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miércoles, 9 de mayo de 2018

CIENCIA, GRAVES DIFERENCIAS DE GÉNERO

SE CUMPLIÓ LA TESIS DEL AUTOR. BUSCANDO IMÁGENES DE MUJERES CIENTÍFICAS EN DIBUJOS INFANTILES, EN LA PARTE IMÁGENES DE LAS REDES PUDE COMPROBAR QUE LA MUESTRA DE MUJERES ES PEQUEÑÍSIMA Y LAS POQUÍSIMAS QUE HAY SE REFIEREN A LAS HISTÓRICAS COMO CURIE....SALVÉ UNA POCAS

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Paren lo que están haciendo y acepten un simple desafío: piensen en alguien que haga ciencia. O, mucho mejor: dibujen a esa persona. ¿Listo? Déjenme adivinar: es muy probable que hayan dibujado: 1) un hombre, b) con guardapolvos, c) con anteojos, d) con un globito que dice "dominarrremos el mundo". Quizá no haya sido tan exagerado, pero si cumplen con la predicción no están solos, sino con la mayoría de la población. Ahora bien, si se le pide a la gente que piense en científicAs. cuesta mucho más (sobre todo si sacamos a Marie Curie de en medio). Y lo mismo sucede con los chicos: suelen imaginar -y dibujar- a científicos hombres. Es claro que esto responde al ideal hollywoodense de científico que sí, tiene sus métodos, dominará el mundo y ríe diabólicamente mientras exclama "¡ah, ya no se burlarán de mí en la academia!". Es cierto que ese arquetipo está cambiando un poco, y no solo aparecen científicas en series y películas sino que, en algunos casos, al final se arman parejas y todo.
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¡Un momento! Tenemos buenas noticias y muy recientes. La prueba de chicos dibujando gente de ciencia es muy antigua: desde hace más de 50 años que se hace. Es más, desde 1966 y durante unos 10 años David Chambers realizó la prueba de "dibujá-alguien-que-haga-ciencia" en chicos de escuela primaria (y convengamos que en inglés es más sencillo ya que scientist no tiene género y no predispone a nada en particular). Y sí, allí estaban los hombres, de mediana edad, a veces canosos o barbudos, rodeados de tubos de ensayo y de cuadernos de laboratorio y diciendo "¡lo encontré!". Cuando se analizaron estos datos se descubrió que de los 5000 dibujos solo 28 mostraban a una científica. y todos habían sido dibujados por nenas y no por nenes. No es para culparlos: en los documentales, en los diarios, en los museos. solo había hombres (o, en todo caso, mayoritariamente hombres). Para agregar a la lista, alrededor del 80 por ciento de los científicos dibujados eran blancos.
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Resulta que se acaba de repetir el análisis considerando cinco décadas de la prueba del dibujo, con obras de unos 20.000 chicos recolectadas en decenas de investigaciones. Y si se consideran los datos desde la década de 1980 en adelante, el porcentaje de mujeres aumentó a un 28%. Está bien, sigue siendo muy bajo, pero es un aumento más que considerable. Y hay otros datos no tan esperanzadores: la proporción de hombres dibujados va en aumento cuanto más grandes sean los niños dibujadores.
Sin embargo, el hallazgo general es para celebrar. La percepción de género en la ciencia está cambiando, y con ella, los estereotipos de quién "puede" dedicarse a la investigación, lo cual puede generar un círculo virtuoso: si una nena imagina a mujeres científicas, es más probable que pueda imaginarse a ella misma como científica. Este aumento en la percepción puede tener múltiples motivos. Seguramente tenga que ver que efectivamente hay más científicas pero, sobre todo, que de a poco los medios las visibilizan más.
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El problema de la discriminación por género en la ciencia es antiguo y profundo. Hace unos años se hizo la prueba de enviar el mismo trabajo de investigación (inventado) a distintos evaluadores, en algunos casos firmado por mujeres y, en otros, por hombres. Los evaluadores tendieron a puntuar mucho más favorablemente el trabajo de los "científicos" que el de las "científicas" (¡independientemente del género del evaluador!).
¿Y por casa como andamos? Lentos, en todo caso. Es cierto que los fríos números nos dicen que la cantidad de becarias y de investigadoras es similar a la de becarios e investigadores (por supuesto, dependiendo de las áreas), pero si hilamos más fino veremos que la proporción de mujeres en etapas decisorias, como en el nivel superior de la carrera de investigación, o como jefas de laboratorio, es sensiblemente menor. Quizá solo es cuestión de tiempo, pero también ayuda a verlo como un problema, y de a poco ir cambiando las expectativas y las realidades. Y mientras tanto, a seguir dibujando.

D. G.

martes, 1 de mayo de 2018

LA CIENCIA NO ES CARA, CARA ES LA IGNORANCIA


Hace más de tres décadas, cuando hacía mis primeras armas en este oficio, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) era para muchos un ente difuso que congregaba a un grupo de talentos ocupados en desentrañar misterios que eludían al resto de los mortales. Un lugar elevado donde se estudiaban temas tan impenetrables como el origen del universo, la estructura de la materia o la maquinaria del ADN.
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Si las disquisiciones de los científicos sociales de alguna manera encontraban su lugar en los suplementos culturales, en aquellos días los laboratorios parecían quedar en una dimensión paralela. Y si encontrábamos la entrada, los habitantes de ese extraño mundo nos miraban con desconfianza. Pertrechados en una jerga difícil de entender para los no iniciados, temían que tergiversáramos sus hallazgos en pos de un titular llamativo o ser criticados por sus colegas, que podían adjudicarles ansias desmedidas de promoción individual.
Concebido por un grupo de científicos liderados por Bernardo Houssay, que había recibido el Nobel una década antes y fue su presidente vitalicio (murió en 1971), el Conicet fue y sigue siendo un sello de excelencia; entre otras cosas, por las exigencias de su ingreso, al que solo se puede aspirar tras una larga y ardua formación, ya que en la carrera del investigador solo se admiten profesionales que hayan completado un doctorado. Aunque, a veces, los candidatos incluso cuentan con posdoctorados.
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Como cuenta el historiador de la ciencia Diego Hurtado de Mendoza en una reciente nota para la revista Anfibia, el Conicet recorrió un derrotero sinuoso. Se puso en marcha ya "con un programa de becas destinadas a la formación de investigadores, subsidios para proyectos específicos, adquisición de equipos e instrumental, repatriación, contratación de científicos extranjeros y viajes al exterior", pero los vaivenes políticos y económicos lo arrastraron por mares y desiertos.
Recuerdan colaboradores de Houssay que él pensaba que el Conicet no tenía que dedicarse a hacer investigación "aplicada". Se lo hizo saber a los doctores Alejandro Paladini, José Santomé y Juan Dellacha, cuando le propusieron crear el Centro para el Estudios de Hormonas Hipofisarias. Primero no quiso considerarlo, pero finalmente aceptó y así se pudo tratar a 70 chicos afectados de enanismo que hasta entonces permanecían marginados, se formaron muchos investigadores y se hicieron 28 trabajos de investigación clínica.
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En diciembre de 1983, apenas superaba los 2000 investigadores. En distintos momentos se desangró por la "fuga de cerebros". Una institución internacional incluso sugirió que debería privatizarse para ahorrarle al erario público 5639 puestos de trabajo. Sus investigadores llegaron a tener una edad promedio que rondaba los 50. En la crisis de 2000, una investigadora que quería regresar al país, al comentarle sus intenciones al director de un laboratorio, recibió una respuesta que la dejó boquiabierta: "¿Vos tenés un marido que te mantenga? Porque con el sueldo del Conicet?". Se había recibido de bioquímica con medalla de honor y hoy es una de las científicas más destacadas de la región en su tema y recibió los más altos premios internacionales.
En medio de un debate sobre su presente y su futuro, este año el Conicet cumplió los sesenta. Para celebrarlo, el Senado le otorgó ayer el máximo galardón que entrega esa cámara: la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento. Hubo discursos sobre ideales acerca de los cuales nadie podría estar en desacuerdo. Y, como suele suceder, se recordaron varias frases de Houssay que, a la distancia, siguen vigentes. Tal vez la más sugestiva sea la que mencionó el senador Omar Perotti, promotor de la iniciativa:
"La ciencia no es cara, cara es la ignorancia".

N. B.

sábado, 28 de abril de 2018

LA CIENCIA DEL POPÓ


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En la ciencia no hay temas tabú, y menos aún en esta columna que ya pasó por la física de hacer pis, de cantar en la ducha y hasta de hacia dónde debe colgar (científicamente) la punta del papel higiénico, si hacia la pared o hacia fuera. Y hoy no seremos menos, ya que nos dedicaremos a la hidrodinámica de la defecación (impresionables abstenerse). Al menos ese es el título de otro gran estudio del Dr. David Hu, de la Universidad Georgia Tech, que ya nos tiene acostumbrados a hallazgos maravillosos. Como que un perro mojado se saca de encima el 90 por ciento de la humedad en una fracción de segundo, lo que resulta de gran utilidad para entender el proceso de secado. O que las pestañas reducen la evaporación de agua de los ojos, además de proteger del polvo, lo que ahorra más energía. O su investigación más famosa, que demuestra que todos los mamíferos de más de 1 kg de peso, independientemente de su tamaño, se toman el mismo tiempo para hacer pis (unos 20 segundos).
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Insaciables en sus preguntas, Hu y sus cómplices se dedicaron ahora a la defecación, como muestra su reciente trabajado publicado, muy adecuadamente, en la revista Materia blanda. Así, sus estudiantes filmaron –y recogieron– las heces de 34 especies de mamíferos en el zoológico de Atlanta para medir su densidad y viscosidad. Y sus hallazgos son sorprendentes. Más allá de clasificar los productos de acuerdo con su densidad (menor en los herbívoros como los elefantes), sus olores (de los insufribles tigres o rinocerontes a los soportables pandas) y sus tamaños (mayores en animales más grandes), la sorpresa vino en el registro de la velocidad. Los animales más grandes lo hacen más rápidamente: un elefante se alivia a seis centímetros por segundo, un humano a unos dos centímetros por segundo. Un momento: si las heces son más grandes, pero la velocidad es mayor…, ¿será que la duración de la defecación es una constante? ¡Sí! Todo bicho que come, digiere y expulsa tarda entre 5 y 19 segundos en hacerlo, con un promedio de 12 segundos. Esto tiene que ver con los mecanismos de la defecación y el tránsito entre el intestino, el colon y el recto. Los bichos más grandes generan una mayor capa de moco en su tubo digestivo, lo que facilita una eyección más rápida.
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A primera vista (o a primera olida) esta investigación no solo es un poco asquerosa, sino, sobre todo, inútil, ¿verdad? De hecho, un senador de los Estados Unidos colocó a los trabajos del D. Hu en su lista de investigaciones cuestionables. Pero, como siempre sucede en ciencia, las posibles aplicaciones vienen de los recovecos más inesperados. Los estudios de la física de la defecación son necesarios para mejorar la logística de la limpieza en corrales, o para imaginar nuevos tratamientos para los múltiples trastornos gastrointestinales en humanos. La limpieza y secado de los animales, y la dinámica del funcionamiento de las pestañas, sin duda proveen ideas para el diseño de sistemas más eficientes para estos procesos en la industria y el hogar. El trabajo con pestañas ha ayudado a oftalmólogos a entender ciertos riesgos ambientales para los ojos. Los datos de la velocidad de la micción son aplicables en estudios de incontinencia urinaria.
Es cierto: hay ciencia que no necesariamente hace el mejor de los temas de conversación para una reunión social. Y podríamos seguir: el trasplante fecal (sí… el trasplante de caca de una persona a otra) es una de las terapias más promisorias para tratar ciertas enfermedades gastrointestinales, dependiendo de las bacterias presentes en el donante y el receptor.
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Las estadísticas indican que en promedio pasamos en el trono del baño entre 12 a 15 minutos por día; si hacemos las cuentas, nos da alrededor de una hora y media por semana, y casi 4 días por año. Redondeando mucho, si vivimos unos 80 años, un poco menos de uno de esos años estaremos sentados en ese lugar sagrado, lo cual nos da suficiente tiempo como para reflexionar sobre la vida, la felicidad y la ciencia del número dos.

D. G.

viernes, 2 de marzo de 2018

DE LA CIENCIA Y LA BREVEDAD




De Monterroso y su dinosaurio en adelante, el género de microficción ha ido ganando autores y adeptos en la literatura. Tanto que a veces parece una competencia de a ver quién tiene el cuento más corto, aunque es justo decir que el género nos ha brindado más de una agradable sorpresa. ¿Y qué pasa con la ciencia y la longitud de sus argumentos? Sabemos que el lenguaje científico se jacta de ser elegante, conciso y, dentro de lo posible, digno de precisión y unívoco en lo que quiere decir (al menos, en las ciencias exactas y naturales, ya que la riqueza de las humanidades y las ciencias sociales a veces radica en la multiplicidad de interpretaciones que pueden dar un texto o una idea). No necesitamos los 7 tomos de En busca del tiempo perdido para contar que un tal Swann se enamora de una mujer de una clase social más baja, y que tiene una hija que está de novia con el protagonista del libro, que a su vez quiere relacionarse con la familia Guermantes y de paso tiene varias aventuras sexuales hasta que se casa con Albertine, que lo vuelve muy celoso hasta que se muere y reaparecen amigotes y amantes del pasado y finalmente se acuerda de todos los personajes de su vida. Fin.
No, en ciencia se premia la síntesis, y hasta hay un ranking de las publicaciones más breves de la historia. Allí está, por ejemplo, una contrademostración de una conjetura matemática de Euler, escrita por unos tales Lander y Parkin en. dos renglones. Y eso es todo. (Recordemos que para demostrar el famoso teorema de Fermat fue necesario un mamotreto de 108 páginas). Otro famoso trabajo matemático no tiene texto, sino solo dos figuras (como en el tango "Sin palabras").
Aunque todo se puede superar. El maravilloso trabajo de 1974 titulado "Autotratamiento fallido de un caso de bloqueo de escritor" tiene solo eso, el título, ya que el texto. no existe. Más aún: la nota al pie informa que "partes de este trabajo no fueron presentadas en el Congreso de la Asociación Norteamericana de Psicología". Otro poco en broma, los investigadores Golberg y Chemjobber publicaron una "Revisión comprensiva de productos libres de sustancias químicas", cuyo texto está. vacío.
También hay casos en que los resúmenes de los trabajos cumplen perfectamente su función resumidora. Por ejemplo, cuando el título del paper es una pregunta, y el resumen se limita a indicar "sí" o "no". Otros, menos escuetos y más dubitativos, indican que "probablemente no" o "quizá". (El autor de esta columna confiesa haberlo intentado hace años, con un trabajo de pomposo título interrogativo y cuyo resumen aclaraba simplemente "no". Tan simplemente como fue rechazado de inmediato por los editores de la revista).

Aun así, breve o extenso, el objetivo de publicar un trabajo científico es que otros lo lean y, ya que estamos, lo citen en sus propios artículos. ¿Y qué pasa si nadie lo lee o, casi peor, si nadie lo cita a uno, ni siquiera su tía o su archienemigo, aunque no sea más que para demostrar que estamos completamente equivocados? Puede pasar, y allí está una investigación de la revista Nature sobre los solitarios, los olvidados. los papers que nadie cita. Si bien tradicionalmente se creía que este era el destino de la mitad de los artículos científicos, esta investigación afirma que no es tan grave, y que el olvido absoluto solo le espera a alrededor del 10% al 20% de las publicaciones (al menos de las que están en revistas serias). Esto depende mucho de las disciplinas, del idioma en que se haya escrito el estudio. y también de considerar las autocitas, o sea, aquellos trabajos en los que los autores se dedican a citar sus artículos pasados, fuente de todo conocimiento y sabiduría. Otro dato interesante es que la proporción de trabajos que pasan desapercibidos (o, al menos, no citados) parece ir en descenso, seguramente gracias a que Internet disemina mucho más rápida y ampliamente los textos.
En fin: breve o extensa, la ciencia se hace para otros, para que se conozca, se discuta, se critique. Es un camino hermoso. e interminable.

D. G.

miércoles, 17 de enero de 2018

2017 PLENO DE CIENCIA


Un año repleto de ciencia





Días pasados fueron tiempo de balances, de listas, de dietas, de regalos y de vitel toné. Y también de ciencia, como no podía ser de otra manera: buen momento para recordar algunas de las sorpresas que nos deparó el año que acaba de terminar. Una posibilidad es pasar revista a los descubrimientos científicos que mes a mes que publica Wikipedia, pero corremos el riesgo de marearnos en el camino. Hay atajos: por ejemplo, la elección de lo mejor del 2017 científico, como hace todos los años la revista Science a través de propuestas de sus editores que luego deben ser refrendadas por el voto popular. Si bien mientras se escribe este texto aun no hay un ganador para "el hallazgo del año", vale la pena conocer a algunos de los finalistas:
Un nuevo tratamiento para el cáncer a través de una droga (aprobada por la Administración de Alimentos y Drogas norteamericana) que puede combatir tumores independientemente de su origen anatómico. O sea: combate al tumor en sí, más allá de dónde esté o de dónde venga.
Mientras que en 2016 fue el turno de la triste derrota del Go en manos (¿manos?) de la inteligencia artificial -como ya había adelantado en cierta forma Kawabata en su maravillosa novela El maestro de Go, en que un joven irrespetuoso vence al gran maestro anciano - en 2017 le tocó a jugadores profesionales de póquer, quienes mordieron el polvo frente a programas tan tramposos como los humanos.
Una muestra de hielo de 2,7 millones de años (¡muchos ceros!) obtenida de las profundidades antárticas, que nos puede enseñar mucho sobre nuestro planeta en la época en que comenzaban las glaciaciones.

Siguen las firmas de las ondas gravitacionales: no sólo su confirmación fue merecedora del Nobel de Física, sino que luego de observar el choque de dos estrellas de neutrones, los astrónomos pudieron husmear este extraño fenómeno para aprender más sobre el universo.
¿Cuántos años tienen los humanos como especie? La respuesta canónica es 200.000 o, más bien. era, ya que se hallaron restos de Homo sapiens 100.000 años más antiguos en Marruecos.
Gracias por los servicios presentados, sonda Cassini, que se internó en Saturno con su canto final de cisne, enviando imágenes y datos hasta el final de sus días.
Las tijeras editoras de la biología molecular (¡y ahí se huele otro Nobel!) siguieron sus avances de ciencia ficción: con la técnica de Crispr se lograron mutaciones puntuales (de una sola letra) en el genoma y, en otro experimento, se corrigió una de estas mutaciones en un embrión humano.
Pero hay mucho más en el universo, incluyendo buenas noticias en el reino animal. Hay especies que ya no están catalogadas en peligro agudo de extinción, como el panda gigante o la ballena yubarta o jorobada (ojo que aun están en la categoría de vulnerables). Apareció nuestro nuevo sapo favorito: una especie fluorescente descubierta en la Argentina, y también una nueva especie de orangután en Indonesia.

La tecnología avanzó que es una barbaridad: se logró obtener agua líquida del aire no tan húmedo, los amigos de Space X siguieron subiendo y bajando cohetes y los más amigos de Satellogic agregaron el Milanesat a su constelación de satélites. Los descubrimientos no paran, como nuevos exoplanetas que podrían albergar vida, un continente sumergido digno de las mejores mitologías, o una capa de ozono cuyo agujero parece ir disminuyendo de tamaño. Y la salud no se queda atrás, con nuevos anticonceptivos masculinos, enormes avances en medicina regenerativa (incluyendo la posibilidad de crecer órganos humanos dentro de cerdos o, más limpiamente, en el laboratorio) e interfaces cerebro-máquina capaces de devolver funciones perdidas a pacientes con lesiones traumáticas.
Fue un 2017 lleno de ciencia. Veremos qué nos depara este nuevo año.

D. G.

martes, 9 de enero de 2018

CIENCIA 2018


Ciencia 2018: del turismo espacial a la edición genética
Este año se prevén nuevos desarrollos en inmunoterapias contra el cáncer y se espera la primera imagen del agujero negro del centro de la Vía Láctea, entre otros avances
Acaba de concluir un año profuso en avances científicos y tecnológicos. Y aunque sería imposible predecir hallazgos puntuales, no es aventurado anticipar que 2018 promete aventuras tanto o más fascinantes que estos en términos de investigación.
Sin duda, una de las áreas más "calientes" de la ciencia de vanguardia es la edición genética, que recibió un impulso fenomenal a partir del descubrimiento de la técnica Crispr-Cas9, que permite cortar e insertar genes en forma más rápida y precisa.




Mientras todavía resuenan los ecos de la encarnizada pelea judicial por la patente entre universidades norteamericanas, nuevas versiones de esta herramienta están abriendo caminos insospechados. Estudios recientemente publicados en la revista Science dieron a conocer una de ellas, que en lugar de ADN "corrige" ARN (el ácido nucleico que transfiere la información genética del ADN y dirige las etapas intermedias de la síntesis de proteínas). Aunque los experimentos aún son preliminares, la esperanza está puesta en que hará posible tratar enfermedades genéticas sin modificar el genoma, lo que eliminaría encrucijadas éticas, al menos durante un tiempo limitado.
Otro desprendimiento de la técnica Crispr, desarrollada por el equipo de David Liu, investigador de Harvard, promete mejorar la precisión en las modificaciones reemplazando bases individuales del ADN. "En septiembre, científicos chinos informaron haber utilizado este método para corregir una mutación de una sola «letra» y revertir un desorden de la sangre en embriones humanos (cuyo desarrollo no se continuó)", informó hace unos días la revista Nature, que eligió a Liu como una de las 10 personas que habrá que seguir de cerca en los próximos meses. Una posdoctoranda de su laboratorio creó una enzima que "en teoría podría revertir alrededor del 48% de todas las mutaciones puntuales en humanos", destaca la revista.
También para este año se aguardan nuevos ensayos en terapia génica e inmunoterapia contra el cáncer, dos estrategias que están ofreciendo éxitos inesperados para controlar e incluso curar enfermedades.
Si todo resulta como está planeado, probablemente veremos por primera vez la imagen del agujero negro que ocupa el centro de nuestra galaxia cuando se den a conocer los resultados del proyecto Event Horizon Telescope, una colaboración internacional que intenta crear un radiotelescopio virtual del tamaño de la Tierra a partir de una red de observatorios esparcidos por el planeta.
Dos mil dieciocho también podría ver el debut del turismo espacial en vuelos suborbitales. Compañías como Virgin Galactic, de Richard Branson, y Blue Origin, de Jeff Bezos, dieron a conocer planes para elevar a los interesados hasta los 100 km de altura.
Dos profesores de Harvard, David Keith y Frank Keutsch, esperan concretar el primer experimento de geoingeniería contra el cambio climático: lanzarán un globo equipado con hélices y sensores, el StratoCruiser, que rociará un spray con distintas sustancias reflectantes y medirá la capacidad de las partículas de interactuar con otros compuestos atmosféricos.
En los próximos 12 meses, Elon Musk tal vez vuelva a asombrarnos con otra de sus creaciones, la integración cerebro-máquina. El empresario que está revolucionando los lanzamientos espaciales, con Space X, y el transporte a alta velocidad en tubos al vacío, con Hyperloop, además de promover el uso de energía solar, presentó una compañía que se plantea desarrollar el diseño de implantes cerebrales que conecten nuestros cerebros con las computadoras: Neuralink. Si con esta idea tiene el mismo éxito que con los cohetes de aterrizaje vertical, este año promete ser no apto para incrédulos.
La agenda para los próximos 12 meses
Nuevas estrategias contra los tumores: Seguirá ampliándose el rango de inmunoterapias contra distintos tumores. "Los anticuerpos monoclonales aceptados por la FDA (autoridad regulatoria de los Estados Unidos) cada vez tienen más indicaciones -explica Gabriel Rabinovich, investigador del Conicet y referente internacional en inmunología-. Tiene resultados excelentes en el 20/30% de los pacientes. El esfuerzo estará puesto en identificar los marcadores que permitan predecir quiénes van a responder, y en encontrar combinaciones para aumentar el número de beneficiarios".
Misiones espaciales para todos los gustos: La búsqueda de exoplanetas que estén a no más de 300 años luz de la Tierra y la misión Solar Probe Plus, que se acercará como nunca al Sol, serán sólo dos de los acontecimientos del año. La India lanzará una secuela de su misión lunar Chandrayaan. La NASA enviará la InSight a Marte para estudiar su subsuelo. La nave japonesa Hayabusa 2 llegará al asteroide Ryugu y la Osiris Rex, de la NASA, recogerá muestras del asteroide Bennu y las traerá a la Tierra. En octubre partirá la primera viajera a Mercurio, BepiColombo.
Más cerca de la computadora cuántica: "La carrera por construir una computadora cuántica se largó a mediados de la década del 90 -cuenta Juan Pablo Paz, investigador del Conicet y del Departamento de Física del Instituto de Física de Buenos Aires de la UBA-. Es probable que 2018 sea el año en que se establezca la «supremacía cuántica»; es decir, que se construya un dispositivo cuántico capaz de resolver un problema que no puede ser resuelto por las máquinas usuales". Este dispositivo, aclara, sólo será capaz de encontrar la solución de un pequeño conjunto de problemas matemáticos.
Fotosíntesis artificial y energía limpia: Galo Soler Illia, decano del Instituto de Nanosistemas de la Universidad de San Martín e investigador del Conicet, afirma que este año se esperan avances en fotosíntesis artificial, un campo de investigación que intenta imitar el proceso natural de las plantas y convertir dióxido de carbono y agua en carbohidratos y oxígeno usando la luz del Sol. "Se trata de copiar la fotosíntesis para diseñar procesos limpios para la producción de energía", coincide Ernesto Calvo, director del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía de la UBA.
Terapia génica: Finalmente, la terapia génica está alcanzando resultados alentadores. "Ya hay una primera terapia aprobada por la FDA contra la amaurosis congénita de Leber -explica Osvaldo Podhajcer, investigador del Conicet en el Instituto Leloir y pionero de esta área de estudio en el país-. Se están logrando éxitos impensados hace una década. Aunque resta resolver ciertas dificultades, los efectos son espectaculares: de no ver nada a empezar a ver. Seguramente vendrán medicamentos disruptivos para la hemofilia y para el cáncer usando virus modificados".
Con fecha de lanzamiento prevista para agosto, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales está trabajando en los ensayos y las pruebas finales de un gran satélite de tres toneladas, el Saocom 1A, que la semana última quedó completamente integrado. Observará la Tierra con un radar de apertura sintética diseñado para detectar la humedad del suelo. Esta información se usará para elaborar mapas de riesgo de enfermedades de los cultivos, para crear sistemas de aplicación eficiente de fertilizantes y para la alerta temprana de inundaciones.
Este año podrían impulsarse también programas destinados a transferir los conocimientos provenientes de publicaciones y patentes del laboratorio de Gabriel Rabinovich asociadas con nuevas aplicaciones de inmunoterapia en cáncer y enfermedades autoinmunes. "Participan jóvenes argentinos residentes en el país y hay otros en el exterior interesados en liderar estos proyectos -dice el científico-. Tenemos ofrecimientos de diferentes compañías para iniciar las fases clínicas para concretar medicamentos".
Juan Pablo Paz, por su parte, destaca que en los últimos años hubo enormes avances en computación cuántica. "Hoy es posible utilizar online, conectándose con el sitio web de los laboratorios de IBM, una pequeña computadora cuántica en la que la información se traslada de un sitio a otro llevada por fotones individuales -explica-. Para los científicos argentinos, 2018 no será fácil, pero seguiremos trabajando. Probablemente se termine el laboratorio de iones y átomos fríos en la UBA, y se alcance la manipulación cuántica de la información por primera vez en América latina. ¡Brindemos por eso!"
Ernesto Calvo anticipa que están estudiando el uso del litio para producir fertilizantes. "Podemos extraer cloruro de litio de las salmueras de la Puna usando energía solar; obtener también amoníaco para fertilizantes y continuar con hidróxido de litio como producto final -subraya-. Se acaba de inaugurar un parque solar de 300 MW en Jujuy para inyectar electricidad en el sistema nacional, a más de 2000 km de distancia y con las consecuentes pérdidas. Sería más beneficioso radicar en Jujuy, Salta y Catamarca fábricas de fertilizantes para toda la Argentina, dando valor agregado al litio y generando puestos de trabajo. El litio daría lugar a fertilizantes y éstos a alimentos para el mundo".
N. B. 

jueves, 4 de enero de 2018

CIENCIA; TELESCOPIO ESPACIAL JAMES WEBB


Un nuevo telescopio espacial permitirá ver las primeras galaxias del universo
Su desarrollo llevó veinte años; lo están sometiendo a las últimas pruebas
BARILOCHE.- Dentro de la enorme sala del Centro Espacial Johnson, en Houston, que alguna vez albergó los componentes del programa Apolo, espera celosamente custodiado y en un ambiente con menos partículas que un quirófano el más complejo proyecto científico de la NASA: el telescopio espacial James Webb (JWST), sucesor del Hubble, que abrirá una ventana a horizontes nunca antes vistos por la humanidad, y cuya fecha prevista de lanzamiento es la primavera de 2019.
Después de veinte años de desarrollo, se puede decir que el James Webb, un prodigio tecnológico que deja sin palabras, ya entró en su cuenta regresiva. "En octubre le hicimos un «test óptico» completo -explica el director científico de la misión, Matthew Greenhouse, que acaba de pasar por esta ciudad para participar de una conferencia internacional sobre «Galaxias distantes» -. Iluminamos el telescopio y constatamos qué «ve». Es una prueba muy, muy complicada y costosa, pero afortunadamente todo está muy bien. En febrero, lo enviaremos a Los Ángeles, California, para agregarle su escudo solar, y luego lo montaremos en un camión para llevarlo a través del canal de Panamá hasta la Guyana francesa, en un viaje que durará veinte días."
Las mejores imágenes del telescopio espacial Hubble, predecesor del Webb

El telescopio espacial Hubble, que nos deslumbró con sus imágenes, puede "retratar" al universo en su infancia, a los aproximadamente mil millones de años. El James Webb será capaz de ver aún más allá, en la llamada "zona oscura", un período inexplorado en el registro fósil del cosmos.
"Nos permitirá registrar el nacimiento de las primeras estrellas y galaxias que se formaron después del Big Bang -se entusiasma Greenhouse-. Y no solo eso. También observará la atmósfera de exoplanetas en busca de la huella química de la vida."

Matthew Greenhouse, director científico del nuevo telescopio espacial James Webb.

A un costo de 8000 millones de dólares (y 800 millones más para su operación), el Telescopio Espacial James Webb es una de las misiones más difíciles que se hayan intentado, ya que viajará plegado como un origami a bordo de un cohete Arianne 5 de la Agencia Espacial Europea, y deberá ser desplegado en forma robótica en el espacio. "A diferencia de lo que sucedió con el Hubble, no podremos enviar a los astronautas para hacerle correcciones -aclara el científico-. Tenemos que estar bien seguros de que nada fallará."
Graduado de geólogo, pero empujado por sus ansias de hacer "algo significativo para la humanidad", el ahora astrofísico se sumó al proyecto en 1997, apenas un año después de su puesta en marcha. Había iniciado su carrera en la Universidad de Arizona, desarrollando instrumentos para un telescopio que sería remontado hasta la estratósfera en un globo. "Eran los primeros días de la astronomía del infrarrojo -recuerda-, que casi no puede hacerse desde la superficie del planeta, porque el vapor de agua absorbe ese tipo de luz."
Satélite titánico
Al formarse, las estrellas están muy calientes y emiten luz ultravioleta; pero cuando ésta viaja hacia nosotros a través del universo en expansión, sus ondas se alargan, por lo que se desplazan hacia el extremo infrarrojo del espectro. Por eso, el James Webb será clave para observar la gestación de galaxias, estrellas y sistemas planetarios. Las hipótesis existentes sugieren que el medio interestelar contiene nubes gigantes de gas y polvo. A veces, éstas colapsan y empiezan a calentarse hasta el punto en que se desata la fusión nuclear y comienzan a brillar.
"El JWST será ideal para entender la dinámica de la formación estelar hasta un punto que todavía no podemos prever -asegura Greenhouse-. Más cerca de casa, permitirá estudiar el disco de residuos que hay alrededor de nuestra propia estrella, la materia primordial que quedó de la formación de nuestro Sistema Solar."
Claro que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando los científicos e ingenieros por primera vez trazaron sus ideas en lápiz y papel, se dieron cuenta de que necesitarían siete veces la capacidad del Hubble para observar esa luz es extremadamente tenue.
Esto exigía un espejo muy grande, lo que a su vez entrañaba otros dos desafíos: cómo enviar algo tan voluminoso al espacio y, dado que cualquier cuerpo caliente emite radiación infrarroja, cómo mantenerlo suficientemente frío.
"Todo lo que está por encima del cero absoluto emite luz infrarroja -explica Greenhouse-. Si en este momento tuviéramos puestos anteojos infrarrojos, veríamos cómo surge de nuestros cuerpos. De modo que si no enfriábamos bien el JWST se enceguecería con su propia emisión."
Tuvieron que diseñar un sistema que pudiera mantenerse a ¡232 grados bajo cero! Era impensable encontrar un refrigerador mecánico para congelar un objeto de seis toneladas, de modo que fue necesario pensar en algo inédito: lo pondrán en un punto especial del espacio, a 1.609.000 km de distancia en dirección opuesta al Sol (el segundo punto de Lagrange del sistema Sol-Tierra).
Ese sitio tiene una propiedad especial que hace posible la misión: todas las fuentes de calor (el Sol, la Tierra y la Luna) están en la misma dirección. "Pero además nos dimos cuenta de que necesitaríamos un escudo solar gigantesco que permitiera mantener al telescopio a la sombra -agrega el investigador-. Tiene cinco capas de 24 por 12 metros, de un material plástico muy liviano, Kapton, recubierto de aluminio y silicio. Y como fue necesario darle cierta curvatura para que no refleje la luz hacia el telescopio, entonces cada una consiste de 50 piezas cosidas. Es suficientemente grande como para que podamos apuntar el telescopio cinco grados hacia el Sol y 45 grados en dirección contraria sin que deje de estar a la sombra. Así, cada seis meses podrá observar cualquier punto del cielo mientras se mantiene en la oscuridad."
Un gigantesco origami

Otra dificultad que debieron resolver fue cómo encajar un espejo de grandes dimensiones en el cohete. Optaron por una arquitectura segmentada; es decir, que combina 18 hexágonos que viajarán plegados para luego ser desplegados en órbita.
"Este origami involucra 40 estructuras y 176 mecanismos de liberación -detalla Greenhouse-. Y ninguno puede fallar. Mecanizamos la parte trasera de cada uno de los segmentos para que tengan siete grados «de libertad». Desarrollamos un procedimiento que permite ajustar todas esas imágenes individuales y crear otra compuesta casi perfecta. Todo el procedimiento demandará un mes."
Dado que el espejo está sometido a cambios de temperatura, fue imprescindible encontrar un material que no se expandiera a menos de 200 grados bajo cero: berilio cubierto de oro. Fabricarlo fue una proeza que llevó nueve años.
La estructura que sostiene los 18 fragmentos es otra maravilla de la ingeniería. Como sufre cambios de temperatura de 300 grados, fue necesario diseñarla para que sus más de 3000 piezas tuvieran un índice muy, muy bajo de expansión.
La principal cámara infrarroja es un instrumento notable. Está hecha de una cerámica avanzada y permite tomar el espectro de 100 fuentes diferentes en una sola exposición y 100 veces más rápido.
Para hacerse una idea de la proeza tecnológica que implica, baste con mencionar que antes de que los astrónomos pudieran siquiera soñar con tener este ojo en el espacio, fue necesario crear y perfeccionar diez tecnologías que no existían. Entre ellas, materiales revolucionarios capaces de no deformarse más que una diezmilésima del grosor del cabello humano a temperaturas cercanas al cero absoluto.
Pero si todo funciona como está previsto, el JWST ayudará a arrancarle al cosmos respuestas sobre misterios astronómicos que nos perturban desde el amanecer de la humanidad.

N. B.

viernes, 11 de agosto de 2017

HISTORIAS DE VIDA.....APRENDER SOLIDARIDAD


Energías renovables: la solidaridad también enseña a aprender en el aula
En una escuela técnica de Los Hornos, los alumnos fabrican calefones solares, que luego donan a colegios rurales; buscan incentivar a los estudiantes para ingresar al mundo de la ciencia
Braian Garro saca el celular del bolsillo y activa la linterna. Y muestra cómo un sensor sigue el haz de luz. Así, el adolescente explica que, junto con sus compañeros de la Escuela Técnica N° 3 de Los Hornos, está fabricando dos calefones con una particularidad: tienen paneles que giran automáticamente en busca del sol. Uno de los aparatos se donará a una escuela rural y el otro, a un jardín de infantes.
De afuera el edificio parece una escuela más. Sin embargo, adentro hay alumnos que arreglan motores de auto y construyen un ascensor para personas con discapacidad. Y seis estudiantes de 17 años que cursan el penúltimo año y desde hace cinco fabrican calefones solares con fines solidarios.
A las 7.40 entran a cursar el taller de electromecánica. Y terminan la jornada escolar cinco minutos antes de la puesta del sol. "Tenemos curiosidad de saber lo que pasa y de conocer por qué algo no anda", dice Garro. "Por eso cursamos durante siete años la secundaria con doble turno", agrega Facundo Chacón. Los seis quieren estudiar ingeniería. Y buscan ser los primeros universitarios de sus familias.
El proyecto surgió de alumnos de quinto y sexto año del Colegio Nacional de La Plata que, en 2012, cuando confeccionaron un mapa energético de la Argentina, descubrieron que hay muchos lugares sin suministro. De esa manera, buscaron desarrollar una iniciativa para ayudar a partir del uso de energías renovables. El proyecto fue subvencionado por la Universidad Nacional de La Plata.
María Celeste Gardey, becaria del Centro de Investigación y Desarrollo en Ciencias Aplicadas (Cindeca), estaba estudiando un pigmento que absorbe la radiación solar. Quería saber si los cristales de cobalto aumentaban la absorción de la luz. Los directivos del Colegio Nacional le pidieron que enseñara la técnica a los alumnos y la usaron para aplicarla en calefones solares.
Sólo faltaba quien los construyera. Y ahí aparecen en la historia los alumnos de la escuela de Los Hornos. Diego Peña fue investigador del Conicet y es el director del proyecto de extensión del Nacional. En el Cindeca trabajaba con el ingeniero Carlos Toledo, vicedirector de la escuela técnica.
"El calefón fue un pretexto. La idea es formar investigadores", dice Toledo. En 2013 diseñaron el primero como una actividad dentro de la materia Construcciones Electromecánicas. Luego trabajaron el tema en distintas asignaturas, como Historia -quiénes y cuándo hicieron los primeros calefones solares-, Geografía -dónde hay cobalto en la Argentina- y Química -qué reacciones suceden en el proceso-.
Para la directora de la escuela, Irene Centurión, el objetivo es que los alumnos sepan que pueden seguir estudios universitarios. "Están aplicando la teoría en la práctica. Hacen ensayos todo el tiempo. De cada materia se van sacando las bases teóricas. Es un proceso técnico educativo con servicio social", señala.
Desde el comienzo del proyecto hay un intercambio constante entre los investigadores del Conicet y los alumnos. "Queríamos que vean que se puede, que hay gente como ellos en los centros de investigación, que no son extraterrestres", indica Toledo.
Por un convenio con el Consejo Escolar de la provincia, los estudiantes reparan las bombas centrífugas de todas las escuelas de La Plata.
Luego de la fabricación del primer calefón, en 2013, que se instaló en una escuela rural de Ranchos, recibieron pedidos de otras instituciones. Debieron aclarar que el proyecto no era comercial, sino solidario y educativo. De hecho, por año colocan uno o dos calefones.

Así, éste año instalarán dos: uno en la Escuela Rural N° 10 de Berisso y otro en un jardín de infantes de Melchor Romero.
Braian Garro - Estudiante: "Tenemos curiosidad de saber lo que pasa y de conocer por qué algo no anda"
Irene Centurión - Directora de la escuela técnica N° 3: "Están aplicando la teoría en la práctica. Hacen ensayos todo el tiempo. Es un proceso técnico educativo con servicio social"
Carlos Toledo - Vicedirector: "El calefón fue un pretexto. La idea es formar investigadores"




Mientras en un aula de la Escuela Técnica N° 3 de Los Hornos un grupo de alumnos fabrica calefones solares, en otra sus compañeros arman un ascensor. Lo primero que se ve allí es una estructura de hierro pintada de amarillo que funcionará como un elevador especialmente diseñado para alumnos y docentes con discapacidad.
Como en el colegio -donde estudian unos 1000 chicos- hay aulas en un primer piso, se les ocurrió que podían armar los sistemas electrónicos y la estructura para que todos puedan trasladarse sin dificultades por el edificio.
"El ascensor es un pretexto, como todos los proyectos. Hay un objeto que se usa para que ellos puedan aprender a armar todo lo que se necesita", dice el vicedirector, Carlos Toledo.
La botonera, por ejemplo, será más baja que lo habitual para que esté al alcance de una persona que está en silla de ruedas. Los números estarán escritos en braille. Además, el ascensor contará con un sistema de audio que permitirá dar indicaciones a las personas ciegas.

Materiales
Con los fondos que piden a los distintos institutos del Conicet y el dinero que les llega del consejo escolar de la provincia por el compromiso de reparar las bombas centrífugas de la escuelas platenses logran conseguir los materiales para seguir con el proyecto del ascensor.
Después de las vacaciones de invierno llegarán los que faltan. Y antes de fin de año la escuela tendrá un ascensor construido por sus propios alumnos.
Los estudiantes están por todos lados. Algunos, en el patio, jugando al fútbol; otros, en un aula, en la que prima un fuerte olor a pintura, armando una herramienta para usar en el jardín. Un poco más allá, están los seis alumnos que se dedican a fabricar los calefones solares: Braian Garro, Facundo Chacón, Alexander Ruatta, Daniel Moriñigo, Gustavo Senna y Francisco Ferreira.
"Se genera un efecto invernadero y por convección se calienta el agua", cuenta Garro, para tratar de explicar cómo funciona el calefón, que tiene la particularidad de tener paneles solares que se mueven en busca de la luz del sol.

R. M.

viernes, 30 de junio de 2017

MENTIRAS MUY CIENTÍFICAS



Todos lo escuchamos alguna vez. Newton está meditando en el jardín cuando le cae una manzana en la cabeza y ¡zas! se le ocurren las leyes de la gravedad. Este y otros cautivantes raptos de inspiración les otorgan a ciertas historias de la ciencia un voltaje romántico que puede superar las mejores tramas literarias o cinematográficas. Lástima que a veces no son ciertos.


La historiadora de la ciencia Anna Marie Roos, de la Universidad Lincoln, en los Estados Unidos, se refiere precisamente a estas bellas anécdotas en un reciente artículo publicado en National Geographic y las considera poco más que "ganchos publicitarios".



Según Roos, la historia de la manzana, registrada en un manuscrito del siglo XVIII de la Royal Society de Londres, habría nacido como una forma de abonar la imagen de la mente prodigiosa del científico a raíz de su disputa con el matemático y filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz por el descubrimiento del cálculo matemático. (Leibniz lo había publicado primero, pero Newton lo había pensado antes.)
También descarta la veracidad del célebre ¡eureka! de Arquímedes después de sumergirse en una tina y descubrir la solución del problema que le había planteado el rey de Siracusa, que quería saber si su joyero lo había engañado sustituyendo por plata una parte de su nueva corona de oro sin dañarla. El polímata griego súbitamente se habría dado cuenta de que podía calcular el volumen de la corona por la cantidad de agua desplazada. Pero hete aquí que, para los investigadores, el suceso no resulta muy creíble: no existe ningún registro al respecto y la mayor parte de lo que se sabe de Arquímedes fue escrito mucho después de su muerte.
Según acaba de publicar El País, también Alberto Martínez, de la Universidad de Texas en Austin y autor de Science Secrets (Secretos de la ciencia), da por tierra con algunas de las historias más frecuentadas. Por ejemplo, asegura que Galileo nunca lanzó objetos desde la Torre de Pisa para demostrar que no es verdad que un objeto caiga más rápido cuanto mayor sea su peso.


Y al parecer también son apócrifas varias de las historias sobre grandes inventores solitarios. En un trabajo sobre problemas de patentes publicado en la Michigan Law Review, The Myth of the Sole Inventor (El mito del inventor solitario), Mark Lemley pasa revista a algunas de las creaciones más famosas de los últimos dos siglos y sostiene que no surgieron como resultado de la creatividad de individuos inspirados, sino de pequeños avances o ideas que se dieron simultáneamente en varias personas.
Para citar sólo algunos, basta con mencionar el caso del telégrafo. Según se cuenta, Samuel Morse estaba cenando con amigos y debatiendo sobre el electromagnetismo cuando se dio cuenta de que la información podría viajar instantáneamente a través de cables. Pero la realidad es diferente. El telégrafo fue inventado también por Charles Wheatston, William Fothergill Cooke, Edward Davy y Karl August von Steinheil. De hecho, los inventos se produjeron tan cercanos en el tiempo que la Corte Suprema de Gran Bretaña se rehusó a otorgar una patente.
A Alexander Graham Bell se le atribuye la invención del teléfono. Él resolvió cómo convertir impulsos eléctricos en sonidos. Pero Philipp Reis ya había diseñado un transmisor de sonido en 1860 y Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz ya había armado un receptor. Un competidor, Elisha Gray, presentó un pedido de patente el mismo día que Bell, pero perdió el juicio.
Incluso, Edison no inventó la lamparita. Es más, lo demandaron por infringir las leyes de patentes. Él descubrió cómo producir luz más eficientemente y se hizo multimillonario, pero tras una generación otros desarrollaron mejores filamentos y las lamparitas de hoy.
En fin, ya lo dice una broma de periodistas: nunca dejes que la realidad te arruine una buena historia.
N. B. 

viernes, 3 de febrero de 2017

ARTE Y CIENCIA


Son investigadores en laboratorios durante el día. Y a la hora de los cócteles se sacan el delantal y asisten a vernissages propias y ajenas. Los artistas científicos son seres anfibios, que navegan entre dos lógicas casi opuestas.

 Una doble naturaleza que integran en la misma creatividad: obras y hallazgos tienden a parecerse.
Pablo La Padula expone en la sala 604 del CCK una serie de curiosidades científicas: piedras, hojas, panales de abejas, estrellas de mar, insectos y pinturas. Gabinetes para una cartografía del Bicentenario integra la exposición El futuro llegó (hace rato) y reabre al público el 8 de febrero. Menos Hi-Fi parece su laboratorio de investigador en el Instituto Taquini, unidad ejecutora UBA Conicet de la Facultad de Medicina, plagado de aparatos añosos, lupas y tubos de ensayo. El aire acondicionado es cuadrado y tendrá 20 años, lo mismo que la PC con monitor panzón. "Acá no hay ciencia ficción, sino una estética frankensteiniana de inventor del siglo XIX. No gozamos de confort tecnológico", advierte. Lleva 20 años en investigación, aplicando el ingenio para arreglarse con lo que hay.


"Cuando se enteran de que soy científico, esperan ver en mi arte algo tecnológico, pero yo voy por la vereda opuesta. En la ciencia no tengo plasma ni robots. Si en arte pudiera disponer de esos recursos, moralmente los desviaría a la ciencia. A veces me exacerba un poco ver alardes de alta tecnología en arte", dice. Aplica en los dos ámbitos una frase de Marcelo Pombo: produzco con lo que tengo en mi metro cuadrado. "Prefiero gastar el tiempo en pensar cómo hacer algo con lo que tengo." Mediante sus quehaceres logra abstraerse del contexto. "Este año tenemos un 60% menos de presupuesto para trabajar", dice.
Son muy características sus pinturas con humo, para las que desarrolló una técnica muy rigurosa: "En ciencia y arte trabajo los mismos temas en distintos niveles de organización. En el laboratorio investigo un modelo de prevención del infarto sin utilizar fármacos, sino por exposición sostenida y controlada a la altura, al poco oxígeno". Usa una cámara hipobárica, especie de búnker de hierro con puerta de submarino, construida por la OEA en los años 80. "El experimento es algo que uno hace porque no sabe qué va a dar. El arte lo encaro de la misma forma: hago una obra porque no sé cómo va a resultar."


Garantía
Un caso distinto es el de Adrián Unger, que trabaja en ciencia con buenos recursos y es libre de procedimientos en su taller de artista. Se cubre de aserrín y resina cuando trabaja en sus esculturas hechas de restos de podas que levanta de la calle y modela con pericia y poesía (se vieron recientemente en Espacio Piedras). Pero de 8 a 18 usa ropa de trabajo con el logo de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), porque es ingeniero y se aboca al desarrollo de arquitecturas electrónicas en proyectos de acceso al espacio de la Conae. Ahí sí las computadoras son actuales y se viven epopeyas como la cuenta regresiva para el lanzamiento de cohetes experimentales, predecesores del Tronador 2, el futuro inyector satelital argentino. "Los que trabajamos en estos proyectos, por lo general, estamos muy orgullosos. Mi tarea es creativa: coordino creatividades", dice.
Por las noches y los fines de semana se instala en el taller. Unger también escribe, dibuja, toma fotografías y tiene en marcha desde hace unos años un proyecto de performance, Obsolescencia desprogramada: "Es una crítica al diseño de electrónica actual, que programa su rotura generalmente apenas más allá del tiempo que dura la garantía, sin importar el desperdicio de recursos naturales que implica fabricarlos". Durante la última puesta, reparó en tres horas y media una computadora que iba a desguace, según el servicio técnico oficial. La acción sigue: lleva hechas unas 30 reparaciones a cambio de pinturas, cuentos, retratos, revisiones de texto y dibujos infantiles. "No acepto plata, sólo cosas que disfrute hacer".


La biología es el área de Luciana Paoletti, investigadora asistente del Conicet que trabaja en el Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos de Rosario, donde desarrollan tratamientos enzimáticos para el mejoramiento de aceites vegetales y biodiésel. Al arte llegó a través de la ciencia: "Cuando comencé el doctorado disfrutaba de las imágenes que me brindaba la ciencia de una manera especial; eran mucho más que un resultado", cuenta. Hoy es docente de Microbiología y participa en el Centro de Investigaciones Arte y Contemporaneidad, en la Facultad de Humanidades y Arte.
Su técnica artística sigue rigurosos protocolos experimentales para lograr fotos, videos o instalaciones que capturan organismos microscópicos que cultiva. "Trabajo con lo invisible. Utilizo bacterias y hongos como pigmentos", explica. Expondrá este año en el Museo de Ciencias Naturales Ángel Gallardo.


Nadia Guthmann se trepa a su Pegaso monumental y suelda los últimos detalles de la malla metálica con la que modela sus esculturas a orillas de un lago patagónico. Antes trabajaba con seres vivos e investigaba para el Conicet. Pero desde la época de Cavallo y su mandada a lavar los platos, se dedica a la que pensó que sería su segunda ocupación, el arte.
Su caballo alado de 4x5 metros está seccionado y embalado para viajar: va a integrar la muestra Unsam 20 años, 20 esculturas, en el Campus Miguelete. "A veces extraño la vida de científica. Este momento del país me recuerda mucho a cuando dejé la actividad. Yo no lo decidí, sino que se cerraron las posibilidades", cuenta. En el arte, Guthmann ha ganado premios importantes y expone con regularidad. "Mientras mi actividad era mayormente científica me fue imposible dejar de hacer esculturas. Si pasaba un tiempo alejada del arte, me sentía tan mal que no me quedaba otra opción que volver al taller. En cambio, dejar de trabajar en ciencia me fue posible, aunque siempre mantengo el interés. Estudiar e investigar cambia tu cabeza. Todo lo que había aprendido empezó a meterse en mi obra artística; es parte de mi vida", explica.
Lejos de la ciencia ficción
Adrián Unger - Ingeniero en la Conae; escultor
Del árbol caído: Unger usa en sus esculturas restos de podas que modela con pericia y poesía. Realiza periódicamente una performance, Obsolescencia desprogramada, donde repara computadoras a cambio de pinturas y relatos

Pablo La Padula - Investigador UBA; expone en el CCK
La imaginación como herramienta: "En ciencia y arte trabajo los mismos temas en distintos niveles de organización.El experimento es algo que uno hace porque no sabe qué va a dar. El arte lo encaro de la misma forma", explica

Nadia Guthmann - Artista, ex Conicet
Un método, dos disciplinas: "Estudiar e investigar cambia tu cabeza. Todo lo que había aprendido empezó a meterse en mi obra artística; es parte de mi vida", explica Guthmann, cuyo Pegaso, de 4x5 metros, viajó desde la Patagonia

M. P. Z.

domingo, 22 de enero de 2017

EN EL "ESPACIO MENTE ABIERTA" CIENCIA Y ALEJANDRO KATZ


Más que una inversión, la ciencia es un fin en sí mismo
El conflicto en el Conicet puso en evidencia actitudes de la sociedad que conviene revisar
Alejandro Katz


La sociedad argentina se vio sacudida a mediados de diciembre por el conflicto suscitado en torno de la situación de varios cientos de jóvenes científicos que, luego de concluir sus estudios de doctorado y de haber sido aprobados en las evaluaciones de rigor, no fueron sin embargo incorporados a la carrera de investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conicet). A diferencia de años anteriores, no fueron los saqueos ni la violencia social los que ocuparon las tapas de los diarios, sino las imágenes de académicos instalados en el Ministerio de Ciencia para expresar su rechazo a una decisión incomprensible, no justificada por un costo fiscal ridículamente bajo, tomada de ese modo y en esas fechas.


Uno de los ejes que organizó la discusión durante esos días estuvo centrado en la cantidad: ¿más investigadores hacen un mejor sistema científico? En principio, sí: los resultados científicos, como los de muchas otras actividades, exigen la existencia de comunidades amplias dedicadas a la tarea; para obtener logros no es suficiente tener unos cuantos expertos, es necesario contar con redes de trabajo amplias, de personas interconectadas, con formaciones y experiencias complementarias. Para que más sea mejor deben cumplirse rigurosos criterios de calidad -que nuestro sistema científico razonablemente satisface-, pero también debe diseñarse el sistema buscando equilibrios adecuados entre áreas, regiones, sedes de investigación y fuentes de financiamiento, asuntos que parecen bastante menos discutidos y mucho menos resueltos.


Estas cuestiones alimentaron el otro eje de la discusión: de qué modo la decisión de no incorporar esos nuevos investigadores puso en evidencia la fragilidad de los (supuestos) consensos en torno de los cuales se construye la política de ciencia y tecnología en la Argentina. El argumento central dejó de ser, entonces, la dimensión de los planteles de investigadores, y se comenzó a discutir la definición estratégica de mediano y largo plazo de una política científica, fundada en criterios de relevancia y de pertinencia, y a la vez sustentable.
Ambas discusiones tienen su importancia, aunque en ocasiones querríamos que ya hubieran quedado atrás, que no se recomenzara una y otra vez con lo mismo, incluyendo en ese "lo mismo" la impredecibilidad de las decisiones estatales, tanto en materia presupuestaria como de carrera profesional: quienes pasan los años de juventud formándose con tanto entusiasmo como esfuerzo para ingresar en la carrera científica no tienen, por ello, el derecho de ser aceptados, pero sí tienen el derecho de saber desde el principio cuáles son las reglas, y las reglas deben incluir, sin ninguna duda, la capacidad de formular y respetar con razonable certeza previsiones plurianuales de la cantidad de plazas que serán habilitadas en cada una de las áreas de investigación.


El conflicto -cuya solución sólo se ha pospuesto- resultó sin embargo útil para poner en evidencia dos actitudes extendidas en la sociedad argentina respecto de la ciencia y, más generalmente, del conocimiento mismo. Por una parte, en las redes sociales se exhibió una intensa retórica antiintelectual orientada a descalificar cierto tipo de investigaciones académicas -por ejemplo, "el estudio de los estereotipos de género en las películas infantiles"- o, más directamente, el conjunto del trabajo científico, exigiendo, como escribió alguien en su cuenta de Twitter, "desenmascarar a estos chantas okupas disfrazados de científicos". Fanáticas y sectarias, esas reacciones no son sin embargo irrelevantes: además de ignorancia y resentimiento, revelan el estado de una parte de la opinión pública para la cual el estudio y la investigación son formas privilegiadas de la holgazanería.
La respuesta de la comunidad científica tampoco fue la adecuada: el principal argumento que los investigadores esgrimieron consistió en señalar la "utilidad" práctica del conocimiento.

 Así, por ejemplo, en notas periodísticas o en un breve video producido por los mismos investigadores y viralizado en las redes sociales se destacó la importancia de "todo lo que tenga relación con la tecnología de producción animal y vegetal", "los proyectos para usar biomasa para energía", "los bioproductos farmacéuticos", "materiales que pueden ser útiles para la regeneración de huesos" o la investigación de "las enfermedades que ciertos parásitos pueden transmitir a las personas". Muy pocos, en el mundo académico, destacaron la importancia de los estudios clásicos ni de las humanidades.
Es evidente que, en tanto que el sistema científico se nutre de recursos públicos, éstos deben aplicarse y auditarse en función de criterios exigentes de relevancia y pertinencia. Es menos evidente que dichos criterios no deben ser simplemente el resultado de una función de utilidad o de un cálculo de beneficios.


Cada uno a su manera, tanto quienes pretendieron descalificar el trabajo de los investigadores como quienes quisieron defenderlo comparten un supuesto sumamente extendido en nuestra cultura, por el cual se identifica utilidad y valor. Así, se justifica la necesidad de la aplicación de recursos públicos a la investigación científica en virtud de la contribución que los resultados de la investigación hagan al desarrollo económico o a la salud de la población, reduciendo de este modo el conocimiento a sus técnicas y produciendo así, con palabras de Martha Nussbaum, "la parálisis de la imaginación moral bajo el influjo de la maestría técnica".
No se trata de desdeñar el saber técnico ni mucho menos de negar la importancia de la técnica para el incremento del bienestar, sea por medio de la creación de riqueza o de la provisión de otros bienes como la salud. Todos deseamos vivir en una sociedad más próspera, pero sobre todo deberíamos querer vivir en una sociedad mejor: más justa, más democrática, más diversa. 

Una sociedad, para decirlo con la fórmula clásica, orientada a la búsqueda de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Para una sociedad semejante, el conocimiento no debería ser considerado una inversión (de la que se espera un retorno), sino un gasto: lo que estamos dispuestos a perder, no a ganar, en el proceso de conocer, del mismo modo en que estamos dispuestos a perder (tiempo, recursos, energía) en el proceso de crear arte o de participar como espectadores de los procesos creativos. "El logro -escribió John Dewey- viene a equivaler a la clase de cosas que una máquina bien planeada puede hacer mejor que un ser humano, y el efecto principal de la educación, la construcción de una vida plena de significación, queda al margen."

La ciencia, como la poesía, no es buena en la medida en que lo sea para otra cosa. La ciencia -es decir, el riguroso método de creación de conocimientos- es un fin en sí mismo. Pretender subordinarla al aporte que pueda hacer para la producción de riqueza o al mejoramiento de las condiciones de nuestra existencia altera radicalmente el sentido mismo del conocimiento, e implica el riesgo de empobrecer a nuestra sociedad más allá de la pobreza material, fomentando la pobreza de la imaginación, la de la curiosidad, la de la pretensión misma de ser algo mejor de aquello que somos, a la vez como individuos y como sociedad.

martes, 17 de enero de 2017

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