Alfredo Leuco
“El correntino héroe de Malvinas”
Gabino se ganaba unos pocos pesos cosechando tabaco y vendiendo sandías. No hay muchas otras fuentes de trabajo en ese pueblito. Colonia Pando hoy tiene menos de 500 habitantes. ¿Se imaginan lo que sería en 1982, poco antes de la guerra de Malvinas?

El corazón se le salía por la boca. Por la emoción y también un poquitito por el miedo. Jamás un correntino de ley confesaría su temor, pero para Gabino todo era novedad e incertidumbre. Lo convocaban a luchar contra los ingleses.
Tenía poca instrucción militar y hasta sus ropas no eran las adecuadas para semejante clima y desafío. Le cuento un dato: la única foto que se sacó Gabino en su vida fue cuando salió por primera vez de franco. Su corbata, la chaqueta militar, y el birrete con la escarapela argentina clavada en el medio.
Su madre lo abrazó profundamente, le deseó toda la suerte del mundo y puso unos pocos pesos en el bolsillo y le dijo: “Tomá, cambacito querido. Tal vez te sirva para algo”.
Cambacito es el diminutivo de Cambá, que en guaraní es una forma cariñosa de decirle negrito. Comieron como si fuera navidad. Estofado de pollo y fideos. La pobreza todavía no le había arrebatado a la familia numerosa Ruiz Díaz la posibilidad de almorzar en forma nutritiva por lo menos una ver por día.
Doña Elma, con una mezcla de orgullo y pánico, vio irse a su soldadito rumbo al cuartel. Tenía un saco azul con botones de madera que ella misma le había tejido. Los integrantes del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes se diseminaron en una franja estratégica en la defensa llamada “Pradera del Ganso”, o Goose Green como le decían los kelpers.
El cambacito Gabino apenas vio como venía la mano le escribió una carta a su vieja. Como una premonición, le dijo textualmente con letra temblorosa: “Mami: Si Dios me levanta en este lugar, si ya no regreso, no llore por mi porque estoy luchando por la patria”.
Doña Elma hoy se aferra a esos dos papeles como si fuera el cuerpo de su cambacito Gabino. La carta amarillenta y la foto con birrete. La noche del 28 de mayo de 1982 fue una pesadilla de fuegos quemantes y dinamita que caía del cielo y aniquilaba soldaditos.
Hubo 50 muertos y más de 140 heridos. Fue la batalla de Goose Green. Los ingleses primero batieron con bombardeo aéreo la zona y después cayeron los paracaidistas que están entre los profesionales mejor preparados del mundo, a terminar con toda resistencia.
Gabino combatió como un guerrero. Resistió con su fusil y sus pocas municiones. El héroe de Colonia Pando se quebró en llanto al ver a su compañero de trinchera degollado por una maldita esquirla. Siguió disparando escondido, pero finalmente el correntino corajudo regó con su sangre esas tierras argentinas. Y ahí quedó.
Gabino, su muerte temprana de 18 años y sus ilusiones fueron sepultados en el cementerio de Darwin. Era uno de los que estaban a un metro y medio bajo tierra, con una cruz de respeto y una sola identificación: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.
Un anónimo cambacito correntino puso el pecho por todos y entregó su vida por millones de argentinos, pese a que el país solo le había dado privaciones y aislamiento. Su madre nunca pudo tolerar esa idea de no saber que fue de su cuerpo.

Pasó el tiempo, ella enfermó y la diabetes le amputó sus dos piernas. La tristeza y los ojos secos de tanto llorar se instalaron para siempre en esa casita humilde tan cerca de los esteros de Santa Lucía y tan lejos de Dios.
Pero un día luminoso, pasó el ex combatiente Julio Aro y le contó que habían identificado los restos de su hijo. Ella se estremeció. Le rogó al cielo que le diera salud para poder abrazarse a esa cruz de Malvinas.
Aro y el capitán del ejército inglés, Geoffrey Cardozo acaban de ser nominados para el premio Nobel de la Paz por la tarea titánica y solidaria que realizaron.
Junto a otros ex combatientes, al aporte invalorable del Equipo Argentino de Antropología Forense y la Cruz Roja Internacional lograron identificar a 115 compatriotas caídos en combate. Solo les quedan 7 para lograrlo en su totalidad.
Aro y otros compañeros fundaron la “Fundación No me Olvides”, en Mar del Plata. Dedicó toda su energía a eso desde el día que propia madre le dijo que ella no lo hubiera dejado de buscar ni un minuto. Julio jamás olvidó las palabras de su madre y fue suficiente para que se pusiera el servicio de todas las madres de sus compañeros.
Julio y Geoffrey están contentos porque con solo haber sido nominados para el Nobel, la tarea que hacen con tanto esfuerzo y sacrificio puede recibir un gran impulso. Sueñan con ganarlo. Ojalá.
Porque son un ejemplo de templanza, un mensaje de no rendirse jamás, de apostar a la convivencia pacífica y de demostrar que dos personas que estuvieron en distintos bandos en una guerra, pueden ser amigos como Julio y Geoffrey.

El destino quiso que Geofrrey confiara en la transparencia de Julio y le confesara que fue el creador, por orden de sus superiores, del cementerio de Darwin. Tenía anotaciones, mapas, coordenadas que podían ayudar a identificar a los caídos. En esa época no había ADN. Había que guiarse por otros elementos.
Hoy ya se dispone de un scanner que puede advertir si un soldado tiene algo escondido en sus botas, por ejemplo. El trabajo fue agotador. Pero ninguno aflojó. Fue una guerra permanente contra el olvido y el resentimiento.
Una apuesta humanitaria para que todos dejaran de ser un número en una planilla y recuperaran su nombre, su apellido y su dignidad. Para que sus familias supieran en donde descansan en paz, después de la guerra, los restos de sus seres queridos.
Uno de los que estaba enterrado como NN, resultó ser Gabino, nuestro admirado correntino del pueblito de Colonia Pando. El cambacito, como le decía y le dice su madre, tenía en el bolsillo un viejo reloj que su padre le había comprado en la joyería “La Perla” y un pañuelito de mujer.
En esa época las novias, le solían dar a los soldados, un pañuelito con su perfume para que no olvidaran su amor, en el fragor de los tiroteos.
Gabriela Cocciffi directora del portal Infobae, es una de las personas que más empujó para que todo esto fuera realidad. Puso su pluma, su sensibilidad y su valentía en esta utopía. Ella cuenta que finalmente lograron llevar a doña Elma al cementerio que está a 88 kilómetros de Puerto Argentino.

Los ingleses le pusieron protocolo y respeto a semejante momento. Todos formados y uniformados alrededor de ella. La trompeta ejecutaba “The Last Post”, y ese sonido cruzaba el viento.
Un teniente de aviación inglés, con su traje camuflado de combate, que además es sacerdote, se arrodilló ante Elma y rezó con ella. Era conmovedor ver a ese gigante soldado inglés de casi dos metros, abrazado a la madre de un soldado argentino. Ambos lloraban.
En ese preciso instante, Malvinas se transformó en una herida y una esperanza. Una llaga abierta y un gesto de hermandad entre seres humanos, sin distinción de nacionalidades.
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