En modo navideño: aplaudo a todos, no critico a nadie
— por Carlos M. Reymundo Roberts
Ya saben: en estas fechas estoy imbuido de un genuino fervor navideño, lo cual acentúa mi indulgencia para juzgar hechos y personas. Desde esa perspectiva, que Andrés Vázquez, jefe de la DGI, no haya avisado que tiene tres propiedades en Miami lo atribuyo a un desliz y no al deseo de ocultarlo; aquel que nunca se olvidó de declarar bienes por 2 millones de dólares que tire la primera piedra. ¿Kueider entró en Paraguay con 200.000 dólares en una mochila? Yo fui mochilero y solía hacer eso: salir de raje sin saber bien qué llevaba. ¿El fiscal Ramiro González festejó sus 60 años con una fastuosa celebrity party que le costó al menos 100 luquitas verdes? Lógico. Solo se cumplen 60 años una vez en la vida.
A Pucho Ritondo, jefe del bloque de Pro en Diputados, lo denunciaron por tener una ristra de propiedades, acá y en Miami, y cerca de 70 empresas. A ver: estamos ante un muchacho hiperactivo cuya entrega a la tarea legislativa no le impide construir un imperio. Los rumores de que trabaja más para el Gobierno que para Pro son infundados: trabaja para el país. Otra vez: nuestros corapor
A Cristina le voy a regalar una foto de Kichi, por supuesto, cruzada por una X roja
zones no deberían permanecer ajenos al espíritu de amor y paz propio de estos días. La Corte Suprema dio el ejemplo al establecer que puede funcionar con tres jueces: lejos de desafiar al Gobierno, acaba de adherir a la doctrina de la motosierra. El voto en disidencia de Lorenzetti no se aparta de ese criterio, sino que lo profundiza; planteó constituir el tribunal con un solo juez: él. Admito que me he pasado todo el año protestando por la designación de Ariel Lijo, con argumentos éticos, morales y profesionales. La proximidad de la Nochebuena me invita a una mirada más contemplativa: ya es tiempo de que llegue a la Corte; sí, en un expediente de 70 cuerpos: 50 sobre su enriquecimiento y 20 sobre su manto de piedad con los más crápulas de los crápulas. Uh, perdón, me distraje y perdí el tono. Ariel, feliz Navidad.
Vuelvo sobre Vázquez. Normalmente lo hubiese definido en términos severos. Hoy no. Por qué insistir en el bajo perfil con que manejó su declaración de bienes si fue extensivo a su imagen: durante años no hubo una sola foto de él, hasta que el lunes Hugo Alconada Mon le dio la cana (o la cara). Típico caso de celo la privacidad. O de timidez. Asimilarlo con espías o con mafiosos es propio de gente dañina. Las redes hablan de una mirada fría, desalmada. Así deben verse los que persiguen a evasores y a fugadores de divisas. Duro con ellos, mastín. Es cierto que nunca contestó las preguntas que le hizo llegar Hugo sobre su fortuna. Además de tímido, modesto.
Lilita dice que es un tipo “pesado, pesado”, y lo acusa de haber sido un soldadito de Néstor y Cristina para hacer operaciones de inteligencia contra opositores, empresarios y periodistas. Eso suena muy feo. ¡Con los periodistas no, Andrés!
Si por un minuto se me diera por tener malos pensamientos –Diosito no lo quiera– sobre Kueider, Vázquez, Lorenzetti, Lijo, Ritondo, la forma de exorcizarlos (me refiero a los pensamientos) es considerar que todos ellos integran el club de los buenos de Milei. Los defiende, los protege, los consulta. Ya les entregó su credencial de fuerzas del cielo. “Ritondo es víctima de una operación”, dijo anteayer. Era mi sospecha, pobre Puchito. El nihil obstat de Javi exime de cualquier otra justificación, con lo cual no hace falta reparar en que estos cinco angelitos son cosecha de Santi Caputo. Sí, Caputín, un distinto cazando talentos.
Mientras escribo me parece oír los reclamos de la tribuna: ¿y tus famosos regalos de Navidad? Ya van, ya van. Pasa que este año son pocos: no hay plata.
Con Cristina siempre es complicado porque no le falta nada; finalmente resolví que al pie del arbolito le voy a dejar una foto, cruzada por una X roja, de Kichi, muñeco maldito que muerde la mano de la que le dio la mamadera. En el arbolito de Kichi, la foto de la mamadera. A Macri, barajas francesas para jugar al bridge; ya tiene, obvio, pero temo que va a necesitar más de un mazo: dispondrá de mucho tiempo. En el caso de Lili Lemoine, diputada y estilista del Presi, dudé entre un libro de historia argentina (la noto floja en cosas que pasaron hace más de 10 años) y un peine muy cool; me decidí por los dos: una forma de perderles miedo a los libros es que use el peine como señalador. A Pato Bullrich, grilletes, cosa de que no se le escapen los presos cuando los obliga a limpiar las cárceles; otro debería destinarlo a Vicky Villarruel: a esa mujer no se la puede dejar suelta.
¿A Javi? Wow, tan difícil como Cristina. No porque tenga todo, sino porque no quiere nada. Místico, asceta, vive desprendido de las cosas materiales de este mundo. Creo que me voy a inclinar por un látigo inteligente, última creación de la inteligencia artificial. Por ejemplo, se lo programa para que discipline a la casta, y allá va, feroz, implacable. ¿Y si la emprende contra alguno de los cinco angelitos? Reseteo. Que se autodestruya.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Ignorantes, pero llenos de certezas
por Héctor M. Guyot
El mundo se divide entre los que aún conservan la capacidad de escuchar al otro y los que la han perdido. Es decir, entre quienes admiten que, más allá de sus convicciones, existen otras perspectivas que podrían enriquecer la comprensión de las cosas, y quienes descartan de plano cualquier otra mirada que no sea la propia. Estos últimos, los dueños de la verdad, parecen ir consolidando una inquietante mayoría. Con un agravante: cuando aquello que contradice sus opiniones es tomado como un agravio que pone en jaque la propia identidad y propaga el mal sobre la Tierra, el que no escucha deviene paranoico o fanático. A veces, ambas cosas a la vez. Esto quizá ocurre porque el proceso en el que dejamos de escuchar al que piensa distinto muchas veces está ligado a otro más sutil: dejamos de escucharnos a nosotros mismos para escuchar solo la voz de un gurú o un líder idealizado, cuyo relato aplaca los miedos íntimos que no estamos dispuestos a afrontar o canaliza el resentimiento nacido en humillaciones previas. El que escucha al otro, el que admite otro punto de vista, se abre en cambio a la complejidad del mundo y acepta moverse en el territorio de la duda. En esa actitud de apertura, manifiesta que está dispuesto a aprender a través de un arte que parece en vías de extinción: el diálogo.
Empecé a escribir esta columna, semana a semana, hace más de diez años. Supe desde el principio que lo único que podía ofrecer era mi propia mirada sobre el asunto del que me ocupara. Se trata de un texto de opinión, en el que la subjetividad entra necesariamente en juego. Bajo la premisa de ser honesto conmigo y con los lectores, escribía y escribo con una única certeza: todo lo que diga será siempre parcial y limitado en un doble sentido: responde a mi perspectiva de las cosas, por un lado, y estará lejos de agotar el tema en cuestión, por el otro. Siento que el ejercicio vale la pena cuando mis ideas o percepciones abren un debate y despiertan una conversación en el foro de lectores; cuando los que se ven identificados con ellas entran en un ida y vuelta de mutuo respeto con aquellos que las cuestionan. Esto, que enriquece lo que uno escribió, ocurre cada vez menos. Aunque sigue siendo vehículo de reflexiones agudas, ahora el foro, más que un espacio de conversación, es la arena de disputas violentas. Claro, esto refleja lo que ocurre fuera de la Web, ¿o viceversa? Como sea, vale el debate caliente y áspero, y más si se trata de política. Lo que no vale es cancelar al otro mediante la descalificación, el insulto o la presunción injustificada de su deshonestidad o mala fe.
Vivimos tiempos en lo que nadie escucha a nadie. Esa es la sensación. Como si se hubieran acabado las preguntas: todos tienen las respuestas en la punta de la lengua y las gritan a todo pulmón, como para que se impongan en medio del ruido y la confusión general. Cada cual esgrime el arma de su certeza. Pero lo cierto es que vivimos en medio de una transformación tecnológica que lo está cambiando todo, desde la consistencia misma de la realidad hasta el concepto de lo humano, y es muy poco lo que podemos entender de esta transformación radical que asimilamos a los tumbos y que impacta en todos los órdenes, de la política a la vida privada e íntima, tanto en forma local como global.
Mientras nos cambia, la revolución tecnológica nos escamotea los medios para lidiar con ella a fin de potenciar los aspectos benéficos y encauzar los negativos. En medio del auge de una comunicación como nunca existió, el mundo es una Babel donde los idiomas se han multiplicado y nadie se entiende, una consecuencia de lo que podríamos llamar “la fragmentación algorítmica”. Las redes nos han encapsulado en burbujas que nos aíslan del conjunto, hoy disgregado en muchas “tribus ideológicas” que, en su endogamia, solo se alimentan de sus propios dogmas y rechazan la duda, así como toda alteridad. Esto se verifica aquí, allá y en todas partes: en los foros online, en el Congreso y hasta en los grandes organismos internacionales, hoy incapaces de dar respuesta a problemas comunes acuciantes, como por ejemplo las guerras. A decir verdad, el ocaso del diálogo pone en cuestión la misma noción de espacio común.
No entender. Este es el título que llevará la autobiografía póstuma de Beatriz Sarlo. “Es una autobiografía centrada en el hecho de no entender, que es mi experiencia constitutiva –dijo la ensayista en 2022–. Uno podría decir que solo me he interesado por aquello que no entiendo, con lo cual también se podría decir que no he terminado de entender nada”. Toda una declaración, en alguien que tuvo opiniones fuertes durante toda su vida. En su última lección antes de partir, el martes, la gran intelectual argentina no pontifica con un pensamiento o un concepto, sino que ofrece el testimonio de una actitud: la de buscar, siempre. Contra todo fanatismo, hace falta humildad para aceptar que la verdad última de las cosas está siempre adelante nuestro. Y que, además, cambia de acuerdo a la perspectiva. Solo queda dialogar entre nosotros, siempre que haya buena fe, para tratar de definir sus esquivos contornos y preservar la convivencia.•
Las redes nos han encapsulado en burbujas que nos aíslan del conjunto, hoy disgregado en muchas “tribus ideológicas” que solo se alimentan de sus dogmas y rechazan la duda
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.