Cómo Milei jaquea a Milei
El Presidente muestra signos inquietantes que ponen en riesgo el cambio Por Sergio Suppo
Solo la cegadora luz de la incondicionalidad impidió ver, en los últimos días, que Javier Milei y su gobierno empezaron a mostrar signos inquietantes que ponen en riesgo el conjunto de la deseada transformación de la Argentina.
Aquí y allá una colección de errores no forzados se combinaron con gestos y palabras que despiden el reconocido olor de la intolerancia, tan persistente en la cultura política argentina, una cultura que el propio presidente libertario dice haber venido a desterrar.
No se sabe en nombre de qué Milei se prendió en un festival de agravios con los presidentes de dos importantes países de la región –México y Colombia–, con quienes intercambió el desprecio que sienten por las pertenencias ideológicas de cada uno.
La innecesaria crisis diplomática provocada con Bogotá se superó con la intervención de las cancillerías porque, como escribió alguna vez un periodista enviado a cubrir un conflicto en un país centroamericano en los años 60, la situación “fue grave, pero no fue seria”.
Es también llamativo, por la falta de autocrítica que expresa, el ataque contra las empresas de medicina prepaga. Estas, una vez autorizadas por la desregulación decretada por el mismo gobierno, dispusieron un fuerte ajuste de sus tarifas, reprimidas durante años. Como consecuencia, los planes médicos se volvieron impagables para gran parte de los clientes. Tal vez el Gobierno debió prever que pasar de un sistema controlado a uno abierto requería de un acuerdo previo, para evitar una estampida como la que se produjo.
Responsable de no evaluar este impacto, el ministro de Economía acusó a las prepagas de “declararle la guerra a la clase media”. El mismo día, el propio Luis Caputo participó del acuerdo con la oposición que colabora para restablecer el impuesto a las ganancias sobre salarios de los trabajadores de ese mismo y vapuleado sector social.
De este modo, a 31 años del “voto licuadora” que hizo ganar las elecciones de 1993 a Carlos Menem con los créditos que permitieron la compra masiva de electrodomésticos, el “efecto licuadora” tiene un resultado exactamente inverso sobre la clase media. La licuadora ahora absorbe ingresos como parte del plan para reducir la inflación.
Hubo también hechos muy difíciles de explicar. Uno de ellos es el regodeo con el que se muestran las consecuencias de las drásticas medidas que decide el Gobierno. Un ejemplo, el anuncio, en tono celebratorio, del despido de 70.000 empleados estatales (que luego serían 15.000), realizado por el propio Milei. Si se asume como necesidad que el Estado se desprenda de una buena parte de sus empleados, empezando por quienes cobran sin trabajar, presentar esa medida de manera festiva recoge en las redes sociales muestras de celebrada crueldad.
Subyace en el fondo el ancestral morbo que provoca la visualización de videos en los que un alud arrasa un pueblo, un terremoto demuele edificios o una ola gigante hunde a un barco.
Es la ilusión de una mágica transformación inmediata lo que pone eufóricos a los habitantes reales de la vida virtual. Esa exaltación de la crudeza, inmune a toda sensibilidad, tiene una enorme clientela y suma más fieles a las filas libertarias. Lo mismo sucedía hasta hace poco tiempo con el fanatismo por Cristina Kirchner, que abría cauces para el desprecio hacia el que no manifestara ese mismo fervor por la líder.
Amigo de los gestos ampulosos, tal vez porque desconfía de la capacidad de comprensión de los argentinos o de su propia capacidad para exponer sus ideas, el Presidente hizo propia la queja norteamericana de siempre por la existencia de una base china en Neuquén.
A la 1 de la madrugada del viernes 5 de abril, luego de ir hasta el confín en el que comienza la Argentina, Milei posó con la general Laura Richardson para hacer notar lo que ya había dicho: su política exterior está alineada con los Estados Unidos. “Con todas las democracias liberales del mundo”, matizó después la canciller Diana Mondino.
Es el mismo recurso que utilizó el miércoles al publicar un decreto de desregulación de las comunicaciones, horas antes de visitar, hoy, en Texas, a Elon Musk, propietario de la empresa que vende al mundo internet satelital. Milei podría estar pensando en cumplirle uno de los deseos más fervientes a Cristina Kirchner. Es el mismo golpe desregulador que aplica sobre la medicina privada. ¿Vendrá otra declaración de guerra a la clase media?
Más llamativo resultó que tanto el Presidente como su ministro Caputo hayan citado datos falsos de una cuenta de X sobre un supuesto descenso de los precios de productos de supermercados. Ambos explicaron su éxito con un posteo ajeno, sin reparar en los datos que elabora el propio Estado que administran. Otro error no forzado al calor de tertulias periodísticas. A eso se sumó el desprecio por observaciones técnicas de economistas que tienen un especial interés en que al gobierno le vaya bien. Domingo Cavallo, por ejemplo, que pasó en pocos meses de ser “el mejor ministro de Economía de la historia” a la categoría de “arrogante”.
Milei expone su intolerancia en cuanto puede y no deja espacio sino para sus ideas y propósitos. Ya hizo público que cree que tres de los cuatro jueces de la Corte (Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Rosenkrantz) votarán en contra de leyes y decretos de su gobierno. Y propone nombrar en ese cuerpo a uno de los magistrados más sospechados del país. ¿Habrá una sociedad con el kirchnerismo para resucitar el juicio político contra la Corte?
Luego de festejar la posibilidad de que un diario quiebre, el miércoles despachó un posteo en X atacando en forma generalizada a todo el periodismo, con la premeditada intención de presentar a todos los periodistas y todos los medios como una banda de extorsionadores y corruptos.
Milei se desnuda ante el país en su intolerancia y pretende que no lo contradigan, ni le marquen errores o contradicciones, y que se lo retrate como un ser falible. Sus verdaderos enemigos acaban de confirmar qué lo enoja
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Alex Grijelmo: “La tentación de todo aquel que se siente con poder es influir en la lengua”
Uno de los más consecuentes defensores del idioma, el periodista y escritor español sostiene que el periodismo pierde credibilidad cuando se contamina de los intereses de la política
Adriana Amado
MADRID
La lengua es la herramienta fundamental del periodismo, dice Alex Grijelmo en la biblioteca de la Escuela de Periodismo del diario El País de España, donde tuvo lugar esta conversación. Siguiendo esa metáfora, los textos de Grijelmo vendrían a ser las piedras en las que se afilan las palabras de muchos periodistas de Iberoamérica. Es el autor del libro de estilo de El País desde su tercera edición, en 1990, que fue la referencia para los manuales de los medios de prensa de Latinoamérica que aparecieron en esa década. Habiendo dedicado más de una decena de ensayos a las palabras, Grijelmo dedicó su tesis de doctorado al silencio, un trabajo que después adoptó forma de libro: La información del silencio. Cómo se miente contando hechos verdaderos (Taurus, 2012).
Pero cualquiera de sus libros brinda argumentos para defenderse de la gente que, ignorando el enorme potencial expresivo de las palabras, perpetra a diario crímenes de lesa literalidad. Desde Defensa apasionada del idioma español y La seducción de las palabras al más reciente Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, Grijelmo ha promovido el buen uso del idioma, tarea que continúa desde su columna “La punta de la lengua” en el diario madrileño donde hizo su carrera.
"Miramos hacia la transición con nostalgia, porque había capacidad de entendimiento y acuerdo. Hoy son tiempos de polarización"
Doctor en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, Grijelmo fue parte de los equipos periodísticos y directivos de El País desde 1983 hasta 2022, con excepción del interregno en el que presidió la agencia de noticias EFE.
Premio nacional de Periodismo Miguel Delibes en 1998, Grijelmo dice que se podría trazar un paralelismo entre las transformaciones sociales y las norma éticas de los manuales de estilo del periodismo. “En 2014, antes de que hubiera una sentencia sobre el derecho al olvido, en el diario lo introdujimos para los lectores que se sintieran perjudicados por alguna información que ha dejado de ser cierta. La última edición contiene normas sobre violencia machista y el tratamiento de la mujer. Aparecen nuevas palabras y otras desaparecen”, comenta.
La tecnología, al llevar muchas de las actividades humanas al mundo virtual, ha impuesto a la gente la necesidad del lenguaje escrito, señala Grijelmo. “Ahora todo el mundo está relacionado con un teclado y, por lo tanto, con las letras y la escritura. La escritura es la ropa que nos ponemos para relacionarnos en la plaza pública. El relacionarnos todos con un teclado es bueno porque nos obliga a preocuparnos por las palabras y por el idioma”.
Le preocupa, eso sí, la falta de lecturas de las nuevas camadas de periodistas, que se traduce en un uso más pobre del lenguaje y en una caída en la calidad de los textos.
También lo inquieta la pérdida de credibilidad de la prensa, que relaciona con una degradación de la política. “El periodismo debería ser capaz de separarse de la política. No nos interesa a los periodistas contaminarnos del ambiente y los intereses de la política, tal como se está haciendo ahora”, dice Grijelmo, que está completando una biografía de Les Luthiers, con cuyos integrantes ha mantenido una larga amistad.
–Hoy los medios online invitan a las audiencias a escribir mensajes al periodismo en tiempo real. ¿Cómo ve el fenómeno?
–Por un lado, hay que leer esos mensajes, estar al tanto, y por otro lado hay que darles importancia relativa, porque muchas veces no sabemos si se trata de una opinión fundada o es la de alguien que pasaba por ahí y ha dicho lo primero que se le ha ocurrido. Aplicando los filtros necesarios, se trata de un fenómeno interesante.
–Algunas investigaciones señalan que los comentarios más hostiles son los dirigidos a la política y a la prensa. ¿Por qué cree que la gente los ha puesto en el mismo cuadrilátero?
–Por los enfrentamientos que se originan en la arena política, seguramente, que aquí en España hoy son muy crudos. Los que tenemos cierta edad vivimos la época de la transición, donde lo importante era el consenso y construir una democracia. Miramos esa época con mucha nostalgia porque, aunque había discrepancias, había capacidad de entendimiento y de acuerdo. Ahora esto cada vez resulta más difícil. “Polarización” fue la palabra del año de la Fundéu, una fundación que vela por el buen uso del idioma, en diciembre pasado. Ese fenómeno se transmite al periodismo, porque al final todo el relato político tiene un correlato periodístico.
"Somos unos privilegiados con la lengua española. Cuando escribimos todos tenemos el mismo acento. Y leemos en el nuestro lo que otro ha escrito en el suyo. Una maravilla"
–¿Qué puede aportar el periodismo a este estado de polarización política?
–Podríamos aportar sensatez. Y en las tertulias políticas en las que participan periodistas, podríamos no situarnos en el carril de un partido para defender sus argumentos, cosa que se ve muy a menudo. Es una pena, porque son cajones de los uno no se puede salir.
–¿Puede decirse que esa polarización también alcanza al lenguaje inclusivo?
–Cuando construimos lenguajes identitarios mediante los cuales expulsamos al otro, el peligro es el ser rechazado a causa del lenguaje que utilizamos. Es una pena. El lenguaje hay que hacerlo en común. Tenemos que buscar palabras que nos permitan ponernos de acuerdo, no que nos separen.
–En su libro Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo se tomó el trabajo de detectar las inconsistencias del uso de ese lenguaje en documentos oficiales.
–Hay algunas legislaciones en las comunidades autónomas que indican redactar documentos con fórmulas llamadas inclusivas. Pero también puede considerarse inclusivo el lenguaje que introduce a la mujer en el genérico. El problema es que estemos diciendo “genérico masculino”, porque en verdad no es masculino: en el origen fue un genérico que valía para todos. Cuando lo usamos, utilizamos un genérico, no un masculino. En la lengua hay muchísimas palabras polisémicas. La polisemia es un fenómeno que tiene que ver con lo que los lingüistas llaman automerónimos, es decir, un continente que se incluye a sí mismo. Por ejemplo, “día” incluye el día y la noche, así como el genérico incluye el masculino y el femenino. Son fenómenos puramente lingüísticos en los que, en origen, no hay discriminación.
–¿No hay una suerte de expectativa de poder mágico de las palabras cuando se pone en un morfema la solución de un problema social?
–Es una corriente que podemos llamar literalismo, es decir, no nos fijamos en el sentido sino en la literalidad de lo que se expresa. ¿Qué pasa con los zurdos al decir que es una persona “muy diestra”? Hay que buscar el sentido con el que se dicen las cosas. Las palabras solo funcionan en un contexto y con una intención. Hay canciones que ahora podrían parecer abominables, como esa de Raphael que decía “Yo soy aquel que cada noche te persigue”. Tenemos que hacer un esfuerzo por entender que el lenguaje metafórico es figurado, que depende del contexto y del sentido que ese contexto le cree.
–En sus libros insiste en el idioma como una inteligencia colectiva, ¿cómo se resuelve la contradicción que implica desatender la voz del pueblo que se expresa en la lengua?
–Se resuelve escuchando a la gente por la calle y renunciando a intervenir en el lenguaje desde arriba. Porque el lenguaje es lo más democrático. Se ha construido durante siglos y entre millones de personas. Pero la tentación de todo aquel que se siente con poder es influir en la lengua y decirles a los demás cómo tienen que hablar. Eso no funciona. Un ejemplo clarísimo en la Argentina fue cuando alguien quiso desterrar el voseo. Eso se intentó y no tuvo ningún éxito porque desde arriba no puedes intervenir en la colectividad que habla. Es el pueblo el que toma sus propias decisiones. Ahora desde el poder, la economía, los tribunales, los movimientos sociales imponen determinadas palabras. A veces, aunque se instalan en el discurso, producen incomprensión y alejan a la gente. La misma palabra “género” creo que todavía mucha gente no la entiende. Cuando oye “violencia de género”, ahí la palabra es mala. Pero en “políticas de género”, es buena. Son términos muy recientes, sin arraigo, sobre los que no aconsejo apuntalar una lucha porque son pilares muy débiles.
–En su libro La seducción de las palabras hace una distinción muy interesante entre verdad y veracidad.
–Se puede mentir con datos verdaderos y ahí reside la principal manipulación de hoy en la política y en los medios. Una mentira ahora se pilla enseguida. Hay tanta gente leyendo y buscando en internet un dato falso que casi siempre se nota de inmediato. Pero una omisión, un silencio, es mucho más difícil de observar.
–¿Pueden relacionarse estos silencios con la caída de la credibilidad de las noticias?
–Esto tiene mucho que ver con la degradación de la política, que nos acaba salpicando. El periodismo debería ser capaz de separarse de la política. No nos interesa a los periodistas contaminarnos del ambiente y de los intereses de la política, tal como se está haciendo ahora. La política es algo muy noble, pero vemos que su degradación es constante.
"Conozco a los Les Luthiers desde hace mucho. Me deslumbró su humor, su categoría de compositores y su uso del lenguaje. Por eso conectamos"
–Este silencio en algunos periodistas puede manifestarse como autocensura. ¿Qué remedio hay para eso?
–Hace falta, primero, valentía. Una segunda condición es que tengamos empleos bien retribuidos y comités profesionales que respalden a los periodistas con estatutos de redacción y cláusula de conciencia. Pero, sobre todo, la tercera condición, es que las empresas sean independientes. No puede haber periodistas independientes si sus empresas no lo son. Y eso cada vez es más difícil.
–¿Cómo ve la diversidad que tiene el idioma español en Hispanoamérica?
–Hay que respetar esa diversidad. Somos unos privilegiados con la lengua española. Tenemos un diccionario y una gramática común. Eso es un tesoro. Podemos disponer de instituciones como la Asociación de Academias de la Lengua Española, que reúne las de cada país de habla hispana, a las que cada cual pueda llevar sus inquietudes, sus enmiendas, sus aportaciones. Eso es una riqueza que otras lenguas no tienen. La ortografía común es la auténtica unidad de la lengua. Cuando le oigo a Simeone decir “Es el campión”, sé que está pensando en “campeón”. Una vez escribí que cuando escribimos todos tenemos el mismo acento. Y leemos en el nuestro lo que otro ha escrito en el suyo. Eso es una maravilla.
–¿Cómo llegó un periodista a convertirse en un filólogo?
–No soy filólogo, soy un aficionado. Es que reivindico que desde el periodismo se hable de la lengua porque es nuestra herramienta. Pero tampoco quería ser un periodista que se dedicase a la lengua. De hecho, me dediqué mucho tiempo a la información, desde la política a los temas más variados. Lo de la lengua vino porque era el más pesado de la redacción. Cuando llegué a El País me sabía el libro de estilo, que era el que había hecho Julio Alonso. Y empecé a dar la lata a todos y fui tan pesado que dijeron: “El siguiente libro de estilo que lo haga este”.
–¿Cuál es el balance?
–Muy satisfactorio, porque me divertí y he aprendido mucho con la lengua. Me ayuda a pensar las columnas que escribo, que hablan de lengua, pero en el fondo hablan de la sociedad, de la actualidad, porque todo se refleja en el lenguaje.
–¿Y con relación al periodismo?
–Lo veo con preocupación en mi entorno más inmediato, que es España. Veo cada vez menos competencia de los profesionales, no solo de periodistas, en el dominio de la lengua. No tengo datos objetivos, pero es mi impresión como profesor en la Escuela de El País, como periodista que durante muchos años ha estado supervisando, editando, corrigiendo textos. Cada vez veo menos pasión por la lengua y, por lo tanto, una caída de la calidad de los textos, en la riqueza de vocabulario y en el talento. Porque va todo junto: los periodistas que no cometen errores ortográficos o que construyen bien la sintaxis son los que además ofrecen frases brillantes y análisis sorprendentes. Va todo junto, porque todo se basa en la lectura. El que ha leído construye bien las oraciones y es brillante, y luego desarrolla un talento para comunicarse. Pero ahora se lee cada vez menos y este es el problema.
–Ahora está trabajando en una biografía Les Luthiers con Daniel Samper.
–Fue idea de Les Luthiers, porque la biografía había quedado incompleta. Termina en 2014 y desde entonces han pasado cosas, como la disolución del grupo y también la muerte de Daniel Rabinovich y de Marcos Mundstock. Le pidieron a Daniel Samper que la actualizara y no quiso. Así que me llamó Jorge Marona. Aunque estaba enfrascado en un libro, decidí hacer un paréntesis y terminarlo.
–¿Qué relación tiene con el grupo?
–Los conozco mucho desde la universidad. Además de mi afición musical, que es otra historia, para mí fue deslumbrante su humor, su categoría de compositores y su uso del lenguaje. Por eso conectamos. Nos conocimos por casualidad con Daniel Rabinovich en un estudio de radio. Cuando nos presentaron él me dijo que había leído Defensa apasionada de la lengua española. Y yo le dije que me sabía todo de Les Luthiers. Yo era admirador de ellos y ellos conocían algo de lo que había escrito, así que nos acabamos haciendo amigos.
–Les Luthiers dan la pista de por qué no se puede tomar en serio la gente que reclama literalidad del lenguaje, porque ellos hacían humor con la literalidad.
–Exacto, al cambiar un mensaje literal por uno figurado te das cuenta de las posibilidades que tiene una palabra. Ellos eran muy estudiosos del lenguaje, por eso se leían los libros de un tipo de España que no sabían quién era. Me acuerdo de un chiste paradigmático de Mastropiero, aquel que decía que “pasaba largas horas en la biblioteca de la opulenta marquesa de Quintanilla, cuyos volúmenes lo apasionaban”. El doble sentido de la palabra volumen te desata la risa porque tiene un sentido, que es el primero que entiendo, pero descubro otro que es el que produce la sorpresa y, por tanto, el humor.
PERIODISTA Y ESCRITOR
PERFIL: Alex Grijelmo
■ Alex Grijelmo nació en Burgos, España, en 1956. Decidió que sería periodista a los 13 años y a los 16 escribió su primera nota en La voz de Castilla. En 1977 ingresó en la Europa Press y en 1983, en el diario El País.
■ Presidió la Agencia EFE entre 2004 y 2012, desde donde creó la Fundación del Español Urgente (ahora FundéuRAE), que tiene como principal objetivo impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación y a la que sigue vinculado.
■ Se doctoró cum laude en Periodismo en 2012 en la Universidad Complutense de Madrid. Fue director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid y el diario El País, donde imparte clases en el Máster de Periodismo.
■ Escribió una decena de libros que reflexionan sobre el idioma español en sus distintos aspectos estilísticos y gramaticales y la novela El cazador de estilemas.
■ Escribió el Manual de estilo del diario El País y un manual de periodismo, El estilo del periodista, que se publicó recientemente en edición actualizada.
■ Se lo puede escuchar en el canal de YouTube del grupo musical Orégano, formado en 1976, con un repertorio de canciones burgalesas y de poetas castellanos.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.