miércoles, 15 de noviembre de 2023

HISTORIA DEL ARTE

Para agendar
La sed, con obras de Bruno Dubner, Alejandro Kuropatwa y Guillermo Ueno, en Fundación Larivière, Caboto 574.


El gran Alejandro Kuropatwa y la sonrisa como una de las bellas artes
En una muestra colectiva de la nueva sala de Fundación Larivière, se exhibe esta serie que solo se había visto en los 90
Fernando GarcíaDispuestos como un mural de mosaicos, los retratos tienen un efecto hipnótico
“¿Qué hace que los hogares de hoy sean tan atractivos, tan diferentes?”, se preguntaba y preguntaba el pintor británico Richard Hamilton (1922-2011) en el collage que puede considerarse la primera obra de pop art. De hecho, es la primera que incluye la palabra “pop” tomada de una golosina, desde que fuera incluida en la tapa del catálogo de la legendaria muestra This is tomorrow, en la Whitechapel Gallery de Londres en 1956, diez años antes de que la cultura pop (no confundir con popular) lo tiñera todo: de Los Beatles en estado psicodélico al cine, el arte, la publicidad y hasta el fútbol con el norirlandés George Best convertido en un anticipo de David Beckham, que ya tiene su serie.
En La Boca, donde la escena del arte ocupa espacios en una lenta gentrificación, aquella pregunta de Hamilton acecha en la inauguración de la muestra La Sed en el nuevo espacio de Fundación Larivière, una warehouse reconvertida en enorme cubo blanco. Son doce retratos de Alejandro Kuropatwa de una serie conocida como de “las sonrisas” dispuestos por Lara Marmor como un rompecabezas o un mural de mosaicos de los que no se puede despegar la vista.
Entonces Hamilton: ¿Qué hace que estos retratos de Kuropatwa sean tan atractivos, tan diferentes? Podría pasar horas frente a la gracia de su Amelita Baltar negra; el cáustico primer plano de Marcia Schwartz, el gesto amoroso de Josefina Robirosa; un Juan José Cambre de moño que tiene treinta años menos que el mismo que deambula ahora entre la gente; un perro siberiano que levanta sus ojos de cielo.
En una muestra colectiva de fotografía, estos retratos de Kuropatwa que solo se habían exhibido en la fotogalería del Teatro San Martín a principios de los años 90 son el punctum absoluto de todo. No se puede (o cuesta mucho) mirar otra cosa. Así como la vista se iba de forma inevitable a la palabra “pop” en el collage de Hamilton.
Sonreír se supone que es el gesto natural de la fotografía social. Nos acostumbramos a decir “whisky” mucho antes de que el alcohol fuera un rito iniciático en la adolescencia y se le pide a uno que por favor sonría frente a la cámara. Hay algo que está mal sino. Kuropatwa parece haber trabajado en esta serie como un ensayista del acto reflejo del fotografiado. Son sonrisas antes que individuos y el efecto es que entremos al mural por los rostros conocidos (hay algunos que escapan al ojo público) para salir desconociéndolos en una multiplicación de sonrisas en las que ninguna es más sonrisa que la otra. Sonríe, la cámara de Kuropatwa te ama.
Kuropatwa trasciende a sus modelos y hasta les devuelve cierta condición anónima. No les roba el alma, como creían los indios americanos que hacía la fotografía, sino acaso el nombre, la imagen pública, en fotos carnet de autor. Es la operación contraria de las fotos antiguas de las que se pierden referencias y se vuelven icónicas aún cuando el modelo es desconocido.
En una sala contigua del galpón de Larivière, hay otro retrato muy poco visto de Kuropatwa: el de una bomba molotov. Sonreír demasiado acaso, hasta apretar los dientes.

Para agendar
La sed, con obras de Bruno Dubner, Alejandro Kuropatwa y Guillermo Ueno, en Fundación Larivière, Caboto 574.

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