domingo, 21 de abril de 2024

VIDA DIGITAL




No descartes todavía ese smartphone, podría servirte para algo que ni te imaginabas
Sin un reloj a la vista, el proceso de cocinar se vuelve muy difícil
Una historia y una reflexión sobre la educación pública, un regalo que para mí valía más que el oro y un momento decisión que me evitó gastar bastante dinero
Ariel Torres
Hace más de 20 años, una escuela primaria de Rosario me invitó a dar una charla. No recuerdo el tema. Pero se trataba de las nuevas tecnologías, que en ese momento estaban empezando a aparecer por todos lados; por supuesto, me subí al auto y fui. Tuve un copiloto de lujo, Gabriel Tomich, que durante muchos años se ocupó de los temas automovilísticos en este diario.
Dado que me formé en la escuela pública, ni se me ocurrió reclamar ningún pago por la conferencia. Ni siquiera por el combustible. Por ni se me ocurrió quiero decir que no pensé en eso para nada. Hasta que en el momento de despedirnos y volver a Buenos Aires, la directora de la escuela me regaló un reloj de mesa. Me emocionó tanto ese gesto, que desde entonces ese reloj estuvo siempre conmigo, sobre la heladera, en mi cocina.
No solo era un recordatorio de muchas cosas muy importantes, sino que, además, cuando cocino necesito tener un reloj a la vista. Por muchas cosas muy importantes me refiero a que la columna vertebral de la movilidad social ascendente, en este país y en cualquier otra democracia occidental, es la educación pública. Mi abuelo Manuel Torres llegó analfabeto a la Argentina en 1917 o 1918. De no haber sido por la educación pública, su primer nieto (quien suscribe) no trabajaría en uno de los diarios más importantes del mundo.
Quiero destacar un punto importante acá: mi abuelo ganaba mucho más dinero del que siempre gané como periodista (tenía un bazar que era una institución en el barrio de Barracas). La movilidad social no tiene que ver con la prosperidad patrimonial del individuo, sino con la mejora del clima cultural de esa sociedad. Clima cultural no quiere decir que todos vayamos a escuchar Mozart y nada más. Quiere decir que más personas están mejor informadas sobre las cosas del mundo, de modo que esa comunidad puede al menos aspirar a elegir. Llegado el caso, las sociedades (la nuestra es un ejemplo) se pegan un tiro en el pie, Perón expulsa a Houssay, Sadosky resiste como puede hasta que también debe irse del país, y una institución que podría haber puesto a la Argentina en la proa del mundo, como el Departamento de Cómputo de la Facultad de Exactas de la UBA, se desmorona. Este es un ejemplo entre muchos, y los cerebros emigrados se cuentan de a miles. Pero ese es otro asunto, y no tiene nada que ver con la educación pública.
La educación pública, aquí en la Argentina, pero también en Estados Unidos, por citar el escenario más visitado, es la diferencia entre la diversidad cultural, fructífera, creativa y capaz de evolucionar, y la endogamia decadente en la que solo un grupo social accede a la formación de excelencia. Más aún, incluso en EE.UU. el Estado se ocupa de intervenir en la educación –pública y privada– para establecer prioridades. En las décadas del ‘60 y el ‘70, por ejemplo, ese país decidió que la Universidad de California en Los Angeles se dedicara a comunicaciones (allí nació Internet); el MIT, a inteligencia artificial, y Utah a gráficos computarizados.
Pues bien, los que pudimos realizar nuestros talentos gracias a la educación pública (y eso vuelve a la sociedad en la que vivimos, salvo que alguna facción con aspiraciones totalitarias nos obligue a emigrar) sentimos la obligación de devolver de todas las maneras que podamos ese privilegio. Ir a Rosario a dar una charla sobre nuevas tecnologías era un caso de manual.
¿Me dice la hora?
Vuelvo a los relojes de mesa. Todo bien con los temporizadores para el teléfono y para ciertas cosas los uso (los huevos duros, el yogur); pero cuando me pongo a cocinar necesito un reloj a la vista. Son muchas microtareas a las que uno ya más o menos les tiene el tiempo tomado, y con un vistazo cada tanto al reloj todo se vuelve más sencillo. Bueno, ese reloj que me regalaron en Rosario, y que para mí valía más que el oro, ocupó durante dos décadas largas ese lugar. Hasta que, un día, inexorablemente, falló.
Zen Flip Clock, lindo, pero consume demasiada batería para completar este proyecto
Aparte del pequeño duelo, me di cuenta de que cada vez que miraba hacia la heladera, me faltaba algo. Podía usar el celular, cierto; o el reloj de pulsera. Pero no era la mismo. Los celulares andan de acá para allá. Las heladeras, no. Y normalmente no cocinás con el reloj de pulsera puesto.
Así que me puse a ver precios de un reemplazo para mi querido reloj rosarino. Sin embargo, una neurona allá en el fondo de mi cerebro levantaba un banderín rojo, cuyo significado conozco bien. Me avisaba que estaba haciendo algo mal. Pero no éticamente ni moralmente. Tampoco era un error técnico. El banderín rojo quiere decir que estoy a punto de tirar la plata. Entrecerré los ojos, pensé bien, y dije: “¡Pero claro!”.
Hay un cajón, en mi estudio, donde se van acumulando viejos celulares, que uso para hacer pruebas, demostraciones, dar clases y cosas así. Algunos son míos. Otros me los han ido donando amigos, con la esperanza de que me sirvan de algo. (Cosa que suele cumplirse.)
Muy bien, ahora miremos un smartphone. Tendemos a pensarlo como algo que hace un montón de cosas. Y es verdad. Pero si alguno de mis viejos celulares estuviera ocioso y encontrara una aplicación que mostrara la hora a pantalla completa con números bien grandes, ¿acaso no podría servir de reloj? ¡Claro que sí! ¿Pero no será mucho usar un smartphone como teléfono? Bueno, depende de cómo lo mires. Es mejor usarlo como teléfono que tenerlo apagado en un cajón hasta que las baterías de iones de litio, que son perecederas, tiren la toalla.
El asunto es que podía evitarme comprar un reloj (que no son económicos) y usar alguno de esos smartphones viejos en su lugar. Solo que la lista de obstáculos era tan categórica que al principio pensé que no iba a conseguir mi objetivo. Primero, ¿cómo hacer para que la batería durara más de un día? Un reloj no sirve de nada si lo tenés que andar cargando a cada rato. Segundo, ¿cómo evitar que se apague la pantalla? A eso vamos.
Una cosa no quita a la otra
Busqué en el cajoncito y encontré un Galaxy A50 con Android 11 (vamos por la versión 14) y One UI 3.1 (vamos por la 6.1). Quizá un poco nuevo para destinarlo a la misión de reloj, pero dada la importancia que esto tiene en mi día a día, no estaba mal. Además, una cosa no quita a la otra. Si de pronto necesitara ese celular para otra misión, nada me lo iba a impedir. Con una ventaja adicional: las baterías de litio necesitan trabajar para mantenerse saludables, así que perdía nada.
Ahora había que buscar una app que sirviera de reloj a pantalla completa. La primera que probé fue Zen Flip Clock, de Wang Shudao, muy bonita y realista. Pero lo bonito y realista en computación tiene un costo. Exacto: batería. Procesar la animación requiere cómputo y el cómputo consume electricidad. La descarté y busqué otra.
Encontré el Full Screen Clock, de Math Puzzle Game, sin adornos ni animaciones, pero con granes números a pantalla completa y super eficiente en el consumo de la batería. Excelente, ahora tenía que evitar que se bloqueara la pantalla.
Full Screen Clock, la ganadora en la justa por la mayor autonomía
Lo hice mediante Ajustes> Pantalla de bloqueo> Smart lock. Aquí, entre otras cosas, se puede agregar una geolocalización de confianza (tu casa, por ejemplo) donde la pantalla no se bloqueará. Lo probé, con pocas esperanzas, pero funcionó a la perfección.
Un lugar de confianza permite, mediante geolocalización, evitar que el teléfono se bloquee
Por último, para reducir todavía más el consumo de energía de ese smartphone devenido reloj (mi objetivo era llegar a una autonomía de 30 horas), hice tres cosas. Primero, lo puse en modo Avión. Las conexiones consumen energía, así que adiós a eso. Segundo, configuré el brillo al mínimo indispensable para que se viera de día (16%) y luego programé dos rutinas Bixby. Una baja el brillo de la pantalla al 1% cuando dormimos y es raro que alguien mire el reloj. Y la otra vuelve a ponerlo al 16% a las 7 de la mañana. Con eso llegué a más o menos las 30 horas que buscaba, con lo que puedo elegir cuándo ponerlo a cargar, de tal modo que eso no coincida con el par de horas en las que estoy cocinando. Obviamente, es posible tener el teléfono enchufado, pero no lo recomiendo. Dejar cargando un dispositivo de iones de litio sin supervisión, sobre todo si tiene varios años, no es prudente.

Rutina Bixby que baja el brillo al 1% cuando nadie va a mirar el relojAriel Torres

Rutina Bixby que vuelve a poner el brillo al 16% (suficiente para que se vea incluso de día)
Así que antes de descartar ese smartphone que te parece que ya no sirve para nada, pensalo dos veces. Y el reloj es solo el principio. Los teléfonos han reemplazado tantos dispositivos que se me ocurren varios otros experimentos como este. ¿Alguna sugerencia?

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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