"Animémonos y vayan", la inviable propuesta de Cristina Kirchner

Néstor O. Scibona

Cristina Kirchner cumplió al pie de la letra con la arraigada consigna política basada en que quien avisa no traiciona. En su carta documento al Presidente -como la definió Carlos Pagni- reafirma públicamente su condición de accionista mayoritaria del heterogéneo Frente de Todos; se despega de la mala praxis de la gestión de Alberto Fernández al asegurar que es el único responsable de todas las decisiones y propone un incierto acuerdo que abarque "al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales" para resolver el problema de la economía bimonetaria, cuya gravedad parece haber advertido ahora después de décadas, aunque apunta a sus efectos y no a sus causas.
La sociedad ya está avisada. Si un eventual salto del dólar oficial, forzado por la alarmante caída de reservas del BCRA pese al superávit comercial, condujera a otra de las recurrentes crisis económicas que agregaría más inflación y millones de pobres, la responsabilidad será del Gobierno y/o la ausencia de un acuerdo político para evitarla a tiempo. Una versión voluntarista del "animémonos y vayan", expresada por vía epistolar y control remoto.
Esta simplificación de lo urgente deja de lado casi todos los factores importantes, de forma y fondo, que tornan poco creíble y viable el acuerdo que propone CFK para frenar al dólar. Porque se desentiende de la actual desconfianza en el peso y en el gobierno, que ella misma contribuye a debilitar con sus críticas sin hacerse cargo de las diferencias ideológicas que complican su funcionamiento, ni de sus sistemáticas movidas para desplazar a jueces y fiscales a cargo de sus causas por corrupción. Las culpas, como siempre, son de los otros.

La desconfianza que crean estos antecedentes es superada por las diferencias ideológicas cada vez más notorias dentro del oficialismo sobre la postura frente al régimen de Maduro en Venezuela. Y también con las usurpaciones de tierras que desvirtúan el derecho a la propiedad. Tras meses de vacilaciones, el desalojo de Guernica tuvo un alto costo político, mientras en Entre Ríos la participación de funcionarios de segunda línea y de Juan Grabois como protagonistas de micro revoluciones anticapitalistas fue condenada con mayor énfasis por la Iglesia que por el Gobierno. De ahí que Mauricio Macri aprovechara para recuperar espacio político y condicionara por Twitter su participación en una mesa pública de diálogo al respeto de la Constitución y las leyes, el fin de los embates contra la Justicia y la propiedad privada y la defensa de las libertades.
A un año de las elecciones que confrontaron dos modelos de país, con 48% y 41% de los votos, este contexto de incertidumbre política resulta inseparable de la corrida cambiaria de octubre. Y si bien CFK no lo menciona en su carta, el refugio en el dólar ha sido y sigue siendo consecuencia de la desconfianza en el peso. Aun así, se permitió una concesión al realismo al admitir que no se trata de una cuestión de clase social sino que las compras abarcan a trabajadores y empresas y no sólo a maniobras especulativas.

Precisamente, esta semana el Ministerio de Economía pudo frenar transitoriamente la suba del dólar con una acción inversa a la que la venía alimentando: mayor absorción del excedente de pesos provocado por la fuerte emisión monetaria para cubrir el mayor gasto público provocado por el shock del Covid-19. Buena parte ($254.000 millones) se logró con la colocación de bonos indexados al dólar oficial, que permiten cubrir el riesgo de una mayor devaluación (aunque no el de un eventual desdoblamiento del mercado oficial) y la devolución de adelantos transitorios del BCRA para que reduzca sus pasivos en Leliq y pases. Ingaramo considera que esta opción, por ejemplo, hace que un productor de trigo pueda pre-venderlo ahora al precio que le convenga, entregarlo cuando quiera y comprar los insumos dolarizados al tipo de cambio comercial para sembrar la cosecha gruesa cubriéndose del descalce financiero productivo.
No obstante, otro factor de incertidumbre surge del realismo mágico implícito en los números del presupuesto nacional para 2021, con media sanción del oficialismo en Diputados, que prevé el fin de la pandemia para fin de este año y eliminar el gasto extra en asistencia a trabajadores y empresas (ATP e IFE) para reducir el déficit primario a 4,5% del PBI, sin otras señales de austeridad fiscal. Tampoco prevé reducir la proporción de 60% del desequilibrio con emisión monetaria y complica la puesta en marcha del Plan Gas, al anular el pago de una deuda del Tesoro a las petroleras por la pesificación de tarifas. No solo eso. También sube a 17% el impuesto interno para celulares, notebooks y productos electrónicos (y a 6,5% para los ensamblados en Tierra del Fuego), que había sido eliminado por el gobierno de Macri, con lo cual encarece el costo de equipos cada vez más imprescindibles para la etapa de "nueva normalidad" y contrarresta la desgravación en Ganancias prevista en la reglamentación de la anacrónica Ley de Teletrabajo.

Mientras tanto, subsiste la incógnita sobre el impacto de la inflación reprimida con su componente de creciente distorsión de precios relativos. En enero debería comenzar el descongelamiento de tarifas de energía y telecomunicaciones. Pero el Ministerio de Desarrollo productivo acaba de prorrogar hasta el 31 de ese mes los precios máximos para 2000 productos de consumo masivo, con los mínimos ajustes autorizados en julio y octubre sin considerar los mayores costos (cambiarios, combustibles y derivados del Covid), además de obligar a las empresas a exhibirlos e intimarlas trabajar al máximo de su capacidad productiva.
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