se dividen en dos: las que se pueden privatizar y las que se pueden eliminar”.
La odisea particular del discípulo argentino está plagada de obstáculos y trampas, que acaso lo obliguen –restricción a restricción– a cambiar definitivamente el destino. A fin de cuentas, una incógnita primordial de estos tiempos convulsos es si “el talibán” Milei quedará en la historia como el hombre que derrumbó un sistema decadente o si será capaz de construir uno nuevo.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Otro federalismo. Ideas para un progreso parejo del territorio nacional
Roy Hora y Fabio Quetglas ensayan propuestas de largo plazo para el AMBA y para abordar el desajuste sociodemográfico de la Argentina
Inés Beato Vassolo
La Argentina fue el sueño de los perseguidos del mundo. Desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del XX recibió a generaciones de inmigrantes que desearon integrarse a una nación que se percibía exitosa. Tuvo la quinta red ferroviaria más importante del mundo; la segunda ciudad más grande de la faja atlántica del 1800 –Buenos Aires–, y un sistema educativo, público y obligatorio, por demás sofisticado.
Además, nació federal. Pero ese federalismo siempre funcionó mal, y, tras años de deterioro ininterrumpido, hoy es el más desigual del planeta. Las provincias son altamente heterogéneas en sus vertientes sociales y productivas; el régimen de coparticipación genera brechas fiscales y el principal Estado es la punta del iceberg de un desajuste mayor: su capital, La Plata, es invisible para la mayoría de los bonaerenses, y sus últimos gobernadores han sido, casi todos, porteños.
"‘La clase dirigente no ha sido eficaz en encontrar soluciones sofisticadas a los desafíos territoriales que tenemos por delante”, dice Roy Hora"
Las anteriores son observaciones de Roy Hora y Fabio Quetglas, quienes reflexionaron, en diálogo sobre el agotamiento metropolitano y el gran desequilibrio entre la provincia y la ciudad de Buenos Aires, y lo que se suele llamar “el interior”. Hora, desde su rol de historiador e investigador del Conicet, y autor de libros como Historia económica de la Argentina en el siglo XIX (Siglo XXI, 2010) y La vida política. Argentina 1880-1930 (Taurus, 2015). Quetglas, como diputado nacional y director de la Maestría en Ciudades de la Universidad de Buenos Aires.
Rigurosos, realistas y, de a ratos, optimistas, los intelectuales se dispusieron a descifrar algunos de los engranajes que podrían ponerse en funcionamiento para rediseñar el plan territorial y sociodemográfico del país. Coinciden en que “no falta historia sino proyección” y que sobran las alternativas posibles para crear una economía equilibrada en todo el territorio, con motores que excedan la explotación agraria e industrial tradicionales y abran paso a la producción de energías renovables, la bioeconomía y la industria del conocimiento.
“Hoy es mucho más diverso este país en términos de sus oportunidades de desarrollo”, afirma Hora, luego de advertir que, en el último tiempo, “la clase dirigente no ha sido eficaz en encontrar soluciones sofisticadas a los desafíos territoriales que tenemos por delante”.
Parados en casos de éxito federal como el de la ley 1420, sancionada en 1884 –que instauró la educación primaria común, gratuita y obligatoria–, y el posterior refuerzo de la ley Láinez (1905) –que impulsó la creación de escuelas en los lugares más postergados del país–, Hora y Quetglas convocan a las élites políticas a hacer un ejercicio de largo plazo para instalar “la agenda de una generación y no de un gobierno” y retomar, en palabras del historiador, “la promesa fundacional de igualdad, que persigue un nivel mínimo de bienestar, independientemente del lugar geográfico en el que uno viva”.
El desfase federal, sin embargo, se dio de manera temprana en el país. “Nació en el siglo XIX, al unirse provincias-estado pobres con otras ricas, con el agravante de que el país se había estructurado mirando hacia la minería altoperuana y, de golpe, cuando todavía dos tercios de la población vivía de Córdoba hacia arriba, se abrió al comercio atlántico y se expandió al calor del capitalismo y de la economía dinámica”, explica Hora.
Con esos antecedentes a cuestas, el desacomodo del presente radica en dos cuestiones, según el historiador: “La diferencia enorme del ingreso per cápita y esperanza de vida entre los distintos distritos y, el hecho de que Buenos Aires, que representa el 38% de la federación, sea un estado problemático y socialmente heterogéneo”.
Quetglas refuerza el punto: “La gente de las provincias quiere una relación distinta con el centro y la saturación metropolitana demanda un crecimiento equilibrado. El federalismo 2.0 tiene que volver a apuntar a la integración y el desarrollo, para que nacer en cualquier lugar del país signifique posibilidades homogéneas de progreso”.
El especialista en ciudades y diputado radical por la provincia de Buenos Aires considera que la Argentina “parte de una buena base, en tanto es rica en el rubro de los activos”. Enseguida, enumera: “No tiene conflictos bélicos. Tiene ciudades de menos de 50.000 habitantes con buena infraestructura, servicios públicos y estándares de seguridad casi europeos. Tiene 40 años de continuidad democrática, que permiten que los gobiernos de proximidad sean cada vez más consistentes y menos asistenciales, y transiten hacia políticas que exceden la limpieza, los sepulcros y las tareas urbanas básicas. Tiene una identidad muy fuerte, vinculada a logros y dolores compartidos, que se cristaliza en los mundiales o en las estadías en el exterior. Y tiene potencial productivo en la minería, en el turismo y en la explotación agrícola, legumbrera, frutal y ganadera, entre otras áreas”.
Entonces, un golpe de realidad. “Que vayan solo 200.000 turistas a Puerto Madryn, con un fenómeno casi único en el mundo como es el de las ballenas, es un fracaso como nación”, dice Quetglas. E insiste en que, así como la provincia de Mendoza se integra al mercado global a través del vino, el Estado nacional tiene que generar normativas para que otras provincias y regiones del país puedan desenvolverse con igual éxito. “El Noroeste podría ser una potencia legumbrera y minera; el Noreste, un polo de forestoindustria. No hay regiones inviables, lo que falta es un marco institucional que permita desplegar los potenciales de cada una”, afirma.
Si bien Quetglas sostiene que el reequilibrio territorial es una operación difícil de llevar adelante y que no hay demasiados ejemplos de federalismos aceitados para tomar de referencia –de los 35 países de América, en efecto, solo unos pocos, como Brasil, México, Venezuela, Canadá y Estados Unidos, son federales–, pueden tomarse, dice, ideas de algunas de sus políticas.
“Es clave el rol de las élites locales. Son muchas las provincias sostenidas por el sector público que deberían generar otras alternativas de posibilidad económica”, sostiene Quetglas
“Canadá desarrolló un federalismo asimétrico dándole un tratamiento diferencial a Quebec por su condición francófona. Nosotros nunca nos animamos, siendo heterogéneos, a conceder una asimetría pactada a alguna región. Aplicar las leyes de igual manera de Ushuaia a La Quiaca es desconocer la realidad preexistente”, dice Quetglas.
Y suma otras estrategias que podrían ponerse sobre la mesa del debate político: “En Europa se han promocionado regiones tirando de la demanda, es decir, con planes enfocados en que el consumidor reconozca el valor de los bienes y productos y los elija, en vez de subsidiar a los productores. Promocionar el consumo de frutas y hortalizas, 80% de las cuales son producidas en el territorio nacional, haría muy bien al Alto Valle de Río Negro o de San Rafael de Mendoza, por ejemplo”.
La eterna discusión
Ligadas por completo al esquema federal, la coparticipación de impuestos y la distribución de fondos entre el Estado nacional y las provincias, cimientos del equilibrio fiscal, han permanecido en la nebulosa desde su institucionalización, en 1988, detrás de la ley 23.548. “Hay campos que tributan enormemente y un sector público que no mejora las rutas. Subsidiamos servicios urbanos con una tremenda presión fiscal sobre las actividades agrícolas y nos sorprende que la gente migre a las ciudades donde van los recursos”, sintetiza Quetglas.
Por su lado, Hora agrega: “La Argentina tiene un sistema de agentes que recaudan impuestos y otros que gastan y que, en general, están muy desentendidos del problema de generación de riqueza global. La reciente renuencia de los gobernadores de restituir el impuesto a las ganancias habla del horizonte provinciano que hoy domina la discusión”.
Quetglas asiente. “Es clave el rol de las élites locales. Son muchas las provincias sostenidas por el sector público que deberían generar otras alternativas de posibilidad económica”. Y señala, en referencia a la actual puja entre el presidente Javier Milei y los gobernadores: “El ajuste implica responsabilidad. Se puede salir de regímenes promocionales si se lo hace de manera inteligente y paulatina. Quitar abruptamente los subsidios al transporte público en ciudades como Cipolletti (Río Negro), Resistencia (Chaco) o Paraná (Entre Ríos), y que la gente no pueda moverse porque le resulte oneroso, puede conducir al colapso de esos centros urbanos”.
"El enclave porteño no solo se ve envuelto en medio de esta barahúnda metropolitana, sino que, además, es para el historiador uno de los reflejos más claros del desajuste federal que atraviesa al país"
“Resolver el asunto bajando una palanca es una renuncia al pensamiento”, enfatiza Hora. En esta línea, refiere al bajo nivel de innovación y creatividad en las políticas económicas y urbanas que promueve la dirigencia. “Hay una renuncia a la ambición de pensar respuestas creativas a todos estos problemas. Se identifican, pero no se crean coaliciones reformistas para abordar soluciones de fondo porque la urgencia demanda resolver, por ejemplo, las paritarias docentes”.
Quetglas coincide con el historiador, pero destaca uno de los pocos ejemplos de provocación intelectual que se le vienen a la mente: “[El economista] Luis Rappoport, junto a otros especialistas, trabajó en una propuesta muy creativa que sugiere atar un porcentaje de la coparticipación de impuestos a la generación de empleo privado en las provincias, incentivándolas a crear trabajo por fuera del Estado. Si bien no ha prosperado, al menos abre un canal de discusión”.
–¿De dónde sacamos más incentivos para inducir a las élites políticas a tratar estos asuntos?
–FQ: El agotamiento metropolitano es un gran disparador. El hecho de que existan votantes que reconocen tanto estrés convivencial puede impulsar un cambio. No hay enormes experiencias de buena calidad de gestión de estas áreas urbanas, pero sí está claro que la convivencia de poderes sobre un mismo territorio es uno de los grandes problemas a solucionar, y que, si no va a existir un gobierno específico para el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), al menos hay que darle una coordinación que evite conflictos básicos como el de la convivencia de dos universidades con una misma oferta educativa ubicadas a pocas cuadras una de la otra.
–¿Fue un error haberle concedido autonomía a la ciudad de Buenos Aires en 1994?
–RH: No lo creo. La intendencia no podía seguir estando sometida al capricho del presidente de turno. Pero es todavía una asignatura pendiente resolver la integración de uno y otro lado de la General Paz.
El enclave porteño no solo se ve envuelto en medio de esta barahúnda metropolitana, sino que, además, es para el historiador uno de los reflejos más claros del desajuste federal que atraviesa al país.
“La unidad nacional se resolvió a costa de la centralidad política de Buenos Aires, que tenía enorme relevancia en la Federación. Pero, al separarse la ciudad de la provincia, esta última quedó sin un centro político en torno al cual pudiera constituirse una clase dirigente sólida y una ciudadanía que oficiara como sujeto político”, dice Hora.
Y continúa: “En la mayoría de las provincias hay una esfera pública cuyo núcleo está en la capital, en donde funcionan los diarios, el canal de TV y los actores más importantes discuten los temas locales. Sin embargo, La Plata es invisible para la mayor parte de los bonaerenses, dos tercios de los cuales miran los canales porteños y no se enteran de lo que pasa en la legislatura. Por otro lado, no hace falta haber nacido en la provincia para conducirla. De [Eduardo] Duhalde en adelante (1991-1999), salvo excepciones como Felipe Solá (2002-2007), todos los gobernadores han sido porteños”.
Para el historiador, la creación de La Plata como polo rival de la ciudad de Buenos Aires no salió bien. “Además de ambiciosas, las iniciativas deben ser realistas; capaces de movilizar voluntades sin mistificar conciencias”, dice.
–¿Vale la pena pensar en generar ciudades de cero, en el marco de la organización territorial?
–FQ: No estaría mal fundar una ciudad en el lugar en donde se justifique hacerlo, pero tenemos mucho para trabajar con lo que ya existe. Hay localidades en las que disminuyó la cantidad de habitantes porque se les fue el ferrocarril y su actividad económica declinó. Debemos pensar más allá del famoso “gobernar es poblar” del siglo XIX [frase de Juan Bautista Alberdi] porque la agenda de reconfiguración del siglo XX trae temas vinculados al ambiente, al cambio climático, a la diferenciación de actividades económicas que tienen o no licencia social, a la conectividad, etcétera, y obliga a construir un imaginario de futuro al cual apuntar.
Y en esa agenda, la calidad de vida es fundamental. “Tandil, Tres Arroyos y Olavarría podrían resultar más atractivas que el AMBA para una persona que produce servicios y conocimiento intensivo. El reequilibrio territorial basado en este tipo de ciudades con alta calidad de vida es una nueva clave para el federalismo argentino, que ayudaría a pasar de un federalismo irresponsable a uno legítimo, bueno para el prestigio de las políticas locales”, insiste Quetglas. “A pesar de que existan emergencias, no pueden esperarse las condiciones ideales para pensar la política. Lo dice una frase poética: no hay otro tiempo que el que nos ha tocado”, concluye.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.