martes, 16 de abril de 2024

EL PULSO DEL CONSUMO , ARMAS NUCLEARES Y ACUERDO


El extraño momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde
Guilermo Oliveto

Tal como sucedía en la famosa novela del británico Robert Louis Stevenson, publicada en 1886 con un suceso inmediato, la Argentina presenta una dualidad que resulta inédita por la potencia de sus contradicciones. Los tableros de control indican “disociación extrema”. Mientras la macroeconomía estaría próxima al punto de inflexión, la recesión en la economía real no encuentra piso. Estamos viviendo nuestro momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Es probable que la inflación de alimentos sea de un dígito en abril. Las reservas del Banco Central ya habrían dejado de ser negativas o están muy cerca de ese punto. Comenzó a liquidarse la cosecha gruesa. El dólar se mantiene estable. El riesgo país no para de bajar. Tampoco las ventas. Abril no estaría mostrando hasta ahora señales de recuperación. Por un lado, los mercados financieros festejan; por el otro, las empresas y sus marcas están rediseñando de manera urgente todas sus estrategias.
El rostro de la regocijante normalidad convive en un mismo cuerpo con el de la temible ferocidad. ¿Cuál de los dos es el verdadero? Esa dualidad ¿es sostenible? ¿Es circunstancial o estructural? ¿Durante cuánto tiempo habrá que procesar señales tan dicotómicas?
En estos momentos se están concluyendo las encuestas de opinión de abril. Con una contracción del consumo que superó las peores expectativas durante el primer trimestre y que alcanzó “magnitud 2002”, la imagen del Gobierno no solo no cae, sino que se mantiene estable. Incluso, en algunas mediciones, sube.
Sorprende el modo en que la mayoría de la sociedad argentina está emulando el espíritu con el que Winston Churchill condujo a los británicos en la Segunda Guerra Mundial. Al dar su discurso de asunción, el 13 de mayo de 1940, y asumir como primer ministro en una instancia límite de la historia, pronunció la ya mítica frase: “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Él mismo la sintetizaría luego como “sangre, sudor y lágrimas”.
En nuestras investigaciones cualitativas nos encontramos con expresiones que evidencian una repentina conexión con aquella impronta sacrificial, lo que a todas luces es una rareza. En una sociedad que siempre ha detestado los ajustes, el mantra “no hay plata” parecería haber calado muy hondo, al punto de llegar, en algunos casos, a replanteos filosóficos: “Vivíamos en un mundo irreal, ahora nos abrieron los ojos. No se podía seguir imprimiendo billetes”.
“Tengo mucha esperanza en que esto va a cambiar. Aunque hoy no la estoy pasando bien”. “Yo hago sacrificios. Me estoy privando de muchas cosas. Pero lo hago porque tengo la esperanza de que esto va a cambiar”. “Es hora de cambiar, de aguantar, pero vamos a un país más ordenado, más previsible. Yo no lo voy a ver, pero es para mis hijos”. “Hay que sacrificarse y ver que todo cuesta mucho, que nada viene de arriba. Tengo la esperanza de que los jóvenes entiendan esto”.
Este novedoso estoicismo nacional del que emerge una abrupta templanza para tolerar la adversidad tiene en su génesis un profundo dolor, la sensación de haber tocado fondo y la presunción de ser ineludible. Para escapar del “infierno” del 211% de inflación anual en 2023, cerca del 60% de los ciudadanos habrían aceptado pasar por el “purgatorio” de una vida más ascética y despojada. Suponen que es el único camino posible para llegar finalmente al “paraíso” de un país previsible y estable.
En ese nuevo amanecer, la inflación dejaría de ser una preocupación, y por lo tanto la vida cotidiana recuperaría dosis de tranquilidad. Siendo así, podrían recomponerse la idea de proyecto y la posibilidad del progreso. La mirada volvería a posarse en el futuro y no ya en el puro presente.
Cito textual algunos hallazgos que refrendan esta idea de un trago amargo que resultaba no solo inevitable, sino también necesario: “Me imaginaba que, mal que nos pese, nos teníamos que enfrentar con la realidad”, “Antes tenía una gran incertidumbre, que ahora se transformó en esperanza. Vamos a salir adelante”. “Después de 20 años haciendo lo mismo no se iba a salir en dos o tres meses. Hay que aguantar y bancar”. “Estábamos esperando que esto ocurriese y ocurrió”. “Estoy convencido de que va a haber un cambio, pero son momentos duros. Tranquilo no estoy. Está picante”. “Hoy podríamos haber estado mejor, pero a la larga hubiera sido peor”. “Era obvio que iban a pasar estas cosas. Era necesario, pero va a ser bueno para el país”. “Había que hacerlo. Vale la pena, pero nos complica mucho. Va a ser un año duro este”.
Es conveniente aclarar que, así como la economía adquiere una configuración crecientemente dual, también lo hace la sociedad. Aquellos que “no la ven” –hoy, entre el 40% y el 45% de los ciudadanos, según las diferentes mediciones– lo que sí ven es un “no porvenir”. Allí todo es oscuridad, incertidumbre, tristeza, enojo, miedo y angustia. Dicen que “todavía no vimos lo peor”.
Elon Musk y las paltas de a una
El icónico y fructífero encuentro del Presidente con uno de los empresarios más relevantes del mundo no puede de ningún modo soslayarse ni minimizarse. El suceso tiene un fuerte poder simbólico per se. Elon Musk no solo es el segundo hombre más rico del mundo –195.000 millones de dólares de patrimonio, según el ranking Forbes 2024–, sino que su nombre y su figura constituyen un significante muy potente.
Musk encarna la idea de un emprendedor sin límites. Alguien que a los 52 años pretende conquistar el espacio hasta llegar a Marte –SpaceX–, implantar chips cerebrales para curar enfermedades incurables –Neuralink–, revolucionar la industria automotriz –Tesla–, brindar internet satelital de alta velocidad en cualquier rincón del planeta –Starlink– o desarrollar robots amigables al servicio de los seres humanos –Tesla Bot– expresa, con solo mencionar su nombre, ambición, innovación, tecnología. Y, sobre todo, Musk significa futuro. Es el futuro hecho persona. Una especie de Thomas Alva Edison del siglo XXI. Encontrarse con él es una manera muy tangible, visual y comprensible de decir: “Hacia allá vamos”, de dibujar en el aire el render del paraíso.
En simultáneo, en el purgatorio del presente, la cadena de supermercados DIA presentó la semana pasada una llamativa oferta: paltas de a una a $750 la unidad.
El mercado está acelerando el proceso de reacción. Jumbo, Disco y Vea, que ya habían salido del formato promocional 3x2 o 4x3 para pasar a descuentos unitarios, ahora, además, bajaron 15% los precios de sus productos de marca propia y los congelaron por dos meses. Carrefour relanzó sus Precios Corajudos y mantiene los valores de sus propias marcas por tres meses. Quilmes les propuso a los consumidores, desde ayer, un nuevo “pacto” en su envase emblemático de 1 litro: fijó el precio por tres meses. Coca-Cola enfatiza en la vía pública que con sus envases retornables “cuidás el planeta y tu bolsillo”. VW ofrece sus vehículos financiados a tasa cero y con mantenimiento bonificado. Los principales bancos han relanzado sus descuentos para comprar indumentaria en los shopping centers y ahora adicionan cuotas sin interés.
También allí, entre el brillo de silicio del futuro y la opacidad de la restricción presente, hay una fuerte tensión y otra sintomática dualidad. El puente que une lo agrio con lo dulce está hecho de deseo, de ganas y de necesidad.
El 15 de enero de 2006, se publicó en una entrevista que la nacion Luisa Corradini le hizo al filósofo luxemburgués Jean Greisch, experto en catolicismo, a propósito del éxito cinematográfico y literario de sagas que por aquel entonces tenían un llamativo suceso, como Harry Potter, El señor de los anillos o Las crónicas de Narnia.
Interrogado sobre las implicancias de esa particular conducta donde los niños, pero también los adolescentes y los adultos, se veían fascinados por mundos tan imaginarios como fantásticos, Greish dio una explicación que desde entonces recordé. “Todo ser humano está programado para maravillarse. Los antropólogos dicen que, aunque el hombre esté altamente especializado, habituado a razonar en términos utilitaristas, no perdió la capacidad de caer bajo el encanto de lo maravilloso. No podemos olvidar, como decía Freud, que los adultos somos eternos niños. Eso es algo que no se puede expulsar definitivamente del alma del ser humano (…) salvo que el hombre terminara transformándose en un robot”.
Luego, yendo más allá de la explicación del súbito atractivo por las historias mágicas, este pensador ahondó sobre una necesidad profundamente humana: “El hombre no puede vivir sin creer. No puede andar sin sus creencias. Es inimaginable una humanidad en la cual el hombre se haya dejado de contar cuentos”. Y, por lo tanto, “es impensable una humanidad donde haya desaparecido todo sentimiento de lo maravilloso. Porque está ligado a nuestra naturaleza más profunda. El hombre es el más excéntrico de todos los seres vivientes: no tenemos nuestro centro en nosotros mismos. Estamos en relación con el mundo, que no es solo un mundo de hechos objetivos, sino rico en potencialidades. Debemos administrar nuestra relación con lo posible y no solo con lo real. Heidegger dijo que lo posible es más real que lo real”.
Finalmente, concluyó: “Lo maravilloso podría llegar hasta lo milagroso. Pero hay un aspecto en el cual se piensa mucho menos: allí donde existe lo maravilloso también está lo aterrador. Existe esa ambivalencia afectiva en el sentimiento de lo maravilloso: que puede pasar fácilmente a lo aterrador. En otras palabras, cuando lo maravilloso se despierta es, quizá, porque en algún sitio está agazapado el terror”.
Tal vez en estos pensamientos se encuentren algunas de las respuestas que estábamos buscando para explicar el extraño momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde que transitamos con perplejidad y asombro.

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Un gran logro de la humanidad
Moisés Naím

En la fatídica mañana del 6 de agosto de 1945, Estados Unidos detonó una bomba que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, lo mismo pasó en Nagasaki. El Imperio Japonés entendió que, de no rendirse, su territorio sería devastado. Así, 24 días después del bombardeo de Nagasaki, el emperador firmó la rendición incondicional de su país. En ese entonces, solo EE.UU. contaba con bombas atómicas. Pero la suposición generalizada era que ese monopolio no iba a durar mucho tiempo. Inevitablemente, otros países desarrollarían la tecnología necesaria para producir y usar armas nucleares. La proliferación nuclear era imposible de contener, mantenían los expertos. Pensaron que cuando muchos países llegaran a contar con esas armas, eventualmente alguno las usaría. Hasta hoy, eso no ha ocurrido.
Ocho décadas después de Hiroshima y Nagasaki, solo 9 países cuentan con armas nucleares. Este es, quizás, el logro más menospreciado de estos ochenta años y es el logro de una entidad eternamente desdeñada y ferozmente criticada: la “comunidad internacional.”
En realidad, tal cosa nunca ha existido. Lo que sí existió, y sigue existiendo, es un acuerdo formal a través del cual las mayores potencias del planeta se comprometen a limitar asiduamente la transmisión de tecnología nuclear, y a acordar y limitar sus arsenales. Y eso se logró en gran medida gracias a “la comunidad internacional”: un grupo de países que se ponen de acuerdo para trabajar juntos y alcanzar metas que solos no lograrían.
Contener la proliferación no fue fácil y poco después de 1945, además de EE.UU., la Unión Soviética (ahora Rusia), el Reino Unido, Francia y China se convirtieron en lo que se conoce como potencias nucleares. Una camada más reciente incluyó a la India, Pakistán y Corea del Norte. Aunque no ha habido un reconocimiento formal por parte de Israel, la suposición general es que, en efecto, este país tiene un número significativo de armas nucleares.
Lo que se llamó el “régimen de no proliferación” fue un aspecto importante en estabilizar la balanza estratégica del mundo. Se organizó en torno al Tratado de No Proliferación (TNP) firmado el 1° de julio de 1968, que comprometía a todos sus firmantes a tomar medidas para evitar la proliferación de armas nucleares en nuevos países.
Muchos países que habían gastado sumas ingentes en programas oficiales para desarrollar sus propias armas nucleares desistieron de ellas: Brasil, la Argentina, Libia y la Sudáfrica del apartheid se encuentran entre los casos más notables. Prefirieron acceder al TNP y desactivar sus programas. Eso muchos lo saben, pero pocos sospechan que países neutros en Europa como Suiza y Suecia activamente estudiaron la posibilidad de desarrollar sus propias armas nucleares en los años 50 y 60, pero no lo hicieron en parte bajo la presión del nuevo régimen de no proliferación. A pesar de sus éxitos, el régimen de no proliferación está hoy más débil que nunca. La fragmentación del ámbito internacional ha aumentado, haciendo cada vez más difícil la cooperación internacional. La República Islámica de Irán, por ejemplo, anhela tener un arma que eternice a la dictadura teocrática en el poder y le dé paridad con Israel.
Irán está rodeado de vecinos con los que no se lleva bien, incluyendo la muy rica pero muy difícilmente gobernada Arabia Saudita. Para la casa de Al Saud, la idea de tener que subsistir a pocos kilómetros de una teocracia chiita con armas nucleares es sencillamente insoportable: la presión para que Arabia Saudita también cuente con un arma nuclear se haría abrumadora. Además, si Irán y Arabia Saudita cuentan con armas nucleares, el gobierno de Turquía también se vería presionado a contar con este armamento. Con cuatro potencias nucleares todas tan cerca y enemistadas entre sí, los riesgos de caer en una tragedia inimaginable son enormes.
Además, el peligro de la proliferación ha adquirido nuevas características y nuevos protagonistas. Quienes se ocupan de este tema mantienen que el riesgo no es solo que un gobierno con armas nucleares a su disposición las use. También existe el creciente riesgo de que actores malignos, actuando por su cuenta, logren ponerle la mano a un arma nuclear. Terroristas, narcotraficantes, traficantes de armas, rebeldes de todo tipo tendrían muy buenas razones para buscar armas de este tipo. Se trata de amenazas que no existían cuando los únicos protagonistas eran los Estados.
Las décadas en las cuales no se han usado armas nucleares en conflictos armados han sido un gran logro de la humanidad. Ninguna excusa será suficientemente aceptable el día que se usen estas devastadoras armas. La proliferación nuclear sigue representando una de las mayores amenazas contra la humanidad. Es necesario darle la prioridad que se merece.


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El país tiene todo para ser próspero, pero no lo es
Gala Díaz Langou Directora ejecutiva del Cippec

En los últimos años se ha gestado un acuerdo profundo en la Argentina: tenemos todos los elementos para convertirnos en un país próspero. Este consenso abarca transversalmente a una buena parte del espectro político, así como a representantes de diversos sectores, como empresas, sindicatos, medios de comunicación y sociedad civil, entre otros. Todos estos actores destacan que la Argentina posee recursos claves que el mundo demanda: energía, alimentos y minerales esenciales para la transición verde, entre otros.
A pesar de estas fortalezas, la Argentina todavía se encuentra lejos de ser un país próspero. También existe un consenso creciente sobre las razones que explican esta situación. Necesitamos estabilizar nuestra macroeconomía y construir una estrategia de desarrollo que permita que nuestras ventajas competitivas se traduzcan en una mejor calidad de vida para toda la población argentina.
Para estabilizar la macroeconomía es necesario abordar tanto la restricción externa (aumentando nuestras exportaciones) como la restricción interna (equilibrando las cuentas públicas, llevando el déficit fiscal a cero –como primer objetivo–, para atender luego otras aristas fiscal-tributarias prioritarias).
En este contexto coexisten diferentes perspectivas sobre la situación en la Argentina. Por un lado, hay miradas de esperanza que ven un avance en la resolución de los problemas de fondo y en la búsqueda del equilibrio fiscal. Muchos ciudadanos también están dispuestos a enfrentar una situación más difícil si esto significa salir adelante.
Sin embargo, estas visiones optimistas coinciden con otras más cautelosas, que indican los costos sociales significativos que pueden tener las medidas para alcanzar el déficit cero. También señalan síntomas de desapego a los principios democráticos.
En resumen, conviven visiones que creen que estamos abordando nuestros problemas fundamentales de una vez por todas con otras que sostienen que esto será solo otro capítulo en la historia pendular recurrente de la Argentina. ¿Qué determinará la dirección que tomemos? La durabilidad de las transformaciones que se impulsen.
La única manera de lograr cambios sostenibles en el tiempo es aferrándonos a los valores y prácticas democráticas. Un desarrollo desconectado de estos valores y prácticas no será sostenible y nos arrastrará de nuevo al péndulo.
Buscar la prosperidad dentro del marco de las instituciones democráticas requiere más esfuerzo, ya que implica tener que conversar con los otros, cooperar y definir acciones conjuntas. No es necesario estar de acuerdo en todo; es posible dar pequeños pasos genuinos que aborden algunos aspectos de nuestros problemas estructurales. Estos pasos, al generar resultados concretos, deberían ayudar a reconstruir la empatía y la confianza, tan deterioradas.
Este es el papel de la dirigencia: acordar los primeros pasos para dar forma a una estrategia de desarrollo que convierta la riqueza de nuestro país en calidad de vida para todos los argentinos. Es una tarea importante que nos permitirá transitar, de una vez por todas, de lo pendular a lo medular.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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