domingo, 21 de abril de 2024

LA VIDA DE CARMEN VALLEJOS Y Georgina Barbarossa "“Soy feliz a pesar de los golpes fuertes que me ha dado la vida”


Carmen Vallejo, el concurso que le cambió la vida, el éxito de La tuerca y el legado a su hija Selva Alemán
La actriz, que murió a los 90 años en 2013, marcó una época; se hizo querer por sus compañeros y se destacó por su particular humor
Liliana Podestá

Carmen Vallejo fue una de las humoristas más prestigiosas de nuestro país
Fue una de las humoristas más prestigiosas de nuestro país y dejó una huella profunda en la memoria de todos. Carmen Vallejo nació en La Plata el 26 de noviembre de 1922 y murió a los 90 años, el 20 de abril del 2013. Ya de niña montaba sus propios espectáculos y cantaba con un personaje inventado, la niña Carmencita. Incluso la convocaban de otras escuelas para que cantara. “Me pedían de una de sacerdotes que hay en La Plata, San Vicente de Paul, para que les cantara a los chicos pupilos los fines de semana. Armaban shows y luego pasaban una película, que era siempre la misma: Queremos cerveza”, recordaba la actriz. Apoyada por sus padres, abandonó la escuela secundaria para tomar clases de arte escénico, literatura y declamación, donde su profesora, Cándida Santamaría de Otero San Martín, la eligió entre muchas otras niñas para representar varias obras. Entusiasmada, se inscribió en un concurso nacional de locución representando a la provincia de Buenos Aires y fue elegida como la mejor Voz Femenina de 1941; además recibió una medalla de oro y un contrato laboral que le permitió trabajar como locutora en radio El Mundo. Después trabajó en Radio Splendid y Belgrano, y se sumó a los radioteatros, primero como “damita joven” y luego con personajes más importantes.
En cine debutó en 1951 en la película Pocholo, Pichuca y yo y luego filmó Convención de vagabundos, Un viaje de locos, Crecer del golpe, Cuidado, hombres trabajando, 18-J, La velocidad funda el olvido, Luisa y El grito en la sangre.
Carmen Vallejo junto a Graciela Borges en Convención de vagabundos (1965)
Pero la popularidad le llegó con la televisión, en donde brilló como actriz cómica. Fue una de las pocas mujeres que estuvo en La tuerca, considerado uno de los ciclos más exitosos de todos los tiempos, y trabajó junto a Nelly Láinez, Vicente Rubino, Gogó y Tono Andreu, Tino Pascali, Rafael Carret, Guido Gorgatti y Julio López. También hizo Alta comedia, Mis hijos y yo, Los Campanelli, Poné Francella, Gasoleros, La niñera, La ley del amor, Amelia no vendrá, No todo es noticia, Regalo del cielo, Tal para cual, Atreverse, Matrimonios y algo más, Las chancletas de papá, Un año después, El último verano, Rosa Violeta y Celeste. Además, hizo el doblaje de la actriz Lucille Ball en la famosa serie Yo quiero a Lucy.
Años atrás contaba: “Con Guido Gorgatti nos seguimos reuniendo a tomar café todos los jueves en el Patio Bullrich y recordamos los catorce años seguidos que estuvimos con La tuerca en el aire, un programa precioso que hablaba del ser argentino, personajes ampliados por el humor, pero que uno se encontraba en cualquier esquina. Nos reíamos mucho y los mozos se acercaban a preguntarnos de qué nos reíamos tanto y le decíamos que era porque nos habíamos olvidado algún nombre. Se nos escapan los nombres. No lo podían creer, pero era cierto”.
Luego sumaba: “Yo dejé el drama después de hacer La cal viva, con Carlos Carella y Ulises Dumont, en el teatro Lasalle. Por el rabillo del ojo veía a las señoras buscar un pañuelito en la cartera y cuando terminó la temporada me dije: ‘drama, no hago más’. Tuve suerte de salir así, divertida. Porque los españoles, de donde vengo, son tan melodramáticos. Eloísa Cañizares decía que había que prestar atención a las canciones de cuna que los españoles les cantan a sus niños. Son tremendas. Hay poca ficción en la tele; está tomada. Hay momentos en que hago zapping y zapping buscando a alguien conocido. Pero cuando veo algún trabajo bueno, de verdad, pido el teléfono y llamo para felicitar. En el medio me conocen por eso. Me saludan mucho por “la bobe” que hice en La niñera. ¿Mi secreto? Seguir en contacto con la acción, seguir en mi interpretación, aunque la cámara mire hacia otro lado. En esos momentos, cuando no hablás, se define el personaje. Míreme bien. No tengo ni un corte en cara. La mejor cirugía, lo digo siempre, es la carcajada”.
Participó de muchas obras de teatro, entre ellas Tangolandia, Medio mundo, El conventillo de la Paloma, Estrellas; El mucamo de la niña, Qué noche de casamiento, Las chicas ya tienen novios, Somos hombres y algo más, Picnic, en donde trabajó con su hija Selva Alemán y su yerno, Arturo Puig. Con ellos también hizo Variaciones, en Canal 7.
La historia de su vida
El 29 de diciembre de 1980 en la entrega de los premios a la actuación teatral del Departamento de Artes y Letras del Fondo Nacional de las Artes. En la foto, de izquierda a derecha: Roberto Cossa, Carmen Vallejos y Duilio Marzio
Durante todo el mes de septiembre de 2009, se presentó en el Jazz Voyeur Club con un unipersonal llamado Vení que te cuento... la historia de mi vida, donde relató su trayectoria y anécdotas, acompañada por su nieta Jorgelina Alemán.
En un reportaje  de ese entonces decía: “Necesitaba que toda mi vida sea conocida por el público y en lugar de escribir un libro de memorias decidí hacer un resumen contando todos los momentos gratos y también ingratos, que tuvo mi carrera. Fueron muchos años de estar en los escenarios, en los estudios de radio y de televisión y en los sets de rodaje. Quiero relatar todos esos recuerdos, que tengo muy fijos en mi cabeza, entre canciones, música y fotografías, mi largo camino artístico”.
Además en las entrevistas de la época adelantaba algunos tramos de la obra: “Hace muchos años me insistieron para que vaya a un psicólogo. Fui. El señor se reía tanto conmigo... Un día me cansé y le dije: ‘señor, a mí me pagan por hacer reír. Y, sin embargo, acá, la que paga soy yo’. Lo saludé amablemente y me marché. Nadie se enoja conmigo porque estoy primera en la lista de los motivos que tengo para generar risa ajena. Antes que nada, me ridiculizo a mí misma. Y después sigo. A los 86, mi hija mayor, Selva Alemán, a esta altura de mi vida, se ha convertido en una especie de mamá, que me dice lo que tengo que hacer y yo me dejo mimar. Mi otra hija, India, es psicóloga, y sus tres hijas, mis queridas nietas, también lo son. (...) Soy del tiempo en que las mujeres nos teníamos que casar vírgenes. Qué tontería. Qué pérdida de tiempo”.
Y luego remarcaba sobre su espectáculo: “Me gustaría recuperar el espacio del té, la diversión a la tarde. Los cafés con números en vivo, las orquestas de señoritas. Por el calor o por el frío, las viejas y los viejos no se van afuera los fines de semana. Y los domingos, a las cinco de la tarde, como se ha dicho, la humanidad agacha la cabeza. Hay que hacer cosas para pasarla bien”.
El recuerdo de su hija Selva
Estuvo casada en una sola oportunidad con Adolfo Juan Giorno y luego estuvo en pareja con un actor de radio, Roberto Denegri, que fue el padre de la actriz Selva Alemán, nacida en 1944. Pero Vallejo siempre decía que el gran amor de su vida fue el guitarrista y compositor de jazz, Oscar Alemán, con quien tuvo a India.
“Mi papá se llamaba Roberto Denegri, era actor de radioteatro y había sido galán de Eva Perón; mi mamá lo conoció trabajando allí. Apenas tengo recuerdos porque se separaron cuando yo era muy chica. Él estaba muy enfermo, tenía muchos problemas y medio que no me quería ver. Cuando murió, yo tendría nueve o diez años y mi mamá ya vivía con Oscar, de quien me apropié y lo convertí en mi padre. Para mí, fue mi papá. Adopté su apellido por amor y reconocimiento”, le contó tiempo atrás Selva 
Y agregó: “Mamá fue una intérprete enorme y creo que por eso no me he dedicado a la comedia; ella era tan buena, que no había manera de parecerse. Me acuerdo de que ella no quería para nada que yo fuera actriz, pero lo mamé. Hacía teatro todos los días y me llevaba con ella, y entre una función y otra se armaban largas mesas en el escenario con técnicos y utileros y comían todos juntos. Tengo eso muy presente y también estar entre cajas mirando las funciones y aprendiéndolas de memoria. Era muy joven cuando me tuvo, tendría unos 21 años, y me mimaba muchísimo. Una de las cosas que me enseñó es que el teatro es sagrado, la puntualidad y el respeto son importantes y que uno tenía que estudiar mucho y ser buen compañero. Todas esas cosas me quedaron”.

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ERA MUY AMIGA DE MI MAMÁ Y COMPARTIMOS EL DRAMA DEL VASCO

Georgina Barbarossa: “Soy feliz a pesar de los golpes fuertes que me ha dado la vida”
La actriz y conductora charló sobre cómo es estar al frente de uno de los programas más exitosos de Telefe; su objetivo en la pantalla cada mañana, el recuerdo de los que ya no están y cómo hizo para atravesar el duelo por su marido, el Vasco
Pía Shaw
Su nombre es sinónimo de diversión, espontaneidad y energía positiva. Ya sea sobre un escenario o al frente de un magazine, Georgina Barbarossa es dueña de un estilo único; ese que la hace tan cercana, querida y reconocible entre el público y sus pares.
Que el público se levante con una sonrisa cada mañana ha sido una de sus metas –explica– desde que arribó a la pantalla de Telefe con su A la Barbarossa aunque, a veces, la actualidad sea tan dura que se vuelva una tarea titánica. Sin embargo, ella lo logra. Como lo ha logrado en el pasado cuando la vida le jugó una mala pasada y le arrebató a su gran amor, al padre de sus hijos, al “Vasco” de su corazón.
Cómo logró salir adelante, cómo hace para abordar los casos policiales en su programa después de la tragedia personal y como la vida le dio recompensa en un imperdible mano a mano 
–Estás viviendo un gran presente: en lo personal, fuiste abuela, y en lo profesional, conducís uno de los programas más exitosos de la pantalla de Telefe…
–Cuando me ducho a la mañana rezo y digo: “Gracias, gracias, gracias”. Rezo y agradezco. Realmente no puedo estar más feliz. Primero porque nació Julia, mi nieta, que me tiene absolutamente gagá. Y eso que todavía es chiquita, va a cumplir seis meses, pero ya me empieza a reconocer y a sonreír porque hasta ahora solo le sonreía al papá y a la mamá. Y después tener este programa que a mí me da una alegría infinita, porque nunca me imaginé volver a conducir. Siempre fue mi asignatura pendiente.
–Te fue muy bien en la tele de los 90, después se terminó esa era y ahora tanto vos como Carmen Barbieri volvieron…
–Claro, porque después empezó a venir gente muy joven y nosotras quedamos como que ya éramos grandes. Y ahora esta posibilidad que nos da la tele a las dos, tanto a Carmen como a mí, es una alegría infinita, porque yo me siento realmente útil. Me levanto a la mañana, me visto con ilusión, vivo cada programa como un estreno de teatro (…) Al principio, yo quería hacer Movete pero después te das cuenta que el tiempo cambió y que la gente necesita ver actualidad. Cuando lo comprendí, me empecé a sentir útil, porque hay muchísima gente que no tiene posibilidades, que va a la Justicia, que va a una comisaría y no les prestan atención. Entonces nosotros somos el medio para que esa gente sea escuchada [se emociona y llora]. Yo creo que nuestro programa es un programa de servicio porque ayudamos a un montón de gente ¿Por qué la gente está esperando que llegue una cámara y un micrófono como si fuesen la Virgen de Luján? Porque saben que así la gente los va a escuchar.
–Hubo un momento que hacías el programa y La peña de Morfi los domingos, ¿de dónde sacas la energía?
–Yo me divierto mucho porque si no me divierto no lo puedo hacer, no me sale. Solamente dos veces en mi vida trabajé en cosas que no me gustaron pero porque necesitaba trabajar. Uno aprieta los dientes y es un pan amargo pero, por lo general, siempre trabajé en cosas que me gustaron y mucho. Y a mí hacer este programa me fascina. Y hacer La peña también me encantaba porque es uno de los programas que tiene que ver con nuestra identidad, que le da posibilidad a miles de artistas, de cantantes, de músicos, de bailarines. Es un legado de Rozín maravilloso y si bien fue una responsabilidad, yo me divertí con los cantantes, con los músicos, con todos
–¿Te importa mucho el rating?
–Me importa que nos vaya bien. No es que estoy pendiente ni tengo la aplicación en el celular. Me dejo guiar más por el instinto.
–¿Ser artista te dio muchos golpes
–No tantos, porque siempre me la rebusqué. O inventé un espectáculo o un unipersonal, hice mucha autogestión. El teatro en realidad es mi gran amante. Yo soy una actriz de teatro, mis raíces son el teatro. O sea, la tele es maravillosa y ahora te conoce todo el mundo por la tele, por YouTube, Instagram, Twitch y todas esas cosas pero, pase lo que pase, el teatro es mi gran salvavidas. Mientras tenga memoria voy a actuar… hasta el día que me muera.
–¿Tenés ganas de subirte a las tablas ahora?
–Ahora no puedo porque me levanto a las seis de la mañana a informarme, a escuchar la radio, a leer los diarios: es imposible. Inclusive me invitan a estrenos durante la semana y no voy porque necesito dormir bien porque si no soy una araña de mala, soy antipática si no duermo bien (risas).
–Y hay mucho teatro por suerte ante la falta de ficción en TV…
–Eso es tremendo. Yo ruego y pido que Telefe ponga ficción el año que viene porque hay unos artistas impresionantes en este país. Cuando digo artistas me refiero a los actores, directores, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores, técnicos. Hay muchísima gente que está sin trabajo y a veces no tenés capacidad de autogestión.
–¿Qué papel te gustaría representar en un futuro?
–Me gustaría hacer todos los personajes de las mujeres de Lorca, que lo tenía pendiente y no lo pude hacer por esto de que no me dan los tiempos. Lo mismo que dar clases, que me encanta, pero con la televisión tan temprano no pude seguir.
“Anhelo con toda mi alma la escena familiar de los domingos cuando estábamos reunidos", confesó Georgina Barbarrossa 
–Cuando mataron a Vasco viviste uno de los momentos más duros que le puede pasar a una persona, ¿cómo se hace para abordar temas policiales todas las mañanas después de pasar por algo así?
–Ahora lo puedo hacer porque pasó mucho tiempo. Pero no lo hubiese podido hacer inmediatamente después del asesinato porque estaba quebrada. Una cosa es que se muera tu marido, otra cosa es que lo maten. Entonces fue un momento bisagra para toda nuestra familia, para nosotros tres y para la hija de Vasco también. Fue una tragedia y cuando estás atravesado por una tragedia no podés hacer casi nada. Por eso yo también me quedé sin trabajo en ese momento, no me contrataban porque estaba triste. Y podés actuar triste porque decís la letra de un personaje pero si tenés que conducir, no podés. Mi motor para salir adelante eran mis hijos pero hay un momento, un período de luto, donde no estás bien.
–¿Cuánto tiempo después volviste al trabajo?
–Al año me inventé un programa en un canal de cable pero no era yo, no era mi esencia. Necesitaba saber quiénes habían sido los asesinos y que se hiciera justicia, que gracias a Dios se hizo y se mandó a los asesinos presos. Eran cinco en total. El juicio fue lo peor que me pudo pasar; más que cuando me dijeron que lo habían matado al Vasco y fui al Hospital Rivadavia corriendo. Ahí escuché cómo lo habían matado. Pero yo necesitaba estar ahí, no me iba a mover hasta que se hiciese justicia. Yo necesitaba estar y escuchar. Inclusive los llevé a los chicos el último día y les dije: “¿Ustedes quieren ver la cara de los asesinos de su papá?”. Vinieron y los vieron por una puertita porque uno tiene que ver, uno tiene que tratar de entender. Después del veredicto, sentí como una especie de alivio pero fue un proceso espantoso. La tristeza y la llaga te queda toda tu vida. Es el día de hoy que hablo con el Vasco como si estuviese vivo. Le pido que cuide a los chicos.


–¿Fue difícil educar a dos varones sola?
–Sí, porque tenían 13 años. Al Vasco lo mataron dos días antes de que cumplieran los 14. Nos íbamos a festejar el cumpleaños a Villa Giardino, a nuestra casa de Córdoba, a inaugurar la pileta. Fue muy difícil porque dicen que los varones son de las madres pero no es así. Podrán ser de la mamá los dos primeros años pero después es el papá, es el fútbol, las minas, el sexo. Yo me acuerdo que me acerqué un día y les dije: “Chicos, tenemos que hablar porque ustedes tienen que usar profiláctico”. “Ese no es un tema para hablar con una madre, ya lo hablamos con Vasco”, me contestaron. Él ya se había encargado de explicarles.
Georgina Barbarossa y su marido, Miguel ‘Vasco’ Lecuna
–Era entender la muerte, el ser mamá y papá a la vez, tu carrera como actriz…
–Fue muy difícil. La soledad de la crianza, de perder a tu cómplice: Vasco y yo nos peleábamos muchísimo, nos separábamos y nos volvíamos a juntar. Al final él estaba viviendo en su casa y yo en la mía, habíamos decidido que esa era la mejor relación que podíamos tener. Pero era mi marido, era el padre de mis hijos, era mi sostén, mi roca. Era la persona que iba a todos mis ensayos de teatro, se sentaba en una butaca y me decía: “Fijate acá”, “Acá te repetiste”, él me conocía como nadie.
–¿Qué es lo que más extrañas?
–Anhelo con toda mi alma la escena familiar del almuerzo de los domingos, de cuando estábamos reunidos y Vasco hacía el asado y con los cajones de madera hacía espaditas de madera para que los chicos jugasen. En ese momento no teníamos un mango pero eso era todo, ese olor a asado, las glicinas del jardín, los chicos jugando con las espaditas que les había hecho el padre. A veces pienso lo que disfrutaría Vasco ahora con una nieta, ver a los chicos tan grandes, ver lo divinos que son y la familia que logramos tener. Es gracioso porque la primera mujer de Vasco y yo somos amigas porque Vasco ya estaba separado cuando yo lo conocí. Y es una familia bárbara porque también tengo nietos de parte de Lucrecia, Lucas y Mora que cumplieron 18 y 20 años. Cuando Lucrecia se casó, entró del brazo de mis hijos; son imágenes que uno lleva en el corazón.

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–Te fuiste de esa famosa casa que compartías con él, ¿pudiste volver alguna vez?
–La tuve que vender porque me moría de tristeza. Era una casa que guarda recuerdos tan lindos que sin Vasco ya no tenía sentido. Y no, no pude volver. Ahora veo que Flor (Peña) está haciendo arreglos y digo: “Ay, qué ganas de ir” pero si voy me muero. Creo que es el único lugar al que no he podido volver. Se me pianta un lagrimón, me agarra una añoranza…
–Con Córdoba es distinto, te da mucha felicidad…
–Córdoba me da mucha felicidad. O sea, yo me quedo sola en la mitad de la montaña y no me da miedo. Sé que el Vasco me cuida, tiré sus cenizas ahí.
–¿Pudiste volver a enamorarte? En un momento, intentaste bajarte una aplicación muy moderna. ¿Cómo te fue?
–Bien, al principio no me creían que era yo (risas). Todos dicen “Sí, sí”, pero después arrugan, se asustan conmigo. Era gracioso porque yo estaba de temporada en Carlos Paz y me lo manejaban las chicas en el camarín. “Este no, este sí” y yo les decía: “Chicas, ¡¿me dejan ver un poquito a mí?!”.
–¿Llegaste a salir con alguien?
–No, creo que de la aplicación no pero después de enviudar todo el mundo venía y me presentaba a cada monstruo que yo no podía creer.
–Pero estuviste con alguien que conociste en Mar del Plata…
–Sí, como dos años. Nos quisimos mucho. Es más, con la hija me sigo hablando. Yo siempre me hago amiga de las hijas, de las novias de mis hijos (risas).
–¿Te gusta la compañía?
–Sí pero no necesito estar acompañada. Estoy fenómeno sola. Duermo en la cama brutal con López, mi perro. No necesito que me tengan de la mano. Sí, me encantaría tener un compañero pero salgo con mis amigas. Además, no te olvides que estuve 12 años cuidando a mi mamá que quedó ciega.
–¿Fue de un día para el otro?
–De un día para otro le agarró una lesión en el nervio óptico; como un tumor en el nervio óptico. Ella fue una persona con una hidalguía, una templanza… Yo hubiese sido una araña de mala si me pasaba a mí; sin embargo, ella nos hizo la vida sumamente agradable. Se la pasaba con los nietos contándole cuentos hasta a veces iba a la cocina y hacía scones como podía.
–¿La llevaste a vivir con vos?
–Sí, sí. Ella no quería pero yo no me quedaba tranquila, así que me la llevé a casa. Por ahí se iba unos meses a Córdoba con mi hermano o (mientras pudo viajar) a España a la casa de mi hermana. La extraño muchísimo.
–¿Tuviste alguna señal desde que no está?
–Cuando fue la final de MasterChef la llamé a mi hermana porque quería reversionar unas natillas, que es un postre español que hacía mi mamá todos los sábados cuando nos juntábamos a comer y quería la receta. Yo la tenía pero en la mudanza no sé a dónde fue a parar. Cuestión que mi hermana me dice que no la tenía porque las natillas en España se venden en el supermercado. Entonces me fijé en YouTube y reversioné una receta. Termina MasterChef y me pongo a ordenar porque tenía libros, recetas, un despelote en el escritorio y de repente cae en un folio la receta manuscrita de mi mamá. Yo siento que siempre está y nos protege. Lo mismo que mi viejo, que era muy divertido.


–Vos también sos divertida, una mujer optimista…
–Soy optimista, sí. A pesar de todo, siempre pienso que la vida es maravillosa y que te puede sorprender. Por eso disfruto mucho cada instante. El tema de la meditación me ayudó mucho porque te hace ver las cosas desde otro lugar, hace que vos puedas plasmar un poco lo que vos querés ser y hacer de tu vida.
–¿Sos una mujer feliz?
–Sí, feliz y agradecida a la vida a pesar de los golpes fuertes que me ha dado porque a veces pensás que no te vas a reponer nunca más. Yo me acuerdo que cuando rezaba le pedía a Dios que me devolviese la alegría. Pensaba: “¿Voy a ser feliz otra vez?” “¿Voy a reírme otra vez?” porque era como un esfuerzo sobrehumano. Me acuerdo que inclusive hasta lo escribía. Si vos querés, vos podés.
–¿Qué trabajo tuviste que hacer para reponerte?
–Hice de todo: terapia, terapias alternativas, homeopatía, antroposofía. En un momento tomaba una medicación que es de una planta que es la que más guarda los rayos de luz. Era para iluminarme de adentro hacia afuera y era muy gracioso porque yo tomaba una cucharada de ese polvito, era un polvito blanco, entonces iba en un taxi y decía: “Señor, no me estoy drogando, es un polvito de homeopatía” (risas). Pero hice muchas cosas para poder estar bien y fundamentalmente por los chicos porque si yo estaba bien, ellos iban a estar bien.


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